Para algunas cosas la culpa es de Baudelaire, pero para otras la tiene toda Voltaire.

La culpa del declive del sublime arte del Rococó la tuvieron los ilustrados como Voltaire y Diderot que extendieron la opinión que este estilo era decadente y obsoleto. Diderot era un desagradecido siendo como fue retratado por Jean-Honorè Fragonard https://es.wikipedia.org/wiki/Jean-Honoré_Fragonard, y no pudo corresponder con peor influencia.

Para muchos amantes del rococó los Ilustrados nos perjudicaron, ya sé que esto es una opinión que será juzgada por el lector, pero no seré yo quien diga que el culto a la razón produjo algunos monstruos. Y en lo que me interesa, el rococó, su influjo fue nefasto y limito la duración del estilo que podía haber ocupado dos o tres décadas más y nos hubiera dejado más maravillosas obras. No es que me disguste el neoclásico que le siguió, y luego todos sus estilos, pero su llegada limitó la locura emprendida por los rococós en muchas de sus artes, desde luego, en la construcción de palacios y hoteles que se convirtieron en sobrias casas Imperio.

Nadie en su sano juicio moderno se le permitía decir que el Barroco era un arte sublime, y ¿qué decir del rococó? Menudo asco. En aras de la funcionalidad y de la línea pura, blanca o críptica, el dominio de la curva, del color y del fasto en la imagen era poco menos que el mayor pecado del arte. Malditos cubistas, abstractos y minimal. Mentes puritanas reconcomidas por su propia introspección sicológica, su perversidad filosofal psicoanalítica y sus complejos todos. Para qué amenazarlos con una daga o con un veneno sutil; directamente, un palo en la cabeza, o en sus manos con el mismo carácter que el profesor de mirada perversa golpeaba con la regla de madera los dedos de los alumnos tercos o displicentes.

El barroco y sus grandísimos artistas ya nos habían dado la mayor y las mejores expresiones artísticas y, además, lo habían dejado todo dicho, todo pintado, esculpido y dorado en salomónicas formas con una abundantísima libertad en un amplísimo movimiento geográfico y cultural en todos los territorios humanos conocidos. El Barroco se extiende a la América colonial y el Extremo Oriente generaría su propio Barroco. Las formas del Barroco habían cubierto todas las artes, los aspectos filosóficos de éstas y de la existencia misma.

Frescos iglesia San Carlos Borromeo de Viena

La gran expresión formal la culminaban franceses y venecianos, los coquetos reinos alemanes que se llenarían de nubes románticas. El siglo XVII culminaba un proceso formal y espiritual que como todo en esta rueda Santa Catarina que es la Historia, entraba en su decadencia y abatimiento para dar paso a la modernidad que trajeran las revoluciones del siguiente siglo y la transformación de la sociedad estamental. Pero habría que entender que el siglo XVII es un siglo de calma para muchos, la herencia de un Medievo, el resultado de un Renacimiento, la espera irresponsable del advenimiento de una revolución inevitable como sería la Industrial y la sangrienta francesa.

Ahora que vivimos el mundo de la línea recta, de la fría ergonomía, de la única curva de la pantalla -cuando la tiene-, pienso en la curva y el torneado como el que sueña que lleguen las brisas. Pienso en el color pastel, directo de la naturaleza al papel, sin más perfil que el de la impresión directa y atrevida con la sabia intención de la gracia, que dada la brillantez de sus artistas, se convierte en una gracia mayúscula.

Una naturaleza completa. Los cielos inmensos arrollados por las nubes, el delirio celestial en el techo de la sala. Vértigo muralista que invadía bóvedas y cúpulas tanto como las pequeñas habitaciones donde todo podía ocurrir, tanto la presencia del sátiro mitológico, como de la dama desnuda de hermosísimas carnes rosadas. Venus podía aparecer tras la cortina dorada de la alcoba y tumbarse entre el hilo de las sábanas, tras desvestir sus sedas y dejarlas en la butaquita al lado.

También los bosques frondosos y flamencos, estanques entre flores poblados de arlequines, cómicos y querubines. ¿Para qué el cielo? ¿Para qué los hades si una dama se entrega en el lujo de sí misma ante el espejo irradiando la propia luz de su alma, de sus bondades o de sus pecados? ¿Qué mayor intriga que la de un putti guiñándote su ojo, mientras te acerca la boquilla que inhala las nubes?

Cuadros en las nubes. Muchas nubes en el arte rococó, e los techos de palacios, salas y escaleras. El cielo tras el andamio del artistas, ¡qué más se puede querer? Vértigo barroco, delirio rococó.

Boucher. La carta de amor

Y retratos. Que mejor que extraer la expresión de tu alma en el brillo de tu mirada de frente, de perfil, sentado o sonriendo. Son muchos los retratos rococó de protagonistas sonrientes. Nada que ver con la tragedia barroca donde ya se culminó el arte del retrato, pero que se mantuvo cargado de un tremendo dramatismo.

El retratismo rococó se envanece hasta el extremo en el dominio del gran arte de la pintura. No se podía pintar mejor ni alcanzar el detalle como lo hicieron los pintores propiamente rococó y sus escuelas de retratistas dieciochescos.

Tendría que ir por partes y organizar un poco este asunto que trato, pero lo cierto es que no es mi intención. Mi idea es sólo recordar con alguna ilustración en el recuerdo a tres pintores que ahora, ahora mismo, me vienen a la cabeza, a la memoria que gusta de recrear algunos placeres vividos en la observación de autores que desafortunadamente resultan poco comunes.

Hablaré de Watteau y de Boucher y de una tercera artista, una pintora para muchos desconocida, que tuvo una activa carrera y una larga vida pictórica y personal intensa. Ésta es Rosalba Carriera y aunque al lector no le suena de nada y seguramente le importa muy poco, voy a escribir un poco de prosa para que se la conozca, al menos contar lo poco que yo sé de ella, pero que es suficiente para el disfrute de la contemplación de su obra.

Rosalba Carriera

Por que no todo habían de ser grandes dramas y escenas, se pusieron hacer miniaturas. Por que no todo eran grandes salones, se pusieron a pintar lienzos de tamaño medio. Por que había que decorar los saloncitos y alcoba que no todo ocurría en grandes palacios y salas de espejos. La alcoba, espacio íntimo, es espacio rococó. La toilette, el budoir, el gazebo del jardín, son espacios íntimos para mayor gloria del rococó.

Como lo es la miniatura, la pequeña labor orfebre, la taza y la cajita, el frutero y la copa azul labrada que choca con la porcelana china que dejó de serlo para hacerse alemana, austríaca o francesa. Porcelanas rococó.

Todo es tan frío ahora, tan recto, tan erecto, tanto y tanto volumen que uno no entiende, que choca literalmente a la mirada, o su contrario, que es de tal fatuidad, futilidad que resulta de una desgraciada evanescencia. Un gusto fatal el gusto actual. Así lo afirmo. Me decía una amiga querida que era el estilo narco-zen. Mejor definición es imposible.

El triunfo de la línea recta, de lo lumínico, de la opacidad o de la transparencia que da igual cuando de minimal se trata. La expresión de lo matérico, la asunción de lo trágico en la descomposición de la forma llevada por el artista en su puñetero proceso de abstracción.

¡Oh, no! Prefiero el columpio de Fragonard, los angelotes de Boucher entre las faldas de una oronda señora dispuesta a tener amables conversaciones con el espectador. Prefiero la cajita de plata que enmarca un marfil que la placa de acero adosada al muro como muestra de transposición genérica.