Paulo Cosín y la Directora General del Libro María José Gálvez

 

El pasado martes 5 de abril, tuve el privilegio de presentar en sociedad, en la nueva sede de la veterana librería madrileña Antonio Machado el libro de Paulo Cosín, titulado Para qué leer y editado en el propio sello que dirige y del que desde hace unos años es propietario: Morata. Al autor me une una larga amistad, que nació en un viaje a la Feria del Libro de Guadalajara, México. Además, ambos somos miembros de la Junta directiva de la Asociación de Editores de Madrid. Finalmente, compartimos la misma pasión por el oficio de editor y nuestra común defensa de los intereses de las pequeñas editoriales.

Paulo Cosín explicó a los asistentes las razones por las que me eligió para dialogar con él en la presentación de su libro. Además de las que acabo de exponer, añadió una que para él ha sido muy importante: he sido la primera persona que compró su libro, nada más anunciarse su publicación. Desde luego, es un signo, por mi parte, de militancia y de apoyo. Pero, además de comprarlo, me lo leí, algo que no suele ser frecuente entre colegas editores, la verdad. Como tampoco es frecuente que a un editor, abrumado por las mil tareas a las que debe hacer frente a diario, le quede tiempo para acometer la empresa personal de escribir un libro.

La lista de editores que han escrito o escriben es más larga de la que ustedes en principio puedan pensar. Bien es cierto que en la mayoría de los casos, los editores escriben de lo que saben o tienen experiencia, es decir, de su oficio como editor, de la historia de sus editoriales, de su relación con sus autores. Los libros suelen ser un tanto endogámicos, y su peso específico depende de lo domado que tenga el ego su autor. Algunos, después de una larga experiencia profesional, deciden escribir un libro de memorias (empresariales más que autobiográficas), aunque no falta algún caso en el que el editor metido a escritor se atreve a volcar sus reflexiones sobre el mundo del libro –demostrando así, más allá de las veleidades de la fama y las tentaciones del autobombo, la altura intelectual y reflexiva suficiente como para ponerla al servicio de esta profesión un tanto denostada.

Así, podemos encontrar figuras relevantes de la edición internacional como Giulio Einaudi, Carlo Feltrinelli, Jason Epstein, Kurt Wolff, Michael Korda, Hubert Nyssen, André Schiffrin, Siegfried Unseld o Stanley Unwin, quienes ha escrito libros que reflexionan sobre algún aspecto de la edición, más o menos teórico, histórico o experiencial, o bien escriben unas memorias profesionales, como les digo. Aprovecho la ocasión para felicitar a Manuel Ortuño por mantener muy viva la colección Tipos móviles (editorial Trama), donde las memorias de editores (y libreros) y los libros que reflexionan sobre el mundo del libro, tienen un papel protagonista, y que son imprescindibles no sólo para formar a nuevos editores sino para fomentar el debate, tan necesario, en este sector.

 

Javier Jiménez y Paulo Cosín en la presentación de «Para qué leer»

 

Entre los editores de lengua española no puedo dejar de mencionar las memorias de Manuel Aguilar (ojalá se puedan reeditar en algún momento, aunque yo no dejo de regalar a amigos y jóvenes aspirantes a editores los dos tomitos publicados en la colección Crisol, número 36, con motivo del cincuentenario de la fundación de Aguilar, 1923-1973); los diversos libros de memorias y un tomo de artículos de Carlos Barral; aquellos que ya publicó en su exilio en México Rafael Giménez Siles (uno de los artífices de las Misiones Pedagógicas y fundador del sello Siglo XXI); los tomos de historia del libro y la edición en España de Hipólito Escolar Sobrino (fundador de Gredos); el siempre entretenido libro de José Ruiz-Castillo Basala (donde habla de la fundación de Biblioteca Nueva); ese maravillo primer tomo de las memorias de Jaime Salinas (nunca pudo terminar el segundo, pero Juan Cruz nos regaló un bello libro de conversaciones con él); aquél título premonitorio de Jordi Nadal que relacionaba los libros y la velocidad; por no hablar de aquellas deliciosas y burguesas memorias de Esther Tusquets

