Vista actual del parque del palacio familiar de los Sobański en Guzów, Polonia
Según el paso del tiempo nos distancia de los grandes acontecimientos del siglo pasado, entendemos mejor la complejidad de una época histórica que, en el caso de esta investigación biográfica de Anna Augustyniak, “En busca del conde Sobański” (Fórcola, 2021), se centra en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales.
El conde polaco Antoni Sobański (1898-1941) representa una figura intelectual que tuvo réplicas en la mayoría de países europeos (España incluida). Como escribe Mercedes Monmany en su excelente prólogo de esta quest, “Sobanski sería uno de los símbolos más elocuentes de lo que podríamos llamar una `generación perdida europea’. Una generación, o varias, cada una a su manera, caídas y desaparecidas prematuramente a lo largo del siglo XX entre catástrofes, guerras mundiales o civiles, persecuciones y avatares persistentes y desgraciados”, entre las que menciona a nuestra Generación del 27. En definitiva, intelectuales que no aceptaron el totalitarismo de uno y otro signo ni la polarización que trajo consigo la crisis económica, mientras las democracias liberales parecían incapaces de resolver los problemas de la población.
Si la situación política, social y económica era complicada, el cruce entre la modernidad rampante de las vanguardias de comienzos de siglo y el desarrollo tecnológico trajo decorados distintos, neurosis variadas y nuevas formas de vida. La capital polaca no fue ajeno a ello, y tuvo en la época de entreguerras una rica vida cultural y artística que también se reflejó en los espejos de los locales nocturnos donde menudeaban las tertulias y las músicas importadas desde el otro lado del océano.
En su ir y venir alrededor de la figura del conde Sobański, Tonio para los amigos, la autora de esta quest, traducida por Amelia Serraller, despliega con habilidad los datos que se pueden conocer hoy día de este hijo de una acaudalada familia de la aristocracia polaca, y cuyos orígenes se encuentran en lo que hoy día es la parte occidental de Ucrania y se conocía como Galitzia.
Por su cuna, Sobański tenía los papeles en regla para convertirse en un exponente mas de la tradición polaca cuyos dos pilares básicos son el nacionalismo y el catolicismo, las dos creencias que eran también una forma de resistencia frente a los ocupantes, ya fuesen rusos, austrohúngaros o alemanes. Sin embargo, quien parecía dispuesto a seguir las normas familiares (participó en la guerra polaco-soviética de 1920) emprendió otros caminos.

Antoni Sobański
Tonio se descubrió pronto como hombre de letras, viajero impenitente y cronista apasionado. Aficiones que le llevarán a colaborar en distintos medios periodísticos y escribir multitud de crónicas y reportajes de sus experiencias. De todas ellas, sólo serán recogidas en un libro las que le vieron como testigo privilegiado de los primeros tiempos de la Alemania nazi, publicado en 1936 con el título de Un ciudadano en Berlín. Sobański mantiene sus simpatías por personas concretas pero condena el régimen nazi, lo que le valdrá ataques de tibieza por el lado izquierdo y por defender a los judíos por el lado de los antisemitas polacos. No será la primera vez que Tonio es atacado por su filosemitismo en su país donde campeaba un antijudaísmo ferviente, al igual que en muchos otros países del este de Europa.
Este hombre que uno de los tres grandes de la literatura polaca del siglo anterior, Witold Gombrowicz, definió como “excepcionalmente inteligente, europeo, de gran cultura y excelentes modales, con una personalidad que llamaba poderosamente la atención” tenía claras sus ideas. Él se consideraba un liberal a la “antigua usanza”, además de ser un anglófilo empedernido, un homosexual prudente y un hombre de no acción. Es decir, alguien que fuera de los ambientes intelectuales en los que reinaba por su glamour y simpatía, estaba fuera de juego en un país gobernado por la dictadura del mariscal Josef Pilsudski.
Si la homosexualidad no era un problema, al estar reducida a un ambiente íntimo y tolerante, el liberalismo era un traje demasiado viejo para los nuevos tiempos. En cuanto a la anglofilia, Inglaterra era el modelo del Estado ideal para Sobański pero no desde luego para sus compatriotas que ven en ello la ensoñación de un gentleman nacido lejos de Londres. En los años treinta se impone el culto a la acción de fascistas y comunistas que él no comparte.
Pero también se encuentra la vida social, la nocturna, las fiestas, las tertulias, los viajes y su perra Lola. Y los amigos porque Tonio es un ferviente partidario de la amistad. En el mundo intelectual la gente del grupo Skamander como Jaroslaw Iwaszkiewicz, íntimo amigo suyo, Jan Lechon, Jósef Witlin… Todo un mundo que se desmoronó en septiembre de 1939 con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Tonio pudo escapar hacia Rumanía y pasar luego a Italia y Francia para acabar en su amado Londres. Tuberculoso desde joven y con los pulmones maltrechos intentará sin éxito ir a Estados Unidos. Morirá en Londres en brazos de su amigo el poeta Antoni Slonimski.
Tras su muerte será olvidado pronto. De vez en cuando emerge en los recuerdos de algún amigo suyo. En 1966, el escritor Jaroslaw Iwaszkiewicz, en una entrada de su diario fechada en 1966, lo recuerda el último domingo antes de la guerra en el salón de su casa, enseñando a otros invitados a bailar un tango. “Tonio era un hombre extraordinario. Inteligencia, ingenio, charme, bondad. Hoy ya no existen hombres así”. Anna Augustyniak ha devuelto a Tonio al lugar que le corresponde.
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