El autor de este libro sobre Bangkok, Lawrence Osborne, asegura que un  libro de viajes sobre un lugar conocido también puede ser una mirada al espejo retrovisor de nuestras vidas. De cuando estuvimos allí, aunque sólo sea para preguntarnos si el escenario de una parte de nuestro pasado ha cambiado o sigue siendo fiel a nuestra memoria. Estoy de acuerdo. Las ciudades, al igual que los humanos que las habitan, tienen una historia cambiante que las marca y transforma. ¿Qué tiene que ver el París de hoy día con el de los años setenta del siglo pasado? La arquitectura que no se ha podido derribar o recontruir, los monumentos  y museos.

Al leerlo, comprobamos que el espíritu de esta ciudad (la marca como se  dice  hoy día), pese a su gigantismo desproporcionado y un caos natural sigue siendo fiel  a sí misma. Advertimos que con el paso de los años ha ganado en riqueza y a los innumerables pobres y los pocos ultramillonarios se ha añadido una clase media que ha potenciado el desarrollo de  los servicios. La  sanidad tailandesa es una de los mejores del mundo. Y la enseñanza nada tiene que envidiar a  la de otros continentes.

El decorado de la ciudad sigue siendo el mismo de siempre: rascacielos y masas hormigueantes de gente en las calles, puestos de comida, mercadillo tradicionales y  centros comerciales ultramodernos  e igual de horripilantes, los hoteles… y una oferta de ocio y sexo sin parangón. Osborne, experiodista inglés y residente saltuario en la ciudad asiática, nos cuenta la vida de una ciudad desde distintos ángulos como un gigantesco caleidoscopio. Él forma parte de los exiliados occidentales que  viven allí, y que en su mayor parte son hombres mayores que buscan un clima  más amable y huir de la soledad de Londres, Frankfurt o Sidney pongo por caso. Pero también abundan hombres y mujeres jóvenes que escapan del tedio físico de sus ciudades de origen y encuentran allí una pizca de entusiasmo mayor.

Lawrence Osborne

Atrapados por la lógica del sexo binario y la tecnificación de los cuerpos hemos desterrado el arte de la seducción y la ambigüedad, en definitiva, la diversión. En Bangkok aún es posible creerse que uno ha seducido al otro/otra (o los dos en uno) y olvidarse por un instante de las prisas y la tarjeta de pago. Por eso, como observa Osborne, en los clubs nocturnos, en las discotecas, en las calles sin salida que visitan los habitantes locales, turistas e hipsters, no se ven esas caras dolientes por  satisfacer sus deseos. Es todo más sencillo y  espontáneo.

Pero el espíritu de esta ciudad en constante movimiento, no es el sexo. Es su empeño en reinventarse cada día y olvidar el pasado inmediato. Las masas hormigueantes que se  mueven por las autovías, canales y calles de Bangkok son la avanzadilla de un mundo que ya está aquí, donde el pasado se desconoce y la urbe se inventa cada día para enseñarnos que la mutación es algo inherente a nuestra condición moderna. Sin embargo, entre nosotros produce sufrimiento y angustia. Allí se lleva con indiferencia y la sonrisa en la  boca. A lo mejor porque quienes creen que toca reencarnarse en lo que desconocemos cuando morimos están mejor enseñados para transformarse día a día y comprender que es  mejor dejarse llevar por la corriente sin demasiadas estridencias.

Siempre que abrimos la puerta de un sitio desconocido tenemos  la  impresión de que vamos a encontrarnos con algo distinto. Es una fantasía que llevamos en nuestro genes, o una esperanza que nos permite vivir mejor. Luego comprobamos que no es así o tal vez sí. Osborne,  como los que residen o residimos alguna vez en esa ciudad, buscamos  la puerta de entrada a Bangkok, la urbe mágica a la que se peregrina una y otra vez. Comprendemos la  ventaja  del budismo que no considera el amor un derecho de nacimiento. Por eso los habitantes locales de la gran ciudad sustituyen unas puertas por otras, y nosotros entranos y salimos coleccionando impresiones distintas. Todavía seguimos sin entender que la vida es energía y no deseo. Como tampoco sabemos caminar entre las multitudes sin rozarse como hacen los habitantes de Bangkok.

 

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