En el Madrid de mi juventud no era difícil escuchar, cuando alguien contaba anécdotas personales un tanto banales y que parecían alargarse en el tiempo hasta aburrir a las ovejas, no digo a los escuchantes, que otro alguien le espetara. “No nos cuentes la mili…” Y la frase parecía tener un efecto mágico, desde luego instantáneo, pues el discurso se paraba en seco y, entonces, los participantes volvían a contar otras cosas, otras anécdotas, probablemente no lejos de la banalidad que habían reprochado al discurso anterior, que parecía interminable. “No nos cuentes la mili…” es frase enorme, llena de matices: alude a un tema trillado, pues los hombres de aquellas generaciones, hasta que José María Aznar profesionalizó el ejército, hacían el servicio militar obligatorio, sufrían más o menos experiencias similares pero no había reunión en que alguno de los participantes no le diera por contar experiencias personales de su paso por el Ejército, anécdotas, las más de las veces, similares a las de los demás pero que el creía únicas porque le habían sucedido a él. Aquello solía parecerle a todo el mundo un abuso del yo y eran las novias de estos oradores las primeras en ser compadecidas pues no era fácil que el recién licenciado se olvidara completamente de su paso por el servicio militar hasta los dos o tres años aunque había recalcitrantes que llegaban a contarles a sus hijos y a sus nietos, los menos, anécdotas de cuando creían haber sido guerreros. Siempre hubo recalcitrantes.
Buena parte de la literatura que se hace hoy día bajo la apariencia de novelas suelen ser narraciones donde el autor cuenta experiencias personales, experiencias que suelen ser dolorosas, sobre sus relaciones con el alcohol o con alguna clase de droga, sobre sus relaciones con sus abuelos o padres, sobre sus relaciones con los hijos y esto suele acontecer cuando el autor ha escrito ya dos o tres novelas con personajes literarios y donde la experiencia personal está lo suficientemente transfigurada para no ser reconocible a simple vista, entrando a formar parte de esas veladuras complejas de que está hecha la obra de arte.
Una aclaración: este tipo de narraciones o novelas nada tienen que ver con el género memorialístico o el de los dietarios, sujetos a una estructura que data de siglos y donde los planteamientos, al ser más restrictivos, resultan ser más rigurosos. Ya desde las primeras líneas de Alcancía.Ida, el primer volumen de sus Diaríos, advierte Rosa Chacel: “ Publicar, en vida, los diarios íntimos es un acto de impaciencia, semejante al que se comete cuando se estrella en el suelo la hucha. Toma uno la decisión de hacerlo, sin estar seguro de lo que hay allá dentro. En realidad, teniendo una vaga idea de lo que puede y no puede haber, por esto surge la duda sobre la conveniencia o inconveniencia de ejecutarlo. Los que cuentan en su haber con grandes aventuras o hechos arriesgados, pensarán que tal vez resulten indiscretos o escandalosos; otros, en cambio, tendrán la aprensión de que el lector pueda aburrirse con un fárrago de menudencias, carentes del encanto arrebatador que provocan las vidas de acción… este segundo caso es el que se encuentra el presente volumen”
No. Por el contrario este tipo de narraciones juegan en otro terreno y poseen un enorme interés sociológico, muy por encima de lo literario, que es el planteamiento que no podía dejar de hacerse Rosa Chacel porque no concebía otro y que de haber tenido oportunidad hubiese relegado a la charla de patio de vecindad, trasunto femenino de “no me cuentes la mili”, que es ámbito exclusivamente masculino. Tengo para mí que este tipo de narración que está tan de moda hoy día y que combina, por pereza literaria, como el poeta que deja la rima porque le parece difícil y, entonces defiende a capa y espada el verso libre, la ventaja de la obra de ficción en lo que tiene de hacer del personaje-autor un personaje que remeda al de ficción pero que carece, si lo comparamos con éste, de ese referente modélico que es para el lector el personaje literario con unos hechos que suponen han sucedido en realidad pero que difieren del documento biográfico en que, al estar modelados en forma de relato de ficción, lo único que exige el lector es que sea coherente en sí misma, otorgando al lector un remedo de vida con sentido, del que la vida real parece carecer.
