Ana Teresa Ortega Aznar. Cartografías silenciadas
Una novela con un vocabulario rico, expresivo y en parte desconocido para los habitantes de las grandes ciudades. Un pueblo del sur de España. La tierra, lo rural, un espacio geográfico medio abandonado. Una mujer de cincuenta y un años que ha llegado desde el Londres posthatcheriano hasta la aldea de sus orígenes familiares. Vive sola con sus perros y la ayuda del vino. El vecindario la considera medio loca.
Ángela/Angie es la narradora de esta historia en primera persona escrita por Olga Merino y una mujer que defiende su libertad hecha de pocas cosas. Vive en la casa familiar y se siente cercada, no por el viento, como ella misma dice sino por una amenaza real. Pero también huye de su historia de amor con un pintor londinense para reencontrarse con unos orígenes familiares que no son los que le han contado.
Su familia ha estado siempre ligada, en lo lado de los perdedores, a la de los terratenientes de la finca grande que han ido recortando a lo largo del tiempo el espacio de los suyos, y que al final emigraron a Barcelona.
El suicidio del dueño de la finca grande que se añade a otros anteriores desencadena la acción. Las mellizas herederas desean reconvertir los terrenos, incluidos los suyos, en algo más rentable y fructífero que lo agrícola.
La narración pivota con maestría entre la memoria londinense y lo que ocurre en el pueblo. Un pasado y presente que a veces escapa al pasado remoto y que despliega fantasmas al modo de Rulfo en Pedro Páramo, libro que lee Angie.
En su discurso ensimismado pero atento a lo que le rodea en el pueblo, y el recuerdo del pintor londinense con el que empezó de modelo sin llegar a la categoría de musa, se desarrolla esta historia con unos personajes bien perfilados que representan la esencia de muchos pueblos hodiernos.

Olga Merino
Gente de edad, migrantes venidos desde tierras lejanas, como Ibrahima el africano y Vitali el ucraniano, mitad siervos mitad dueños de no se sabe bien qué, el capataz de la finca y su historia secreta con el dueño, una liaison imposible, el cura del pueblo y la ambigüedad de una vocación confundida con la de una oenegé, el viejo Rondales, Emeteria y su secretos, los padres y los perros…
Pluto y la Capitana, unos protagonistas más de una historia que corre hacia su desenlace entre medias verdades y pequeñas violencias hasta la catarsis final de Angie que resiste en su casa para comprobar cual es el precio de la libertad personal. Una mujer no alocada pese a que habla con los muertos. Una mujer que busca una salida en el cruce de caminos que conduce a Las Breñas, la finca grande principio y final de todo.
“Ellos no lo saben pero aquí estoy bien, con el huerto y los perros, las trocas y mie piernas. La cancela está siempre abierta. No les tengo miedo. Chismorrean. Saben que escondo una escopeta en la cámara del grano, una vieja Sarasqueta del calibre doce. Creen que estoy loca porque frecuento el cementerio, hablo en voz alta frente a la tumba de mi madre, bebo, me río sola y apenas tengo trato con nadie. Tampoco me corto el pelo desde que murió mi vieja. Que estoy mal de la cabeza, dicen. Si acaso estoy loca de puro cuerda. Yo conozco mi sombre y mi verdad”, se lee al comienzo de esta novela.
Al lector solo le queda abrir la cancela y seguir la lectura para entrar en el mundo de Ángela, un viaje a un territorio próximo y, sin embargo, distante con un personaje inolvidable.
Olga Merino (Barcelona, España, 1965) estudió Ciencias de la Información e hizo un máster en Historia y Literatura Latinoamericanas en el Reino Unido. Durante los noventa trabajó cinco años en Moscú como corresponsal para El Periódico de Catalunya, y vivió la transición del régimen soviético a la economía de mercado. De aquella experiencia surgió su primera novela, Cenizas rojas, que tuvo un gran éxito entre la crítica. Cinco años más tarde, en Espuelas de papel, volvió a demostrar su interés por retratar las transformaciones sociales y el pasado reciente, línea que ha seguido cultivando en sus obras más recientes como Perros que ladran en el sótano. En el año 2006 obtuvo el Premio Vargas Llosa NH por Las normas son las normas, una narración sobre las víctimas de la Guerra de Crimea. Actualmente sigue trabajando para El Periódico y es profesora en la Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès. (Información facilitada por la representación del autor)