El 13 de septiembre de 1912 aparece en el periódico La Tribuna, núm. 225, pg. 3, firmado por Avendaño e ilustrado con una de las mejores caricaturas de Ramón por Bagaría, un brevísimo artículo, apenas siete párrafos, escuetamente titulado, “Ramón Gómez de la Serna”. Avendaño destaca como ideas principales la originalidad de nuestro escritor, así como, a su juicio, su arbitrariedad y vulgaridad. Sin embargo le compara con Ibsen y Shakespeare. La originalidad del escritor que contaba en ese momento 24 años y que había iniciado su colaboración en este periódico unos meses antes, el 12 de mayo, con un artículo dedicado a su admirado Silverio Lanza, al que le dedicaría páginas penetrantes, es para Avendaño la idea motriz con la que inicia su artículo:
“Es un hombre extraordinario. El hombre más original de Europa. Yo lo admiro profundamente. […]. Ha dicho cosas a la altura de Ibsen. Y ha hecho evocaciones como Shakespeare.”
Hasta este momento el grueso de la obra de Ramón se había desarrollado fundamentalmente en las páginas de la revista Prometeo(1908-1912), que le permitió como señaló José de Icaza, no sin cierta ironía “escribir todo lo que se le ocurre, publicar todo lo que escribe y regalar todo lo que publique”. Ya había publicado también un libro fundamental en su bibliografía como El libro mudo (secretos) (1911) y sus primeras greguerías.
Por eso llama la atención que Avendaño, si no es tirando de ironía también, le considere “El hombre más original de Europa”. La alusión a Ibsen probablemente provenga de la conferencia que sobre el dramaturgo noruego pronunció Ramón en su adolescencia, cuando, como comenta Gaspar Gómez de la Serna en su biografía, Ramón (Obra y vida), frecuentaba:
“los domingos una sociedad: Ciencia, Literatura y Arte, en la que se discute de lo divino y de lo humano [y] pronuncia allí alguna conferencia de limitado auditorio, la primera sobre Ibsen, aprovechando el salón de actos de los bomberos en la Plaza Mayor” y anda en compañía de“universitarios y escritores en ciernes –Baeza, Mediero, Hernández Luquero, Javier Valcarcel, Leocadio Martínez Ruiz, su hermano Pepe, su primo Pedro García de la Barga [y] su tío José Gómez de la Serna y Favre”.
En la balanza de lo positivo, también indica Avendaño:
“Es un hombre grande. Y, por lo tanto, sus aciertos y sus errores son angulares, en bóveda.”
Para concluir al final de estas escuetas líneas que:
“Tiene cosas de genio.”
Pero el artículo de Avendaño también muestra, digámoslo así, aspectos “negativos”. El primero de ellos es la siguiente confesión del periodista, tras haber subrayado la originalidad de Ramón:
“Pero confieso que la mitad de su obra, por lo menos, no la entiendo.”
Esta aseveración va graduándose con otras de tenor parecido, tras citar a Ibsen y Shakespeare, escribe:
“Pero también ha soltado por los puntos de la pluma cada tontería de la importancia monumental de San Pablo de Londres.”
Entremedias de esas referencias, Avendaño acude a la anécdota personal:
“Una noche yo paseé hasta muy tarde por Madrid con Ramón Gómez de la Serna. Me dijo cosas sencillamente formidables. Me habló, telegráficamente, de un estudio curioso que iba a construir al día siguiente. Yo esperaba la aparición de aquel trabajo con ansia.”
Apareció y lo leí:
“Me quedé helado. Era espantosamente malo.”
Aunque nos sabemos a cuál texto se refiere, este juicio crítico y negativo (que nos aporta poder observar la condición deambulatoria y peripatética de nuestro escritor por Madrid, un rasgo fundamental de su biografía literaria, lo matiza el periodista con la siguiente observación:
“En cambio, leyendo prosas pelmazas de Gómez de la Serna, sufrí, de repente, emociones brutales en mitad de un párrafo, sorpresas cerebrales de esas que da Shakespeare el unigénito.”. “Yo he pensado muchas veces –va concluyendo Avendaño– si este hombre extraordinario no sabrá escribir. La prosa se le resiste, sin duda. No puede ser de otro modo; este hombre que, a veces, ¿lo digo?, tiene cosas de genio, a ratos parece un hombre vulgar.”
Como vemos se trata de unas líneas que podríamos considerar haz y envés de la joven personalidad de Ramón (tanto personal como literaria). Sin embargo, yo, como referente de este breve artículo, me quedo con la siguiente conclusión del periodista:
“Ramón Gómez de la Serna es la arbitrariedad empadronada en Madrid.”
Sobre la caricatura de Luis Bagaría que acompaña, más que ilustra, las líneas de Avendaño, remito al lector al comentario que de ella hice en mi libro Ramón y Pombo. Libros y tertulia (1915-1957) (2020, pgs. 91-93). José Esteban ha recordado en el prólogo a Caricaturas republicanas. Luis Bagaría (2009, pgs. 13-14) que en:
“1912 [Bagaría] recala en Madrid, adscrito a La Tribuna, publicación diaria de origen barcelonés y muy moderna en sus innovaciones tecnológicas. Aquí encontrará Bagaría un abonado campo para sus exquisitas, innovadoras y expresionistas caricaturas que, muy pronto, alcanzan un nivel popular inimaginable. […] Bagaría busca representar el interior de las cosas y eliminar todo aquello que considera inexpresivo”.
