El objeto de este texto es recoger aquí una serie de apostillas (“acotaciones que completan un texto”) que engrosarían una hipotética reedición de mi libro Ramón y Pombo. Libros y tertulia (1915-1957) (Ediciones Ulises, 2021). Pero también una forma de acercarnos a la microhistoria de ese mundo caleidoscópico que fue la tertulia de Pombo.
Pórtico. Ramón Gómez de la Serna, “Oración a la luz de Pombo” (1915): “luz de Pombo –religión de nuestra invención– siempre haciendo un volatín de gran circo radiante como una bailarina sensual e inasequible que bailase en un alto trapecio; luz como un sorbete de luz –un sorbete de arroz de luz quizá– […] Inocentémonos en ti para creer de nuevo en lo más nuevo, para verlo todo en sus seis dimensiones, más allá de su cubicidad” (Ramón en cuatro entregas. 2. “Prometeo”. Entrando en Fuego. La sagrada cripta de Pombo, Museo Municipal de Madrid, 1980, pgs. 70-71).
Primera. Me parece acertadísima la caracterización de la tertulia pombiana que hace Miguel Pérez Ferrero en Tertulias y grupos literarios (Ediciones Cultura Hispánica, 1975) en el que dedica un capítulo a “La tertulia de Pombo”. Define así de sintéticamente la tertulia de Pombo: “Sí; Pombo fue tertulia-Parlamento, y no café-cátedra”. “Los cafés madrileños –continúa– fueron algunos de ellos cátedras, y no pocas muy buenas por cierto. Cátedras admirables las de don Ramón del Valle Inclán, de Ortega en la antigua ´La Granja del Henar´ […]. Y los había que acogían a pequeñas reuniones de poetas como, como los Machado […] y eran despachos de cantores y escritores que acudían solitarios a llenar sus cuartillas. Carrère, uno de los más pertinaces” (pg. 26).
Es también interesante lo que afirma cuando advierte que “Todo en Pombo era distinto –ahora [1975] se dice diferente, porque se ha puesto de moda el decir que España es diferente– distinto, justo, a lo de cualquier otro lugar, por muy café que ese lugar fuese. Giménez Caballero, bastante más tarde, intentó instalar una especie de Pombo en el viejo Levante, y no dio en la diana. Era imposible” (pg. 27).
El libro de Ferrero va ilustrado por Goñi que hace un dibujo de la tertulia con un Ramón de pie, a semejanza del retrato de Solana en su cuadro La Tertulia del Café de Pombo, sosteniendo en su mano derecha un palitroque con flores de papel, una pajarita y un muñequito, símbolos de su carácter festivo. Rodeado de cabezas de otros escritores y amigos, a su espalda vemos un espejo de ancho marco y la famosa lámpara en forma de lira de Pombo. También alusivo al cuadro de Solana son el sifón, la botella, las copitas y los vasos dibujados.
Dato arquitectónico del local es el que de manera muy precisa ofrece Ferrero en la descripción física del Café: “Había en efecto para acceder dos puertas que se abrían en distinto sentido, y el local constaba de cinco gabinetes y un salón central, comunicantes todos por unos arcos, y sin dejar de ser independientes” (pg. 26).
Segunda. José Mª Salaverría en el artículo “Los Cafés románticos” (Blanco y Negro, 28 octubre 1928, núm. 1954, pgs. 43-45, ilustrado con dos dibujos de Bartolozzi) dejó una reflexión discutible sobre los cafés de la época romántica, pero cuya continuidad y renovación, que es lo que me parece más interesante, focaliza en Pombo. Tras señalar “las funciones cívicas que hoy cumplen los cafés” y apuntar algunas de las características más acusadas de aquellos cafés románticos que él percibe como tertulias discutidoras, quimeras desmesuradas y falsas, tanto en lo literario como en lo concerniente a los ideales políticos, se pregunta si han desaparecido para siempre: “¿Desaparecidos para siempre? Acaso pueden encontrarse todavía algunos raros ejemplares de estos cafés. Sabiendo perseguirlos por las calles extraviadas de Madrid; alejándose hacia la calle de Toledo, la calle Mayor, los rincones de los barrios populares. Pero no es necesario ir tan lejos. En el centro vital de la gran urbe, a menos de cien pasos de la Puerta del Sol, ¿por ventura no se mantiene íntegro ese admirable monumento de la arqueología costumbrista que se llama café de Pombo? Un nombre algo explosivo o detonante, ciertamente, dentro de su pacífica procedencia gallega. Un nombre que acaso nadie conocería si no lo hubiese salvado del naufragio de la vulgaridad el brazo valeroso de Gómez de la Serna, al cual sólo por eso debieran haberle concedido la gran cruz de Beneficencia, que se da como premio a los grandes salvamentos de náufragos. He ahí un café prodigioso, puesto que, como en las antiguas comedias de magia, sufre mutaciones imprevistas. No es lo mismo sentarse en Pombo cuando se celebra un banquete literario como entrar a tomar un refresco en la tarde de un día sonado: San Isidro, Corpus, San Pedro Apóstol. Tampoco los refrescos son los mismos que los que en otros cafés se sirven. Ni los vasos y jícaras son de un material corriente. Ni los parroquianos son como la otra gente que vemos por los demás cafés y por la calle. Todo tiene un acento antiguo, algo pesado para nuestra percepción de actualistas; todo se mueve con lentitud y retardo, y se está a punto de suponer que el café había sido declarado monumento nacional, en calidad de apéndice del Museo Romántico, con camareros de cera, con jícaras de chocolate artificial, con helados de yeso […]”. Las referencias a lo detonante del nombre, a la arqueología costumbrista, la vulgaridad, el acento antiguo y el considerarlo un apéndice del Museo Romántico me parecen hallazgos suficientemente explícitos del carácter de aquel café y botillería elegido por Ramón para celebrar en él su tertulia. Paradojas de la historia es que uno de los veladores de Pombo acabó en el Museo Romántico de Madrid tras el desmantelamiento del Café[1].
Tercera. La referencia a Salvador Bartolozzi en el artículo de Salaverría me lleva a la Exposición Salvador Bartolozzi (1882-1950). Dibujante castizo y cosmopolita comisariada por Mª del Mar Lozano Bartolozzi y organizada en el Museo de Arte Contemporáneo, en 2007, en mi etapa de director del Museo. En la sección dedicada a los “Cafés, Tabernas, Salones de té y otros lugares para consumir bebidas”, se incluyó, entre otros sobre el tema, un dibujo de su etapa mexicana titulado Pombo (ca. 1948). En el dibujo vemos sentado (de frente e hierático) a un viejo con barbas que recuerda a uno de esos atrabiliarios personajes que tanto atrajeron a Ramón, algunos de los cuales fueron objeto de bromas muy pesadas como aquel mendigo apodado Pirandello que cita Francisco Ayala en sus memorias, Recuerdos y olvidos (1906-2006) y a los que el propio Ramón dedicaría en Estampa los artículos “Siluetas. Tipos raros de Pombo” (16 de febrero de 1935), “Siluetas de Pombo. Café y aquelarre” (23 de marzo de 1935) y “Cosas de Pombo, nuevos lunáticos” (13 de junio de 1936), recogidos por Ricardo Fernández Romero en Ramón Gómez de la Serna. Color de diciembre y otras cosas (Renacimiento, 2018).
Ese viejo de aire bohemio, dibujado por Bartolozzi, evoca, desde el exilio, el Café de Pombo donde Bartolozzi fue protagonista de primera fila, y que lo recuerda como señala Mª del Mar Lozano Bartolozzi en el citado catálogo “con nostálgica memoria y ahora con cierto aire lúgubre”, envolviéndolo “en una pátina luminosa algo macilenta”. “Con lápiz y difumino –escribe– prefiere retratar, en el rincón angosto, no a sus amigos sino a un personaje envejecido con barba negra, y consigue sombras y volúmenes llenos de matices, como en el gabán con el sombrero y paraguas encima”.
Cuarta. Ernesto Giménez Caballero en “Fichas sobre el Ramonismo. Trascendencia del ámbar. II”, publicado en El Sol, de 12 de agosto de 1928, núm. 3.441, pg. 1, describe como si se tratase de una estampa la presencia de Ramón en aquel Café: “Ese su sábado de Pombo, ese sábado «de festividad oriental” le descubre radicalmente. Ramón entra en aquel rincón como en una auténtica capilla. En un santuario. Y, más que sentarse, genuflexa sus piernas en el sagrario del rincón; como bajo el árbol «bodhi», emergiendo su busto rollizo de Gautama madrileño, sus manos accionantes –blancas y ennoblecidas–, de adoctrinador; su cabeza en rizos de verdadero Sakya, que ha dejado la capa a un lado, la castiza capa búdica, en los momentos de frenesí del culto, Ramón el sábado suele entrar solo en Pombo. Como el sacerdote en el templo, antes de toda ceremonia, para recogerse, para consagrarse. Y para esperar. Ramón se sienta allí con la cachaza de un «yogui», de un vendedor de zoco, de un hechicero de tribu, esperando el paso de la clientela y de la consulta”. Frente al “orientalismo búdico” como de estampa japonesa, Giménez Caballero construye otro retrato de Ramón por oposición a los de la generación del 98: “En 1904 había ya retumbado el primer estampido de su fusil, entrando en fuego. En 1909 había lanzado su primera proclama de largo ataque a fondo[2]. En 1917 la primera posición estaba ganada y consolidada en un fortín formidable que se fue artillando, inexpugnabilizando, hasta última hora, la hora de su forzoso desmantelamiento, terminada su función. Tal fortín se llamó: Pombo” (en Automoribundia (1888-1948). Galaxia Gutenberg, 1998, pgs. 873-875). Andrés Trapiello en Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939)(Ediciones Destino, 2010, pg. 123) utilizará un término semánticamente próximo al de fortín al hablar de José Bergamín: “Provenía, como se ha dicho, del polvorín de Ramón Gómez de la Serna, aquella cripta llamada Pombo, donde alguien podía tocar los volantes de la eternidad diciendo frases como aquella suya: “La oruga es una arruga que se fuga”.
Quinta. En “Historia madrileña de medio siglo”, de Edgar Neville, aparecido en 1951 en la revista Arte y Hogar, recientemente recuperado en formato libro por Ediciones Ulises (2020) con prólogo de Fernando Castillo, Neville se refiere a la “batalla generacional por la modernidad” entre cuyos arietes sitúa las tertulias, citando, entre otras, como ejemplo, la de Pombo: “con su gran Ramón al frente, [que] reunía toda la bohemia más pintoresca”. Cuatro años después, en 1955, Neville escribiría un artículo dedicado a Pombo con el significativo título “Ramón: el buque nodriza”, publicado en Índice (1955, enero, núm. 76, pg.5). En este artículo, Neville recuerda como en el año 1919, una serie de jóvenes “de pronto conocimos a Ramón y sus Greguerías fueron el clarín alegre que nos llamó al combate y el campamento de esta nueva legión fue el café de Pombo, y allí aprendimos a discernir mejor sobre los valores estéticos y literarios del pasado y del presente […] En Pombo se reía de todo, se combatía sin insultos, pero con sátira y con bromas […] en Pombo se mantenía un culto a la risa [….] Y allí estaban, con Ramón, nuestros mayores: los Solana, Vighi, Tomás Borrás, Bartolozzi y muchos más. Y luego nosotros, el pobre Federico García Lorca, López Rubio, Jardiel, Gerardo Diego […]”. Recuerda Neville también que por la tertulia “venía algún sábado que otro” don Ramón del Valle-Inclán, “y nos quedábamos maravillados oyéndole contar verdades que parecían mentiras y mentiras dichas de una manera que no podían rebatirse, y recitar kilómetros de versos sin un fallo de memoria”. El artículo está ilustrado con una fotografía con el pie siguiente: “Ramón, enmascarado contra los enemigos del humorismo”, en donde le vemos, junto a su muñeca, escribiendo sobre la mesa, cubierto con una paródica máscara de gas.