Es inevitable mencionar los libros del hasta hace poco director de Anagrama. Pero es de lamentar, eso sí, que nuestro querido y anhelado Jaume Vallcorba –gran artífice de las editoriales Quaderns Crema y Acantilado, y que publicó las mohicanas opiniones de Jorge Herralde–, no escribiese nunca sus propias reflexiones, memorias y opiniones (aunque nos regaló un delicioso libro sobre el amor, de los trovadores a Dante). Especial mención debo hacer a don Mario Muchnik, recientemente fallecido, que tuvo la inteligencia y el humor de compartir con nosotros, en varios libros inolvidables, muchos de sus recuerdos en sus diversas empresas editoriales, sus relaciones con autores emblemáticos y míticos, colegas editores, agencias, libreros y demás fauna de este mundillo tan poco aficionado, pese a todo, a hacer memoria.

He de hacer una mención forcoliana especial a los excelentes Diarios de Choisy de Miguel Ángel Arcas, capitán de esos maravillosos Cuadernos del Vigía.

Un caso único, si me permiten, es el de mi querido Jacobo Siruela –del que tanto aprendí en mi paso por Siruela– editor e intelectual de nivel, que además de sus excelentes prólogos a sus siempre celebradas antologías de cuentos (góticos, de vampiros, etc…), nos ha permitido adentrarnos de su mano en el mundo de los sueños y el surrealismo onírico. Finalmente, comparto con ustedes un deseo: dejo una invitación a mi queridísimo Manuel Borrás (uno de los tres mosqueteros de Pre-Textos), para que se anime a escribir sus memorias como editor.

Disculpen esta larga introducción para argumentar lo que viene a continuación. El editor Paulo Cosín, tras una larga carrera profesional que le ha permitido conocer a fondo el sector del libro, y tras su dedicación a la editorial Morata (fundada en 1920), colaborando estrechamente con la hija y la nieta de su fundador (un recuerdo entrañable para ambas, doña Flora Morata y Florentina Gómez Morata), desde hace unos años es el nuevo director y propietario de este sello centenario. En 2021, Paulo Cosín, como director de Morata, recibió el Premio Lealtad de la Feria del Libro de Madrid. Ahora, tras un exhaustivo conocimiento del fondo bibliográfico de su editorial, puntero durante décadas en materias como la psicología infantil, la psiquiatría, la sociología, las drogodependencias o la terapia familiar, aborda la publicación de su propio ensayo dedicado a un tema señero y poco frecuentado entre los editores: el fomento de la lectura.

 

Paulo Cosin firmando ejemplares de su libro «Para qué leer»

 

Desde su larga experiencia en el sector, Cosín, en los meses de la pandemia, no cayó en la tentación de escribir un libro de memorias –aunque, de alguna forma, cada línea no deje de ser reflejo de su propia biografía personal–. Su legado, como demuestra este libro, es de otro tipo, de más calado, con más implicaciones. Lo primero que hay que destacar de su ensayo, como destila el carácter vocacional de su profesión, algo que demuestra en cada página. Cosín se ha hecho editor con los años: no fue su primera elección profesional y tampoco se cayó del caballo para ver la luz; muy al contrario, como me consta, sintió la llamada… cabalgando. Este profesional del sector del libro, tras meditarlo profundamente, se vio un día en la necesidad vital de recoger y asumir como propio el tesoro intelectual y patrimonio editorial de Morata y proyectarlo hacia el futuro. Desde hace unos años, una vez asumida la responsabilidad de reflotarla –algo que ha supuesto un sacrificio personal importante– ha logrado dinamizar la editorial, modernizarla e incorporarla, desde su visión muy personal, al importante reto que suponen los nuevos frentes abiertos en el siglo XXI en el ámbito de disciplinas como la psicología y la psiquiatría, la educación y la enseñanza, la escuela y la familia…

