Para los lectores que les guste leer libros sobre las grandes pasiones amorosas, tienen la correspondencia amorosa que mantuvo el escritor irlandés James Joyce (Dublín, 1882 – Zúrich, 1941)con su mujer Nora Barnacle, (Connemara, 1884- Zúrich, 1951).

James Joyce y Nora Barnacle se conocieron el 16 de junio de 1904, cuando Joyce vio pasear a orillas del río Liffey, que cruza Dublín, a  una guapa muchacha, alta y pelirroja.  Él  la detuvo, le preguntó quien era y Nora le respondió. Pocos días después, quedaron y se dirigieron a una zona oscura del puerto de Dublín. Todo podía haber quedado en unas palabras, o tal vez unos abrazos o un beso. Sin embargo, Nora fue mucho mas lejos de lo que Joyce pudo imaginar y le acabó masturbando.

Aquella iniciativa dejó asombrado al joven James, lo que es lógico pues las costumbres sexuales de aquel tiempo eran bastante estrictas. Pero su reacción posterior, en cambio, fue más universal y masculina: ¿Con cuántos hombres has estado antes y qué has hecho con ellos?,  preguntó Joyce a Nora.
James Joyce, 1935. Jacques Émile Blanche
Preso de los celos, Joyce dudará de la virginidad de Nora, pero no la abandonará. Al contrario, proseguirán su historia amorosa con mayor pasión. Los dos eran de familia modesta y Nora se puso a
trabajar pronto para ayudar a la maltrecha economía familiar. Cuando se conocieron ella había tenido un amor adolescente, mientras que las primeras experiencias sexuales de Joyce se debieron a prostitutas como era habitual entonces.
Tan fuerte fue el enamoramiento que sintieron uno por el otro que Nora le acompañó cuando, meses después de conocerse, decidieron huir de Dublín. Joyce tenía 21 años y ella 19. Tras pasar por Francia y Suiza, acabarán en Trieste, entonces puerto del imperio austrohúngaro, y donde malvivirán dando clases de inglés, Joyce, y trabajando de lavandera, ella.
No vamos a explicar aquí el papel de Joyce en las letras del siglo XX. Nos interesa más su relación con Nora. Joyce bordeó el alcoholismo a lo largo de su vida, y fue desde el primer momento muy celoso de su mujer dentro de una sexualidad obsesiva y libre. Precisamente en su correspondencia se puede leer el nacimiento y desarrollo de su pasión amorosa.
Woman in Blue, 1921. Wyndham Lewis

 

Por su parte, Nora era una simple camarera de hotel de la ciudad irlandesa de Galway, que estaba dispuesta a todo por amor a este hombre manipulador e infantil. No se negaba a ninguna fantasía suya y le acompañó fielmente a lo largo de una vida que fue una mudanza continua por distintas ciudades europeas.
Entre las estrecheces y dificultades en las que vivieron, Joyce se James se movió por distintas ciudades en busca de mayor fortuna. Durante estas primeras separaciones, los dos se enviaban cartas de amor describiendo con pelos y señales los mas extraños deseos sexuales, y entre los que había episodios de voyeurismo, sadomasoquismo y coprofilia, y todo ello como si intentaran hacer el amor a distancia, excitándose con las palabras que recibían por correo.
Nude 1, 1919. Wyndham Lewis
Nora supo neutralizar muy bien los celos de James Joyce con una relación tan fuerte y profunda que duró hasta el final. Ella no admiraba la obra literaria de Joyce, lo que le enorgullecía de él era su forma de ser, y en lugar de anularse a su lado, creció a través de la relación que mantuvo con Joyce y con el que tuvo dos hijos.
Nora apenas leía los libros de Joyce y del Ulises sólo llegó hasta la página 27 por lo que desconocemos si se reconoció en el último capítulo, donde se representa el fluir de la conciencia femenina, incluidos pensamientos íntimos, sensaciones y fantasías eróticas. De lo único que estamos seguros leyendo su correspondencia amorosa es que Nora estaba enamorada de su marido.
Girl Sewing 1921-38. Windham Lewis

2 de diciem­bre

de 1909

44 Fon­te­noy Street, Dublín.

Que­rida mía, qui­zás debo comen­zar pidiéndote per­dón por la increí­ble carta que te escribí ano­che. Mien­tras la escri­bía tu carta repo­saba junto a mí, y mis ojos esta­ban fijos, como aún ahora lo están, en cierta pala­bra escrita en ella. Hay algo de obs­ceno y las­civo en el aspecto mismo de las car­tas. Tam­bién su sonido es como el acto mismo, breve, bru­tal, irre­sis­ti­ble y diabólico.

