Con razón ha tenido tanto éxito L’archipel français, de Jeróme Fourquet, con el expresivo subtítulo de Naissance d’une nation multiple et divisée. Se publicó en la editorial Seuil hace menos de un año -marzo de 2019- y desde entonces, como suele decirse, allí no se habla de otra cosa. Del autor, que confiesa haber contado con la colaboración de Sylvain Manternach, hay que recordar que trabaja en el IFOP, Instituto Francés de Opinión Pública, conocida firma internacional de encuestas y estudios de mercado con más de ochenta años de existencia.
El contenido del libro viene a consistir en explicar, con datos, lo mucho que la sociedad francesa ha cambiado en los últimos decenios, en el sentido de haberse pluralizado o incluso fragmentado. De ahí que hoy sea más bien un conjunto de sociedades cada vez menos interconectadas: eso explica la metáfora geográfica del archipiélago. Más aún: sitúa en el origen en lo más profundo de todo, las mentalidades. Y en particular la pérdida de lo que él llama la dislocación de “la matriz católica republicana”, que, pese a la laicidad formal resultante de la ley de separación de 1905, continuaba aportando a nuestros vecinos del norte la cohesión ideológica que les permitía mostrar una identidad más o menos única.
Pero ese es sólo el inicio de la investigación, que se extiende a lo largo de 379 páginas, que conviene leer con todo detalle para no perder ripio. No me consta que esté en marcha una traducción a nuestra lengua, pero no hacen falta grandes conocimientos de gabacho para entrar en él, porque el estilo literario resulta correctísimo y fluido.
Primero, por el tono, modelo de esa objetividad que Max Weber pedía a los que se dedican a las ciencias sociales. El autor no deja traslucir el menor lamento (no es Houllebecq, para entendernos, y ni tan siquiera un Nicolás Bavarez: incluso la palabra elegida, el archipiélago, carece del sesgo apocalíptico de otros términos, como por ejemplo balcanización), aunque tampoco implica aplauso alguno. Lo que hay es lo que hay.
El texto empieza poniendo el foco -es el párrafo primero- en la elección de Macron como Presidente de la República en mayo de 2017 (va para tres años cuando, en enero de 2020, estas líneas se escriben) y en el desastre electoral de los dos partidos tradicionales, pero, lejos de quedarse ahí, lo que hace es analizar ese hecho como manifestación de los cambios en la sociedad, que, además, en su opinión, tienen mucho de irreversibles. El bipartidismo se ha ido para no volver.
La primera parte –“Le grand basculement”, páginas 21 a 72- consiste en explicar, en efecto, la realidad incontestable de que las prácticas religiosas del catolicismo, sobre todo en lo que hace al ámbito familiar, con la boda por la Iglesia como eje de todo, resultan cada vez más infrecuentes. Pero hay otros muchos fenómenos, como la desdramatización del aborto (que va mucho más allá del dato jurídico de su despenalización); la normalización también de la homosexualidad; la incineración de los cadáveres; el tatuaje (sobre todo, de los jóvenes) como expresión de narcisismo; la libertad sexual cada vez más explícita; o la nueva manera de contemplar a los animales, que el autor explica como un cuestionamiento de la jerarquía de las especies que había establecido el Antiguo Testamento y que durante siglos -realmente, hasta las películas de Disney- no se discutió. Pero si acaso hay un hecho -un megaproceso, con las dosis de irresistibilidad que les son consustanciales- que por sí sólo lo explica todo es lo que sucede en el Registro Civil a la hora de elegir el nombre de los recién nacidos, donde los tradicionales -María y José, típicamente y por razones bien conocidas- se encuentran cada vez menos representados. De todo eso se ofrece un conjunto de datos que resulta verdaderamente abrumador. Diríase que el autor ha tomado nota de la advertencia de Lord Kelvin: si no puedes medir, no podrás conocer. Todo se encuentra parametrizado, en efecto, y los lectores lo agradecen.

