SANDRA ÁVILA

Foto de Richard Avedon. In the American West (1985)

El EQUÍVOCO

Jorge estaba en el patio de atrás, justo debajo de la parra con sus amigotes, estaban alegres desde temprano, era feriado, era verano pero debajo de aquella parra se soportaba bastante bien el calor.  

Entre chámame y guitarras empinaban los codos y bebían vino blanco barato de cajita, hasta que el último billete de 10 pesos compro la última cajita.

Susana se recostó en su cama matrimonial, su esposo Jorge se acostó en la cama de uno de sus hijos porque sabía que su ronquido impediría que Susana durmiera, la noche anterior no había podido pegar un ojo. Susana estaba deprimida por que sentía que sus hijos adolescentes se les iban de las manos, y no encontraba manera de manejarlos.

Durante la siesta Jorge se durmió en el cuarto de al lado y Susana en la cama grande, dos horas más tarde Jorge se dirigió a su habitación para invitar a la gorda a tomar mate, pero no pudo entrar ya que la puerta estaba cerrada con llave. Golpeó una y otra vez, manoteó el picaporte, pero ella no contestaba, intentó llamarla una vez más con golpes de puños un poco más fuerte para que ella oyera, pero ella no abrió. Susana había intentado quitarse la vida, un suicidio perfecto, cerró la puerta con llave y se tomó una tableta de pastillas por qué no aguantaba más la situación que estaba viviendo, estaba podrida de todo. Jorge corrió a buscar algo con que abrir, rompió la puerta a mazazos hasta que la puerta finalmente se abrió, para su sorpresa la mujer estaba bajo los efectos de algún tranquilizante que a veces tomaba para poder dormir, corrió a la casa de su vecino para llamar por teléfono a un remis× pero todos estaban demorados y en espera de 40 minuto. El hombre se desesperó, levantó en sus brazos a la mujer y salió con la camisa desabotonada caminado por la calle, en busca de ayuda, le lagrimeaban los ojos, enseguida los vecinos salieron a la calle pero nadie los ayudaba, solo murmuraban y miraban, luego pasó un vecino en auto quien se ofreció a llevarlos al hospital más cercano, al llegar al hospital el hombre cargó nuevamente con la mujer en brazos y unos camilleros que estaban en la entrada lo ayudaron a trasladar a la mujer a la guardia, enseguida vino el médico de turno, la mujer fue intervenida inmediatamente con un lavado de estómago. Sin embargo el hombre que había llevado a la mujer, despeinado, con aliento a alcohol, descalzo y con la camisa abierta, fue interrogado y detenido por la policía. El tipo intento defenderse pero el uniformado le colocó las esposas y lo metió en el patrullero.

Foto de Richard Avedon. In the American West (1985)

  

LA SIESTA
En el baldío de mi casa materna crecían amapolas rojas, y el viento las doblaba de norte a sur. Las abejas rondaban cerca de ellas, el zumbido de sus diminutas alitas se escuchaban claramente, cuando me sentaba al costado del desprolijo y oxidado alambrado, había una jauría de perros que se rascaban con los dientes, con las patas delanteras y traseras con desesperación, tenían sarna, estaban en carne viva, me daban repugnancia. A uno de ellos recuerdo que se le estaba cayendo la cola a pedazos.

En la cocina se percibía el aroma a nuez moscada que hasta ahora recuerdo… Mis calles eran oscuras, eran de tierra y ladraban muchos perros.

Mi casa a la hora de la siesta olía a insecticida. Y el único ruido que se escuchaba era el del motor de una vieja heladera. Mi madre me obligaba acostarme. Las tardes eran tremendamente silenciosas.

La puerta que daba al patio tenía unas cortinas plásticas de colores que cuando pasabas hacían ruido. Me acostaba pero cuando percibía que todos soñaban me levantaba sigilosamente en puntitas de pie y hacia travesuras al patio bajo los enormes árboles de nísperos. Las chicharras cantaban sin parar. Era una perfecta repostera, en el arte de hacer tortitas de barro, arena, maíz y palitos secos, con las latas vacías de conserva de tomate.

Recuerdo una tarde en la que me encontraba aburrida de hacer tortitas que ni siquiera podía comer. Encontré un sapo entre las plantas de kinotos y las horribles plantas de cala, (horrible porque esas flores en particular: me recuerda a los muertos) y tuve la idea de experimentar con el ejemplar, fui al aparador del lavadero y traje conmigo algunas píldoras que encontré. Algunas pastillas eran de coloración rosa. Otras eran verdes, otras rojas. Le abrí la boca a la fuerza, al horrible anfibio, le metí una pastilla de cada color. Al cabo de un tiempo este empezó a largar espuma por la boca. Me quede ahí observando su evolución. El versátil bicho se zarandeaba de un lado al otro. Largaba espuma de colores. Luego se quedaba sereno y hasta que en el último momento pataleaba rápidamente y luego dejaba de moverse. Agarraba un palo y lo movía. Este estaba muerto; mi experimento le había reventado el corazón. Más tarde hacía un pozo contra el tejido y lo enterraba junto a otros ejemplares.

A veces lo dejaba en el mismo lugar y las hormigas se lo comían de a poco. Creo que esos días ellas estaban de fiesta.