Que­rida, no te ofen­das por lo que escribo. Me agra­de­ces el her­moso nom­bre que te di. ¡Sí, que­rida, “mi her­mosa flor sil­ves­tre de los setos” es un lindo nom­bre¡ ¡Mi flor azul oscuro, empa­pada por la llu­via¡ Como ves, tengo toda­vía algo de poeta. Tam­bién te rega­lare un her­moso libro: es el regalo del poeta para la mujer que ama. Pero, a su lado y den­tro de este amor espi­ri­tual que siento por ti, hay tam­bién una bes­tia sal­vaje que explora cada parte secreta y ver­gon­zosa de él, cada uno de sus actos y olo­res. Mi amor por ti me per­mite rogar al espí­ritu de la belleza eterna y a la ter­nura que se refleja en tus ojos o derri­barte debajo de mí, sobre tus sua­ves senos, y tomarte por atrás, como un cerdo que monta una puerca, glo­ri­fi­cado en la sin­cera peste que asciende de tu tra­sero, glo­ri­fi­cado en la des­cu­bierta ver­güenza de tu ves­tido vuelto hacia arriba y en tus bra­gas blan­cas de mucha­cha y en la con­fu­sión de tus meji­llas son­ro­sa­das y tu cabe­llo revuelto.

Esto me per­mite esta­llar en lagri­mas de pie­dad y amor por ti a causa del sonido de algún acorde o caden­cia musi­cal o acos­tarme con la cabeza en los pies, rabo con rabo, sin­tiendo tus dedos aca­ri­ciar y cos­qui­llear mis tes­tícu­los o sen­tirte fro­tar tu tra­sero con­tra mí y tus labios ardien­tes chu­par mi polla mien­tras mi cabeza se abre paso entre tus rolli­zos mus­los y mis manos atraen la aco­ji­nada curva de tus nal­gas y mi len­gua lame voraz­mente tu sexo rojo y espeso. He pen­sado en ti casi hasta el des­fa­lle­ci­miento al oír mi voz can­tando o mur­mu­rando para tu alma la tris­teza, la pasión y el mis­te­rio de la vida y al mismo tiempo he pen­sado en ti hacién­dome ges­tos sucios con los labios y con la len­gua, pro­vo­cán­dome con rui­dos y cari­cias obs­ce­nas y haciendo delante de mí el más sucio y ver­gon­zoso acto del cuerpo. ¿Te acuer­das del día en que te alzaste la ropa y me dejaste acos­tarme debajo de ti para ver cómo lo hacías? Des­pués que­daste aver­gon­zada hasta para mirarme a los ojos.

¡Eres mía, que­rida, eres mía¡ Te amo. Todo lo que escribí arriba es un solo momento o dos de bru­tal locura. La última gota de semen ha sido inyec­tada con difi­cul­tad en tu sexo antes que todo ter­mine y mi ver­da­dero amor hacia ti, el amor de mis ver­sos, el amor de mis ojos, por tus extra­ña­mente ten­ta­do­res ojos llega soplando sobre mi alma como un viento de aro­mas. Mi verga esta toda­vía tiesa, caliente y estre­me­cida tras la última, bru­tal enves­tida que te ha dado cuando se oye levan­tarse un himno tenue, de pia­doso y tierno culto en tu honor, desde los oscu­ros claus­tros de mi cora­zón.

Nora, mi fiel que­rida, mi pícara cole­giala de ojos dul­ces, sé mí puta, mí amante, todo lo que quie­ras (¡mí pequeña pajera amante! ¡Mí putita folla­dora!) Eres siem­pre mi her­mosa flor sil­ves­tre de los setos, mi flor azul oscuro empa­pada por la lluvia.

JIM