Arearea, de Henri Eugène Paul Gauguin, Museo de Orsay (Fuente: Wikipedia)
Lo exótico, como el concepto de ciudadano, patria y folclore son creaciones del mundo ilustrado que en muchos se han revelado como fantasmagorías de otras pulsiones ocultas: el kilt, con sus colores de tribu,son un invento del siglo XVIII y luego supimos, o vislumbramos, que es lo que tenía Long John debajo de la falda, de igual modo que los savants franceses veían en los persas, ay, esas cartas de Montesquieu, el culmen del exotismo hasta que los jesuítas franceses que viajaron a China se vieron sobrepasados por una moda, la de las chinoiseries que correspondían punto por punto al siglo de las porcelanas, el exceso rococó y las prolijidad de los espejos..
De la actitud de aquellas elites que se pirriaban por los descubrimientos de las tierras de las Antípodas que habían rozado los españoles y explorado a conciencia Bougainville y James Cook, y que dio lugar quizá a la última creación de la Gran Ensoñación Exótica y que bautizamos como Polinesia y que ahora es sólo un reguero de imágenes de chicas de piel de chocolate y sin trazas alguna de elefantiasis que te reciben en los aeropuertos de la zona con collares multicolores y los aloha de saludo, matando siempre lo que nos atrae quizá porque al final la belleza tiene que terminar ultrajada de una u otra manera, y la manipulación que consiste en transformar la realidad a nuestro antojo es la más terrible de todas y de lo que ocurrió en medio de estas actitudes extremas, durante el siglo XIX y buena parte del XX, es de lo que trata este estupendo libro de Alejandro J. Ratia que describe una galería de personajes curiosos que, a su manera, se han convertido en fracasos frente a la actitud bárbara del turismo de masas, cuya aportación es financiar una ficción que es la que le interesa consumir pero que haya su redención final en las obras de arte que crearon a su manera esos happy few, desde Gauguin a Stevenson, los padres fundadores, pasando por Joan María de Sagarra, Victor Segalen, Murnau,Elsa Triolet, es decir, una historia de aquellos “viajeros en busca de la última aventura”que es como subtitula Alejandro Ratia el libro, recalcando asi el carácter fantasmagórico del titulo, El sueño de Tahití.
Josep Plá, en un artículo dedicado a los naufragios habidos en la Costa Brava, ante uno del que no se supo nada,llegó a decir que eso era imposible porque desde tiempos ancestrales, debido a la gran población asentada en sus orillas y a la enorme cantidad de barcos que lo navegaban, no había naufragio del que tarde o temprano no se tuviera noticia: frente al mar civilizado el mar desconocido: Oceanía tiene 20.000 islas con distancias enormes entre ellas y una población aún hoy día escasa: de ahí lo de Última Thule que todavía nos conmueve aunque sepamos que ya no queda un sólo punto del mundo sin explorar. El mundo entero, ahora, es un Mediterráneo.
Así el libro de Ratia, historiador,crítico de arte, novelista,poeta, representa una especie de testamento a una querencia desaparecida ya por el Último Paraiso, si es que alguna vez existíó realmente como tal. Con ese bagaje lleno de virtudes del historiador anglosajón,que aúna buena prosa, claridad expositiva y rigor, Ratia nos relata, trufada de alguna anécdota correspondiente a su propia experiencia, la relación entre Tahití y algunos personajes curiosos, famosos y menos famosos, como Sterling Hayden, el tremendo actor con pinta de gigante nórdico de La jungla de asfalto,de John Houston; nuestro Josep María de Sagarra, que se va a Tahití huyendo de la Barcelona de la Guerra Civil y publica El camino azul como recuerdo de aquella estancia en Polinesia; Zane Grey,que consiguió dentro de su obsesión por la pesca de los peces espada y los merlines, manipular aquellos lugares convirténdolos, como hizo con la épica del Far West, en lugar más parecido a la isla de King Kong, pero excluyendo al monstruo, asemejándose en cierto modo al jefe de expedición presentando a Kong y a Fay Wray como una versión Bora- Bora de La Bella y la Bestia; Friedrich Murnau, que realiza un documental de la misma calidad mítica, por su empuje, a Nosferatu; a Víctor Segalen, el padre de cierto modo de enfocar la etnología francesa y novelista de lugares imposibles; el poeta guapo, Rupert Brooke; las hermanas Elsa Triolet y Lili Brick, que por allí anduvieron en distintos momentos de sus nunca aburridas vidas; la catalana Aurora Bertrana, en fin, un Henri Matisse que al final de su vida recortaba papeles de colores imbuido de los colores tahitíanos… un libro prolijo del que aquí ofrecemos sólo el rastro desvaído de un perfume raro e intenso, un libro, además, bellamente editado con buen papel, letras de cuerpo generoso y una pertinente colección de fotografías. Puro goce.
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