Paul Delvaux
Cuando recibió el sobre con la demanda de divorcio, sintió que le
temblaron las manos y un sudor glacial se apoderó de su cuerpo. Aún amaba a su
esposo y no quería perderlo por un hecho fortuito que nunca imaginó. Todo
ocurrió cuando salió para la capital sin saber a qué, un día en que se
encontraba aburrida de su vida tan simple. Ese sábado se levantó, como de
costumbre, a eso de las siete de la mañana, preparó sánduche y café con leche,
sacó el tarro de mermelada de la nevera, una tajada de papaya y desayunó sola
en el comedor de seis puestos.

Tenía muchas cosas que hacer ese día, pero su marido la llamó
informándole que no llegaría a casa, porque tenía trabajo pendiente. Ella
había pasado la semana sola y era demasiado encontrarse nuevamente con su
abandono el fin de semana; por eso, sin pensarlo, se metió a la ducha, se
depiló el pubis como de costumbre y se aplicó un aceite de sacha inchi
con aroma a vainilla en todo el cuerpo. Después del baño se sintió bastante
relajada. Tenía la idea fija de viajar a la capital (en realidad no tenía nada
pendiente por hacer allá). Cuando estaba cambiándose se acordó de lo que decía
su abuela: siempre que vayan a salir, colóquense un buen interior, porque si
llevan puesto uno viejo o uno roto, les da algo en el camino… les toca llegar
al hospital con el interior viejo, pasan la vergüenza con las enfermeras y de
paso con el médico
. Se persignó tres veces y se puso un panty de
encaje blanco, un vestido largo del mismo color, unas sandalias de color fucsia
y un bolso artesanal muy llamativo.
Esperó el bus alrededor de quince minutos y cuando vio que llegaba le
sacó la mano. Un señor se apresuró a ayudarla y subió. Observó que no había
muchos puestos desocupados, por lo que no tuvo la opción de escoger y se sentó
en el primero que encontró. No había acabado de acomodarse cuando el hombre que
estaba a su lado empezó a preguntarle cuanta cosa se le ocurría: cómo se
llamaba, qué hacía, dónde había comprado el bolso… en fin. Se sintió algo
aburrida con tanto interrogatorio, pero quiso ser educada y le respondió lo que
era prudente, sin darle muchos detalles. En el trayecto le llamaron mucho la
atención los árboles de polvillo, con sus flores amarillas y se lamentó de no
haber metido su cámara fotográfica en el bolso, porque esos árboles tomaban ese
color y en un abrir y cerrar de ojos ya lo habían perdido. Era algo que desde
niña siempre le había parecido un prodigio y a la vez una injusticia de la
madre naturaleza.
Herbert List
En el resto del trayecto cerró los ojos para evadir las preguntas de su
compañero de viaje y casi se queda dormida, pero la agitación y el ruido de los
carros y mototaxistas le avisaron que ya estaban entrando  a la capital. Cuando el bus se detuvo,
tomó un taxi hasta el Centro Comercial Plaza.
Estaba entretenida viendo las vitrinas del centro comercial cuando
alguien le tocó el hombro. Enseguida giró la cabeza y se encontró con un hombre
blanco, de cabello castaño claro y largo hasta los hombros. A primera vista no
lo reconoció, pero después su rostro se iluminó.
¡Rafa! ─exclamó─. ¿Dónde te habías metido?
El hombre la abrazó con ternura y le dijo:
Todavía hueles a galletica de vainilla.
Ella sonrió. Recordó que desde adolescente le gustaba usar colonias con
ese aroma y sus compañeros le decían que el día menos pensado le iban a dar un
mordisco a causa de ese olor.
Rafael era un joven muy educado que había realizado parte del
bachillerato con ella, pero después sus padres se mudaron de ciudad y no lo volvió
a ver. Lo recordaba como un muchacho alegre y culto, excelente en artística, humanidades y ciencias naturales,
pero muy regular en matemáticas. La invitó a tomar capuchino para ponerse al
día, pero le advirtió que él no podía tomar nada porque estaba a pocas horas
de practicarse una pequeña cirugía ambulatoria. Él le contó que estaba dedicado
a la pintura y que por esos días estaba realizando una exposición. Le mostró un
cuadro que acababa de recoger. Se le había quedado en Medellín y su madre le
hizo el favor de enviárselo. Era una pintura muy bella de una mujer desnuda, de
espaldas. Ella la observó con detalle y le dijo:
Cualquiera diría que soy yo.
¿En serio? ─ Le preguntó él.
Esa es casi una fotografía de mi espalda, excepto por el largo del
cabello
─contestó ella.
Qué lástima que mis padres me hubieran obligado a cambiar de
colegio; de lo contrario me hubiese propuesto conquistar a la mujer más bella
del planeta
─le dijo él.
Ella sonrió. Le contó que era trabajadora social, que estaba casada
hacía tres años y que su esposo trabajaba fuera de la ciudad, por lo que pasaba
mucho tiempo sola. Tenían como una hora de estar platicando cuando Rafael le
dijo:
Sara, tengo que irme, ya debo estar en la clínica.
A propósito, ¿de qué te operan?
Tengo una bolita detrás de la oreja.
Enseguida se la enseñó.
Es pequeña ─le dijo ella.
Intercambiaron números telefónicos y él le confesó que había perdido su
celular el día antes y que tuvo que comprar uno por la mañana después de haber
recogido el cuadro que le enviaron. Se despidieron con un abrazo. Cuando se
marchaba lo llamó:
Herbert List

