Sebastian Pandolfeli nació en Lanús (Buenos Aires, 1977). Escritor y músico, lidera la banda de rock “Los Barriletes Cósmicos” y publicó “Rocanrol” (Funesiana 2008), “Choripán Social” (WuWei 2012, 2015 y en Chile 2013), “Unidad Básica” (Eloísa cartonera, 2014) “Diamante” (Galerna, 2017) relatos en diversas antologías, y el libro de poesía “Esquina de Diamante” (Poesía, Peces de Ciudad). Colaboró en medios como Tiempo Argentino, Clarín, Izquierda Diario, Revista 27, entre otros. Participó en la producción y compuso la música de los films “Selva”, de Martín Rieznik y «Lai» de Alejandro Millán. Asistente del escritor Alberto Laiseca, le traemos de nuevo a nuestra página para que nos hable de su libro más reciente Diamante y que viene a ser una una continuación de Choripan Social y en el que decidió incluir algunos personajes de este último en su nuevo libro.

 

¿Este libro tiene relación con Choripan social?

Hay un par de personajes, Miguelito Miguel y algún otro que nacieron en Choripán Social y acá en esta novela nueva tienen un par de apariciones, sería como lo que en el cine se llama un cameo, o algo así como un spin off, hay algunas escenas que transcurren en la misma Unidad Básica. Pero en cuanto al tono narrativo no tiene casi nada que ver. Choripán Social es una novela totalmente delirante y muy ácida, en cambio Diamante es otra cosa, es de un tono mucho más realista, hay humor, pero no delirio ni exageración. Al momento de ponerme a escribir esta novela necesitaba salirme del registro de la novela anterior y encarar algo diferente.

¿Son cuentos folklóricos sobre Villa Diamante ?

Son relatos que se pueden leer en cualquier orden y funcionan porque tienen su propio mecanismo de principio-nudo-desenlace, son autoconclusivos, pero a la vez este conjunto de relatos conforman una novela coral en la que los personajes se cruzan y donde se cuenta algo más allá de cada historia, hay también un arco narrativo que los une. Por eso creo que es un libro que transgrede los géneros literarios clásicos porque son relatos y novela al mismo tiempo. Las historias transcurren todas en el barrio de mi infancia, Villa Diamante, Lanús. Es ficción pero hay algunas basadas en anécdotas autobiográficas y otras que saqué de noticias de los diarios, porque lamentablemente Diamante suele salir seguido en la sección “policiales”. Creo que el origen de esta novela es en mi adolescencia, hace poco encontré unas notas viejas, de hace como 20 años, en las que aparece el germen de lo que escribí para este libro.

¿Qué tienen estos relatos que no hayas incluido en otros libros?

En principio el estilo es el mismo, es mi voz narrativa, pero con un poco más de lírica y menos delirios, hay algunas imágenes poéticas que aparecen cada tanto y eso no estaba en mi novela anterior. También el hecho de tomar noticias del diario y ficcionalizarlas es algo que no había experimentado antes. Hay muchos meta mensajes entreverados en el texto, muchas letras de canciones, de rock, tango, música popular, muchas citas a otros libros, a autores clásicos y contemporáneos. Me gusta mucho jugar con eso de meter links que son intertexto que te llevan a otros lugares. Y como son tantas y tan diferentes las citas hay lectores que agarran algunas sí y quizá otras no, pero nadie se queda afuera.

 

Sebastián Pandolfelli

 

¿Por que recibe este título? ¿Cual fue el puntapié inicial de este libro?

El título es obviamente por mi lugar de pertenencia, mi barrio, mi Macondo personal. Ese lugar es muy fuerte para mí. Quise hacer eso típico de “contar mi aldea” y contando mi aldea mostrar mi visión del mundo. Pero también me gusta la idea de que el diamante es una piedra que nace del carbón bajo presión y que es brillante y hermosa pero a la vez durísima. Una piedra que tienen muchas aristas y que brilla del lado de la luz y tiene también un lado oscuro. Esta novela es así, luminosa por un lado y oscura por el otro. Y tienen muchas caras, como un diamante.

¿Qué tanto te dejó Laiseca en tu estilo de escritura?

Lai fue un maestro en muchos sentidos, un maestro zen, que fue más allá de lo literario. Mi estilo le debe la prepotencia de trabajo. Con Lai aprendí que podés tener alguna inspiración, una buena idea, pero la verdad está en sentar el culo y ponerse a escribir y escribir y corregir y corregir, no queda otra. Y que hay que leer mucho y vivir más. Éramos muy amigos, se lo extraña. Esas tardes de cerveza…

¿Me querés contar sobre tus inicios en la letras?

