De Gaulle con su mujer Yvonne en Londres, en 1943
Que en la personalidad de Charles De Gaulle (1890-1970) se albergaban cosas muy diferentes resulta, a estas alturas de las cosas, una obviedad. Le guarde uno más o menos simpatía a su memoria, nadie podrá discutir que se trataba de un hombre profundamente conservador -lo lógico en alguien que conocía al dedillo la historia y la geografía de su país- y al mismo tiempo un grandísimo inconformista. Una contradicción que se puede igualmente explicar recordando las palabras del subtítulo de este libro: un estadista y a la vez un rebelde y por cierto, con una gran determinación en esta última faceta.
Pero también resulta que nos encontramos ante un intelectual (y en particular, un escritor de primerísima línea: sus Memorias de guerra -tres tomos, publicados entre 1954 y 1959- y sus Memorias de esperanza -dos volúmenes, 1970 y 1971, están al nivel del que ha sido definido como le pays de la litterature) y, en el mismo grado, o si se quiere con idéntica intensidad, ante un hombre de acción en el sentido más fáustico del término.
Además, fue un demócrata a machamartillo y, al tiempo, una persona que miró con profundísima reticencia a los partidos políticos y a cualquier cosa que se pareciera a un Parlamento, o al menos a las Asambleas Nacionales de Francia, tal y como se diseñaron en las Constituciones de la III República (1871) y de la IV (1946) y, peor aún, como se desarrolló la vida política bajo ambos textos: puro tacticismo y regate en corto. ¡Y eso que no conoció la degeneración que los partidos han experimentado después!
Y qué no decir del plano personal: su altivez, rayana en lo odioso (su testamento no podía ser más explícito: “Deseo rechazar por adelantado toda distinción, promoción, dignidad, citación, condecoración, sea francesa o extranjera. Cualquiera que se me concediera sería una violación de mi última voluntad”), coexistía con su enorme ternura, como demostró sobre todo en la relación con su hija Anne, aquejada de una grave deficiencia y que falleció en 1948 a los veinte años.
Hombre, en fin, capaz de elaborar pensamientos con muchísima complejidad pero que gustaba de los discursos cortos, casi lapidarios, como, por ejemplo, el del memorable 25 de agosto de 1944: “¡Paris…! ¡Paris ultrajado…! ¡París roto…! ¡París martirizado! ¡Pero París liberado! Liberado por sí mismo, liberado por su pueblo con el concurso de los ejércitos de Francia, con el apoyo y el concurso de toda Francia, de la Francia que lucha, de la única Francia…”. El que esperase una palabra de reconocimiento a Estados Unidos o a la persona de Churchill se quedó con la gana, desde luego.

El catedrático de Historia Contemporánea Pablo Pérez López
Y, puestos a buscar asuntos en los que nuestro hombre supo ser una cosa y la contraria, ¡qué decir de sus contactos con Alemania y su actitud hacia ella! En la primera guerra Mundial se vió apresado (en Verdún) y tuvo que pasarse dos años a la sombra. Y en 1940 fue quien lideró -al inicio, casi en solitario- la batalla contra los nazis. Pero he aquí que sí, en los años sesenta existió el eje franco-alemán, con toda franqueza y sin reservas mentales, fue entre otras cosas porque en El Elíseo estaba quien estaba. Justo lo opuesto de Georges Clemenceau. O sea, un admirador (secreto, quizá) del Keynes de “Las consecuencias económicas de la paz”.
De Gaulle era eso y, si hacía falta, mucho más.
Su vida no resultó sencilla porque, como es igualmente obvio, ocupó el lugar protagonista en las tres grandes crisis de su país en el siglo XX: la ocupación alemana de 1940, la guerra de Argelia (hasta su independencia en 1962) y, en fin, y para decirlo con una fecha que es en sí misma un concepto, mayo del 68. Tres situaciones muy diferentes pero con algo en común: una sociedad francesa enormemente fragmentada -boyante, pero fragmentada- o incluso sufriendo algo parecido, palabras aparte, a una guerra civil. Su desempeño en cada una de esas circunstancias es conocido y ha dado lugar a bibliotecas enteras, como por ejemplo, la biografía en tres tomos de Jean Lacouture: de 1984-1986 (que en España, por cierto, glosó Eduardo García de Enterría). O el libro de Allain Peyrefitte, publicado en 1994 y con una nueva edición en 2002. O, en fin, y sin ningún ánimo agotador, los diversos trabajos de Henry -Christian Giroud, sobre todo en lo que tiene que ver con asunto tan intrincado como las relaciones de nuestro hombre con los comunistas, tanto los de su patria como los soviéticos.
¿Qué habría pasado si De Gaulle no hubiese existido?. La historia contrafactual es una mera conjetura, pero no resulta descabellado pensar que todo habría sido diferente: si acaso hay personas providenciales, nuestro hombre es una de ellas.
Pablo Pérez López demostró valor al elegir el tema de su libro, porque nada es tan difícil como escribir sobre alguien que ha dado lugar a tantísimas páginas y que, por eso mismo, deja poco espacio a la originalidad. Pero lo cierto es que su trabajo, de poco más de 200 páginas, es una obra muy lograda. Y desde varias perspectivas. Diríamos que lo suyo es -en el buen sentido del término a no confundir con la equidistancia o la tibieza- el equilibrio.
Primero, porque Pérez López, que sin duda admira profundamente al General, ha sabido dar con el tono justo y no caer en la hagiografía. Segundo, porque, en el inevitable dilema de este tipo de casos -concentrarse de la persona o diluirlo en su entorno o en su época-, también ha acertado en no sesgarse en exceso por un flanco ni por el contrario. Y tercero, porque, a la hora de abordar la otra tesitura de todo historiador -poner el foco en las ideas o, por el contrario, fijarse en las fechas, lo que los franceses llaman los evénements-, se ha dado con la solución más balanceada de las imaginables.
Son millones los lectores de habla española que, por su juventud -recordemos que el biografiado murió hace justo medio siglo-, no están familiarizados con el personaje y, con lo que fue la historia de los primeros setenta años del siglo XX en Europa (que entonces era casi como decir en el mundo). Este libro les ofrece una ocasión inmejorable para empezar a ponerse al día.