La poesía de María del Pilar “Cielo” Mastrantonio primero advierte y luego nos prueba a fondo. Prepara al lector antes de echarlo a las sombras, en una especie de naufragio en la oscuridad con pequeños salvavidas, acaso el abrigo de rayos de sol. Dice, desde el principio, para tantear nuestra inocencia y temeridad: “Las flores, tercas/ se guardan la belleza”. A partir de esa negativa a un armisticio, un poema se despacha tras otro poema sin explicaciones y sin paz, porque el discurso de Cielo se escribe con exclusiva valentía poética y sin mezquindades prosaicas, como solo los hombres y mujeres con fuego en el alma son capaces.
Hay una maestría cordial a la vez que una dulzura maligna en los versos de Chispas de sol en las sombras(Editorial Sophie, 2023), una soledad abrumadora y una voz que deja rastros de jazmines y “ciruelos apagados”. Se llega exhausto al final de cada verso, la punta de la lengua no descansa de metáforas y hay que recuperar el aire. Da bienvenidas amables, Cielo, (“Mil ángeles […]/ salen por las noches a musicar sueños”), pero despedidas brutales (“las fieras se tragan los inviernos/ […] con flores en los dientes”) en la misma conversación, como si en sus visiones dispersas hallara el hilo que conduce por los corredores de la mente. Y quien quiera interpretar sus segundas intenciones, se perderá el enigma, la puerta entreabierta y el arcano inconcluso, porque Cielo, previene, otra vez, que su poesía es “como soñar al revés”.

Cielo Mastrantonio
Las sombras empiezan a aparecer al pedido de “una muerte sin muerte”, el exilio a algún sitio que la poeta habrá dibujado en su imaginación, antes de visitar “el desamorado amor/ […] y otras desolaciones” y luego al ser abandonados a la pluma de Cielo o a la buena de Dios, en cualquier caso, a la sorpresiva aparición de un arte, una composición divina. Lograr un contacto con aquellas sombras es un guiño que la poesía viva se hace a sí misma, una confidencia que la poeta recibe y transcribe (diría Leónidas Escudero, “el pájaro de la inspiración te habló porque estabas propicio a escucharlo”); pero Cielo reserva para los tristes la intervención de la luz e infunde la certidumbre de cierta concordia en los patios de la muerte y una belleza aún no extinta en un “mundo convulso” y miserable.
Entonces las chispas de sol, intensas en su calorcito. Le dan su ardor transparentemente amarillento a las paredes de un Chivilcoy poético intervenidas “con grafitis de amor” (dice en “Collar de voces”), una simpatía que salva el día por contraste a la lluvia que cae con sus pedazos estruendosos (parafraseando el poema “El grito se distrae”) y en aquella simplicidad urbana y de vandalismo romántico, alcanza su perfección compasiva: “se quedaron conmigo”, dice Cielo, y uno no puede dejar de pensar que habla de las exhalaciones del sol que el alma agradece.
Hay motivos para situarse en uno u otro lugar, el de la nube o el del rayo crepuscular. En efecto, distraídos y de a ratos, no solo podemos “estar” sino “ser” cualquiera de esas dos mitades: el corazón suele cruzar toda frontera. Cielo ya estuvo allí, en ese territorio “cerca de los sueños/ que a veces reparten imágenes/ […] o presagios” de poesía.