Timothy Leary y Rosemary Woodruff
La vida del exprofesor de psicología la Universidad de Harvard y apóstol del LSD en los Estados Unidos durante los años sesenta, Timothy Leary (1920-1996) daría para una buena película. A pesar de algunos intentos, nunca se ha llevado a cabo tal vez porque Leary tuvo demasiadas vidas para resumirla en dos horas. Una de estas vidas es la que recoge Confesiones de un adicto a la esperanza (Página Indómita, 2023) escrita por Leary y donde cuenta su condena en 1970 a veinte años de cárcel por la posesión de una pequeña cantidad de marihuana. Una sentencia que para un hombre de 49 años como tenía entonces, suponía una cadena perpetua, por lo que decidió fugarse.
Junto con otro psicólogo de Harvard, Richard Alpert (que luego se transformó en el gurú autodenominado Ram Dass), Leary hizo años antes proselitismo del LSD dentro y fuera de la Universidad y, en especial, entre la vanguardia literaria y artística, ayudado por el poeta beatnik Allen Ginsberg. Pronto se perdió toda distancia científica y la prensa empezó a hablar de ello. En 1963, Harvard despidió a Leary y Alpert.
Leary defendía el uso de las drogas psicodélicas para el crecimiento personal y se convirtió en una figura pública a mitad camino entre una estrella del pop y un líder religioso para los jóvenes contraculturales y los hippies.
Las autoridades, aparte de ilegalizar el consumo de LSD en 1967, pusieron a Leary en el punto de mira. El entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, le calificó como el hombre más peligroso de América. El juez que le condenó en 1970 dijo también que era una amenaza para los jóvenes y la comunidad.

Timothy Leary en agosto de 1969
En los Estados Unidos de finales de los años sesenta, la radicalización manda en la calle. La oposición a la guerra del Vietnam es cada día más fuerte, y al calor de las movilizaciones surgen organizaciones y grupúsculos de extrema izquierda que preconizan acciones terroristas en contra del “sistema” como los Weatherman, llamados así por la canción de Bob Dylan titulada del mismo modo y en la que se dice que no hace falta ser un meteorólogo para saber en qué dirección sopla el viento. Pero también están “Los Panteras Negros” que empezaron como una organización de autodefensa de la comunidad negra frente a la brutalidad policial, para acabar ejerciendo su propia violencia armada en contra de otros y entre sí mismos.
En Confesiones de un adicto a la esperanza, Leary nos cuenta de una forma irónica y divertida su aclimatación a la nueva realidad. Sus movimientos para conseguir un puesto que le convenga en el universo carcelario mediante las hábiles respuestas que da en las pruebas que le hace la psicóloga de la cárcel, y que conocía bien por haber contribuido a crear él años atrás. Cuando toda esperanza de salir se desvanece, junto a su pareja, Rosemary Woodruff, también condenada por el mismo caso pero en libertad condicional, empieza a tejer la red para evadirse de la cárcel de San Luis Obispo, uno de los establecimientos cómodos del duro sistema penitenciario californiano.
Leary es un preso “respetado” por su biografía por lo que no tendrá mayores problemas de convivencia. Como casi todo en la vida, fugarse también es una cuestión de dinero. Serán los hippies de la Hermandad del Amor Eterno[1], los que años después serán calificados por las autoridades judiciales como la “mafia hippie” y que se dedican al tráfico de LSD y hachís, quienes darán los 23.000 dólares que necesitan los Weatherman para sacarle de la cárcel.
Timothy Leary se escapará subiéndose al anochecer a un poste de teléfono y luego arrastrándose colgado del cable de un palo a otro en un lento y sufrido trayecto hasta llegar fuera de los muros de la cárcel. En la cercana autopista les espera un coche para recogerle y sumergirlo en la clandestinidad junto a Rosemary. Como peaje, hubo de firmar un comunicado de prensa de sus liberadores en el que decía que «disparar a un policía robot genocida en defensa de la vida es un acto sagrado».
La pareja saldrá de los Estados Unidos y reaparecerá en Argel, donde se encuentra exiliado el dirigente de los Panteras negras Elbridge Cleaver, con su mujer y varios militantes. El gobierno argelino se mueve en la órbita de influencia de los países del socialismo real y carece de relacione diplomáticas con los Estados Unidos. Este es uno de los motivos por lo que se ha convertido en uno de los centros de acogida de revolucionarios de todo pelaje.
Leary no es un revolucionario y tampoco tiene mucha idea de en qué mundo se mueve. Él es un experto en evaluación de la personalidad que durante una estancia en México probó las setas mágicas de los antiguos indios. Una experiencia que le transformó e hizo de esas sustancias el eje de una de sus muchas vidas. A Leary no le interesaba la política. Decía que los activistas estudiantiles eran «jóvenes con mentes menopáusicas». Incluso intenta organizar una convención contracultural en Argel.

Eldridge Cleaver y su mujer, Kathleen, en Argel, 1970. Foto de Gordon Parks
Pero ahora se encuentran bajo la tutela del líder de los Panteras Negras, Eldridge Cleaver, un tipo listo y tan narcisista o más que Leary. Mató a un pantera que era amante de su mujer mientras él mantiene varias relaciones paralelas. Como Leary reconoció «fue una experiencia nueva para mí depender de un líder fuerte, variable, sexualmente inquieto y carismático que estaba enloquecido. Normalmente yo mismo desempeñaba ese papel».
Cleaver arremetió en contra de Leary por hacer uso de drogas psicodélicas que “destruían el cerebro y fortalecían al enemigo”. Los desencuentros con el dirigente de los Panteras Negras se suceden. Algunos de estos episodios son hilarantes, y Cleaver acabará deteniéndolo por “indisciplina revolucionaria”. Al final, Leary deberá fugarse de Argelia y Cleaver y poner rumbo a Suiza.
Unas memorias que reflejan una época de fiestas y derrotas, dramas emocionales y un torbellino de acontecimientos. En esta vida de Leary, nunca aburrida, se nos ofrece un curso acelerado sobre la cultura de los años sesenta, una mezcla de ideales y delirios, lucha por los derechos civiles, movimiento en contra la guerra, nuevas perspectivas de la música y el arte, el impulso al comunitarismo… Una época de excesos de la que Leary fue un arquetipo.
[1] Sobre la Hermandad del Amor Eterno se puede leer el libro de la misma editorial Sueños de ácido. Historial social del LSD: La CIA, los sesenta y más allá. Martin A. Lee y Bruce Shlain