El poeta Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1932-Gandía, Valencia, 2021), premio Cervantes 2020, falleció el pasado jueves y dejó una poesía que ilumina la existencia humana desde un presente que añora el pasado de una infancia que es un edén  irrecuperable. En la poesía de Brines se une el cuerpo y el espíritu, lo racional y lo afectivo, y se canta a la alegría de la vida desde la añoranza. Brines es un poeta elegiaco que celebra lo que se ha perdido y se desearía que volviese. Recordémosle a través de estos cinco poemas suyos:

 

Palabras desde una pausa

El tiempo es un anciano que descansa.

El hombre mira el mundo cada día

con el fervor de aquel que se despide

de todo y de sí mismo. Y apresura

unas palabras rotas, más ardientes

que el mismo amor, y escucha los latidos

sordos y solos de su ser oscuro.

Él quisiera crear un Dios eterno

que le pudiera amar, y así salvarle

ojos, dicha, secretos, la memoria

y este conocimiento del dolor.

 

Más ese torpe anciano se levanta

para andar otra vez, no sabe adonde,

sin ver el mar, oler las rosas rojas,

oír cantar los mirlos. Con su tacto

de hielo van busca de más frío.

Y el hombre abandonado entra en su noche

para perder la carne y la memoria.

Se ausenta de la luz; y luego ingresa

sin rencor ni sonrisa en el olvido.

 

Canción de los cuerpos

La cama está dispuesta,

blancas las sábanas,

y un cuerpo se me ofrece

para el amor.

Abramos la ventana,

entren calor y noche,

 y el ruido del mundo

sea solo ruido

del placer.

Que no hay felicidad

tan repetida y plena

cómo pasar la noche,

romper la madrugada,

con un ardiente cuerpo.

Con un oscuro cuerpo,

de quien nada conozco

sino su juventud.

 

Sueño poderoso

¿Cuál es la gloria de la vida, ahora

que no hay gloria ninguna,

sino la empobrecida realidad?

¿Acaso conocer que el desengaño

no te ha arrancado ese deseo hondo

de vivir más?

 

La gloria de la vida fue creer

que existía lo eterno;

O, acaso, fue la gloria de la vida

aquel poder sencillo

de crear, con el claro pensamiento,

la la fiel eternidad.

La gloria la vida, y su fracaso.

 

Todavía el tiempo

Oyendo aquí los pinos, miro el cielo;

mis ojos, inocentes; soy el niño

qué se esconde a mirar y oír el mundo,

a sorprender la noche como roba.

 

Sigo yendo los pinos, sigue el cielo,

y mis ojos se apagan, qué será

Del que soy? ya no es posible el daño;

sereno el corazón aguarda todo.

 

Y sigo yendo el tiempo. Sombras

crecientes que penetran flacas

en mi cuerpo vacío.

hospicio de algún mal inacabable.

Posible es la alegría, me consuela la noche;

creía carecer de bien alguno,

y siguen devastando mi inocencia.

 

En la noche estrellada

¿Serán aquellos cuerpos tan solo piedras frías

-inaudible su música de argollas-

nacidas sin amor para rodar desiertas?

 

Nos consuela su luz, mienten sus rayos

calor, y acaso un Ser oculto,

Con llamas en los dedos coma las enciende;

y alumbran los humanos la esperanza.

 

¿ Nacieron con amor coma y ahora desiertas

cada vez con más frío y más silencio,

borrado sueño de algún cadáver poderoso?

 

Nuestra mirada las consuela, mentimos

un calor, coma como si ocultó un Ser,

con llamas en los dedos, encendiese

el pensamiento grave de los hombres.

 

¿Y así la vida pasa, encendida la carne,

y la piedra encendida?

 

acaso existe un Ser, alguna mano oculta,

con llamas en los dedos, que está quemando

el tiempo. Y es el nombre y la piedra

los restos que amontona la ceniza.

 

 

 

 

 

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