De Neville también podemos recordar esta otra cita: “Ramón ejerció en esa ´otra generación del 27´ un magisterio siempre reconocido por todos sus miembros: ´Allí, en la tertulia de Pombo, tuve la alegría de conocer al que iba a ser mi mejor maestro, a Ramón Gómez de la Serna […] Iconoclasta solo de lo podrido y lo falso, nos enseñaba los caminos de la vocación pura, y en todos los jóvenes de aquel momento tuvo influencia decisiva´” (Raquel Pelta. “El humor es una pluma de perdiz que se pone en el sombrero”. Catálogo de la exposición Los humoristas del 27. Antoniorrobles. Bon. Enrique Jardiel Poncela. K-Hito. José López Rubio. Miguel Mihura. Edgar Neville. Tono. Madrid, Museo Nacional Reina Sofía, 2002, pg. 45).
En el mismo número de la revista Índice, Fernando Baeza publica “El ´Álbum´ de Pombo” (pg.8) que se conservaba en casa del poeta Francisco Vighi y que pudo examinar allí, producto de lo cual es este artículo. “El álbum de Pombo –escribe– es todo un señor álbum. Aunque ya vestido un poco a la antigua, en sólida y vieja pasta española, con lustres en el canto y en los lomos, su aspecto es bonachón y hospitalario, de satisfecho burgués, contento de haber vivido durante muchos años en la alacena de un mostrador, entre frasquería de Méntrida y Valdepeñas”. “Allí, en esas páginas, amarillentas unas, rosadas otras; en tarjetones y papeles de cartas agregados al álbum, pegados con unción a sus páginas oficiales –comenta–, leemos centenares de firmas, conocidas muchas, desconocidas las más”, cuyo estadillo dice haber levantado transcribiendo los nombres que ha reconocido, y cuyo balance clasifica en autores españoles[3], autores hispanoamericanos[4], autores extranjeros[5], artistas plásticos[6], músicos[7], varietés[8], cine[9], arquitectos[10] ydiplomáticos[11]; en total 86 firmas identificadas. “La más rimbombante de todas –concluye Baeza– es, sin duda, la de Christian von Falkenhayn” que supone que es, como efectivamente es así, la del “mariscal alemán, de donde puede colegirse que hasta la táctica y la estrategia tuvieron asiento en la botillería de Pombo”. Von Falkenhayn me comenta Fernando Castillo “pudo viajar a Madrid tras el final de la guerra y la normalización de las comunicaciones, pero no antes de mediados de 1919”. Lo relevante sería averiguar por qué motivo y con quién visitó Pombo. ¿Fue a través de La Tribuna donde colaboraba Ramón, periódico que durante la Primera Guerra Mundial se convirtió “en un órgano de propaganda germanófila que practicaba una información tendenciosa de la guerra y la defensa del maurismo”, como señalan María Cruz Seoane y María Dolores Saiz en su Historia del periodismo en España.3 El siglo XX: 1898-1936? El artículo va acompañado de cuatro ilustraciones, tres con firmas y otra con una dedicatoria de Ramiro de Maeztu, que la transcribe en el texto. Solo una de estas ilustraciones, la que lleva el pie: “En este tarjetón pegado al álbum de Pombo…” coincide con la primera de las cuatro incluidas por Ramón en La sagrada cripta de Pombo con la siguiente leyenda: “Primeras firmas del Álbum de Pombo”, pero con una diferencia importante y es que en la que reproduce Baeza aparece, debajo de la firma de Bartolozzi, la de Valle-Inclán, quien tuvo que firmar en el susodicho tarjetón en fecha posterior a 1924, año de la publicación del libro. En la última ilustración que reproduce Baeza con el pie: “Calder, el autor de los móviles famosos, también pasó por la sagrada cripta” vemos que firma como Sandy Calder, precedido por su mujer Louisa Calder.
También en este número de Índice hace una evocación de Pombo el escritor y ensayista Antonio Botín Polanco en el artículo “La noche del sábado y el sábado sin noche. Entre el padre Coloma y Unamuno” (pg. 14). En el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, Milagros Rodríguez Cáceres señala que Antonio Botín “en los denominados ´felices años veinte´ llevaba una vida ociosa y despreocupada. De esa etapa data su dedicación a las letras y su participación en las más célebres tertulias, entre ellas la de Pombo”. “Era en Pombo –escribe Botín Polanco en esta evocación– donde Ramón afinaba sus notas agudas al saludar a don Eduardo –el dueño del café–, que se tocaba con una gorra de jugador de criket fabricada con el mismo paño de su traje por su gorrero madrileño. […] Era Pombo una cripta sonora, cerrada y abierta al propio tiempo; una caracola donde resonaba todos los ruidos de Madrid. Entraban y salían Paca Pardo, la vendedora de décimos; Pirandello, el hampón que contaba el milagro de la longaniza mientras se tiraba afectadamente de un puño que nunca tuvo su camisa; el rijoso mendigo de luenga barba en verso. Abogado vencido por el vino, la rima y el ripio (cuya fisonomía parece coincidir con el del dibujo que hemos comentado de Bartolozzi). Se daba allí una limosna de calor y de café con media tostada literaria a quienes la merecían entre los peregrinos de la noche y del frío. Quede para otras plumas la tarea de recordar los contertulios más importantes, mientras la mía se complace en no dejar caer en el olvido que, del mismo modo que Ramón siente lo que Ortega y Gasset llamó ´el franciscanismo de las cosas´, el amor al contertulio humilde y pintoresco forma parte esencial del ramonismo”. Cuando sonaba las dos en el reloj de Gobernación y se cerraba Pombo, la tertulia se disolvía en la esquina de la Puerta del Sol y Carretas […]”.
Antonio Díaz-Cañabate, autor de Historia de una taberna y de Historia de una tertulia –la del café Lyon d’Or, en la calle Alcalá, capitaneada por el erudito y taurófilo José María de Cossío– confiesa en “El Madrid de Ramón. Hasta él no existe” (pg. 7) que evita pasar “por frente a la tienda [de maletas] que hoy ocupa en la calle de Carretas el local que albergó al café de Pombo. Y cuando no tengo otro remedio, lo hago mirando a las casas de enfrente para evitarme el dolor que la desaparición del adorable café me causa. Y eso que no tuve la suerte de ser pombiano, aunque asistí a la tertulia algunas veces, desempeñando el humilde papel de ´maldito´”.
Por último, en este número de Índice se recoge un fragmento de Gog (1931) de Giovanni Papini, que relata las experiencias viajeras de este personaje quien logra entrevistarse con, entre otras personalidades relevantes, Einstein,Sigmund Freud, Lenin, Edison, H. G. Wells, George Bernard Shaw o Ramón Gómez de la Serna. En un recuadro al comienzo del texto bajo la rúbrica “Opiniones extranjeras. Ramón y los minerales” se reproduce la anécdota de la visita de Papini a Ramón al que elige visitar antes que a Primo [de Rivera]. “Le encontré, por la noche, en el famoso café de Pombo, rodeado de siete jóvenes morenos que fumaban cigarrillos, escuchando en éxtasis al maestro de las greguerías. Ramón Gómez de la Serna –le describe Papini– es un señor moreno, gordo y amable, que tiene aire de burlarse perpetuamente de sí mismo. Enterado de su afabilidad me presenté a él”. Ese “rodeado de siete jóvenes morenos” me lleva a la fotografía de Alfonso Sánchez Portela, Tertulia de Pombo (1932) tantas veces reproducida, en la que Ramón está rodeado, no de siete, sino de diez tertulianos, y de la que nunca se especifica el nombre de cada uno de ellos. Publio López Mondéjar en El rostro de las letras. Escritores y fotógrafos en España, desde el Romanticismo hasta la Generación de 1914 (Comunidad de Madrid, 2014) le pone el siguiente comentario a esta fotografía: “Ramón Gómez de la Serna en su célebre tertulia del café de Pombo […] en donde Alfonso inmortalizó a sus miembros en una imagen canónica del sabatino cónclave, tanto como el cuadro de Solana, que el brillo del magnesio hace casi invisible en la pared del fondo”.
Sexta. Xavier Pla en “De Ramón a Eugenio, de Buenos Aires a Madrid. Unas cartas inéditas” (Revista de Occidente, junio 2021, núm. 481, pgs. 73-y 86) aborda la relación de Ramón con Eugenio d´Ors y transcribe seis cartas, de distintas fechas, de aquel al escritor catalán. Al comienzo del artículo señala que “parece que Eugenio d´Ors y Ramón Gómez de la Serna tan solo se vieron personalmente en dos ocasiones, y las dos fueron, como no podía ser de otra manera en la tertulia del Café Pombo”. La primera, en 1915 y la segunda el 22 de noviembre de 1927, “en el homenaje a Azorín que se organizó en el mismo Café Pombo”. Con motivo del primer encuentro, Xavier Pla cita una glosa de d´Ors, “Epigrama del Pombo”, publicada el 15 de junio de 1915 en La Veu de Catalunya que compara los Cafés parisinos (diamantes) con este de Pombo (una perla): “una bella perla que lucía en un sombrío lazo romántico que sostenía el cuello plebeyo y agitado de Madrid”. En la Primera Proclama de Pombo, en el anverso, en el extremo inferior derecho se lee a modo de colofón: “Sobre este Pombo nuestro han dicho bellas palabras COLOMBINE en El Heraldo y XENIUS en “La Veu”. La Primera Proclama de Pombo, se imprimió, por tanto, en fecha posterior a ese 15 de junio. Tras establecer algunos rasgos comunes a ambos escritores –“personalidades acusadas”, “extravagancia histriónica”, “ingenio lingüístico”, “actitud vanguardista”, “predilección por formas artísticas casi marginales, como el circo y el primer cine” y sus respectivas “tentativas de novelas experimentales”, Xavier Pla pasa a comentar cómo “Ramón vio y vivió con pesar cómo se deshacía la tertulia de Pombo y cómo sus integrantes se dividían inexorablemente en dos bandos enfrentados”, en los años próximos al desencadenamiento de la Guerra Civil. En la segunda de las cartas, fechada en Buenos Aires, en julio de 1939, que, a juicio de Pla, “tiene algo de lamento confesional autojustificativo y, sobre todo, autoexculpatorio”, hay una referencia muy precisa a la tertulia: “Yo procuré romper –le escribe Ramón a d´Ors– la brutalidad atmosférica de los pasados tiempos del demo, y desde mi tertulia de Pombo luché con los monstruos, y no puede decir nadie de los que me oyeron gritar que no grité siempre la verdad valiente todas las noches del sábado. Acepté aquel puesto con la obligación de recibir los fenómenos, pero todos tenían que oír la más expresiva indicación de los ideales puros y mi delirante anticomunismo”. De un tenor semejante es la carta que Ramón, en noviembre de ese mismo año, dirigió a Giménez Caballero a la que se refiere Andrés Trapiello (aunque sin ofrecer su contenido completo) en Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939) (Ediciones Destino, 2010, pgs. 16-17). “Sus cartas de entonces a las jerarquías –escribe Trapiello– son tristes y rebajantes” (pg. 545).
