Cada día la población de las ciudades de todo el mundo aumenta en 200.000 personas, afirma el historiador británico Ben Wilson en el ensayo “Metrópolis. Una historia de la ciudad, el mayor invento de la humanidad” (Debate, 2022). Y en el 2050 los dos tercios de la humanidad vivirán en ciudades por lo que a finales del próximo siglo la humanidad estará totalmente urbanizada.
Seguimos con los datos: dentro de tres años, 440 ciudades tendrán una población de 600 millones de personas (el 7% de la población mundial) y representarán la mitad del producto interior bruto del planeta. Para el autor no se trata de un fenómeno nuevo, sino que es algo que ya sucedió muchos siglos antes, cuando la inmensa mayoría de la población vivía en urbes como en la antigua Mesopotamia o la Mesoamérica precolombina.
En su ensayo, Ben Wilson cuenta la historia de veinte ciudades y menciona otras tantas para enseñarnos como también sufrieron los mismos problemas y aciertos. De este modo nos conduce desde Mesopotamia hasta la aldea informática de Otigba en la Lagos de hoy día.
Wilson pasa revista a 6.000 años de historia urbana desde una perspectiva global que abarca la cultura, la economía, la política, la sociología, la psicología, la ingeniería y la arquitectura.
Pero hay mucha gente que mira con desconfianza a la ciudad y lo ve como algo negativo por múltiples motivos. Una desconfianza que, en us orígenes, Wilson atribuye a la crítica judeocristiana hacia las metrópolis que surgieron en Mesopotamia a partir del año 4000 a. J.
Ciudades con una importante densidad de población, étnicamente diversas, de mucho comercio, un urbanismo novedoso, templos majestuosos y placeres embriagadores
Wilson afirma que las ciudades formatean a quienes viven en ellas. Es decir, los que vivimos en ellas nos adaptamos a los usos y “carácter” del lugar donde vivimos. Aparte la climatología, no es lo mismo estar en Lagos que en Singapur.
La primera gran ciudad, hacia el año 5000 a.C., fue Uruk, en lo que entonces era Mesopotamia (ahora Irak). Según Wilson su arquitectura era notable y fue el origen del primer sistema numérico y las «primeras técnicas de producción en masa». También «la palabra escrita» -cuneiforme- fue inventada en Uruk.
Con la civilización griega y romana, la ciudad adquirió un aire aún más civilizado. Fue Roma la que inventó las termas, un espacio no tanto de aseo como de socialización donde al igual que una gran superficie actual era posible ejercer múltiples actividades, desde comer, hacer negocios, hablar de política y tener relaciones sexuales.
A diferencia de su momento actual, Bagdad fue la capital intelectual y espiritual del mundo oriental. Fundada en el año 762 por Al Mansur contaba con el más sofisticado y deslumbrante diseño urbano. En su construcción participó un ejército de 100.000 arquitectos, topógrafos e ingenieros.
Europa tendrá que esperar a comienzo del siglo XII para asistir al desarrollo de las ciudades que se beneficiaron de la guerra y la expansión hacia el este, como Lübeck, y que dio origen a la Liga Hanseática, un modelo que Lisboa exportó en África y Asia a través de ciudades fortificadas que vigilaban la ruta de sus dominios.
«La urbanización en Europa surgió como resultado del espíritu empresarial de sus habitantes, sin duda; pero su dinamismo también provino de fuentes menos positivas: La peste negra, las cruzadas, las guerras endémicas y las mortíferas rivalidades entre ciudades», sostiene Wilson.
Lisboa era a finales del siglo XV una ciudad diferente a cualquier otra urbe europea, ya que el 15% de la población lo conformaban esclavos africanos, había una importante comunidad musulmana y un gran número de comerciantes judíos, holandeses y alemanes inmensamente ricos.
En el siglo XVI, Amsterdam fue la urbe con mas comercio y en la que el gobierno conectó a las corporaciones, bancos y comerciantes para crear el primer mercado de valores del mundo con sus correspondientes dispositivos financieros. Los contratos a plazo y de futuros, las coberturas y la compra de márgenes fueron inventos de los habitantes de Ámsterdam.
Wilson describe el Londres del siglo XVII como un ejemplo de una metrópolis sociable, donde los salones de los cafés proporcionaban encuentros espontáneos y redes sociales presenciales que hicieron a la gente mas refinada. Sin embargo, la sociabilidad fue rápidamente eclipsada por la exclusividad.
La miseria está representada por Manchester, donde los inmigrantes de una colonia británica (Irlanda) eran la mano de obra de la industria textil gracias al algodón cultivado y cosechado por personas esclavizadas en el sur de Estados Unidos. Friedrich Engels llamó a los barrios pobres de Manchester el “Infierno en la Tierra”. Pero si las ciudades pueden enseñar la miseria en su estado más crudo, también ofrecen cierta esperanza a los que huyen de la pobreza rural.
«Los campesinos de la Irlanda del siglo XIX huyeron de la miseria y la hambruna para vivir mejor en los barrios bajos de Manchester y Chicago, arriesgándose a vidas miserables y contraer el cólera y la fiebre tifoidea. Pero como decía un irlandés, vivir y trabajar en Manchester le daba la oportunidad de comer dos veces al día».
Podemos imaginarnos a la Chicago de mediados del siglo XIX cuyos habitantes tenían que soportar el hedor de las cunetas llenas de desechos humanos y animales, «que dejaban charcos de un líquido indescriptible».
En cuanto a la relación de la ciudad y la guerra, Varsovia merece un capítulo en el que Wilson nos cuenta los intentos de la gente por sobrevivir, tanto dentro como fuera del gueto judío, una situación que compara con el Tokio arrasado durante la Segunda Guerra Mundial por los bombardeos norteamericanos.
El recorrido termina en Lagos, la capital de Nigeria., Una ciudad «vasta, insondable, ruidosa, sucia, caótica, superpoblada, energética y peligrosa» que tendrá 40 millones de habitantes en 2040, pero con un «tejido urbano diferenciado» muy resistente, porque el desarrollo de la ciudad se ha dejado en manos de sus habitantes.
Wilson está interesado en el tejido conectivo que une la ciudad y no sólo en su aspecto exterior o en sus órganos vitales, sin descuidar aspectos como la gastronomía.
«La gente es muy buena construyendo sus propias comunidades», afirma el historiador que sostiene que las ciudades seguirán creciendo por las mismas razones que la gente ha venido del campo a la ciudad durante seis milenios: la esperanza de una vida mejor, la savia de cualquier metrópolis.