La Madre de Frankestein es el título de la última novela de Almudena Grandes ( Madrid, 1960) que se pondrá a la venta este mes de febrero publicada por Tusquets. Pertenece a la serie llamada Episodios de una guerra interminable y después de Inés y la alegria; El lector dde Julio Verne; Las tres bodas de Manolita; Los pacientes del doctor García, hace el número cinco en esta serie de seis que finalizará con Mariano en el Bidasoa. Es decir, es novela que pertenece a un esquema determinado, donde Almudena Grandes, que es admiradora de la obra de Benito Pérez Galdós, quiere dar cuenta de la España de unos años determinados, centrados en la larga postguerra, al modo en que el autor de Fortunata y Jacinta quiso reflejar la España del XIX en su serie de Episodios Nacionales.

El ejemplo de Galdós, sin embargo, resulta pertinente en el modo de abordar ese esquema histórico pero, sin embargo, se mantiene alejado de los presupuestos de clara raíz humanista de éste, que pertenece por pleno derecho a la estirpe de la moral cervantina, en tanto en cuanto que  no se escora nunca en sus preferencias por los personajes que crea, pertenezcan éstos a la aristocracia, la clase media rampante que describe magistralmente en La de Bringas o la gente del pueblo, como se decía en aquellos tiempos, mientras que los descritos por Almudena están imbuidos de una clara preferencia ideológica, que nada tiene que ver con lo que piense el autor, antes bien es cuestión puramente literaria y sujeta a discusión, ya que, por ejemplo, en Valle Inclán, sobre todo en sus últimas obras, parece reservar el aspecto más duro de lo esperpéntico a la Corte y la aristocracia mientras resalta cada vez más el estado de cierta “inocencia” en el pueblo llano. La obra de Almudena, aunque adscrita a cierta estética realista muy alejada del expresionismo de un Valle Inclán, se escora hacia este lado aunque le falte esa tremenda, explosiva apoteosis linguística del autor de Luces de bohemia, deudor del legado quevedesco.

Episodios de una guerra interminable es obra de clara ambición literaria, por lo que hay que felicitarse en tiempos en que escasean este tipo de planteamientos. De esa ambición tenemos constancia por aspectos tan ajenos a nuestro tiempo como el glosario de personajes y las explicaciones históricas que acompañan  a las novelas por parte de la autora, lo que no deja de ser significativo de por lo menos dos aspectos: la poca retención que posee el lector actual para memorizar personajes que pasan de media docena y, desde luego, la falta de cultura histórica de que adolece buena parte del lectorado actual. De ahí el auge de un género, la novela histórica, que salvo contadas excepciones trata de paliar ese deficit recurriendo muchas veces a la impostación y al anacronismo a menudo buscado.

 

 

La madre de Frankestein trata de un personaje que, según confiesa la autora, la atrajo desde que era casi una niña: la suerte de Aurora Rodríguez Carballeira, madre de Hildegart, la niña que fue criada para ser un genio y que resultó ser, o parecer, un engendro, por lo menos para Aurora, al modo del personaje creado por Mary Shelley y que asesinó su madre de un disparo mientras dormía el 9 de junio de 1933. Activista adscrita al PSOE, al Partido Republicano Democrático Federal y miembro de la Liga Mundial para la Reforma Sexual, Hildegart fue mujer de geniales intuiciones hasta el punto de que  escritores como H.G. Wells, viendo su potencial, quisieran llevársela a Londres para que hiciese una carrera brillante y alejarla de la estricta sombra materna. Esta, cada vez más obsesionada por la acción de los Servicios Secretos británicos, asesinó entonces a su hija y fue condenada a 26 años de cárcel, que cumplió confinada en el Centro Psiquiátrico de Ciempozuelos donde murió de cáncer en 1955 y fue enterrada en una fosa común.

La madre de Frankestein se constituye como una afortunada mezcla de personajes reales y ficticios en unos años, los cincuenta, muy bien descritos tanto en su paisaje como en su paisanaje. En la novela vuelve a sus fueros el joven psiquiatra Germán Velázquez, que abandona el cómodo refugio de la Suiza de lengua francesa, donde fue acogido en la casa del doctor Goldstein, para regresar a Madrid. Entra en el Psiquiátrico y allí conoce a Aurora Rodríguez Carballeira, cuya figura, al igual que a Almudena Grandes, le había fascinado desde la edad de trece años.

En Ciempozuelos entabla relación con María Castejón, que ahora ejerce de enfermera, pero que, hija del jardinero del manicomio, tuvo un origen tan modesto que Aurora fue quien le enseñó a leer y escribir. En la narración, entonces, se producen dos historias paralelas que están regidas por la opresión de la dictadura y la opresión del psiquiátrico, regentado por la influencia del Vállejo Nájera y López Ibor, las dos preclaras figuras de la psiquiatría oficial y del que Castilla del Pino fue un testigo excepcional.

 

 

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