La cosa, además, se ve reforzada porque el que escribe suele ser autor ya conocido, la mayoría de ellos por haber escrito novelas de ficción con anterioridad y que impelidos por contar parte de su vida, recurren a este artificio y así dan sentido literario a sus propias experiencias vitales. Alguien puede argumentar que Marcel Proust en “A la busca del tiempo perdido”, que en realidad debería haber sido traducido por “A la rebusca…” en realidad es lo que hace en esta novela, presentando su propia vida en dos mil páginas, la novela más larga de la literatura occidental y todo por haber mojado una magdalena en una infusión, lo que es del todo indefendible porque el Marcel de esta novela no es Marcel Proust y desde luego no se le hubiese ocurrido llenar dos mil páginas por el hecho de probar la dichosa magdalena, hecho que entra de pleno derecho en el terreno de la ficción, Vladimir Nabokov, en los cursos que dio en la Universidad de Cornell, no se cansaba de repetir a sus alumnos que el Londres de Dickens no era el Londres real, que Madame Bovary no era Flaubert sino como metáfora lograda, y que el Dublín de Joyce era un artificio literario genial que poco o nada tenía que ver con Dublín y ello por una sola razón, que la literatura no es vida sino un artificio donde el lector suspende su escepticismo y levanta ese sagrado altar de introducirse en el mundo ficticio de otro que sabe es ficticio pero lo toma como real hasta el momento en que deja de leer.
Podría argumentarse, y con razón, que estos personajes que aparecen como los autores mismos no son los autores reales aunque pasen por serlo y que los Giralt Torrente, Sergio del Molino, Luís Landero, Molina Foix, Carlos Pardo, Manuel Vilas, etc, etc, los citados podrían ser legión, no son en realidad los autores sino personajes de ficción, lo que en puridad es cierto. ¿Por qué el Kafka de Carta al padre no es Kafka mismo y si lo va a ser Manuel Vilas?
Lo que es cierto. Pero la diferencia entre unos y otros consiste en el modo que se trata la obra de arte en la actualidad y todo lo que la rodea. Una de las características más sospechosas de la autoficción consiste en que los personajes-autores se presentan como si fuera el vecino, pretendiendo ser como cualquier lector y alejando de su persona toda ínfula que huela a elitismo, a personalidad excéntrica, rara, única. En este sentido es literatura que se quiere abocada a una sociedad igualitaria y que debe culminar en una suerte de confesión colectiva. Es el reino de la Fatria triunfando sobre el Patriarcado, el poder de los hermanos asesinando al Padre, los Olímpicos rebelándose contra los Crónidas…
Y eso es notorio en el mundo de la crítica, que ha desaparecido por consunción: ¿quién te otorga a tí el papel de juez, de Padre, que determina que es lo bueno y lo malo y que con una opinión tuya puedes destruir una naciente vocación o causar sufrimiento a aquel a quien juzgas su obra?
