Enrique Simonet. Terrazas de Tánger, 1914

Confluencias Editorial acaba de publicar un volumen que hace el decimosexto de su colección “Zocos”, en formato octavo menor, por ahora el último de los libros del historiador, escritor y ensayista Fernando Castillo, Un cierto Tánger que, aunque no sea un libro estrictamente de viajes, enlaza con su precedente Atlas personal (Editorial Renacimiento, 2019) en el que reunió distintos textos sobre distintos países y ciudades entre las que ya aparecía también Tánger en el capítulo dedicado a “Lisboa, Tánger, Trieste y otras ciudades literarias” que, como señalaba Castillo “se trata de un grupo de ciudades que ha tenido una especial relevancia a lo largo de las décadas centrales del siglo XX”.

Un cierto Tánger, dedicado por el autor a sus hijos “en recuerdo de una estancia tangerina” consta de una nota introductoria, XVIII breves capítulos diferenciados cada uno por su título,  indicativo de su contenido, y un epílogo, acompañados en las páginas centrales del volumen por nueve fotografías de la ciudad -sobre distintas realidades y aspectos- realizadas por él mismo.

La cubierta del libro, muy atractiva como imagen, está realizada a base de tintas planas a seis colores -azul ultramar, rosa, blanco, amarillos, azul turquesa y marrón- en sí mismos ya descriptivos de la geografía de la ciudad, que evocan aquellas cubiertas y carteles de tintas planas de entreguerras, a los que el diseñador ha añadido, en la composición figurativa del perfil porticado de una mezquita, varios personajes, bien orando, bien sentados, cinco frases que hacen de ella -de la cubierta- una cubierta parlante. De entre las frases impresas a manera de banderines colgantes entresaco la siguiente: “Un recorrido personal”, que alude, sin duda, al autor y al contenido del libro que el lector tiene en sus manos.

En la semblanza que le dedicó Ramón Gómez de la Serna a Paul Morand incluida en su libro Retratos contemporáneos (1941, cito por la segunda edición de 1944) al referirse al viaje y estancia del escritor francés en Nueva York del que saldría un libro de título homónimo, escribe que “hay una segunda manera de conquistar una ciudad, que es describirla”. Y es esto lo que nos ofrece Un cierto Tánger, la descripción y el subsiguiente retrato de un segmento, de una secuencia, de su más reciente historia, que en el imaginario colectivo ha quedado fijada en ese periodo, no solo, pero fundamental, del Tánger internacional.

 

Fernando Castillo

 

Pero la descripción en manos de Fernando Castillo va más allá que la mera enumeración de fechas, hechos, personas y lugares. Historiador de formación, Castillo hace suya aquella sentencia del historiador griego Tucídides -Heródoto que pasa por ser el padre de la Historia fue sobre todo un viajero y geógrafo que recopiló cosas que vio y otras que le contaron sin verlas- decía que la ciudad no eran sus muros, sino sus hombres. Un cierto Tánger nos habla sobre todo de hombres y mujeres que dieron carácter a la ciudad -o que la ciudad por su peculiaridad les acentuó su ya carácter singular- a lo largo del tiempo en el que discurre el relato que abarca este libro. Los hay de todas las profesiones y tendencias: refugiados, espías, fugitivos, escritores, periodistas, artistas.

Es interesante que nos fijemos en la metodología seguida por Castillo para la elaboración de estos libros que podríamos encuadrar en el género de los viajes, aunque como ya hemos apuntado Un cierto Tánger, siéndolo, no lo es en sentido estricto. Yo imagino a Fernando Castillo recogiendo pacientemente junto a su bien nutrida biblioteca fichas y más fichas a la antigua usanza, en aquellas cartulinas apaisadas y rayadas, donde va seleccionado frases y comentarios que son objeto de los aspectos que le interesa tratar. En cierta forma diría que Castillo observa la ciudad -en este caso Tánger- como si fuese un vedutista, a la manera del Canaletto veneciano y dieciochesco, que describe y retrata Venecia con sus más pequeños pormenores, que capta sus luces y sus sombras más acendradas y significativas, y que como aquellos pintores sabe dar al cuadro final un toque local preciso y vivo, semejante al que los vedutistas plasmaban con  esas numerosas figurillas que pueblan los escenarios arquitectónicos que representaban y que nos enseñan, si lo observamos con detenimiento, un determinado modus vivendi. Por seguir con el símil dieciochesco diría que a Fernando Castillo le cuadra admirablemente el sintagma de “curioso impertinente” que aplicó Ian Robertson a los viajeros ingleses por España en la época de Carlos III y la primera mitad del siglo XIX.

Pero claro, la mirada que ejerce Castillo sobre ese palimpsesto que es cualquier ciudad tanto si la observa de manera sincrónica o diacrónica, no es exclusivamente la del pasado histórico -que también, véase el capítulo III-, sino la de una modernidad reciente -el conflictivo periodo de entreguerras y los años subsiguientes- tiempo histórico que ha sido objeto de análisis muy profundos por Castillo en libros como Tíntín-Hergé, una vida del siglo XX (2011), Noche y Niebla en el París Ocupado. Traficantes, espías y mercado negro (2012), París-Modiano. De la Ocupación a Mayo del 68 (2015), Españoles en París. Constelación literaria durante la Ocupación (2017) o Madrid y el Arte Nuevo. Vanguardia y arquitectura, 1925-1936 (2011), de lectura imprescindible todos ellos, y que se entrelazan con este Tánger que ahora comentamos, añadiendo estratos a los estratos precedentes.

