Escena de El proceso de Kafka en el Odeón de París dirigida por Krystian Lupa

 

Bien se explica en la contraportada que en este libro “se describe cómo el separatismo catalán ha constituido un lobby político, académico y mediático en el extranjero, cómo ese grupo ha moldeado a la opinión pública e impactado las coberturas periodísticas internacionales”.

Lo primero que hay que indicar es que, en esa batalla de opinión, el autor del libro no es neutral –ya desde el lenguaje, de lo que depende todo- ni pretende serlo. Comenzando por la dedicatoria –“A la resistencia”, tras haber mencionado, con toda nobleza, “a mi padre, in memoriam”- y terminando por la segunda parte de la contraportada: “(…) a lo largo de la obra se desautorizan, uno a uno, muchos de los argumentos y las verdades universales del separatismo”. Y el redactor de esta breve reseña comienza confesando que él está en el mismo bando, en el de los buenos. Tiene claro sobre todo que los otros son los malos.

Pero que el libro no resulte neutral no significa, antes al contrario, que no obedezca a un trabajo riguroso. Lo es, muchas veces hasta el límite de lo exhaustivo. El foco se pone, por supuesto, en lo que los gitanos llaman er mardito parné, con datos al céntimo: los que resultan del Informe del Tribunal de Cuentas, aprobado el 28 de marzo de 2019, relativo al destino dado a los recursos asignados a la ejecución de las Políticas de Acción Exterior de la Comunidad Autónoma de Cataluña correspondiente a los ejercicios 2011-2017, de donde, según la nota a pie de página número 2 del propio libro, e invocando como fuente a ABC, “la cantidad empleada en ese concepto -421 millones de Euros- es mayor que el presupuesto de cultura (313) o el copago farmacéutico (poco más de 400) y casi el doble que lo dedicado a I + D (261)”.

Las comparaciones resultan aún más ilustrativas que la ingente cifra de 421 millones, considerada aisladamente. Entre otras cosas, porque, como el autor demuestra con muchos ejemplos, en la Cataluña actual no existe la diferencia entre dinero público y privado, por la poderosa razón de que, en el fondo, lo que se ha terminado difuminando es la propia raya que separa lo público y lo privado. Para decirlo con las palabras de Jordi Pujol hace muchos años, todo consiste en “fer país”: empresas, colegios profesionales, centros educativos, periódicos, asociaciones de vecinos, grupos religiosos o lo que sea, tendrán cada uno, debe suponerse, sus cometidos propios –vender productos y ganar dinero las empresas, ordenar los gremios los colegios, y así todos-, pero por encima de eso se encuentra, al modo de una causa mayor, que consiste en contribuir a acelerar lo que está escrito en el destino, la libertad. La consecuencia es obvia: discriminar por el origen público o privado el dinero puesto en esos menesteres resulta tan difícil como hacer lo propio con las cantidades que entraban y salían de la Presidencia de la Generalitat en la época de Jordi Pujol. Un trasiego en el que trazar la raya resultaba ontológicamente imposible. Y es que en Cataluña está todo junto, no sólo el trono y el altar, sino también las armas y las letras, al modo, tal vez, de lo que hoy sólo sucede en los regímenes patrimoniales y teocráticos de base petrolera de la península arábiga.

Eso, en cuanto al Informe del Tribunal de Cuentas, la delimitación de cuyo ámbito material de fiscalización –sólo el dinero público, o sea, presupuestado y fiscalizado como tal- debió resultar compleja, en efecto.

Pero el autor del libro se ha molestado en dedicar atención a otras muchas fuentes, empezando por las entrevistas personales con muchos de los propios actores, las personas que, en los destinos más varios –no sólo en puestos políticos de la Generalitat y sus organismos tentaculares o entidades subvencionadas, sino también y sobre todo en organizaciones internacionales y Universidades de fuera de España-, componen ese ejército disciplinado al que, de tanto rodaje que ha alcanzado, ya no hace falta ni tan siquiera impartirle instrucciones: llevan la instrucción dentro de sí mismos, de suerte que se anticipan a los designios de arriba y lo hacen con un encomiable celo. Sin desfallecer un minuto, prietas las filas, impasible el ademán, febril la mirada. Revolución o muerte, que se dice en Cuba.

