“La brisa, como si de una inspectora se tratara, revisaba cada rincón del comedor bellamente dispuesto para la cena. No había nada y, visto así, los objetos adoptaban una presencia casi humana con esa quietud imponente solo turbada por el movimiento volátil de las cortinas. En el piso de arriba, sin embargo, la vida transcurría
falaz y postiza en todo su esplendor.”
Así comienza Kind of Blue, uno de los veinte relatos que conforman Anatomía de las distancias cortas, el primer trabajo literario de Marta Orriols. Escrito originalmente
en catalán (Anatomia de les distàncies curtes, ed. Periscopi), los relatos se publican ahora en castellano en la editorial Lumen traducidos por Eugenia Vàzquez Nacarino. En las primeras frases de Kind of blue, un relato sobre la infidelidad y la búsqueda de libertad más allá de la aparente felicidad conyugal, se puede leer la poética de Orriols, que construye sus relatos precisamente a través de dos niveles que bien podrían corresponder a los dos pisos de la casa descrita: por un lado, el bello escenario inerme de los objetos, convertidos en reflejos de la presencia humana, y, por el otro lado, la falacia de una vida adornada para un esplendor del que carece.
A través de una doble construcción, metonímica y metafórica, los objetos no sólo evocan la presencia humana, sino que la describen; como el bibelot de la habitación vacía del Soneto en Ix de Mallarmé, los objetos de Orriols afirman sin afirmar aquello que los personajes no dicen ni tan siquiera muestras. En efecto, las historias de Orriols se esconden tras lo no dicho, tras aquellos objetos y aquellos gestos que ocultan una vida quebrada, donde la felicidad aparece, la mayor parte de las veces, tras concesiones, donde la libertad es más ilusoria que real y donde el dolor se disfraza de frustración asumida.
Sin embargo, todo esto no se ve, aunque se percibe, y no sé ve porque Orriols es consciente de que la cotidianidad es el gran relato donde todos actuamos, dejando ese yo más íntimo para los espacios de soledad, como en Kind of Blue, donde todo se revela cuando la fiesta ha concluido, cuando ya solo quedan las copas medio vacías de una falaz celebración. Y lo que se impone es la cotidianidad como una repetición de dinámicas, incluso el sexo sigue unas dinámicas, las mismas de siempre, como el autoengaño para confiar en un deseo que, en verdad, ya se ha apagado: “Harán el amor, esta noche, siguiendo la fórmula prescrita” escribe Orriols refiriéndose a los
protagonistas de su relato Ficción, al que le sigue Daños Colaterales, donde podemos leer: “Treinta y siete años de matrimonio sirven para tener siempre monedas a punto, para asumir que, si las reuniones del despacho se alargan, una ya puede congelar la carne en salsa y pelar una manzana.”
Marta Orriols

 

Y no acaso el libro se concluye con este relato, con los daños colaterales que toda vida conlleva y con vida nos referimos a las relaciones de un yo con un otro: amigo,
amante, hijo, vecina e, incluso, desconocido. Y a veces el Otro es como la piedra arrastrada por Sísifo, el lastre de un yo que no quiere o no puede deshacerse de ese Otro.
Fascinada por las relaciones que todo individuo establece con el Otro, Orriols escudriña en ellas, buscando las distorsiones que conllevan, esos daños colaterales que siempre acompañan a toda relación. Marc, protagonista de Sísifo en la novena planta, se encuentra en la encrucijada, entre su tía mayor y necesitada de ayuda y un ascenso en el trabajo. No puede optar por ambas cosas o, mejor dicho, no se lo permiten, pero elegir conlleva renunciar. Precisamente la renuncia y el miedo a lo que ésta conlleva es aquello que une gran parte de los relatos de Orriols: los personajes se enfrentan a la necesidad de escoger, pero en muy pocos casos lo hacen. ¿Miedo? ¿Falta de valentía? ¿Asentamiento en la cotidianidad? Todos estos sentimientos confluyen y todos ellos hacen de la existencia una forma de anclarse en lo seguro, en lo sólido y en la materialidad. Impera el envoltorio de lo socialmente aceptado y de la inercia, pero, ¿acaso hay alternativa alguna? Era 1956 cuando Erwin Goffman comparaba el teatro y la vida social en su ensayo de programático título: La presentación de la persona en la vida cotidiana. Escribía Goffman: “Concebimos el ‘sí mismo’ representado como una imagen, por lo general estimable, que el individuo intenta efectivamente que le atribuyan los demás cuando está en escena y actúa conforme a su personaje”.
Con una prosa precisa y concisa, sin divagaciones ni preciosismos, Marta Orriols indaga en sus relatos en ese “sí mismo” de los individuos, en la imagen construida y
representada en la cotidianidad, convertida esta última en expresión del gran teatro del mundo. Construidos en gran parte desde la elipsis, los relatos no narran ni lo previo ni las consecuencias, sino el conflicto. En efecto, Orriols parece empezar siempre a escribir in media res, cuando ya todo ha sucedido, convirtiendo el conflicto en una suerte de momento epifánico tras el cual se impone esa misma vida de siempre que “transcurre falaz y postiza”.
Anna María Iglesia (Granada, 1986, residente en Barcelona) está terminado una tesis doctoral sobre las prácticas urbanas dentro del doctorado de Teoría de la literatura y literatura comparada. Se define principalmente como lectora. Desde hace ya algunos años ejerce el periodismo cultural como freelance, colaborando con distintos medios. El Asombrario (Público), Nueva Revista, Letras Libres, Llanuras o El Confidencial.