Sólo si creemos en el dicho latino Per aspera ad astra y en el carácter único de la obra de arte podemos resistirnos a esa “democratización” del juicio ante dicha obra de arte y ese predominio de la Hermandad frente al de la Filiación, es decir, dar importancia al juicio colectivo en disfavor de aquel en quién hemos depositado nuestra confianza en su saber y en su conducta modélica. Parecería, así, que los profesores abdican en sus clases del discurso propio promoviendo el del juicio de los alumnos antes de que estos hayan adquirido cierta madurez en los juicios que se aprenden gracias a que el profesor es tomado como modelo. A esta acción se le llama promover el sentido crítico aunque en realidad da como resultado que se cuestionen las cosas antes siquiera de aprenderlas, como le ha sucedido al inefable alcalde de Palma de Mallorca que ha cambiado los nombres de algunas calles de la ciudad que regenta, por ejemplo, las de Churruca y Gravina por ser fascistas y apelando a la memoria histórica retirando el nombre de la calle de Toledo porque este nombre, lejos de pertenecer a la de la ciudad manchega, es nombre de una batalla de la Guerra Civil, lo que es aún más terrible porque confunde el asedio al Alcázar de Toledo con el nombre de una batalla, así, la de Guadalajara, lo que es peor porque demuestra que no actuó de mala fe sino que es un ignorante. Ante el aluvión de críticas que se le ha venido encima el Jefe del Consistorio se excusó diciendo que no era muy ducho en Historia y que le habían dicho… y que le parecía que sí, que esos nombres sonaban a fascistas (?) Como reacción inmediata, nos enteramos que el alcalde de Oviedo, de signo contrario al de Palma, y esta vez creo que actuando conscientemente, quitó una calle a García Lorca, sustituyéndola por la de Calvo Sotelo; a Gloria Fuertes le ha sustituido el Comandante Vallespín; a Concepción Arenal, Celestino Mendizábal … y la calle Charles Darwin será sustituida por la de Alférez Provisional. Y no son los únicos casos, pasó con Cervera en Barcelona, confundiendo al general que luchó en Cuba con un barco siendo alcaldesa Ana Colau… y no son los únicos casos, en Madrid hubo errores de bulto cuando siendo alcaldesa Manuela Carmena se cambiaron 52 nombres de calle, algunas de ellas con un sentido del humor digno de Gila o Eugenio, así, cambiar el de la calle Doctor Vallejo-Nájera por el de Paseo de Juan Antonio Vallejo-Nájera Botas…
Estas acciones trascienden el ámbito de nuestro ancestral cainismo para sumergirnos de lleno en esa concepción de pertenencia a una Fatria que rechaza vísceralmente a otra porque es propio de las Fatrias la lucha entre ellas para quedarse con el poder arrebatado al Padre. Sucede en los Estados Unidos cuando quieren derribar estatuas de soldados de la Confederación cuando lo único que hicieron fue defender lo que ellos consideraban su Patria del enemigo y a quienes se les otorgan el sospechoso don de ser rabiosamente racistas o el de derribar la estatua de Colón por colonizador imperialista cuando era un navegante que quiso ahorrar unas cuantas millas marinas a la Corona de Castilla en su viaje a China… Y así… Y así…
Puede parecer extravagante y un poco traído por los pelos que hayamos comenzado con la autoficción y hayamos acabado con el cambio del callejero en algunos ayuntamientos españoles… ¿De verdad creen que no es un signo de los tiempos esta necesaria actividad llena de necedades algunas veces y de inocuas acciones otras pero todas creadas bajo el signo de lo ambiguo, lo no esclarecido del todo, como si quisiéramos hacer realidad aquello de “A río revuelto ganancia de pescadores”?
Acabaremos con el último ejemplo: cuando la ceremonia presidencial de John Biden fue saludado por la poeta Amanda Gorman, una escritora de 22 años, modelo, graduada en Harvard, galardonada con el título de Poetisa Nacional Juvenil, que ha rechazado que su obra fuese traducida al catalán por carecer este pueblo de poca negritud, lo que parecería una venganza protagonizada por aquel son cubano que me cantó Guillermo Cabrera Infante y que decía: “y, quién fuera blanco aunque fuera catalán”. El abrigo que llevó Amanda Gorman era de Prada porque Oprah Winfrey le aconsejó llevara una prenda así y le dijo que ella, en la investidura de Clinton había llevado un abrigo y guantes de Maya Angelou. En la ceremonia de investidura de John Fitzgerald Kennedy otro poeta, Robert Frost, considerado un clásico de la poesía, alabado por Vladimir Nabokov y Saul Bellow, recitó “The Gift Outright” y es poeta al que se le conoce por su obra y en realidad no sabemos que marca del traje llevaba ese día de la investidura aunque sí sabemos el del vestido que llevó Marilyn Monroe cuando cantó el día del cumpleaños del Presidente.