Yo no sé si soy anglófila, germanófila, afrancesada o medio persa, pero estoy más que contenta con un libro que ha caído en mis manos, un libro que hay que soportar con las dos manos, pues tiene más de mil páginas y de primera impresión asusta. El especial título del libro me sorprendió y animó. Pompa y circunstancia es la famosísima marcha de Edward Elgarque conocía por mi padre que desde niñas, entre “hoyo y hoyo”, tuvo la generosidad de introducirnos pronto en la escucha de música formal. Este inglés no es santo de mi devoción, pero este tema ha sido un éxito histórico que hemos oído miles de veces, que es una suerte de himno muy conocido.
El libro que os comento es un diccionario cultural que permite hacer un repaso a un montón de aspectos de la cultura inglesa que desde jovencita tanto me atrajo, que tanto influyó en mi generación tras olvidarnos de la primera influencia de los franceses. De adolescentes habíamos simpatizado con Moustaki y Françoise Hardy, más tarde con el muermo existencialista de Simone de Beauvoir y su Diario de una joven formal, que leímos todas, y fueron obligatorios los clásicos y malditos Baudelaire y Rimbaud. Desde niñas hablábamos francés y lo gabacho, por más manía (y envidia) que se le tuviera, era lo más cercano. Silvie Vartan, Brigitte Bardot, Saint Trôpez y las preciosas consignas del 68 tenían el chicdel que nosotros en España estábamos tan lejos. Lo francés era encantador.
Pero lo inglés, el swinging London, era infinitamente más divertido y todos los asuntos del Pop tenían mucho más color. Las minifaldas, los pubs, David Bowie, Roxy Music, Los Vengadores, los Minis Morris, los Jaguard, los Aston Martin paseando por la campiña, tenían una alegre gracia que ni la Italia de la Dolce Vita ni el París parisino o el Ámsterdam estupefaciente ofrecían. Gustándome Francia mucho, me siento más anglófila, más anglómana -que no sé si está bien dicho-, así que este libro no puede interesarme más, pues el recorrido que hace de todo lo británico es realmente fantástico. Poniéndome romanticona diría que me está resultando un delicioso paseo por las verdes campiñas y divertidas tardes de pub. Casi casi que me voy a poner un extravagante sombrero al retomar sus páginas, tomarme una ginebrita y poner una alfombra en el baño.
Santander, mi ciudad, siempre recibió ingleses en barcos que llegaban con regularidad a nuestro puerto, pero lo cierto es que era un turismo de paso que bajaba al sur del sol, que nuestro clima se asemejaba perversamente al suyo. Yo, como muchas chicas de mi generación hacíamos el camino inverso, muchas para trabajar de nannys, de camareras, de lo que fuese. Yo no tenía esa necesidad, pero no habiendo cumplido 20 años me paseaba por Portobello vendiendo los sábados unas estupendas spanishomelettes con cuya venta me pagaba mi apartamento en Brixton en plena explosión del reggae, siendo Brixton un barrio jamaicano. (Es obvio que lo jamaicano no es muy british, pero es donde viví un par de años. Luego, sí, mucho Londres, mucha Gran Bretaña y parte del Imperio Británico.) Londres en los setenta y ochenta era una ciudad fantástica, siempre lo ha sido y siempre lo será. Y también hay que decir sin complejos que casi todo lo británico es excepcional y si lo califico así es porque buena parte de su idiosincrasia se basa en la excepción, en lo raritos que parecen en muchas cosas, que parecen y lo son.
Superior es este libro de Ignacio Peyró, editado por Fórcola, buena editorial del que he leído algún libro “francés”, sobre el París de la Colaboración y la Resistencia, y que en este tomazo nos ofrece un amplio panorama de todo lo inglés, de lo que les caracteriza, de sus formas y maneras, de sus costumbres y símbolos, y de más y más. Un libro a modo de diccionario, con miles de entradas que Peyró con conocimiento, amenidad y con muy buena literatura, va comentando casi como si estuvieras charlando con él, como si el autor, con la magnífica sonrisa que luce en las solapas del libro, te lo estuviera contando en un club al que permitieran el acceso femenino, o, sencillamente, sentados en un pubamable y poco ruidoso.
Esto lo remarco, lo ameno de los comentarios, algo que es mucho en un asunto tan ambicioso como el de tratar una ámbito cultural tan amplio como es todo lo inglés en el que parece no haberse olvidado de nada; no hay que asustarse por tanto del tamaño del libro. Quien quiera tener una información completa y entretenidísima de la cultura y costumbres inglesas, que lo tenga en la mesilla, tiene lectura para largo y un variadísimo interés. Podrá leer sobre Ascot o Balmoral, sobre buses rojos, cabinas rojas, sobre beefeathers y liverpooles, Enriques octavos, eduardianos, victorianos, sobre Shakespeare, Dickens, Virginias Wolfes y Mitfords, McCartney y Jaggers, sobre Twiggy, Mary Quant, Manchester United y la BBC; Churchill y la Thatcher, cervezas, ginebras, whiskies, coches, mecánicos, piratas, Royal Geographical Society, indias, américas, jengibres y roastbeef… Un libro excepcional que precisamente tiene uno de sus encantos en la extensión del mismo. Un librazo. No sigo. Ahora me voy a poner una pamelita cursilísima que acabo de ver colgada en el cuarto que mi madre me tiene conservado en su casa, me prepararé un gintoncito tan de moda ahora y tan propio a la lectura de este libro, una ginebrita que “golpearé” con angostura a la salud del autor. Empezaré con Jack el destripador.