Mi abuelo escuchaba paso doble y tango. Los domingos sonaba el tocadiscos a todo volumen.

Con un de mis primas nos ubicábamos frente al espejo y nos pintábamos la boca con lápiz labial fucsia mientras cantábamos y bailábamos alguna canción de la radio.

Mi abuela amasaba pancitos, actualmente amo el olor a levadura, tal cual viene en su paquete.
Foto de Richard Avedon. In the American West (1985)
 EL PRIMER BESO
A.¿Te acordás de tu primer beso?
B. ¡No!
A ¿Cómo que no? Sos una descorazonada, todo el mundo recuerda su primer beso.
B. Pero yo no.
C. Y vos, vos ¿Si te acordás?
A. ¡Ay!, sí fue con mi primo en el auto de mi tío.
C. Boludaaa, sos una zarpada.
A. Que sé yo fue en el auto de mi tío, pero éramos chicos.
B. ¿Cuántos años tenían?
A. 13 o 14.
B. No, a esa edad uno ya sabe lo que hace.
C. ¿Y qué sentiste?
A. Cosquillitas en la panza.
D. Perdón, ¿de qué me perdí?
B. Que se tranzo a su primo.
D. No, ¿cuál?
A. Manuel.
B. Me muero, ¿y?
D. Dale seguí contando.
A. ¡Ah! la zarpada soy yo y el morbo lo tienen ustedes.
C. Jajajajaj para que yo recién llego.
B. Seguí contando.
A. Bueno, fue en el auto de Raúl. Estábamos jugando, éramos un montón de chicos ese día como cada vez que tenemos fiesta, y se nos ocurrió escondernos en el asiento de atrás del Ford Fairlane de Raúl. Nada, nos pusimos a hablar…
B. ¡Qué zarpada!
C. ¡Shhh!
D. ¡Para! seguí.
A. Y le pregunté si estaba saliendo con alguien, y me dijo que le gustaba una chica pero que todavía no había pasado nada de nada.
B. ¿Y?
A. Y ahí él me pregunta si yo salía con alguien y yo le dije que no. Fue entonces cuando él me pregunto si yo sabía besar, le contesté que nunca había besado a nadie, que no sabía besar y él me dijo: ¿Si querés yo te enseño? (yo solamente me sonreí). Me pidió que cerrara los ojos y me besó y me siguió besando.
C ¿Y te gustó?
A. Ya les dije, tuve cosquillas en la panza y las piernas me temblaban un poquito.
D. ¿Y después qué pasó?
A. No sé qué paso después, porque yo seguí yendo a todos los cumpleaños con mi hermana y mis viejos y él dejo de ir. Pasaron como dos años hasta que lo volví a ver, y ese día casi me ignoró por completo, y tiempo después me enteré que tenía novia y que la presentaría a la familia.
A. Bueno ahora contá vos
B. ¡No yo no!
D. Es una historia media rara esta porque hasta el día de hoy no sé qué pasó.
C. ¡Deja de dar vueltas y contá!
B. ¡Pu… madre! me quedé sin puchos, me voy al kiosco.
C. ¡Aguanta un poco si recién te fumaste uno!
D. ¿Me dejan seguir? Nos rateamos en primer año de la secundaria, y nos fuimos a la casa de César, fue Melina, Rociío, Julio y Walter. Me había quedado en la cocina y después Rocío y Melina me dijeron que César me llamaba. Me fui para el living pero César estaba en la habitación.
A. Ay, no me sabía esa.
D. César me vio y me llamó, yo me acerqué lentamente porque no sabía para que…
B. ¡Me voy por puchos!
C. ¡Para gorda!,¡ Ahora está todo cerrado!
A. ¡Mentira, Lucia está abierto!
B. Ufa, no entiendo como no han inventado kiosco con Delivery todavía.
D. Sigo. Cuando me acerqué a él, me besó. Yo volaba imagínate.
C. Que historia tan tierna.
B. Para, no entendí porque decía que era una historia rara?
A. Ay, sí yo tampoco.
D. Porque no sé si Rocío y Melina hicieron una apuesta con César ese día, para que el transara conmigo o fue idea de César.
B. ¿Y porque pensás eso?
D. No sé yo nunca me atreví a preguntarle a las chicas. Yo me pregunto: si él sabía que la de los papelitos era yo.
A. Papelitos, ¿qué papelitos?
D. Cuando salíamos al recreo, yo esperaba que Cesar saliera primero y le dejaba adentro de su carpeta notitas con «te quiero», «te quiero», siempre era la misma frase…cuando volvíamos del recreo y él abría la carpeta los veía.
A. ¿Y qué hacía con los papelitos?
D. Los guardaba en el bolsillo del guardapolvo.
B. ¿Pero el sabía que eras vos?
D. No sé, nunca lo supe, no sé si algún día lo sabré.
A. Seguro que el también sentía cosas por vos.
B. ¡Pero se lo hubiese dicho!, ¿No?
A. No se dio.
D. Yo prefiero tener el recuerdo que tengo y listo.
B. Nos vamos a comprar cigarrillos y venimos.

Sandra Ávila
Buenos Aires, 1980
http://almadesnuda-sandra.blogspot.com/