 

Juan Pablo Cardenal

 

El libro cuenta con un verdadero who is who en el que se identifica uno por uno a los componentes del grupo. El lector se preguntará si esa gente nace o se hace, porque la verdad es que son ejemplos de lo más heavy, diríase casi marcianos.

En el libro, por supuesto, no falta una crítica amarga a los Gobiernos de España desde tiempo inmemorial y sin discriminación de credos, que han dejado literalmente tirada a la porción de la sociedad catalana –aún hoy mayoritaria, aunque cada vez con mayor precariedad- que no comulga con ruedas de molino. Los Capítulos 3, “Moncloa se bate en retirada”, y 4, “Desidia diplomática”, ponen el reflector, como es obvio, en el período 2012-2017 (el Procés como tal), pero en el Epílogo –llamado “El golpe continúa”- se ponen los puntos sobre las íes”: “el intento de secesión no fue algo que aconteciera como un hecho aislado fruto de una tormenta perfecta. Ésta, en todo caso, provocó el chispazo que desencadenó el procés, pero éste llevaba incubándose cuatro décadas delante de nuestras propias narices, las del Estado y la de todos los españoles. Y, en este sentido, si bien podemos culpar a ese nacionalismo que derivó en separatismo de todo lo que queramos, porque no deja de ser un movimiento de tintes totalitarios que quiere homogenizar a una sociedad plural, los principales responsables del lío hay que buscarlos sobre todo en el constitucionalismo. Fueron las distintas instituciones del Estado las que tenían la obligación de haber enfrentado el problema y de haber puesto pies en pared”: página 345.

Tenemos, en suma, un batalla desigual, supuesto que los catalanes que no son independentistas se encuentran indefensos porque su valedor –en teoría, el más poderoso de todos los actores, el Estado, que dispone de la Agencia Tributaria y el Ministerio Fiscal, nada menos: lo más importante cuando se trata de flujos de caja- no es parte en la lucha y, todo lo más, usa tirachinas. Enfrente tiene a una verdadera milicia, como calificó San Bernardo de Claravel a los templarios. Y, según relata este libro con todo detalle –hay un Capítulo para la ONU y otro para las organizaciones internacionales con sede en Ginebra, por poner sólo dos referencias-, una milicia desplegada por el mundo, al modo de lo que en su día fueron los almogávares  –palabra de origen sarraceno, por cierto- al servicio (mercenario, como es notorio) de la Corona de Aragón y que, entre otras gestas, resultaron determinantes en la pascua de 1281. Y eso sin contar la brillantez de la Gran Compañía Almogávar, en territorios de Bizancio, en el siglo XIV y al grito de “Desperta Ferro”.

Lo sucedido lo conocemos: con el Imperio había avenencia, pero luego las cosas se torcieron  –altibajos sufren hasta las parejas más estables- y en un rifirrafe en la actual Turquía Roger de Flor acabó asesinado. De lo que vino después –“la venganza catalana”- todos se hicieron lenguas de lo que fue una auténtica escabechina: no quedó títere con cabeza. Las escenas debieron ser espeluznantes: como para que luego vayan diciendo que son gente pacífica. Suerte  para los que no estábamos allí.

Puestos a buscar un parangón en la historia del mediterráneo –una historia en la que hay de todo, de lo pacífico a lo más sanguinario-, puede encontrarse incluso quizá mejor en los almorávides, los monjes-soldados de religión radicalizada que provenientes del Sahara, se adueñaron de lo que hoy es el norte de Marruecos y, a finales del siglo XI, cruzaron el estrecho para hacerse con el control de buena parte de Al Andalus durante sesenta o setenta años.

El libro de Juan Pablo Cardenal es fruto, sin duda, de un trabajo concienzudo y además se encuentra escrito, injusto sería no resaltarlo, en un castellano perfecto, impensable en teoría en alguien proveniente de una tierra cuya “lengua propia” es otra.

Se lee con pena y aun con espanto –por aquellos que estamos en el otro lado, por supuesto: los independentistas por el contrario, se apuntarán una medalla al ver que el enemigo les reconoce su potencial- pero con aprovechamiento. Y por supuesto, acaba dejando un regusto muy amargo, porque se confirma uno de los que eran los peores indicios: estamos en una batalla encarnizada y los dos Ejércitos son desiguales. Mejor dicho, sólo queda uno. En 2017 no se terminó de llegar al final del combate, pero, tal y como están las cosas, todo apunta a que en el próximo arreón…