El fotógrafo y escritor Jordi Esteva nos cuenta en “El impulso nómada” (Galaxia Gutemberg, 2021) de un tiempo donde un viaje podía cambiar a una persona de una manera radical, y que abarca desde su infancia hasta El Cairo de los años ochenta. Un libro de viajes, pero también de memorias y descubrimientos.
En la Cataluña de los años cincuenta, Esteva pasa los veranos en El Figaró, en la casa de su abuela, Villa Rosa, con sus hermanas y la gente de servicio. Jordi es un chico seducido por libros, tebeos y personas que le hablan de mundos lejanos que ponen alas a su deseo de escapar de una realidad burguesa que le agobia.
Las referencias masculinas en un mundo femenino las pone el padre y un primo. El padre fue movilizado por la República y formó parte de la llamada quinta del biberón que participó en la batalla del Ebro. Luego, con la victoria de Franco, tuvo que hacer de nuevo el servicio militar en la Legión en Larache. Un padre que no guarda buen recuerdo de los “moros” a diferencia del hijo.
Padre e hijo mantienen las distancias sin llevarse mal. Digamos que las diferencias generacionales sirven de barrera. El padre no entiende a un hijo que le reprocha lo mismo, pero los sueños y ambiciones de cada generación siempre son distintos.

Jordi Esteva (i) y Xefo Guasch (d) con un encantador de serpientes en Benarés
La otra referencia familiar es su primo Jacinto Esteva, cineasta de la escuela de Barcelona y autor de películas interesantes en los años sesenta. Un personaje al que una muerte prematura impidió desarrollar una carrera que hubiese dado mucho de sí. Jacinto tiene un afán aventurero, y es la oveja negra familiar. Para Jordi su primo es otra forma de vida posible, al menos hasta que años después monta una empresa de safaris en la República Centroafricana. Jordi, animalista convencido, ve con disgusto como su primo ha tomado un camino que aborrece.
“Un día me iré y no me veréis más”, repite Jordi Esteva de niño y así ocurrirá. Antes ha pasado por el colegio de curas característico de esos días aciagos y, lo que es peor para el momento histórico, el despertar de una homosexualidad latente que le confunde, y que el padre, con buena intención, le propone curar por medio de un siquiatra como si fuese un desorden de los sentidos.
A comienzos de los años setenta los tiempos están cambiando y las nuevas generaciones buscan lo que no les ofrece la vida de los padres ni la de los hermanos mayores, muchos de los cuales pretenden cambiar la sociedad a través de impulsos revolucionarios. Los amigos de Jordi Esteva de la Barcelona contracultural huyen de todo autoritarismo, aunque sea en nombre de la revolución. Creen en las experiencias vitales a través de la música, las drogas y el viaje entendido como la llave para encontrar un sentido a la vida.
Las primeras experiencias viajeras de Jordi Esteva son en una comuna en el Atlas marroquí, luego en el festival de la isla de Wight… donde comprendemos la distancia que separa el presente del pasado reciente. Alcanzar la India y Nepal por carretera a través de Turquía e Irán es el “Gran Tour” del momento. Una experiencia iniciática que exige valor, y que se parece a la que emprendían los viajeros anglosajones y alemanes en el siglo XVIII Y XIX por el sur europeo.
Esteva, a diferencia de muchos amigos de esos años, no viaja para encontrar un sentido a la vida o un camino espiritual y que en muchos casos acaba mal o en la droga. El ya tiene una filosofía de vida: el viaje permanente.

Jordi Esteva con su gato Miko. Foto de Roger LLeixà
Una obsesión que le conduce hacia los países árabes después de sus peregrinajes asiáticos. Libia, Yemen, el mar Rojo y Sudán son distintos escenarios que frecuenta antes de recalar en El Cairo, su faro de Alejandría. Esteva siente el mismo impulso nómada que los griegos antiguos, ese buscar un lugar mítico que nos permite hallar el nuestro. Él lo encuentra en Egipto.
Encuentra trabajo y se mueve con soltura entre la sociedad egipcia. Sus afanes sexuales también hallan paz. Incluso se adentra en los lugares donde un turista jamás iría, de la mano de amigos que le enseñan las muchas caras de la ciudad.
El espejismo hecho realidad serán los oasis donde es posible perderse de veras si no se hacen demasiadas trampas con uno mismo. Sin embargo, la policía secreta interrumpe bruscamente el paraíso de Jordi Esteva y le encarcela juntos a sus amigos con la falsa acusación de formar parte de una célula terrorista de matiz trosquista. Por suerte para él, consigue ser repatriado tras pasar unos días en una cárcel de máxima seguridad.
Volverá muchos años después al país de sus sueños, invitado a la feria del libro de El Cairo. Verá a sus amigos, pero el tiempo no pasa en balde y del Egipto de los años ochenta queda poco. Lo que permanece es el viaje que transforma en otro a quien lo emprende y un libro que recuerda otra forma de moverse por el mundo. El impulso nómada.
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