El año que viene se cumple el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós, quizá el mejor novelista español desde Cervantes (María Zambrano así lo quiso, al igual que Salvador de Madariaga) y desde luego nuestro representante más alto en el siglo XIX, el siglo de la novela, tan ligada al periodismo y al surgir de la burguesía, y que dio nombres como Balzac, Dickens, que tanto influyó en Galdós, Stendhal, Flaubert, Dostoievski, Tolstoi, Eça de Queiroz, Theodor Fontane, Alessandro Manzoni…
En el raquítico panorama literario español la llegada de Galdós fue un terremoto semejante al de la irrupción del ideario burgués y liberal en un país como el nuestro que arrastraba una crisis económica endémica, con una aristocracia en decadencia, una clase media casi inexistente y una enorme población rural abocada a las hambrunas periódicas, al que hay que añadir una milicia descontenta y una clase gobernante un tanto ciega y aferrada a unos valores que estaba haciendo agua desde hace tiempo en Europa. Si a esto añadimos la poderosa influencia de la Iglesia, una iglesia ultramontana y proclive a la violencia quizá por mor de su implicación en la Reconquista, la cosa no daba para más, por demasiado dibujada. Y ese terremoto, en puridad, se limitó nada menos que a hacer realidad el dicho de Stendhal, de que la novela tenía que ser un espejo tendido a lo largo de un camino, lo que en los tiempos de Galdós, donde el naturalismo era la carta cabal de la novela en Europa, significaba atender a la nueva clase social que estaba surgiendo con fuerza, responsable en cierta manera del hálito oculto en la revuelta de La Gloriosa, un proletariado que ocupaba los arrabales de las grandes ciudades y que fueron motivo de estudio casi entomológico por autores como Zola.
En esto Galdós representó en España la ruptura con la tradición romántica, incluso la liberal y en cierta manera fue el enlace con la narrativa que se hizo en nuestro Barroco, desde luego Cervantes, y que había hecho aguas a lo largo de todo el siglo XVIII, en estrecha concordancia con la literatura francesa, y que salvo excepciones en nuestra aportación romántica a la cosa, languidecía en una retórica hueca y tendente a mirar hacia otro lado en el tremendo panorama político español, lleno de espadones, revueltas abortadas en sangre, exilio, dolor y lagrimas, amén de tres guerras civiles.
El centenario de Galdós, de seguro, servirá para aumentar una bibliografía que salvo raras excepciones, desde María Zambrano y Carmen Bravo Villasante a Ricardo Gullón, no cuenta con estudios especialmente brillantes, por no decir exhaustivos. Es probable que tamaña carencia tenga varias causas, desde luego el descrédito al que sometieron su obra varios componentes de la llamada Generación del 98, acordémonos de aquel “don Benito el garbancero” que pronuncia Dorio de Gádex en Luces de Bohemia. Desde luego la modernización obligada de España y que dio lugar a la llamada Edad de Plata de la cultura, con planteamientos mucho más modernos que el naturalismo galdosiano y, por supuesto, y esto tiene que ver con nuestra historia más reciente, la censura sorda, nunca claramente revelada, a la que le sometió el franquismo, congelándole como egregio representante de una España liberal obsoleta, anticuada, momificada.

Benito Pérez Galdós
El profesor Francisco Cánovas Sánchez, nacido en Orihuela, es historiador vinculado al magisterio de José María Jover. Novelista, asimismo, es autor de narraciones como La Reina del triste destino, sobre el reinado de Isabel II y estudios históricos como La época de los primeros Borbones, El partido Moderado, El Moderantismo y la Constitución española de 1945, y, desde luego, una Historia de Orihuela. Proclive a la novela histórica, este historiador de la cultura, que además estudió con prolijidad los avatares de nuestro siglo XIX, tenía por fuerza que darnos esta biografía de Galdós, nada menos que el autor de Los Episodios Nacionales y, por tanto, el creador de nuestra novela histórica.
Galdós. Vida, obra y compromiso, que publica Alianza Editorial, se enmarca dentro de los actos del centenario galdosiano que se cumplirá en el 2020. Hay que decir que el libro, abundante en describir los avatares históricos, más que una biografía al uso del escritor, nada que ver con esas referencias a que nos tienen acostumbrados los biógrafos anglosajones, enmarca a Galdós en los sucesos históricos que tuvieron lugar en vida del escritor y que éste reflejó en sus novelas. Y poco más.
De ahí que para los críticos de la cultura en el libro se echen de menos, de hecho así es, los obligados análisis de las distintas obras galdosianas, incidiendo sólo en las correspondencias de esas obras con el momento histórico a que se refieren. En este sentido el libro del profesor Cánovas es necesario porque lo cierto es que esas correspondencias entre obra galdosiana y los avatares históricos de su tiempo han sido poco estudiadas en esta especial conformación. Digo, en este sentido el libro es necesario, lo que no significa que sea acertado en todo.
Algunas especulaciones entre la personalidad de Galdós y el carácter que imprime a ciertos personajes de sus novelas, como el Luisito Cadalso de Miau, a quien relaciona con el Galdós niño, y es este sólo un ejemplo de decenas de ellos, sugiere cierta incomprensión de los caminos en que se mueve la creación literaria. Y tanto es así que en ciertos momentos de la lectura del libro me recordó al por otro magnífico libro de Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte, libro que peca de un excesivo mecanicismo entre causa y efecto entre las correspondencias artísticas y tiempo histórico. Pero Hauser no engaña a nadie y el título mismo del libro así lo da a entender. Algo que en cierta manera ocurre también con el libro del profesor Cánovas, donde todo desemboca en la vigencia actual de los planteamientos políticos y sociales que Galdós refleja en sus novelas. Galdós como ejemplo a tener en cuenta para dilucidar nuestros actuales problemas sociales y políticos.