Séptima. En Retrato de Ramón. Vida y obra de Ramón Gómez de la Serna (Ediciones Guadarrama, 1963, pg. 238), Luis Sánchez Granjel al enjuiciar la labor como biógrafo de Gómez de la Serna trae a colación una cita de Tomás Borrás valorativa de su gran capacidad en esta faceta: “el mejor Ramón es el de los retratos” añadiendo a continuación que “La tertulia de Pombo, una de sus galerías, le proporcionó riquísimo vivario. Sus viajes, otra larga procesión de gentes individualizadas. El censo de los retratos de Ramón puebla una ciudad auténtica”, comentario que tiene el sabor de una conexión galdosiana. En sintonía con esto, Juan Manuel Bonet en “Retrato de Ramón en sus retratos” (Ramón Gómez de la Serna. Retratos completos (1941-1961), Galaxia Gutenberg, 2004), ha comentado que los retratos de Ramón –en los volúmenes Efigies (1929), Retratos contemporáneos (1941) y Nuevos retratos contemporáneos (1945)–“componen una galería de personajes tan abigarrados como el propio gabinete o torreón del escritor”.
Por ese “vivario” o pequeña ciudadela que fue Pombo, pasaron algunas mujeres, como, por ejemplo, Josefina de Ranero, cuya caricatura, por Bagaría, incluyó Ramón en La sagrada cripta de Pombo. Josefina escribió en 1949, fecha en la que Ramón retornó a un Madrid en el que no pudo quedarse a vivir como era su deseo, un artículo evocador de la tertulia pombiana cuyo tiempo sitúa en los años veinte. Como ha contado Gaspar Gómez de la Serna en Ramón (Obra y vida) (Taurus Ediciones, 1963, pgs. 238-239) “Ramón fiel a sí mismo, no dejó de reincorporarse a su tertulia de Pombo, reanudada bajo su presidencia, su primer sábado de Madrid, el treinta de abril, con sesión extraordinaria radiada a toda España y a América y una enorme concurrencia que abarrotó el café hasta altas horas de la madrugada. Allí, durante cuatro sábados, se encontraron con los viejos y nuevos pombianos gentes que jamás habían puesto el pie en aquel lugar”. Entre las personalidades citadas por el biógrafo está Josefina de Ranero y Conchita Montes.
El artículo de Josefina, titulado “Ramón Gómez de la Serna, otra vez en Pombo”, se publicó en la Revista de Educación, 1949, núm. 87, pgs. 53-59, y lo escribió con motivo “de la invitación oficial hecha por el Ateneo de Madrid y su inmejorable Presidente, [Pedro] Rocamora, y actual Director de Propaganda para que Ramón nos brindara, una vez más, la gracia de sus paradojas estimulantes”. En el texto, Josefina va engarzando distintos planos. Varias referencias al Café: “El local ha cambiado mucho. Ya no es cripta, y en lugar del cuadro sombrío de Gutiérrez Solana tan expresivo, muchas caricaturas en azulejos claros, que recuerdan, por su colocación, un incipiente cuarto de baño con los perfiles de los nuevos valores pombianos, menos asequibles que los antiguos” o “a los pocos minutos de entrar Ramón, el frío y poco hospitalario local se carga de electricidad, de fluido humano, se crea una atmósfera con ese clima tan peculiar cuando está él. Y es que entre los muchos méritos para mí de Gómez de la Serna, será siempre el más destacado su recia personalidad «a alta tensión», que difunde por donde va calorías confortantes que no están reñidas con ideas de controversia, de burla, de crítica y humanidad tolerante, sin las cuales una tertulia agoniza o aborta”. El específicamente evocativo de Ramón: “Entonces Ramón era, ante todo, un gran bohemio de las letras, que polarizaba con sus gestos descompasados, sincronizados con la época y a veces muy castizos, la atención de tantos hombres europeos que visitaban nuestra patria y se fijaban en él”. Otro plano se refiere al humor de Ramón como eje vertebrador de la tertulia: “En torno a su humorismo escalofriante, histriónico, inclusive cuando habla, que lo utiliza adrede Ramón para crear su atmósfera, él tendrá siempre el don de polarizar en torno suyo una humanidad inquieta o desorbitada. Y de ahí que ese cenáculo fue hogar para todos nosotros, con todas sus estridencias y controversias. Mientras que en otras tertulias, tan violentas y con peor intención, no hubo nunca esas calorías de amistad”.
Parte sustancial de aquel humorismo fueron los juegos “pombianos” a los que Josefina se refiere en los siguientes términos: “En Pombo se jugaba, se dibujaba, se hablaba, se comentaba la precaria actualidad de entonces, y se hacían gestos o bromas, y hasta novatadas, a los iniciados que se consolidaban en la tertulia, siempre que tuvieren un distintivo de insensatez innata o de talento. Sólo los tontos vanidosos se sentían incómodos allí y emigraban por instinto biológico. Dado que un fatuo siempre será un elemento disgregador en toda reunión, le hacíamos la convivencia insoportable hasta que se iba”. Y, por último, la visión de sí misma en aquella tertulia: “Y para terminar esta crónica pombiana, no estaría de más que copiara aquí unos cuentos que, junto a la caricatura mía, vista por Bagaría y publicada en ese libro de Pombo, en donde yo me chupaba la nariz, pero no el dedo. Se hablaba de loros, y uno dijo: ´Yo conocí un loro de voz bronca (lo de la voz bronca se escribió para disimular un poco la ironía, porque ya Vighi había versificado mi voz de pito)´”. Caricatura que Bagaría dibujaría probablemente in situ. Con mucho humor, Josefina de Ranero admite la fisonomía de “loro” que muestra su caricatura bagariana y comenta ese detalle de que se chupaba la nariz, aspecto subrayado en la caricatura. “Esa correa, ese aguante para todas las matracas y tumbos que nos da la vida, con pisotones o sin ellos –concluía– los he aprendido en Pombo”. Atravesando los que Josefina llama “arrecifes de Pombo”, nos encontramos en el artículo con los nombres de José Ciria, Edgar Neville y Paco Vighi. Ya en otras latitudes, los nombres de Anton Giulio Bragaglia, Sánchez Mazas o Marinetti. El primero fue protagonista en una sesión borrascosa en el Pombo de los años treinta. El artículo de Josefina se abre con una cita shakespeariana que me parece muy pertinente: “Todo el mundo actúa en histrión”.
Octava. La huella de Pombo quedó reflejada también en varias de las biografías que Ramón agavilló en dos de sus libros, Retratos contemporáneos (Editorial Sudamericana, 1944 (2ª ed.) y Nuevos retratos contemporáneos (Editorial Sudamericana, 1945). En Retratos contemporáneos en las de Eugenio Noel, Oliverio Redondo, Jean Cassou, Francisco Vighi, Luis Ruiz Contreras, Antonio de Hoyos y Vinent, Ramón del Valle Inclán, Ylya Ehrenburg y Pío Baroja.
En la dedicada al escritor y periodista bohemio Eugenio Noel, Ramón relata que “Una noche, en Pombo, me encontré con que había un niño de once a doce años en la tertulia”, que resultó ser su hijo. Ramón le dice que pida lo que quiera y “el niño pidió un doble de cerveza y comenzó a contar proezas de su padre, consignando que era el escritor que había cobrado más por un soneto, pues lo había publicado en veinte repúblicas americanas y se lo habían premiado en diez concursos” (pg. 71.).
En la del poeta argentino Oliverio Redondo, quien pasó varias veces por Madrid, leemos: “En vista del feliz encuentro –recuerda Ramón– cenamos en mi café de Pombo y con la última botella de un licor de rosas, un Rosoli que quedaba en la bodega del viejo café desde tiempos de Espronceda, brindamos por una amistad que había de intensificarse con el tiempo” (pg. 84) o “En Madrid vivimos noches inolvidables de Botín y de Pombo” (p. 90).
En la del crítico e hispanista Jean Cassou, escribe: “De vez en cuando Cassou visitaba España y entonces había fiesta en Pombo […] El año 31 llegó Cassou a Madrid para dar una conferencia en el Colegio Francés y precisamente el día en que iba a dar la primera […] se declaró la República en España. Yo fui a buscarle aquella tarde al Colegio Francés y después de pasearnos por en medio de la revolución […][12] cenamos juntos en mi Café” (pg. 109).
En la de Francisco Vighi: quien “después de muchos años de pertenecer a la tertulia de Valle Inclán en el castizo Café de Levante, pasó a ser mi brazo derecho en la tertulia de Pombo. Al verle entrar por el arco de la Sagrada Cripta siempre le gritaba yo: –Pase el noveno poeta español. Era lo que más le satisfacía y con cierta socarronería recababa para sí ese noveno puesto en la poesía contemporánea” (pg. 112). Reflejo de la pugna entre tertulias es lo siguiente: “En los días solemnes, Vighi recurría a sus versos camperos, de la vega, de la alta meseta, de sus ríos, de sus campesinos y de sus piedras. Había que dejar bien sentada la fama de que en Pombo había buenos poetas y así ese americano, esa dama hermosa o ese extranjero se podían llevar una buena idea de la noche” (pg. 115). Por último (pgs. 118-119), cierran este retrato de Vighi “como un recuerdo y una síntesis que renueva nuestra amistad” los versos titulados “Tertulia, dedicados a mi Café de Pombo:
Este café tiene algo de talanquera
y de vagón de tercera.
[…]
En la del escritor, periodista y crítico teatral Luis Ruiz Contreras, recuerda Ramón que “Me iba a ver a Pombo, de vez en cuando. Ya necesitaba el calor de las tertulias, porque se atería en su casa de soltero viudo” (pg. 137). En la del ganadero y poeta Fernando Villalón escribe Ramón que “Comenzó a vivir la vida del arte tarde, pero ¡con qué prisa y qué avidez se sorbía los ambientes literarios y le picaba el sol de la corte de los poetas! Yo le tenía siempre que iba por Madrid en mi tertulia de Pombo y colocaba en la redecilla para los gabanes su pesado paletó, como torero que coloca la tapa sobre el balaustral de la barrera” (pg. 233).
En la de Antonio de Hoyos y Vinent, relata Ramón una anécdota que bien pudo ocurrir en Pombo, tertulia a la que fue asiduo: “Alguna vez, aprovechando su sordera, algunos hablaban mal de él en el corro, pero recuerdo que un día lo notó y con su voz de sordo apocalíptico dijo para lección de todos: –Es una villanía hablar mal de alguien, aprovechándose de que no puede oír” (pg. 248). Ramón le describe también “en las tertulias mundanas de la Condesa de Pardo Bazán, siempre de frac” o en los cafetines de los barrios bajos y de los suburbios: “ya se le veía poco, solo al pasar, la última vez en la plataforma de un tranvía que iba a los barrios bajos”.