¡Rafael!
Él se devolvió y le dijo:
Dime, corazón.
¿Quién te va a acompañar?
Él sonrió y le respondió:
Mi ángel de la guarda. Tranquila, es algo muy sencillo, no tardaré
ni diez minutos.
Sara lo siguió con la vista hasta que desapareció del centro comercial,
pero aún se sentía el aroma a madera de su perfume francés. Estaba pensando en
el cuadro con la mujer de espaldas y recordó que cuando estudiaban juntos, habían
organizado una salida a piscina. Mientras sus amigas usaban vestidos de baño de
dos piezas, ella se había puesto uno enterizo, muy escotado. Rafael estaba
acomodado frente a la piscina, observándolas mientras ellas jugaban. Cuando
salió de la piscina le dijo:
Sara, ven acá.
Cuando la tuvo de frente le dijo con algo de timidez:
¿Puedo ver tu espalda?
Sin esperar la respuesta, le dio la vuelta y le dijo:
Es bonita, tienes marcados los hoyitos en ella. ¿Sabías que se
llaman hoyuelos de Venus?
─le preguntó.
Ella sonrió algo sorprendida y luego se encogió de hombros. Le pareció
extraño que solo se hubiese fijado en ese detalle. Pensó si esa pintura no
tendría algo que ver con ese episodio, pero había sucedido hacía tantos años,
como para que él recordara su espalda con 
hoyuelos sacros y hubiera podido plasmarla en su obra de arte.
Diego Rivera
Se dirigió al tercer piso del centro comercial a la zona de comidas y
pidió un menú especial a base de ensaladas. Recordó que, de  pequeña, su madre la obligaba a comerlas,
pero cuando creció le gustaban tanto que no concebía una comida sin ellas.
Luego del almuerzo quiso entrar a ver una película, pero como la cartelera no
le pareció atractiva, prefirió seguir caminando. Se detuvo a escuchar un grupo
musical que hacía una presentación y en ese momento timbró su celular.
¿La señora Sara?
Sí, con ella ─ respondió.
Señora, véngase para la Clínica Ángelus. Su
esposo ha hecho reacción alérgica a la anestesia.
 La mujer colgó y Sara llamó
de inmediato a Alejandro.
¿Estás bien?
Él le respondió y le dijo que estaba en una reunión, que luego le
devolvía la llamada. Siguió sin entender. De pronto recordó a Rafael y salió
corriendo a tomar un taxi. El taxista le preguntó la dirección, ella tuvo que
devolver la llamada al número de donde le habían dado la noticia para pedirla.
Durante el recorrido, no entendió por qué la habían llamado y mucho menos por
qué se habían referido a su esposo.
Llegó a la clínica y se identificó en recepción. La hicieron pasar a una
sala de espera. Ella le preguntó a una enfermera qué le había sucedido a Rafael
y la mujer, con voz grave, le dijo:
Señora, nada más a usted se le ocurre… Dejar que su esposo venga
solo a hacerse un procedimiento… Y peor aún no decir que es alérgico.