Desde su experiencia como editor, a Cosín le surgió la necesidad vital como escritor de afrontar una seria y profunda reflexión sobre uno de los caballos de batalla de toda sociedad democrática: el fomento de la lectura. Comparto con él esta obsesión. De hecho, el primer libro que publiqué en Fórcola (editorial que fundé en solitario en 2007) no fue otro que el ensayo del escritor mexicano Juan Domingo Argüelles titulado Si quieres lee. Contra la obligación de leer y otras utopías lectoras (2018), y que presenté en la Feria del Libro de Guadalajara, con asistencia de mi amigo Paulo. Precisamente su libro, lo deja claro desde el comienzo, está dedicado a aquellos jóvenes y adolescentes para los que la lectura, pese a tantas y tantas campañas gubernamentales, no es un placer. Y aquí está la clave de este libro. Para su autor, los editores –y los políticos responsables en materia de educación y cultura– vamos errados si seguimos orientando las campañas de fomento a la lectura –y, en definitiva, las nuestras estrategias en la industria editorial–, en el principio del placer. Porque la lectura, el radical acto de leer, es algo más profundo, más esencial, más visceral que todo eso.

El acto de leer, argumenta Cosín, es un rasgo diferencial humano. Es una conquista filogenética, como especie, pero que hay que promover y enseñar en cada nueva generación, persona a persona. El descubrimiento y aprendizaje de la lectura es un proceso complejo, que convoca nuestras habilidades sensitivas, cognitivas, intelectuales y emocionales. Implica siempre a otro –supone una relación dialógica, como sostiene el personalismo–. El «otro», en primer lugar,  es esa persona que nos enseña los primeros rudimentos para lograr hacernos con la técnica, pero que despierta además en nosotros algo que ya para Aristóteles es la base de todo conocimiento: la curiosidad. El «otro», en segundo lugar, es aquel a quien contamos lo que hemos leído. Porque la lectura no debería ser un acto que nos condene a la soledad: La lectura está en la base de nuestra apertura al conocimiento, el de nosotros mismos, el de los demás, el del mundo. Nuestra capacitación lectora implica, además, la integración de dicha información, es decir, la lectura no tiene peso si no va asociada la comprensión lectora –la asignatura pendiente de todo nuestro sistema educativo–. Pone a prueba, por tanto, nuestra capacidad de gestionar la información, lograr unos conocimientos y, por qué no alcanzar la sabiduría. Cosín despliega en cada página un optimismo realista, que aspira a la excelencia, dejando en evidencia la ramplona mediocridad que impera en nuestros planes educativos. El fin de todo esto, no se engañen, no es el éxito social, basado en un materialismo deshumanizado, sino la felicidad del ser humano, como ya nos enseñaron los clásicos desde la Antigüedad, y que Cosín, de forma tan amena y sencilla, nos recuerda en las páginas de su excelente libro.

La lectura es un pilar fundamental de la enseñanza y aprendizaje de toda persona, y Cosín subraya –inspirado en la tradición aristotélico-tomista– la inevitable conexión –basada en el principio de toda acción moral– entre el deseo de leer y el deseo de existir. El objetivo de la lectura no es otro que hacer mejores personas, que en nuestros jóvenes despierte el anhelo de convertirse en adultos plenos, capaces de gestionar su propia libertad e integrarse en la sociedad dando lo mejor de sí mismos. La lectura, para Cosín, no es sólo la fórmula antidepresiva perfecta, sino el componente esencial de toda cohesión social y base de una ética racionalista. El hecho de la lectura implica una acción moral, y como toda acción moral, apunta como una flecha (como ya explicaría don Julián Marías) a una dirección, a un fin, a un ideal. De ahí que no valga leer cualquier cosa, porque importan no sólo los fines, sino también los medios. Lejos de todo maquiavelismo, Cosín reivindica una ética de la lectura donde los medios son tan importantes como los fines.

La pregunta fundamental a responder no es cómo leemos. A esta temática se han dedicado libros como los de Alberto Manguel –Una historia de la lectura– Irene Vallejo –El infinito es un junco– o María Clemente –Lectura y cultura escrita–, mencionados por Cosín en su ensayo. Tampoco es aquí relevante cuánto o qué leemos –pero son interesantes los datos que nos facilita anualmente el  «Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España», y que tanto ha consultado Cosín a la hora de abordar este ensayo–. Desde aquellos planteamientos ético-filosóficos, para el autor la clave de todo está en el fin: ¿para qué leer?