Jérôme Fourquet
La segunda parte –“La archipielaguización de la sociedad francesa”, páginas 75 a 215- consiste precisamente en exponer las distintas fronteras que se han ido generando, empezando por explicar que en realidad en Francia había no una Iglesia, sino dos, siendo la otra el Partido Comunista, con sus dogmas, sus clérigos y su santoral, que se había ido forjando a lo largo del siglo XX precisamente como contrapeso del catolicismo y que, como es lógico, se ha visto arrastrado por la misma crisis. Pero también tenemos el profundísimo cambio tecnológico en lo que hace a los medios de información, donde los que fueron grandes y sirvieron para cohesionar ideológicamente a los correspondientes grupos se han tenido que resignar a ver cómo les aparecían competidores de otro estilo y con una capacidad de influencia cada vez mayor. Pero no sólo son esos fenómenos -obvios y desde luego no privativos de Francia-, sino otros muchos más: a) la “secesión de las élites”, es decir, el hecho de que las clases altas van teniendo una vida (y unas costumbres) cada vez más extraterritoriales o, si se quiere, desagairradas del terruño; b) la pérdida de lugar sociológico del proletariado industrial, como paradigma de lo que eran las clases populares; c) las identidades regionales, en particular en Bretaña y en Córcega (el libro, por cierto, está lleno de mapas y se fija mucho en los espacios por así decir intermedios entre París y el campo: en particular, el autor tiene querencia por Toulouse); o d) el peso demográfico creciente de la inmigración arabo-musulmana, ya en muchos casos en la tercera generación. El autor se fija también en el tráfico de cannabis como sector económico cada vez más relevante en ciertos barrios y que contribuye a servir de efecto-frontera. Y, en fin, coloca el reflector en lo que desde Jules Ferry era el gran regulador de igualación, la Escuela republicana, para poner sobre la mesa datos que demuestran que también le ha acabado alcanzando la marea. Estamos, en suma, ante una “sociedad-archipiélago”, o sea, compuesta por un conjunto de islas que se encuentran, valga la redundancia, cada vez más aisladas entre sí.
La tercera y última parte del libro (“Recomposición del paisaje ideológico y electoral”, páginas 221-368) consiste, en efecto, en estudiar lo que le ha sucedido a la representación política, con el triunfo de Macron, por supuesto -entendido como la mera detonación de algo que en realidad llevaba gestándose varias décadas-, pero también con la consolidación el antiguo Frente Nacional -hoy Agrupación Nacional- como segundo partido y, hasta cierto punto, su normalización dentro del paisaje.
Las conclusiones, a modo de cuarta parte, se despliegan por las páginas 369 a 379.
Del libro -publicado, se insiste, en marzo de 2019-, hay que indicar que, por su extensión y por la profundidad de sus análisis (y la cantidad de cifras y mapas que contiene), ha tenido que ser el fruto de años de trabajo. Pero eso no impide a su autor recoger acontecimientos del macronismo (o sea, posteriores a la primavera de 2017) y en particular la famosa crisis de los chalecos amarillos, de la que por cierto subraya que, aparte de París, se ha manifestado con especial virulencia en el Rosellón, la Cataluña francesa, para entendernos, lo que el autor interpreta como una consecuencia de la brusca caída de la producción de vino, que en esa región ha venido constituyendo una fuente de ingresos de primer orden. Por el contrario, y como es obvio, no se ha podido incluir nada relativo a la cólera desatada a finales de 2019 contra la propuesta gubernamental de simplificar los regímenes de pensiones para poner coto al privilegio que tienen, entre otros grupos de trabajadores, los del transporte público. Ya sabemos (hablo yo ahora) que la sociedad francesa vive con esa bipolaridad: primero elige al Presidente que promete reformas y luego le impide que las ponga en práctica, para acabarlo convirtiendo en un juguete roto y sin posibilidad real de reelección. Recuérdese lo sucedido a Sarkozy o a Hollande. El título del libro de 2013 de Hervé Le Bras y Emmanuel Todd, “El misterio francés”, resulta muy expresivo, aunque su enfoque -fueron ellos los que acuñaron la expresión de “catolicismo zombi” para definir la realidad social francesa de este tiempo- tuviese una perspectiva más amplia que la consistente en limitarse a señalar esa esquizofrenia.
Y eso por no remontarnos más atrás. Hoy sabemos que la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial (1940-1944) tuvo mucho de guerra civil abierta, como parte segunda del conflicto larvado de varias décadas antes. Probablemente, desde el affaire Dreytus -que no enfrentó sólo a antisemitas y judeófilos- o incluso más atrás. La “union sacrée” de 1914-1918 fue sólo un espejismo o, todo lo más, un armisticio. En mayor grado incluso que la “Burgfrieden” de Alemania.
Hasta aquí, el libro. Si uno lo lee con lentes españolas -ya se sabe desde Heisenberg que la observación tiene la potencia de cambiar el objeto observado-, las sensaciones pueden ser varias. Para empezar, de (sana) envidia, porque, aunque aquí existen estudios sociológicos de toda laya y en muchas ocasiones de gran calidad, como por ejemplo los que por encargo de la fundación Funcas hace Víctor Pérez Díaz y su equipo, no existe (o al menos no me consta) un trabajo de síntesis que pueda resultar más o menos equiparable al que ha desarrollado Fourquet en Francia.
Se le ocurren a uno más cosas, pero quedan para mejor ocasión.