Y al hablar de estratos inmediatamente salta a la palestra el término de arqueología, una disciplina en cierta forma presente también en la mirada abarcadora de Fernando Castillo, que sin necesidad de pico y pala, nos sumerge a lo largo de la lectura de Un cierto Tánger en una cartografía extensiva de la ciudad y en una toponimia intensiva de la misma de la que hasta incluso recoge los cambios de denominación experimentados en ella según las etapas de ocupación por parte de las potencias extranjeras. Toponimia que junto con el inventario de locales y edificios o el listado de rótulos de establecimientos nos hace pensar en las mil y una historias que tuvieron lugar en ellos. Castillo narra con la precisión de los datos, pero también sugiere con la precisión del escritor creativo. Su estilo es ágil y sintético. Y pronto a facilitar el ejemplo concreto de lo que cuenta. Véase en este sentido el catálogo de edificios de los que habla en los que la modernidad arquitectónica que tanto le interesa, derivada de las corrientes funcionalistas, racionalistas o expresionistas, tomaron cuerpo en la ciudad y crearon su semblante, al que siempre nos está remitiendo a lo largo del libro. No solo con la palabra, también con las fotografías que ha tomado personalmente de los sitios visitados y que es costumbre habitual en él cuando viaja.

 

Foto de Fernando Castillo

 

Y para cada asunto tratado en cada uno de los capítulos pone a disposición del lector una bibliografía esencial de la que entresaca de manera sintética y precisa, como el corte neto de una cuchilla, la frase oportuna del tema en cuestión. Son muchos y esenciales los libros citados, de historiadores, de estudiosos de la ciudad, pero también de escritores y literatos que vivieron en ella en el periodo de entreguerras, durante la Guerra Civil española, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial o en los más cercanos años de la guerra fría. En cierta forma se podría decir que Castillo emplea en su escritura esa metodología tan fecunda del periodo Barroco del cuadro dentro del cuadro, que en este caso sería del libro dentro del libro. Y lo hace con tanta precisión que a uno le entran unas ganas irresistibles de consultar toda esa bibliografía utilizada.

Y qué decir de los dramatis personae que pueblan estas páginas. La enumeración sería enorme. Mi primera intención, así lo pensé, fue la de ofrecer una selección de nombres. Pero prefiero que el lector los descubra por sí mismos. Si los editores del libro hubieran añadido un Índice onomástico, la riqueza del volumen habría aumentado significativamente. Por sus páginas desfila una galería humana tan extensa que se hace difícil escoger unos cuantos, los hay desde figuras históricas hasta más recientes, de toda condición y pelaje. Algunos fascinantes, y que han dejado una huella imborrable de la ciudad, como, por ejemplo, y solo citaré este, el escritor Ángel Vázquez al que le dedica un capítulo y numerosísimas citaciones a lo largo del libro.

Decíamos al principio que el ateniense Tucídides consideraba que la ciudad eran sus hombres. El catálogo de personajes, tanto de hombres como mujeres, que desfilan por Un cierto Tánger es tan amplio que me recuerda al significativo Catálogo de las naves del Canto II de la Íliada de Homero, que ha dado lugar a la afición de las listas o listados de los que también habla Castillo en su libro.

 

Foto de Fernando Castillo

 

Pero no debemos confundir Un cierto Tánger con una guía de viajes o un dispositivo tipo google maps que nos permita recorrer turísticamente la realidad de esta ancestral ciudad del Mediterráneo, aunque en alguna ocasión el autor se autorretrata en ella como en ese pasaje en el que visita la capilla de Nuestra Señora de Montserrat en la iglesia, desacralizada, del Sagrado Corazón para ver la decoración de la capilla debida a la mano del pintor español Julio Ramis “entre cajas, muebles desvencijados y lámparas descolgadas, es una experiencia -nos dice Castillo- comparable a la del egiptólogo si no fuera porque el abandono es siempre más melancólico que la soledad del tiempo”. Pero Fernando Castillo sabe y él mismo lo deja escrito como colofón a este recorrido por Tánger que “el viajero avisado, el que sabe lo que fue la ciudad y el que entiende que el sino de las urbes es cambiar y que su esencia es la transformación continua, adivina y encuentra como un arqueólogo trazas e incluso restos, a veces vivos, del Tánger internacional”.

Un cierto Tánger es un libro que por derecho propio se suma a la ingente bibliografía sobre las ciudades, el objeto más complejo que ha creado el ser humano. Recordemos lo que Jorge Luis Borges escribió de Londres en su Aleph: “vi un laberinto roto (era Londres)”. Esto es lo que ha hecho Castillo con Un cierto Tánger, restituir el laberinto de un periodo fascinante de la historia de esta ciudad. Ha visto desde su aleph particular “todos los lugares del orbe [de Tánger], vistos desde todos los ángulos” como le confiesa Carlos Argentino al Borges de ficción cuando le habla del Aleph. Como los cubistas pintaban los objetos cotidianos, así narra Castillo la ciudad.

La virtud de este breve pero intenso libro es que interesará tanto al que sabe de la ciudad porque conoce su historia, la literatura, la fotografía, el cine, la arquitectura o el arte que ha generado, como al que no sabe y se acerca por primera vez a este zoco multifacético que Fernando Castillo ha retratado para nuestro deleite. “Prodesse et delectare”, “Enseñar deleitando”, la máxima horaciana, es lo que consigue Fernando Castillo una vez más con Un cierto Tánger, muy agradablemente editado por Confluencias. En donde confluyen estilo y conocimiento.  

 

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