Herber List

Ella trató de explicarle que ella no era su esposa, pero la enfermera no
la dejó responder reprochándola por su aparente irresponsabilidad. Cuando por
fin se calló, Sara le dijo en voz alta:
Dígame. ¿Cómo está Rafael?
Muy delicado. Está en cuidados intensivos. Espere a que uno de los
médicos le dé información.
 
Estaba confundida por la situación y solo se le ocurrió orar. Había en
esa sala otras personas que esperaban noticias de otros pacientes pero no
intercambió palabra con ninguno de ellos. Luego recordó que Rafael había
perdido su celular y que seguramente solo tenía en la agenda el número de ella,
por lo que en la clínica la habían llamado. Cerró los ojos por un instante para
comprender lo que estaba sucediendo y se quedó así como por espacio de cinco
minutos. De pronto sintió como si una bandada de pájaros se escapara de su
vientre.
¿Familiares del señor Rafael?
Ella abrió los ojos asustada y se acercó. Un médico alto con cara de
turco, le dijo:
Señora, lamento decirle que su esposo ha fallecido.
El médico empezó a darle una serie de explicaciones científicas que en
el momento no pudo comprender. Sara quedó estupefacta, se llevó las manos al
rostro, lanzó un gemido y se desplomó.
Cuando volvió en sí estaba sostenida por los brazos fuertes del médico
turco, quien le susurró al oído:
Lo lamento, lo lamento mucho.

El médico trató de ser fuerte pero tenía los ojos húmedos. La tomó de la
mano y la condujo hasta la sala donde se hallaba Rafael. Se sintió bastante
conmovida al verlo solo, abandonado por el ángel en el que  él había confiado. Parecía dormido y,
aun en su condición, se veía hermoso. Tomó su rostro con sus dos manos, le
acarició con suavidad el cabello y lo besó con ternura. Pensó que su encuentro
casual era una oportunidad que le había dado el destino para despedirse. Luego
se marchó sin saber qué hacer, ni a quién llamar para contarle su pesadilla.
Trató de recuperar la calma, pero no lo logró y salió huyendo de la clínica.
Pensó que lo mejor era ir al pueblo para buscar información de la familia
de Rafael, por medio de unos amigos más cercanos a él; por eso tomó un taxi que
la llevó directo a la terminal de transportes.
Cuando llegó a su casa unas señoras del barrio, la recibieron y casi al
mismo tiempo le dijeron:
Sentidas condolencias, señora Sara.
Se quedó estupefacta y las apartó de inmediato.
Pero, ¿qué es esto? ─les dijo─. ¿Quién les ha dicho
semejante cosa?
Las mujeres la vieron algo descompuesta y se asustaron.
─ Un señor nos dijo que estaba en la clínica justo
cuando le anunciaban el fallecimiento del señor Alejandro. Ya llamamos a sus
familiares.
¡Por dios, por dios, de dónde han sacado todo esto! ¡Mi esposo no
ha muerto!
Subió al apartamento, y recordó que no había escuchado su celular. Lo
sacó de su bolso y tenía más de treinta llamadas perdidas, la mayoría de
Alejandro; por eso lo llamó, pero él no respondió.
Salvador Dalí

