La escritora madrileña Amelia Pérez del Villar es conocida sobre todo como traductora del inglés y del italiano, donde sus versiones de autores de raigambre británica las más de las veces le ha otorgado cierta notoriedad en este campo, circustancia que le ha hecho expresar esa fascinación que desde antiguo la traductora tiene hacia la literatura inglesa, de que es buena prueba el libro Dickens enamorado ( Fórcola Ediciones), una suerte de biografía del joven autor de El Club Picwick, un libro que incurre en el ensayo pero tratado de una manera harto personal, y cuando digo personal me refiero a que es capaz de introducir de una forma u otra su carácter en momentos en que el tópico quiere que aquello que se escribe presente una querida y recurente “objetividad”, que es una de las características  más notables de esta escritora, y que se extiende de manera clara y virtuosa en su obra narrativa, hasta ahora en sus dos novelas publicadas, El pulso de la desmesura y Mi vida sin microondas.

El pulso de la desmesura es una primera novela de aliento ambicioso e indaga en la personalidad de una mujer, Lola B. que poco a poco se cuela en una soledad aparentemente buscada pero que la lleva a la desolación. Rechazo en primer lugar, debido al desengaño, autoengaño en tanto en cuanto justifica su posición doliente y dolida y, por último, vivir una desolación sentida al principio como tal pero luego justificada de una y mil maneras: “Esto ya no es un sueño. Es una ensoñación. Es el pulso de la desmesura. Un monstruo enorme de mi imaginación enferma”. En este sentido cabe decir que El pulso de la desmesura es una narración que profundiza en aspectos dramáticos de una personalidad rota, pero esa descripción, que en nuestra literatura se suele traducir en una retórica de apoyo pertinaz a ese dramatismo, propio de nuestra querencia expresionista,en Pérez del Villar, filóloga apasionada de la lengua inglesa y de sus modos y maneras de enfrentarse a la realidad, se transmuta en cierta voluntad de lejanía que en este caso adopta la forma de una ironía subyacente en toda la narración, de tal modo que esa ironía es capaz de llegar al lector como si de una bálsamo se tratase para poder entender mejor el tremendo drama de Lola B.

Mi vida sin microondas es otra cosa. Es una novela donde el sentido del humor, que en Pérez del Villar se acompaña de una vitalidad muy de su tierra, se alía a una mirada costumbrista de nuevo cuño para indagar en la vida descarriada de Clara, una vida descarriada por pertenecer de una vez por todas y de forma inequívoca a un paisaje, representado en la novela por el barrio en que vive y padece. Clara se descarría porque hasta entonces había llevado una vida encarrilada, es decir, se casó por amor, tuvo dos hijos, se apoya en una madre como modo de sobrellevar una realidad que la excede… hasta que ese tren de vida se aparta de la vía trazada cuando descubre que su marido la engaña. Clara, entonces, ya descarrilada, no tiene más remedio que trazarse otras vías para poder seguir camino… aun sea sin microondas, que en esta novela actúa al modo de metáfora del estatus perdido y nunca recuperado.

Amelia Pérez del Villar

Comienza, entonces, una nueva vida y esa vida es fijada en la descripción de una cotidianeidad del paisaje y del paisanaje que la circunda, que hace que esta novela se constituya en un modo de hacer costumbrismo del que en España estábamos poco acostumbrados, es decir, un costumbrismo que, lejos del espectro de cuadros de la gracia subyacente en el modo en que tienen los pobres de comportarse y que les da ese aire tan exótico, tan nuestro, se muestra capaz de identificarse con una clase social determinada y tratar de comprender su mundo y el lugar que ocupa en una realidad que la excede. Ni que decir tiene que para esto hace falta indagar en la condición de la clase media, propio del costumbrismo anglosajón y francés. Y alejarse lo más posible de la tradición española, más dada a describir miserias y actitudes graciosas en ese pueblo irredento, bruto, pero de buenas intenciones en el fondo, vale decir, un costumbrismo de raigambre reaccionaria y que el costumbrismo revolucionario de los años treinta nada cambió en esencia, pues todo seguía igual, el pueblo era portador de miseria pero bueno, en el fondo, patriota, representante último de las esencias de la Nación.

Mi vida sin microondas nada tiene que ver con esto, ni siquiera con esa tradición llevada ya al terreno de la Modernidad, de la clase media y sus problemas a medio resolver. Es otra cosa, ya dije, es la manera personal en que Pérez del Villar  expresa su manera de concebir la realización de la vida de una mujer, Clara, y necesita trazarse nuevos caminos. Esa manera personal de concebir el costumbrismo, cosa que le agradecemos, por lo menos yo, que abomino del costumbrismo decimonónico español, bebe sin embargo de unas raíces muy profundas. Leyendo Mi vida sin microondas, narrada en primera persona como corresponde al género cuando éste se impregna de humor distante y corrosivo, uno tiene la sensación de asistir a un talante que se encuentra en libros como El diario de Bridget Jones, de Helen Fielding, que en el fondo es una adaptación lejana de Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, y, a la vez, entreverada de esa gracia que hallamos en Colette y en personajes del costumbrismo francés, como la pícara Zazie, ese delicado personaje creado por Raymond Queneau.

Si esta novela nos lleva a husmear en esas tradiciones tan bellas y acertadas tengan por seguro que nos hallamos ante una narración de calado profundo y justo. Creo que en esta novela Amelia Pérez del Villar ha encontrado su voz más personal, por lo menos yo lo imagino así. En cualquier caso es novela rara avis en nuestra tradición, nos hace gozar de la lectura sin paliativo alguno y, encima, nos divierte y nos hace llorar, en el fondo, pero muy en el fondo. ¿Quieren más?

Ah, el panadero Klaus y los sueños que despierta en Clara…

 

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