Son varios los Cafés y tertulias que nombra Ramón relacionados con la figura de Don Ramón del Valle-Inclán, “la mejor máscara que cruzaba la calle de Alcalá”; el Café de Madrid, el Café de la Montaña, el Café de Levante –magníficamente evocado también por Ricardo Baroja en Gente del 98– que pone en boca de Valle lo siguiente: “El Café de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y el arte contemporáneos que dos o tres Universidades y Academias” o el Café Nuevo de Levante de la calle del Arenal, “café resguardado, a buen recaudo, con un aire bohemio y japonés” y “su colegiata y como si fuese un poco una horchatería para un pontífice tertuliano”. Según Ramón “el Nuevo Café de Levante tenía una cosa de viejo teatro, y al abrir su puerta de cristales se percibía la contradicción españolesca, la sarcástica esterilización, el escepticismo agresivo. Yo era de otro café, de un café aún no fundado y que años después habría de fundar, el Café de Pombo, un café más crédulo, más vuelto a la alegría pura, más dado a la broma con esperanzas de creación en cada uno de los contertulios” (pg. 292). Más adelante, Ramón se refiere al Café Lion d´Or, en la calle de Alcalá frente a la iglesia de la Calatravas, donde Valle tuvo tertulia propia. Llama la atención el comentario que hace Ramón en este sentido: “¡Tertulia propia! Tertulia propia en España, en Madrid, es no tener nada, pues todos son rebeldes a la presidencia de la tertulia y solo tienen para el jefe de tertulia una constancia conmovedora en la asistencia” (pg. 304).
En el retrato que Ramón dedica al escritor y periodista Yliá Ehrenburg aparece citado en primer lugar La Rotonde en París que “entonces era el bar de Picasso”, donde recuerda al ruso “despeinado, moviendo lentamente la mirada y las manos, sentado en un rincón”. Años después, cuando llegó a Madrid en 1931 como corresponsal, “como amigo antiguo –de literato a literato, nunca de político a político– le recibí en mi Café de Pombo […] Acompañaba a Ehrenburg su esposa, vestida muy elegantemente y con pulseras y collares” (pg. 351). Este retrato de Ehrenburg por Ramón está claramente posicionado en esa línea autojustificativa y autoexculpatoria que se ha señalado antes. Ehrenburg en Gentes, años, vida (Memorias 1891-1967) (Acantilado, 2014, pgs. 256 y 911-912) recuerda a Ramón en varios momentos, y subraya su “carácter pintoresco y excéntrico” y “que detestaba la política”; también alude al retrato que le hizo Diego Rivera, su conferencia a lomos de un elefante en París en el Cirque d´Hiver y su reunión con él en el Madrid de julio de 1936 donde “logré convencerle para que también se uniera a la asociación”, la Alianza de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura, cuyo Manifiesto, aparecido en La Voz el 30 de julio de 1936, firmó Ramón. En este contexto es de obligada lectura el artículo de Nigel Dennis, “El ramonismo (sin Ramón) de la Guerra Civil española. Una carta inédita de José Bergamín”, en Boletín Ramón, 2001, núm. 2.
En el retrato sobre Eugenio d´Ors no hay ninguna referencia concreta a Pombo, sí a los Cafés en general: “El glosador español representa a un número muy grande de españoles que apostillan en el café, en la sobremesa de su casa, en la visita de unos amigos, parados en una esquina, todo lo que va sucediendo” (pg. 359) o “El glosador vivirá siguiendo los temas por todas partes, entrando en los cafés para quedarse con la mirada fija en los espejos buscando asunto y repasando todo lo visto […]” (pg. 360).
En la semblanza dedicada a Pío Baroja salen a reducir varios Cafés; el Café de Levante, el Café Nacional, el Café Inglés y de manera tangencial Pombo en donde Ramón sitúa un comentario puesto en boca de “un mangante en Pombo” una frase un tanto estrambótica sobre lo que Ramón califica de “irrealidad barojiana” (pg. 386).
En Nuevos retratos contemporáneos, Pombo resuena en las semblanzas de Adriano del Valle, Pedro Luis de Gálvez, Marc Chagall, Pablo Neruda y Cansinos Assens. En la biografía que dedica a los hermanos Machado no aparece Pombo, pero sí, algún café parisino, el de “La Source” en el Boulevard de Saint Michel en el caso de Manuel, y el Café Español y el Café Varela en el caso de Antonio. “A Antonio solo se le veía –recuerda Ramón– en un café sórdido que era también de mi predilección. El café Español, frente al Teatro Real […] Yo con mi mujer me establecía en los divanes de enfrente de una de sus ventanas, y Antonio se colocaba de espaldas a la luz, junto al quicio de la misma ventana. Nos saludábamos con buena fe y reconocimiento y comenzábamos la novena de la meditación y de la oración en el café modesto” (pg. 48).
En el retrato de Adriano del Valle vuelve a aparecer citado Pombo. “Un día, por fin, apareció a mi vista Adriano del Valle, grandulón, estentóreo de risa, tal como me lo había imaginado […] En el café de Pombo ya se le esperó siempre, y a veces aparecía para imponer la paz, para aseverar que tenía razón el que tenía razón […]” (pg. 108).
Pombo aparece en un par de ocasiones en la turbulenta y ácida biografía que traza Ramón del atrabiliario Pedro Luis de Gálvez. “En los banquetes literarios insistía –escribe Ramón– en su deseo de declamar un soneto y se le dejaba echar la gran red, pues ya se sabía que después alguien sería pescado por ese soneto […] Yo ya le había prohibido llevar sonetos a Pombo, porque después tenía que prevenir al que él elegía para el despojo” (pg. 185). En otro momento posterior, le sitúa Ramón también en el Café de Pombo: “Hacía años que no le veíamos cuando una noche, en vísperas de la revolución, nos pareció descubrirlo en un rincón de Pombo, como queriendo ver y no ser visto, como queriendo estar solo y recordar. Estaba más cetrino que nunca, y le pregunté a Bartolozzi:
–¿Es aquel Pedro Luis?
–Sí, él es.
Salvador se levantó de mi lado y fue a charlar con él. Al cabo de un rato volvió y me dijo:
–Ahora dice que ya no da sablazos de a duro… Ahora tiene nueve hijos y da sablazos de a veinte duros…”. (pg. 186). A continuación relata Ramón que “sentado en la terraza del ´Lyon d´Or´, los primeros días de la revolución, lo vi pasar con mono u ´overall´ de seda azul, al cinto dos pistolas y al hombro un máuser. Aquella tarde –concluye Ramón– decidí salir para América” (pg. 186).
Entre los artistas extranjeros que pasaron por la tertulia de Ramón estuvo Marc Chagall: “A través de nuestra diferencia de lenguas y de nacionalidad nos entendíamos perfectamente. Así había pasado en París, así hubiera pasado en Rusia o en Italia, así pasaba en Madrid cuando se sentó a mi vera en las noches de Pombo” (229). Esto ocurriría en 1933 o 1934, años en los que el pintor ruso pasó dos veranos en España.
El poeta chileno Pablo Neruda también pasó por Pombo, como recuerda en sus memorias, Confieso que he vivido (Seix Barral, 1974, pg. 167): “A Ramón Gómez de la Serna lo conocí en su cripta de Pombo”. Ramón también le recuerda a él allí en su biografía de Nuevos retratos contemporáneos: “Alguna noche de Pombo el poeta recita su poesía como en agonía, como dicen que hablan de lenta y concienzudamente en su terruño […]” (pgs. 277-278).
La última referencia a Pombo la hace Ramón en la silueta biográfica dedica a Cansinos Assens que comienza con una alusión a su primer libro dedicado a la tertulia, Pombo, donde –escribe– “en la edición muerta de un viejo libro mío hice una biografía demasiado dura de Cansinos” (pg. 301). Líneas más abajo, transcribe un fragmento de una carta que Cansinos, pombiano de primera hora, le escribió, “cuya impaciencia –comenta– no pude comprender. ´Y ahora, cumplidas las tres comuniones, ¿qué piensa usted hacer? Le escribo para decirle: Ha logrado usted reunir un haz de voluntades; tiene usted un grupo que le quiere y le sigue. ¿No es hora ya de salir de Pombo? ¿No nos hemos formado ya en Pombo? ¿No debemos salir como los vientos desatados? ¿Por qué no organiza usted algo para el nuevo tiempo que empieza? ¿Por qué no nos lleva usted, milicia valerosa, fervoroso apostolado, a alguna cumbre, a algún llano? ¿Seguiremos en la sagrada cripta todavía?´. Pero como yo solo me he propuesto consagrar la independencia de cada uno, y consagrar el sagrario del local, en vez de valerme de todos, seguí quieto, escéptico, afable. […] Yo le contesté que no había que ir a ningún sitio sino a donde le llevase a cada cual su imaginación y renunciaba a un papel barbado que me había cuidado de no asumir nunca. Entonces Cansinos citó, a los que acudieron al anuncio, en el Café Colonial, café de pelanduscas y vendedores ambulantes, el café más impuro de entretenidos y entretenidas de la noche que hacían allí tiempo entre trapicheo y trapicheo” (pg. 304). Para rematar la animadversión hacia la tertulia y la persona de Cansinos, Ramón intercala el poema “Tertulia de Cansinos” de Camín que comienza:
Tertulia de Cansinos
en un café de la Puerta del Sol.
Este haz de referencias a Pombo en las biografías incluidas en Retratos contemporáneos y Nuevos retratos contemporáneos son un claro testimonio de la permanencia emocional que tuvo para Ramón el Café de Pombo y su tertulia y al mismo tiempo un somero retrato también del Café y la tertulia pombiana que hay que añadir a lo que dijo en sus dos libros sobre Pombo, retrato compuesto por personajes curiosos, visitas de extranjeros, noches inolvidables, refugio de solitarios, banquetes literarios, recitales de poesía o tensiones relacionadas con el liderazgo literario.
Novena. Nigel Dennis en “Ramón y la radio: la imaginación sin hilos” (Greguerías onduladas. Edición de Nigel Dennis. Editorial Renacimiento, 2012, pgs. 15 y 32) ha señalado, apoyándose en el artículo de Mechthild Albert, “Para una estética pombiana: la tertulia, laboratorio de la vanguardia española” (1999), la importancia de Pombo en la formación de la vanguardia: “No olvidemos que es ante todo en la tertulia, en el café, en Pombo –señala Dennis–, en el foro del diálogo informal y espontáneo, donde se fragua un aspecto fundamental de la estética de la vanguardia”. “No sería desatinado, creo, citar como antecedente de esta extraordinaria soltura oral [de Ramón] –escribe Dennis– sus largos años de aprendizaje en las tertulias madrileñas de principios de siglo y, desde luego, su experiencia en la cátedra de Pombo, lugar donde la palabra hablada es llevada a unos extremos de extravagante expresividad”. Esa extraordinaria oralidad que tenía Ramón le fue muy útil –señala Dennis– en su actividad radiofónica y en sus charlas y reportajes en Unión Radio.