 

 

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La finalidad es la marca de fábrica de toda una tradición filosófica occidental que va de Aristóteles a santo Tomás y llega hasta Kant. La lectura, afirma Cosín, nos humaniza. Activa un proceso moral que convierte al acto de leer en la más noble de las virtudes y supone el nivel más elevado de humanidad. En definitiva, argumenta Cosín, leer nos encamina hacia la bondad, la felicidad y en última instancia, hacia la paz. Se agradece el optimismo inteligente desplegado por su autor en este fundamental libro enfocado para maestros, pedagogos, psicólogos y demás profesionales implicados en la formación y enseñanza de nuestros jóvenes, apelando a su responsabilidad en lograr ya no que lean sino que se logren aumentar los niveles de comprensión lectora. Quien lee mejor se conoce mejor. Para ello, Cosín despliega toda una serie de propuestas de actividades en el aula, pautas y guías para orientar la lectura y generar una comunidad lectora eficaz. Por mi parte, considero que este libro debería ser de lectura obligada en el sector: en mi opinión, tiene la vocación de remover conciencias entre todos los profesionales de la denominada cadena del libro: de escritores, bibliotecarios, editores y libreros. Ojalá llegue el mensaje a buen puerto.

Estamos ante un editor, que tiene mucho de director de orquesta, que reflexiona sobre la lectura, y que considera que su fomento debería ser un compromiso social de primer orden. Porque leer tiene consecuencias –y editar, más– o deberíamos ser conscientes de que las tiene. No vale leer cualquier cosa, como no vale editar cualquier libro. El valor social de la lectura que reivindica Paulo Cosín supone elevar el nivel del debate y echarle un órdago a todas las políticas educativas «perpetradas» en nuestro país desde hace cuarenta años. Supone centrar la atención en lo importante, en lo esencial. «¿Para qué leer?», se pregunta Cosín. Y responde, de forma tan iluminadora: «para comprender el mundo y a nosotros mismos»; «para madurar en sociedad de forma más abierta y tolerante»; en definitiva, «para ser felices».

Cosín logra en este singular libro reivindicar el valor de nuestra condición de lectores, más allá del principio del placer (en el que se vertebra, con cadencia de vértigo peligroso, una sociedad narcisista, imbécil y superficial como la nuestra), para resituarla en el principio de realidad, reclamando el valor social de la lectura. Pues la lectura, el acto de leer, no tiene un valor en sí mismo (quedaría reducida a un simple acto onanista) sino que adquiere su valor profundo al convertirse en un trasmisor del valor social de querer existir cada persona con otros, en plenitud y libertad responsable.

La única manera de fomentar la lectura en el aula es creando comunidades lectoras. Toda campaña de fomento a la lectura que siga basándose en el placer, en la inercia del entretenimiento, está condenada al fracaso. Porque leyendo, subraya Cosin, nos jugamos mucho, nos jugamos nuestra propia condición humana. La lectura entendida como un acto intencional, que despliega un universo ético y moral, y que deviene virtud por su ejercicio, aporta un elemento de debate muy interesante y renovador, en este desolador panorama que preside el fracaso continuado de las presuntas «reformas» educativas y que, una y otra vez, tropiezan en la misma piedra de la agitación, la propaganda y el servicio a estas ideologías políticas que sojuzgan la capacidad crítica de nuestros jóvenes y, en definitiva, merman su libertad de pensamiento.

Un soplo de aire fresco el que nos trae este libro, que nos interpela intelectualmente y emociona a la vez, escrito desde la pasión por el mundo del libro y la lectura, reflexionado desde un corazón sensible y una inteligencia privilegiada, publicado por un editor de raza que ante la negrura de la pandemia decidió levantarse, salir sin miedo de la caverna e invitarnos a seguirle para descubrir la luz y afrontar la ilusionante misión de ser lo mejor de nosotros mismos; en definitiva, ser felices… leyendo.

 

 

(Todas las fotos del artículo fueron hechas por Maica River)

 

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