lumna, cielo y arquitectura.” 1945.
Pensó en Rafael y en la soledad en que lo había dejado. Tomó su agenda
para localizar al único amigo de Rafael, que conocía. Encontró un número fijo
pero nadie respondió. Se lavó la cara y decidió regresar  a la clínica para aclarar el error
inicial y colaborar en la ubicación de los familiares.
Eran más de las seis de la tarde cuando llegó a la clínica nuevamente.
De inmediato, preguntó por la suerte de Rafael y empezó a aclarar la situación.
La misma enfermera que la había recibido cuando llegó, le dijo que había
llegado una mujer y se estaba encargando de todo. Se llamaba Bianca, era
artista también, había viajado desde Medellín ese mismo día, y lo iba a
acompañar en la exposición y en la pequeña cirugía que planeó inesperadamente
aprovechando la llegada del famoso médico turco (que al parecer lo conocía
desde hacía mucho tiempo). Tuvo retraso en su vuelo, y trató de llamarlo pero
la llamada se iba a buzón. Cuando por fin llegó a la ciudad, decidió buscarlo
directamente en el apartamento que había alquilado Rafael para los dos desde
Medellín. No lo encontró y se fue a la clínica, donde recibió la nefasta
noticia. A Sara le sorprendió la serenidad con la que Bianca había manejado la
situación. Le dijo que su cuerpo sería cremado porque él así lo había dispuesto
en vida.
Bianca le agradeció a Sara por haber acompañado, aunque hubiese sido por
azar, a Rafael en sus últimos minutos de vida. Le dijo que sus padres ya
estaban enterados y venían en camino. Ya había hecho contacto con la funeraria.
Por último, intercambiaron números teléfonicos y se despidió.
Ahí estaba, recostada en la cama, con los papeles del divorcio en la
mano, un mes después de la muerte de Rafael, recordando lo furioso que se puso
Alejandro, su esposo, cuando sus familiares recibieron  mil mensajes de condolencias de sus
amigos y montones de llamadas que no le permitieron seguir trabajando ese día,
además del tiempo que tuvo que gastar en negar el hecho, sumado todo esto al
acoso de sus hermanas que, al enterarse de la “supuesta” equivocación, le  habían dicho que era un recurso de Sara
para esconder la situación embarazosa del amante sin vida. Pensaba en que el
destino era un cineasta que la empujó a participar en una película increíble,
su propia película. Recordaba la respuesta de Rafael cuando ella le preguntó
quién lo iba a cuidar: mi ángel de la guarda. Consideró que era un ángel
descuidado, que no lo había protegido y le cedió esa responsabilidad a ella.
Desfilaban en su mente las imágenes de ese día sábado: su encuentro con Rafa,
el malentendido con su esposo, quien se negó a escucharla posteriormente. Se
encontraba reencarnando sus recuerdos cuando sonó el timbre. Saltó de la cama y
trató de asomarse por la ventanita, pero no vio a nadie. Nuevamente, sonó el
timbre y decidió abrir. Aún estaba en pijama, recién bañada oliendo a sacha
inchi
y vainilla, con el cabello enredado. Se lo recogió con un gancho y
abrió la puerta. Un hombre le preguntó su nombre nuevamente. Ella asintió.
Este envío es para usted.
Ella firmó el recibo y de inmediato el hombre le entregó un envoltorio.
Le preguntó si estaba seguro de que eso era para ella. Él le confirmó que era
la dirección exacta.
Subió el paquete y de inmediato empezó a abrir lo que estaba envuelto de
manera cuidadosa. Ante sus ojos apareció la hermosa pintura de la mujer de
espaldas, con los hoyuelos de Venus, y una tarjeta de Bianca que decía: Siempre
fue tuya
.
       Carmen
Cecilia Morales González es licenciada en Español y Literatura por la
Universidad de Antioquia (Colombia) y ejerce como docente de lengua castellana
en la Institución Educativa Nuestra Señora del Carmen de Chinú, pueblo conocido
como “La Casa Grande” de la Declamación y la Poesía. Es gestora cultural,
poeta, declamadora, miembro de la Corporación Encuentro Nacional de
Declamadores y Poetas de Chinú. Ha publicado en Argentina su poemario Agujas
contra el tiempo
y actualmente prepara otro titulado La danza titánica
de los dedos
.