En relación con las actividades pombianas, hemos visto cómo Josefina de Ranero se refería a los juegos y los dibujos colectivos que se hacían en Pombo. Mechthild Albert en su artículo citado ha señalado que “gran parte de las actividades pombianas tienen como centro el dibujo, que se puede relacionar con los postulados surrealistas de inmediata transposición gráfica, del ciego azar y de la imaginativa espontánea. Como Ramón claramente señala, y como lo demuestra la misma edición original de La sagrada cripta de Pombo, llena de dibujos y de fotos, no hay solución de continuidad entre los garabatos de la tertulia y los dibujos paratextuales de sus libros, destinados a introducir el principio de placer en el orden del discurso. En ambos casos, el dibujo constituye un acto de arte vivido, de fantasía trivial, cumpliendo una función de desahogo”[13].
Metchthild enumera y analiza esos juegos: las bagatelas, los dibujos colectivos, la “kleksografía”, los garabatos a partir de las firmas, el juego del cerdo, los juegos dialogados y las adivinanzas, las rimas improvisadas, el cultivo de greguerías absurdas, el ´mosaico´ (“una especie de grafiti lírico y efímero que se inscribe en las mesitas del Café”[14]) y las bromas y chistes. Para Mechthild Albert “La tertulia de Pombo representa de manera ejemplar la fusión entre vida y arte a que aspiraba la vanguardia” y en ella se crea “una realidad vicaria cuyo medio es el lenguaje hablado, es decir la oralidad, y cuya esencia es el arte, arte vital, trivial y colectivo” […] “Por ello, Pombo –subraya Mechthild Albert– no quiere ser una tertulia exclusivamente ´literaria´, académica, sino un foro animado, cosmopolita y variopinto al que la presencia de locos y chiflados da un toque de vida insólita y auténtica” […] “cuyo resultado –concluye– es un arte vivo, arte oral y colectivo, improvisado y ocasional, individual y efímero. Síntesis de poiesis y praxis, caben en la estética pombiana un sinfín de actividades artísticas: lúdicas, gráficas, poéticas y retóricas que se caracterizan todas por su subversión de las normas tradicionales”.
Tomás Borrás se refirió en el artículo “Los monigotes de Ramón” a esos juegos calificándolos de “travesuras pombianas”: “Así, en sus travesuras pombianas, en sus excursiones a los adentros del mundo, añadía, con cierta fisga de chicuelo, después de las descripciones y los desarrollos de su concepto de las cosas, el zigzag de un dibujito. Aquí [en el artículo] damos algunos, que se refieren a la serie sobre el café, institución trascendental en su vivir, que dedujo de lo trascendental que era el café madrileño. Son diminutas caricaturas, de lo que ha agotado, estrujándolo, para sacar todos sus zumos, el ¿Ven ustedes?, con que remacha su antología de las amadas innumerables cosas”. (Tomás Borrás. “Los monigotes de Ramón”. La Estafeta literaria. 1963, enero 19, núm. 257, pg. 3).
Décima. Como contrapunto a lo expresado por Mechthild Albert (aunque cronológicamente anterior) Ángel González García escribió en “Revistas de revistas” para el Catálogo de la exposición Arte moderno y revistas españolas. 1898-1936. Madrid, MNCARS, 1997, pgs. 15-16 lo siguiente: “El ´Pombo´ no era la guarida de “lo nuevo”, sino eso que el propio Ramón no pudo dejar de llamarle: cripta; esa donde purgó, en compañía de los muertos y a la espera de una pronta resurrección, el pecado de no estar en guerra con un mundo viejo. Emboscado contra su voluntad, Ramón se sentía viejo y todo se le antojaba viejo; visto y requetevisto”. También Ángel González alude al cuadro de Solana, La tertulia del Café de Pombo que pone en relación con el Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros de Gisbert: “El cuadro de Solana ridiculiza las fantasías heroicas de Ramón; traiciona su calculado pesimismo. En el espejo donde Ramón veía ´la sagrada forma abandonada y perseguida fuera´, Solana solo ve a los viejos de aspecto anticuado, fantasmagórico […] Ahora sabemos lo que hacen Gómez de la Serna y sus compañeros en el cuadro de Solana: esperan a ser fusilados por insurrectos”. Un comentario al cuadro de Solana por Manuel Sánchez Camargo podría verse como un antecedente de esto que escribió Ángel González: “En Madrid [Solana] ocupa una casa vieja […] Acude a la tertulia de Pombo, y deja a los principales tertulianos inmortalizados en el célebre lienzo, como esperando algo que no llega, una cita imposible. Parecen estar convocados para un instante de peligro” (Manuel Sánchez-Camargo. Solana. Pintura y dibujos, Afrodisio Aguado, 1953, pgs. 23-24).
Undécima. Sobre los contenidos bromistas en Pombo cabe recordar también una entrevista a Ivonne Brunet, que firma Ruff Katar, aparecida en la revista Ondas, el 31 de enero de 1926, núm. 33, pg. 27 a propósito de la adaptación radiofónica de la novela Aventuras de una parisién en Madrid de Eustache Amedee Jolly, “donde se narran las aventuras que vive en Madrid una joven francesa, trasunto de las vivencias del autor y la protagonista en la capital en 1924”. La entrevista tiene lugar en el «hall» del Hotel Bohème, en París –(“mientras Ivonne Brunet llega, nuestra mirada se recrea en las preciosas mujeres que cruzan los pasillos alfombrados del «hall», luciendo joyas de valor incalculable y dejando, al pasar, el suave perfume de finísimas esencias orientales”)–, y después de un diálogo sobre distintos aspectos y reconocer que España para ella fue escenario de muchos episodios novelescos, el periodista le pregunta si conoce a muchos escritores a lo que Ivonne contesta: “Durante mi permanencia en Madrid asistí a varios reuniones de escritores y artistas. ¡Reuniones agradables, en las que el buen humor y la fina ironía servían de impulso a todas las críticas y conversaciones! Recuerdo que un día, en la pintoresca reunión de Pombo, me presentaron al pintor del «sombrero de paja” diciéndome que era Jacinto Benavente… Cuando me enteré del engaño sentí alguna indignación, porque durante dos horas estuve hablando de sus obras con gran derroche de elogios”.
Duodécima. Pombo y las ondas radiofónicas. En la sección “Ecos de todas partes” de la revista Ondas, 28 de noviembre de 1926, núm. 76, pg. 26, se reproduce el cuadro de Solana con el siguiente pie: “Cuadro de José Gutiérrez Solana. Representa la tertulia de Pombo, que radiamos el día 21 del mes actual”, un testimonio más de las múltiples y variadas actividades que se llevaron a cabo en su ámbito y del interés del propio Ramón por este medio que daba así publicidad a su ya famosa tertulia y la posibilidad de llegar a un público más amplio. Días después, el escritor y colaborador de la revista José Díaz Fernández dedicaba un artículo, titulado “La greguería radiada” (Ondas, 12 de diciembre de 1926, núm. 78, pg. 5) en el que reflexiona sobre este género literario creado por Ramón que ve “no [como] una literatura para lectores, sino para oyentes”. El artículo comienza dando noticia de que “los teleoyentes han conocido hace poco una especie nueva de audición: la greguería. Ramón Gómez de la Serna, el inventor de esta moderna fórmula literaria, no ha de trasladarse desde su cripta de Pombo a la cabina de Unión Radio para hacer desde allí, sobre el multitudinario concurso, mudo y atento, el maravilloso juego de sus metáforas. […] Para los teleoyentes, aun para aquellos lectores adictos de Ramón, la greguería tuvo que haber resultado un hallazgo extraño y encantador, traído por la diaria marea de las ondas. Yo diría que la radiotelefonía acaba de colocarse su última joya, la más diminuta y brillante para sugestionar definitivamente al público […] Un mundo nuevo para el mundo recién hecho de la radiotelefonía”. Sin duda la referencia a Pombo está estrechamente relacionada con aquella sesión radiada desde Pombo en donde Ramón debió de lanzar a las ondas algunas de sus greguerías. Sin citarlo explícitamente, Pombo también está presente en el artículo de F.C., “El viajero de vuelta. Ramón Gómez de la Serna nos habla de la radio, después de su excursión a América” (Ondas, 16 de abril de 1932, núm. 354, pg. 28) en el que el periodista recoge unas palabras de Ramón dirigidas a un grupo llamado “Los Recoletos” que le homenajearon a su vuelta a Madrid tras su periplo argentino: “Nosotros –decía a ´Los Recoletos´ no podemos vivir más que en Madrid. Fuera estamos perdidos. Porque en Buenos Aires, en esa gran urbe que lo tiene todo, yo no he encontrado un café. Un café que pudiera ser MI CAFÉ. Como aquí. Solo aquí”. Pombo solo parece posible en Madrid.
Decimotercera. Desde Pombo. En septiembre de 1943, Julio Gómez de la Serna, hermano de Ramón, termina de escribir en el Café de Pombo “Mi hermano Ramón y yo (The case of the remembrance)” que firma en “Cercedilla, fines de agosto y Madrid –café de Pombo– septiembre de 1943.)”, texto recogido en Ramón Gómez de la Serna. El Circo. Prólogos de Julio Gómez de la Serna y Pablo, Francisco y Alberto Fratellini. (Plaza & Janés Editores, 1987). Tras unas citas ramonianas, en el prologuillo que antecede a “estos retazos (nada de biografía seria) que arranco dificultosamente de la cantera de mi memoria familiar”, Julio se dirige a su hermano: “(… Ramón, ha declinado el verano en este pueblecito encaramado en la Sierra, donde empiezo a escribir estas cuartillas intrascendentales […] Ramón, estas líneas ingenuas de evocación tuya las acabaré en Madrid, acaso en Pombo, pero nunca en una noche de sábado…)”. En el cuerpo del texto, menciona otra vez Pombo: “Ramón, mientras tanto seguía escribiendo sus libros e iniciaba con una proclama que era todo un programa, su tertulia de la Cripta de Pombo, acompañado de los “pombianos fundadores”, algunos de los cuales están ya captados solemnemente a través del tiempo, en el cuadro impresionante de Solana, que sigue colocado en el testero de la cripta” (pgs. I, XV y XXIII).
También desde Pombo, el hispanista Gerald Brenan, autor de El laberinto español, escribe una carta a Jiménez Fraud el 16 de febrero de 1949: “Mi querido amigo “I write this in the Café del Pombo [sic] in Carretas after seing a bad Benavente play. The Café del Pombo has the best light in Madrid and in the evening is empty […] Ramón de la Serna is returning to Madrid and the mozos hope that he will bring his contertulianos here and restore to it some of its lost prosperity”[15]. ¿Qué evocaría en Jiménez Fraud aquel Café ramoniano ahora “vacío” y languideciente, cuya vida corrió en paralelo con su Residencia de Estudiantes desde que, en 1915, la institución se trasladó a la nueva sede en los Altos del Hipódromo, el mismo año en el que Ramón fundó, en la antigua Botillería y Café de Pombo, su tertulia? Es admirable la impresión que le produjo a Brenan la luz de Pombo, “la mejor luz de Madrid”, impresión que, sin duda, hubiera llenado de satisfacción, de conocerla, a Ramón. Sin duda también la alusión que hace Brenan a “su prosperidad perdida” la debemos interpretar no solo en su vertiente “intelectual y artística”, sino también económica, pues la tertulia ramoniana fue una fuente inagotable de banquetes y homenajes que contribuirían a que el negocio del Café marchase bien. El resto de la carta, donde Brenan le cuenta a Fraud sus impresiones sobre Madrid, no tiene desperdicio y recomiendo vivamente su lectura, texto que merece figurar en cualquier antología sobre el Madrid del siglo XX.