Creo que ya escribía mientras jugaba con los muñequitos de Mazinger, He-Man, Thundercats, mientras les inventaba historias, guiones para las aventuras y armaba las escenografías para el juego, pasaba más tiempo con los preparativos que con el propio juego…también publiqué unos cuentos en revistas barriales, y seguí despuntando el vicio en soledad, entre lecturas y cuadernos Gloria hasta que encontré a mi maestro, Lai. Ahí la cosa empezó a ir en serio.

Alberto Laiseca (Rosario, 1941-Buenos Aires, 2016)​

 

Fragmento del primer cuento de DIAMANTE:

ESA BÁSICA UNIDAD

Hacía calor. Era un día de esos en que el sol es como una estufa gigante, la ropa se te pega al cuerpo, y la gente anda por la calle boqueando cual pescaditos recién sacados de la pecera.

El Toto entró en la Unidad Básica dando pasos largos, agitado. Los ojos como huevos duros, parecía que se le iba a salir el corazón del pecho. Se notaban las aureolas de transpiración en la camisa, en la espalda, debajo de las axilas. Sacó un pañuelo mugriento, se secó la frente, manoteó el pingüino de cerámica y llenó un vaso de fernet con coca. Se lo bajó de un trago haciendo ruido y salpicando, desesperado, como si fuera el último coco del desierto.

Tucho y Miguelito Miguel interrumpieron la partida de truco y se quedaron mirándolo.

—¿Te estás deshidratando, compañero? —inquirió Tucho, sacándose el escarbadientes de la boca para usarlo de señalador. El recién llegado no respondió pero abrió los ojos bien grandes:

—¿Qué pasa? ¿Qué? ¿Tuviste algún quilombo en la intendencia? —preguntó Miguelito.

En eso, sonaba en la radio un tema de alegre ritmo tropical y Tucho subió el volumen del aparato.

—¡Cuchá, cuchá, boludo! ¡Qué grande la Mona Jiménez! Es un groso Carlitos, yo lo sigo desde que cantaba en Trulalá… La Mona en Trulalá era como Andrés Calamaro en Los Abuelos de la Nada. Era el pendejo talentoso era.

—¡Pero no digás boludeces! A mí no me vengás… ¡Si la Mona Jiménez nunca estuvo en Trulalá! —recriminó Miguelito Miguel, que como buen fanático tenía más de setenta discos del astro del cuarteto.

—Te regalaré… Te regalaré… un caramelo de limón, para tener tu corazón… —repitieron a coro y desafinadísimos.

—¡Eso que están cantando es de Ricky Maravilla, manga de boludos! La primera banda de La Mona fue Cuarteto de Oro, y cantaban esa que decía: cortate el pelo, cabezón… —dijo de repente el Toto y apagó la radio.

Hubo un silencio largo, insoportable, como esos del nuevo cine argentino. Bah, silencio sería una manera de decir, ya que el ventilador, además de tirar aire caliente y denso, emitía un irritante:

ppppppppppppppppppppppppprrrrrpprrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr

ppppppppppppppppppppppppprrrrrpprrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr

ppppppppppppppppppppppppprrrrrpprrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr…

Pasó un moscardón verde revoloteando cerca de Miguelito, que se sacó una ojota, apuntó, disparó y falló.

—El viejo se volvió loco… —dijo finalmente Toto y suspiró. Se desabotonó la camisa, y dejó al descubierto el pecho peludo y un rosario de plástico.

Quedó pensativo mirando la foto de Perón que presidía el cuarto. El general sonreía saludando a su pueblo desde el balcón de la Rosada en épocas más felices. A su lado, un cuadro de Eva pintado al óleo por Chicho, el artista del barrio, y una foto de ellos tres disfrazados de reyes magos repartiendo juguetes a los pibitos de la villa. También había una postal en la que el gran conductor abrazaba a Manolo, seguida de un póster de una blonda y pulposa muchachita metida en una tanga minúscula que se le perdía en las profundidades, y de un estante con un trofeo del campeonato de truco del Club Social y Deportivo 12 de Octubre.

Miguelito, que repasaba las manchas de humedad en la pared y la pintura descascarada del techo, posó la vista en la virgencita de Luján que estaba sobre la heladera. El manto de felpa celeste se le había puesto rosadito, señal de que se venía una tormenta. “¿Lloverá?”, pensó y finalmente abrió la boca:

—¿Qué decís del intendente?