Decimocuarta. Los últimos días de la existencia de Pombo también están reflejados en la biografía de Gaspar Gómez de la Serna. Ramón (Obra y vida) (Taurus, 1963), tantas veces citada. Tres ejemplos: una cita de Automoribundia, una carta de Ramón a Tomás Borrás (de 1943) y una carta a Pombo, sin fecha (1945). “Ya he insistido en otra ocasión –escribe el biógrafo– en mostrar hasta qué punto reproduce Ramón [en Buenos Aires] su modo madrileño de vivir, enmascarando materialmente su estudio con el querido estampario de su barroquismo matritense, hasta tapar la ventana de la realidad por cuyo vano podría percibir una ciudad que no era su ciudad. Quiere creerse donde no está” (y aquí inserta las palabras de Ramón): “Aquí no veo a nadie, y solo siento a mi alrededor una gran ciudad como Madrid y oigo que se habla español, y la memoria sensitiva puede tener alcances extraordinarios… Vivo como si viviese aún en mi calle de Velázquez, y el sábado recuerdo a mis amigos de Pombo, a los que veo gritar y beber”[16].
En la carta a Borrás: “Vivo aquí en el más cristalino y hermético fanal de recuerdos”, y añade: “Cuando los sábados yo me paralelizo con la tertulia, calculando sus horas y sus ritos, me es muy grato verlos en su doble puesto de cuadro y diván, dando nobleza a la recepción de las almas que llegan espontáneamente representando la alta marea de la noche y la unión espiritual y misericordiosa de los tiempos”.
Y en la carta a los “nuevos” pombianos. “Escribe directamente con cualquier pretexto –comenta Gaspar Gómez de la Serna– a la tertulia renacida de los esfuerzos de Borrás y de Sanz y Díaz, como cuando escribía desde Estoril o de Nápoles: ´Señores caballeros y cofrades de la noche pombiana, mis queridos amigos: aprovecho que va hacia allí el buen poeta José María Alonso Gamo para enviarles un recuerdo directo, pues yo estoy allí en visible presencia y esencia todos los sábados…´” (pg. 228).
Decimoquinta. Pombo, cuerno de la abundancia. Luis Gil Fillol, crítico de arte del periódico La Tribuna, vespertino en el que Ramón colaboró entre 1912 y 1922, publicó el 5 de septiembre de 1918 (núm. 2.494, pg. 7) el artículo “Arte y letras. Ramón” en el que alude, además de a su extraordinaria fecundidad como escritor, a su justeza e independencia de estilo, a su ingenuidad y espontaneidad, “garantías de la buena literatura”. “En él –escribe– se dan las cosechas con una abundancia peregrina […] Las ideas, sin tiempo de recorrer el ciclo natural, apenas nacidas, cuando aún debieran permanecer en la lactancia, echan a andar, atropellándose inseguras y trémulas”. Fecundidad unida también a confusión, según Fillol. “Un libro de Gómez de la Serna que se titula ´El Rastro´ es una magnífica advertencia de estas confusiones. También lo es el más reciente, ´Pombo´. En uno, evocando los puestos de la Ribera de Curtidores, aparecen las ideas más dispersas amontonadas y juntas, tal que si fueran esos mismos objetos varios y multiformes que se juntan y se amontonan ante las puertas de aquellos bazares. En el otro [Pombo] discurre el autor sobre las cosas más extrañas e incongruentes, como trasluciendo la diversidad de juicios que a diario cruzan por cada mesa del café. He aquí el arte moderno de este fogoso literato –concluye Fillol–, convirtiendo en aciertos lo que nos parecía francamente desacertado en otros escritores”.
Decimosexta. Rafael Santos Torroella ha señalado que el joven Dalí realizó “una serie de dibujos y aguadas a tinta china, varias de ellas firmadas y fechadas en 1922, relativas a anécdotas callejeras o sórdidos interiores madrileños” que pertenecieron a Ramón Estalella, “pintor y diplomático cubano hijo de padres catalanes, [que] había frecuentado la tertulia de Pombo y, entre 1922 y 1925, intercambiado obras con Dalí” (Rafael Santos Torroella. Dalí residente. Residencia de Estudiantes, 1992, pgs. 28-34). También Luis G. de Candamo ha recordado que entre Estallella y Dalí “se estableció una inmediata simpatía, de pintor a pintor, con el intercambio de dibujos a la tinta que nos muestran interesantes aspectos de la personalidad psicológica daliniana en aquellos tiempos iniciales”. Subraya también Candamo que en el “cenáculo de Ramón Gómez de la Serna en Pombo “se concertaban toda suerte de utopías” y califica la tertulia pombiana de “ámbito onírico del que Ramón Estalella fue no solo contertulio sino también eficaz colaborador con sus depuradas ilustraciones en los libros y panfletos ramonianos” (Luis. G. Candamo. “Estalella en su paisaje cultural”. Catálogo de la exposición Ramón Estalella y su tiempo. Centro Cultural del Conde Duque, 1990, pgs. 76-77).
De uno de esos dibujos, el titulado “Sueños noctámbulos”, Torroella señala que es una primera muestra de la excepcional maestría ilustradora de Dalí, quien sin duda condensó en esta obra las vivencias reales o imaginadas de un callejeo nocturno a la salida de una de las tertulias de Pombo. En la escena, a la par sucesiva y simultaneante, aparecen: interiores de tabernas, viejos faroles encendidos, iglesuelas con espadaña, y por todas partes, escaleras que suben o bajan y callejones en sombra desde la que acuchillan la noche multitud de ventanas iluminadas. El especialista en Dalí y Lorca recuerda también el paso del joven Dalí por la tertulia de Ramón en Pombo y las greguerías que el ampurdanés escribió con “el título de ´Skeets´ (sic) arbitraris”. Ramón pudo haber visto este y otros dibujos dalinianos semejantes vía Estalella, del que se conserva un dibujo o apunte tomado por él “durante la lectura, desde lo alto de un trapecio, de Ramón en el Circo Americano” (1923)[17] y aquel aparece de espaldas entre Antonio Marichalar y Miguel Jiménez Aquino en el simpático dibujo de Ramón con que ilustró su artículo “Variaciones. Inauguración de Pombo” (La Tribuna, 29 de octubre de 1920, núm. 3.194, pg. 9), reproducido después en La sagrada cripta de Pombo. A Pombo se le puede aplicar aquello que Moreno Villa predica del Madrid de aquellos años: “todo” remite al “aire de juego […] el Madrid literario y pictórico de los años 1927 a 1936 era iconoclasta, juguetón, snob […] Jugar, sí, todo tenía un aire de juego” (José Moreno Villa. Memoria. El Colegio de México / Residencia a de Estudiantes, 2011, pg. 135).
Decimoséptima. Como bien dice Antonio Espina, autor de Tertulias de Madrid, “hubo épocas, en España, en que casi toda la vida nacional se fraguaba en las tertulias” y “puede decirse que España entera consistía en un vasto sistema de tertulias que lanzaban sus fueros en múltiples direcciones, chocando unas con otras o confluyendo a veces las principales en una sola dirección para arrollarlo todo a su paso torrencialmente, e imponerse como potencia única” (Antonio Espina. Las tertulias de Madrid. Edición de Óscar Ayala. Alianza Editorial, 1995, pg 32). De Espina es también esta interesante valoración que hace sobre Pombo: “el conjunto abigarrado de esta reunión y la fácil salida al disparate o al sotto voce con la persona interesante, inencontrable en cualquier otro lugar; la mezcla rara de acentos psíquicos, que hacía variar bruscamente el clima de la tertulia tres o cuatro veces cada noche; y hasta cierta emoción evocadora que a todos nos ganaba en aquella sala un tanto escondida, larga y estrecha, del viejo café -’y botilleria’-… empujaba con íntimo goce a Salvador [Bartolozzi] al cónclave pombiano”. También alude a Solana en estos términos: “es el Esquivel, a su manera, del momento” (Retratos completos (1941-1961). Edición dirigida por Ioana Zlotescu. Prólogo de Juan Manuel Bonet. Obras completas XVII. Retratos y biografías II. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2004, pgs. 1001-1002).
Decimoctava. Guillermo Cabanellas, autor de La guerra de los mil días. Nacimiento, vida y muerte de la II República Española. Volumen I (Buenos Aires, Editorial Heliasta S.R.L., 1975, 2ª edición, pg. 146) en el capítulo que dedica a la Dictadura de Primo de Rivera hace una referencia a varias tertulias en la calle de Alcalá, “lugar que frecuentan estudiantes y modistillas” y “allí se encuentra La Granja del Henar, cuyas tertulias pretenden derribar al Gobierno; en tanto que, en el Regina, se impone la figura rechoncha de Azaña. En el Lyón D´Or luce su obesidad Prieto, que ya ha dejado de ser aprendiz de burgués para convertirse en capitalista; y en donde Queipo de Llano blasfema contra los hombres de la Dictadura. Más allá se encuentra la cripta de Pombo, en la calle de Carretas 4; en ese café, al que concurren monjas, curas y anarquistas, tiene Ramón Gómez de la Serna su tertulia de literatos. En la cripta de Pombo y, al pie, de un cuadro de Gutiérrez Solana, que representa la misma tertulia, se reúnen aquellos hombres que hablan de literatura; en tanto que en los demás lugares de Madrid y de España todas las conversaciones giran, en tono de la mayor violencia, sobre ese diálogo de las pistolas que ya se ha iniciado”.
Decimonovena. En el apéndice de Automoribundia (edición de Galaxia Gutenberg) se recoge una entrevista de Federico Lefèvre con Gómez de la Serna, publicada en “les Nouvelles Littéraires” de París (que, por la referencia a la aparición en París de la traducción de Gustavo el Incongruente, se realizó en 1927) a la que asiste Valery Larbaud, traductor e introductor de Ramón en Francia, quien cuenta su encuentro con Ramón en mayo de 1918, en el Café de Pombo: “–Nuestro encuentro tuvo lugar tan solo unos meses después, en mayo de 1918. Fui a Pombo, el café madrileño donde sabía que se reunía con sus amigos. Pero caí, inocente de mí, durante el día: ´Claro que conocemos a don Ramón´, me dijo el camarero; ´vendrá aquí esta noche, porque es sábado, con sus amigos. Los sábados está aquí, de costumbre, de diez de la noche a cinco de la madrugada´”. En aquel primer encuentro, Larbaud le pidió a Ramón “autorización para traducir su obra […] llevándose –comenta este– un amplio y entusiástico permiso para traducir todo lo que quisiera” (pg. 908). Guillermo de Torre en “Valery Larbaud, el viajero vuelto inmóvil” (1967), texto recogido por Pablo Rojas en Guillermo de Torre. Tan pronto ayer recuerda una visita a la casa del escritor francés en París y menciona algunos de los objetos que decoraban su casa como, entre otros, “esa plaza de toros de juguete que le había regalado Ramón Gómez de la Serna, al final de un banquete, en Pombo de Madrid” (pg. 340).
Vigésima. Pablo Rojas ha recogido en Guillermo de Torre. Tan pronto ayer. Edición e introducción de Pablo Rojas(Renacimiento, 2019) un amplio inventario de textos que pueden considerarse unas memorias (no articuladas) del poeta, ensayista y crítico literario, “testigo (a lo largo de todo el siglo XX) del discurrir de sucesivas corrientes artísticas a las que prestó singular atención en sus ensayos”. En esos textos reunidos aquí (véase para situarlos cronológicamente el apartado “Procedencia de los textos”) encontramos varias referencias a Pombo y, por supuesto, a Ramón Gómez de la Serna.
La primera, ya explícita, en la designación del capítulo IX del índice de esas memorias, que Rojas reproduce en su introducción y que de Torre iba a titular Tan pronto ayer: “El circo de Pombo (más que última barricada)”. Guillermo de Torre confirma que “Ramón remaba con valentía contra corriente […] satirizando la ´literatura de papel de seda´ […] desde las páginas en forma de sábana del primer manifiesto pombiano y comenzaba a imponer su nueva óptica. Y aunque las tenidas en Pombo eran entonces rigurosamente minoritarias –criba de selectos y no plataforma de payasos como devinieron después–, aunque Ramón en realidad nunca pretendió trocar en programa ni dogma su peculiarísima manera, el caso es que su influencia atmosférica fue cierta y saludable” (pgs. 63-64).
En el apartado dedicado a las tertulias en los Cafés –también reseña las de las revistas y los círculos–, al referirse a la del Lyon la define como “la reunión (aparte Pombo) de más firme, de más constante fidelidad a las letras (el libro nuevo, el ensayo o el artículo vibrante, la noticia literaria sabrosa, hallan perfecto acomodo en el comentario de los contertulios)” (pg. 138).
Una referencia más evocativa de un tiempo ya pasado es la remembranza que de Torre hace en “Reencuentro con Madrid”: “Subo por la calle de Carretas. Ya no está aquí el antiguo café y botillería de Pombo, que hicieron famoso las joviales reuniones sabáticas de su pintoresca tertulia, gobernada (es un modo de decir, dada la anarquía, de sus contertulios) por Ramón Gómez de la Serna, y tan prendida a los recuerdos de mis comienzos literarios. Pombo ha sido reemplazado por una valijería, una tienda de baúles, continuándose, empalmándose así, en cierto modo –mediante esta alusión viajera– la tradición más remota del lugar, puesto que de él salieron primitivamente galeras y sillas de posta” (pgs. 193-194).
Al referirse a las figuras (casi un binomio) de Picasso y Ramón que describe como “bajos, membrudos, contorneados […] y con la traza de unos capitanes de tropa circense”, subrayando además de Ramón su actitud más característica, la de “mirador constante”, señala que “son más bien hombres de amistades aisladas que de grupos compactos. Pese al Pombo ramoniano y a las tardes picassianas en la trastienda del marchante Kahnweiler, ninguno de ellos requiere grandes concursos a su alrededor. Lo que sucede es que, como ha dicho alguien, ´todo gran hombre es contagioso´, y el vicio de las tertulias es uno de los más sabrosos vicios europeos” (pg. 327).
Sumamente interesante es el bosquejo biográfico que Guillermo de Torre le dedicó a Ramón (diez días después de su fallecimiento en Buenos Aires el 12 de enero de 1963) donde trata de explicar el “aislamiento y soledad” en los que se recluyó en sus años finales bonaerenses. “Quienes convivimos con él durante muchos años europeos –escribe de Torre–, viéndole vivir poco menos que en ´olor de multitudes´, prodigándose generosamente en la comunicación humana, aquellos que asistimos a las alborozadas tertulias sabáticas de Pombo (también, aunque ocasionalmente, a las reuniones de la Consigne, en París) y no le perdimos nunca de vista hasta en sus refugios de ´El Ventanal´, de Estoril o la Ribera Chiaja de Nápoles, difícilmente reconocíamos a la misma persona en el porteño, siempre jovial y exuberante, pero más bien huidizo o replegado en sí mismo” (pg. 408).
Vigesimoprimera. Josep Pla dejó escritas páginas magistrales sobre Madrid en sus dietarios. En el correspondiente a 1921, le dedicó a Pombo y a Ramón una entrada: “Madrid: Pombo, Ramón Gómez de la Serna” que comienza así: “He ido al café de Pombo, a la sagrada cripta, para hablar con propiedad. He entrado con el mismo estado de ánimo que siento cuando me encuentro en un jardín zoológico”. Pla percibe con extrema claridad los cambios que en ese momento estaban transformando a Madrid y lo subraya de una manera magistral: “está cruzando el puente que lleva de la ciudad con cosas y costumbres típicas a la gran ciudad de vida uniforme, monótona y gris”. Por eso aduce que “todo lo que resta de la etapa anterior parece reminiscencias. Por eso, hay que venir a Madrid a ver los últimos cafés, los últimos noctámbulos, las últimas tertulias, los últimos intelectuales. Los últimos intelectuales –lo que se dice los últimos intelectuales van a Pombo”, apostilla no sin cierta ironía.
A su glosa no le falta la descripción física del local: “Pombo es un café silencioso y ochocentista, con mesas rectangulares de mármol para cuatro personas, alargado, con forma de túnel, techo abovedado y unos espejos anacrónicos en las paredes de un color melancólico”. También alude a varios de los rituales pombianos; al de la firma en el álbum: “cada sábado, después de cenar, Ramón Gómez de la Serna va a Pombo, lo que atrae a una banda innumerable de artistas, de literatos, de escritores jóvenes. La tertulia es abierta y generosa. No bien os habéis dado a conocer, Ramón saca un libro de oro y os hace firmar”, como a la costumbre de regalar sus libros firmados “con una caligrafía terrible y con tinta roja”.
Describe la atmósfera del Café saturada de humo de tabaco y observa en los tertulianos “sus caras famélicas, caras largas, caras pálidas, barbillas temblorosas, ojos calenturientos, higiene equívoca […]”. De entre ellos, destaca a Solana: un “hombre silencioso, de cabellos cortos y blancos, que tanto podría ser un obrero como un burócrata, como un marqués nacido a la democracia; un hombre de granito, un hombre que parece un loco apaciguado”. Respecto de Ramón señala Pla que es “una persona simpática” y que produce en el oyente “más efecto sentado que de pie”: “cuando se sienta, en su rostro se produce un fenómeno extraño […] su voz adquiere un tono metálico, pero aterciopelado […] el gesto es amplio, desenvuelto, lleno de sociabilidad. Sentado, este hombre se convierte en uno de los animadores de tertulia más activos de nuestra época, y en Pombo esta cualidad suya es lo esencial”.
La mayor virtud de estas líneas de Pla es que consigue situar y retratar a Ramón en su paisaje pombiano. Como señaló Juan Ángel Juristo en “Farmacopea libresca. Lecturas para después del confinamiento” (librosnocturnidadyalevosia, 2 de junio de 2020), este dietario está “lleno de anécdotas que, mediante el detalle, retratan un paisaje y un paisanaje”. “Sobre la una y media de la madrugada –concluye el escritor catalán–, cuando Ramón se levanta del asiento –imitado ipso factopor el pintor Solana–, se produce el momento trágico: el momento de pagar el café, o sea, hablando en general, el momento de pagar. Se produce un instante de confusión que suele durar un rato largo” (Josep Pla. Dietarios de Madrid. Madrid, 1921. Madrid. El advenimiento de la República. Prólogo de David Trueba. Ediciones Destino, 2020, pgs. 220-226).
Vigesimosegunda. La relación de Ramón con Solana fue un mutuo descubrimiento. Un botón de muestra de aquella relación fue la dedicatoria que José Gutiérrez Solana estampó al frente del capítulo «El ciego de los romances» de su Madrid, escenas y costumbres. Segunda serie (1918) dedicado “Al gran escritor Ramón Gómez de la Serna, admirable autor de libros raros, inventor de “Greguerías”, Cronista del Rastro, del Circo y del viejo Café de Pombo”, estupendo trazo de la trayectoria literaria del escritor hasta ese momento.
Vigesimotercera. Aunque recogí en mi libro Ramón y Pombo. Libros y tertulia (1915-1957) el artículo de Fernando Vela “La tertulia de Pombo” (Revista de Occidente, octubre 1924, núm. XVI, pgs. 172-176) vuelvo ahora a él para reseñar algunos otros aspectos que allí no contemplé. Primero, una referencia personal de su paso por la tertulia: “Algún sábado que hacíamos visita a Pombo, Ramón mandaba subir de la cueva la última botella de un ron, de un coñac, de un champaña de medio siglo. Nunca le creímos: había una provisión excesiva de últimas botellas. Ahora vemos que era verdad. Ramón ha agotado Pombo, ha consumido todo el stock de romanticismo que había en la cala”. (pg. 173). En relación con los rituales que hemos señalado en la vigesimoprimera apostilla, Vela comenta que “Ramón ha sido, a pesar de su personalísima peculiaridad, quien más gasto ha hecho en beneficio del grupo. Él creó los mitos, los símbolos, las enseñas, los ritos, las ceremonias, los días festivos, las solemnidades mayores. En Pombo cultivaba el pensamiento asociativo que es lo que da una visión mágica del mundo, una visión juvenil. Todos los sábados en Pombo, encendíase para los jóvenes el mundo en magia. Me parece que los ´pombianos´ perdieron la fe en sus mitos mucho antes que el creador que los había imaginado y se los regalaba generosamente” (pg.175). Parece obvio que Fernando Vela veía la tertulia de Pombo en este momento (1924, fecha de la publicación del segundo tomo que es el que motiva su artículo) como algo específico del pasado que le lleva a decir: “Así Pombo, en el segundo libro, no es una cosa de entre 1916 y 1924, sino de hacia 1894. Ya no se complacía Ramón en vivir y relatar a Pombo como presente, sino en recordarlo como pasado. Así Pombo es una especie de ´Memorias´ del buen tiempo viejo” (pg. 172), frase que remite sin duda al título de las memorias de José Zorrilla, Recuerdos del tiempo viejo.
Vigesimocuarta. Leo en la reseña de Elsa Fernández-Santos, “Contra la leyenda de Teresa Wilms Montt”. (Babelia, El País, 26 de febrero de 2022, núm 1.579, pg. 6) que “fue precisamente lo que escribió Valle en el prólogo del poemario Anuarí (1918) sobre una autora ´cargada de siglos y juventud´ lo que llamó la atención de Juan Ramón Jiménez, quien, en 1944, exiliado en Washington y después de quedar sobrecogido ante los diarios de la chilena, decide incluir una carta abierta a ella en su Diario de ´Vida y muerte´: ´Mística tú diferente de todas las místicas y los místicos, mística del amor y el dolor impensados, con tu pensamiento pleno de distancia´”. Juan Ramón y Teresa Wilms no se habían cruzado en Madrid: “(´Oí hablar de ti a unos y otros, andabas con Valle-Inclán y con Gómez de la Serna. Opio y Pombo´)”. […]”.
Teresa Wilms Montt vivió breves estancias en Madrid, desde febrero hasta septiembre de 1918 y parte del invierno de 1919 hasta la primavera de 1920 como se indica en la nota que precede a “Peregrinaje y finitud” (Teresa Wilms Montt. Diarios íntimos. Prólogo y perfil de Alejandra Costamagna. Edición y notas de Julieta Marchant, Alquimia Ediciones y Pepitas de calabaza, 2022, pg.164). En las anotaciones de este diario en esas fechas no hay ninguna alusión de tipo local, salvo alguna referencia al hotel donde se alojó y a la alcoba de lo que parece ser una pensión: “mi alcázar que no posee nada de particular […] cuarto modesto, limpio, con cuatro paredes […] blancas escasas de adornos que no turban la quietud de mis pensamientos” (entrada fechada en 1918).
Ramón dejó un breve retrato o semblanza de ella (incluida una fotografía) en La sagrada cripta de Pombo, donde recuerda que “estuvo algunas noches en Pombo desmelenándose al hablar, sin saber encontrar las palabras del espíritu […] se tomó un ajenjo creyendo que en nuestra tertulia había alguno de esos antiguos ´pernoctianos´ que se emocionan ante esa anarquía dolorosa y perjudicial”. Esta frase de Ramón nos ayuda a entender mejor el como “dictum”, con claro matiz negativo, de Juan Ramón Jiménez: “Opio y Pombo” que va dirigido sobre todo a sentenciar la tertulia ramoniana.
No obstante algunos de los rasgos del perfil de Teresa Wilm que traza Alejandra Costamagna en la edición citada completarían con mayor objetividad esa referencia juanramoniana: “Jovencita de mente abierta […] muchacha de ideas claras, simpatizante del anarquismo […] histriónica, seductora, bohemia […] escritora de diarios febriles […] adicta a los somníferos, al opio […]” que estableció “relaciones con la bohemia y el vanguardismo europeos” (pg. 16). Guillermo de Torre también ha evocado su figura: “Hace bastantes años conocí en Madrid a una mujer fulgurante, iridiscente […] Así, mientras yo ardía en alta fiebre de la más extrema modernidad, despreciando antes que nada el pasado inmediato, esto es lo del siglo XIX en sus finales y coleos, ella, Teresa Wilms vivía hundida hasta el cuello en esa época. Y no solo por lo que escribía, sino por la atmósfera en que sumergía su vida. Tenía cortinas negras, se alumbraba con hachones, ¿tomaba morfina? y… cuando encontraba a Valle-Inclán, el beso que me regateaba a mí se lo daba a él en la frente, al entrar en el Gato Negro” (Guillermo de Torre. Tan pronto ayer. Edición e introducción de Pablo Rojas. Renacimiento, 2019, pg. 95).
Vigesimoquinta. Vinculado con el “solapismo” ramoniano nos encontramos en uno de los paratextos de Trampantojos la siguiente referencia a Pombo: “En su tertulia de Pombo los sábados recibe toda la loquería del mundo y arma las grandes trapatiestas, durante muchos años” (Orientación Cultural Editores S.A, 1947, pg. 167).
Vigesimosexta. Toda institución tiene sus antecedentes. En el caso de la tertulia de Pombo, fundada por Ramón en 1915, Juan Manuel Bonet al glosar la revista Prometeo habla, con gran perspicacia, de un Pre-Pombo: “A propósito de Prometeo merece recordar que fue entonces cuando nació la afición ramoniana a los banquetes. Bajo el patrocinio de la revista se celebraron uno en homenaje a Andrés González Blanco, otro en memoria de Larra, y otro al inicio de la primavera. A esas actividades se añadieron los “Diálogos triviales” del Café de Sevilla, de los que merecen destacarse los dos que presidieron sendas actrices, La Safo y La Manón. Clima aquel evidentemente Pre-Pombo y pre-vanguardia” (Juan Manuel Bonet. “Las revistas madrileñas, del modernismo a la modernidad”. Catálogo de la exposición Arte moderno y revistas españolas. 1898-1936. Madrid, MNCARS, 1997, pg. 51).
(Continuará)
Posdatas.
Primera. [1913?]. “Desde la terraza de este Café observo temblorosamente la vida. Veo poco de ella –el bullicio– en su concentración en esta plazuela clara y mía. Un marasmo como el principio de una borrachera me ilumina el alma de cosas. Fuera de mí, en los pasos de los que pasan y en la furia regulada de movimientos transcurre la vida evidente y unánime. A esta hora, cuando se me han paralizado los sentidos y todo me parece otra cosa –mis sensaciones, un error confuso y lúcido–, abro las alas pero no me muevo, como un cóndor imaginado. Hombre de ideales que soy, ¿quién sabe si mi mayor aspiración no será realmente más que estar sentado a la mesa de este café? […] Todo el misterio del mundo desciende ante mis ojos para esculpirse en banalidad y calle” (Fernando Pessoa. Libro del desasosiego. Traducción, prefacio y notas de Antonio Sáez Delgado. Edición de Jerónimo Pizarro. Editorial Pre-Textos, 2014, pgs. 41-42).
Segunda. “Un Café que prolongan empañados espejos. Mesas de mármol. Divanes rojos. El mostrador en el fondo, y detrás un vejete rubiales, destacado el busto sobre la diversa botillería. El Café tiene piano y violín. Las sombras y la música flotan en el vaho de humo, y en el lívido temblor de los arcos voltaicos. Los espejos multiplicadores están llenos de un interés folletinesco. En su fondo, con una geometría absurda, extravaga el Café. El compás canalla de la música, las luces en el fondo de los espejos, el vaho de humo penetrado del temblor de los arcos voltaicos cifran su diversidad en una sola expresión. Entran extraños, y son de repente transfigurados en aquel triple ritmo, MALA ESTRELLA y DON LATINO” (Ramón del Valle-Inclán. Luces de Bohemia (1920-1924). Acotación escena novena).
Tercera. “El librito actual es una colección de fantasías, divagaciones, comentarios y juicios, ora serios, ora jocosos, provocados durante algunos años por la candente y estimuladora atmósfera de[l] café.” Santiago Ramón y Cajal. “Prólogos. Dos palabras al lector”. Charlas de Café. Pensamientos, Anécdotas y Confidencias [1921] Aguilar, 1951, pg. 17. Este primer prólogo está fechado en 1921.
[1]Enrique de Aguinaga recoge este hecho: “En este purgatorio, hay gestos amistosos que Ramón apenas puede saborear: la adquisición de la mesa presidencial de Pombo por el Museo Romántico (1950)”. La frase lleva nota incluida referida al artículo “Ramón y la liquidación de Pombo. La mesa salvada”. Diario Arriba, 24 de septiembre de 1950. En Enrique de Aguinaga. “Ramón Gómez de la Sera, políticamente incorrecto”. Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 2003, pgs. 460-461.
[2] Se refiere a la conferencia “El concepto de la nueva literatura” dada en el Ateneo de Madrid y publicada en Prometeo (abril, 1909).
[3] Andrenio, Miguel Pérez Ferrero, José López Rubio, Benjamín Jarnés, Francisco Vighi, Ramiro de Maeztu, José Ortega y Gasset, Fernando Vela, Eduardo Blanco Amor, Pedro Caba, Julio Angulo, Alejandro Gaos, Guillén Salaya, Jacinto Miquelarena, Federico García Lorca, Guillermo Díaz Plaja, Máximo José Khan, Rafael Dieste, María Zambrano, Federico de Onís, José María Souvirón, Ángel Vivanco, Valle-Inclán, José Bergamín, Tomás Borrás, Julio Gómez de la Serna, Antonio de Hoyos y Vinent, José Francés, Mauricio Bacarisse, José María de Sagarra, Antonio Espina, Ricardo Baeza, Guillermo de Torre, Antonio Rodríguez de León, Félix Lorenzo, Esteban Salazar Chapela, Paulino Masip, Ángel Balbuena Prat, Edgar Neville, Enrique Azcoaga, Arturo Serrano Plaja, Alfredo Marquerie y Juan Antonio de Zunzunegui.
[4] Joaquín Edwards Bello, Pablo Neruda, Enrique Amorín, Vicente Huidobro, Rómulo Gallegos, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Pedro Enríquez Ureña, Arturo Capdevila, Leopoldo Marechal, Jorge Zalamea y Arturo Uslar Petri.
[5] Karl Vossler, Tristan Tzara, Pierre Mac-Orlan, Jean Cassou, Elie Richard y Benjamín Cremieux.
[6] Enrique Climent, José Zamora, Bagaría, Santiago Ontañón, Juan Esplandíu, Pedro Bueno, Andrés Conejo, Marc Chagall, Sandy Calder, Salvador Bartolozzi, Julio Antonio, Néstor, José Gutiérrez Solana, Victorio Macho, Sancha, Gerardo de Alvear, Antonio Rodríguez Luna y Norah Borges.
[7] Sergio Cotapos y Andrés Segovia.
[8] Tórtola Valencia.
[9] Luis Buñuel
[10] Rafael Bergamín y Mariano Rodríguez Orgaz.
[11] Antonio de Sangróniz.
[12] Ramón utiliza aquí el término “revolución” como líneas más abajo el de “segunda revolución” para referirse al inicio de la Guerra Civil, teniendo en cuenta que en Buenos Aires trataba de congraciarse con el régimen de Franco como ya hemos visto en sus cartas a d´Ors o Giménez Caballero.
[13] Albert, Mechthil. “Para una estética pombiana: la tertulia, laboratorio de la vanguardia española”. En Ramón Gómez de la Serna. Etudes réunies par Evelyn Martínez Hernández. Clermont-Ferrand, Université Blaise-Pascal, 1999, pgs. 103-120. Mi profundo agradecimiento a Laurie-Anne Laget por haberme facilitado copia de este artículo.
[14] A los “arabescos” o “mosaicos” ya se había referido Ramón en la Primera Proclama de Pombo (1915) en el epígrafe “Arabescos o Mosaicos”.
[15] Recogida en el libro Alberto Jiménez Fraud. Epistolario I. 1905-1936. II. 1936-1952 y III. 1952-1964 (Edición de James Valender, José García Velasco, Tatiana Aguilar-Álvarez Bay y Trilce Arroyo. Madrid, Fundación Unicaja / Residencia de Estudiantes, 2017.
[16] Ramón Gómez de la Serna. Automoribundia (1888-1948). Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1948, cap. XCI, pgs. 680-681. En el quinto párrafo de este capítulo, también se refiere Ramón a este último Pombo: “Pombo enciende sus luminarias los sábados. Algún buen amigo –el animador Sanz y Díaz– me comunica que aumentan los locos y los bohemios, pero yo le escribo que hay que saber petar con ellos, que eso es Pombo, una mampara que se abre para el que sea, junto al gran arco de la Puerta del Sol, y por eso es insustituible para tomar el pulso a la noche madrileña (pg. 678).
[17] Véase Catálogo de la exposición Escrituras en libertad. Poesía experimental española e hispanoamericana del siglo XX. Comisario José Antonio Sarmiento. Madrid, Instituto Cervantes, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, 2009, pgs. 76-77.