***

Ramón por Bagaría
De mayor entidad periodística es el artículo de Santiago Vinardell, “Mi visita al hombre nuevo. Ramón Gómez de la Serna”, precedido del lema, “La juventud española”, publicado en La Tribuna el 10 de abril de 1916, num. 1528, pg. 6, e ilustrado con una fotografía de Vidal con el pie “Un ángulo del despacho de Gómez de la Serna”. El artículo, más complejo que el de Avendaño, trata de analizar la figura de Ramón desde distintos ángulos que abarcan varios aspectos del escritor y su obra: “El hombre”, “El Estudio”, “Pombo”, “Confesiones”, “Diarios y revistas”, “El Teatro”, “Los libros”, “La política y la guerra” y “Final”. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que este artículo de Vinardell, periodista al que retrataría Ramón en las páginas de Pombo (1918) y en el libro que Vinardell publicó con el título Aleluyas (1919), se asemeja a una composición cubista que aborda la personalidad del escritor a la manera de facetas que nos remiten a aquel estilo artístico entonces en la vanguardia de las artes.
En el primer apartado, “El hombre”, traza el periodista catalán el retrato físico de Ramón y, podríamos decir, también el moral, abarcando aspectos como su complexión física –“fornido y menudito”; “faz, redonda y rasurada”; “ojos pequeños, negros y escrutadores”– y unos “mechones ondulados” que cubren casi por entero su frente. Las manos, adornadas con sortijas, las caracteriza Vinardell de “episcopales”, pero el rasgo más definitorio y grafico de ellas es que:
“en sus expresivas evoluciones por los aires, tienen un no sé qué de bendición a la que acompaña siempre “una risa breve y aguda”.
Continúa el retrato con una alusión a la sempiterna pipa, tan presente en sus caricaturas, y en este contexto alude al escritor Murger [Henri] para resaltar que la pipa ramoniana no hay que entenderla como:
“la pipa petulante, representativa y trascendental de los infelices hijos de Murger. Es simplemente la pipa de un fumador.”
Tampoco –y lo deja bien claro Vinardell a partir de este último comentario– la figura de Ramón nada tiene que ver con la bohemia, término inventado por el escritor francés como sinónimo “de un estilo de vida extravagante, pobre, sablista e ingenioso, consagrado en exclusiva” a la literatura o la pintura, condición remarcada además por la alusión a su vestimenta:
“No esperéis chalinas, ni anchos sombreros, ni toda la ridícula indumentaria tan en boga en otros desgraciados tiempos. Aquello pasó. Ramón Gómez de la Serna es, en la calle –concluye Vinardell– un transeúnte que no tiene nada de particular.”
En el inestimable libro Contra el canon. Los bohemios de España (1880-1920) (2004) de José Esteban y Anthony N. Zaheras nos encontramos con la caracterización, podríamos decir, estándar de un escritor bohemio:
“Como medio visual, la vestimenta extravagante de los bohemios (capas, pipas, melenas, varias prendas y el notorio ´frac azul´) por medio de la cual los demás observaban a los bohemios madrileños, era un signo, cierto, poco habitual, e indicaba algo entre extravagante y estrafalario en el estatus social del bohemio. (..). Se veía su actitud escandalosamente iconoclasta (…), o se sospechaba que eran raros, estetas, rebeldes y marginados en las manifestaciones corporales de ellos, deliberadamente procaces.” (pgs. 27-28).
En la acotación a la Escena Quinta de Luces de Bohemia de Valle-Inclán que tiene lugar en el Ministerio de la Gobernación, acompañan a Max Estrella y a Don Latino, que ha sido detenidos, un grupo de escritores que Valle ha calificado, en la escena anterior, como los “Epígonos del Parnaso Modernista” y que ahora, bajo una sugestiva metonimia, se refiere a ellos de la siguiente manera:
“Y en el corredor se agrupan, bajo la luz de una candileja, pipas, chalinas y melenas del modernismo.”
Nada, por tanto, de particular, se desprende en el aspecto externo de Ramón descrito por Vinardell que le singularice como escritor ni como bohemio. Casi podríamos decir que la fisonomía externa de Ramón se asocia con ese hombre masa que describiría Ortega años después y que como apunta René Huyghe en “El arte, su naturaleza y su historia” (El arte y el hombre, t. I. [1957], 1966) “en el siglo XX, un mariscal de Francia se viste como un mecánico” (pg. 6).

Ramón Gómez de la Serna por Vázquez Díaz
En el apartado dedicado a “El Estudio”, Vinardell recurre a la descripción de su contenido enumerando algunos de los objetos que contiene: polichinelas, un mono de trapo, unos ídolos de madera o metal, cabezas de cartón utilizadas como reclamo por las peinadoras, una paloma tallada en madera, una muñeca, unas máscaras de cartón del Carnaval, jarrones, viejos candiles, un cirio multicolor, grabados, azulejos, cuadros, caricaturas, un bargueño, su retrato por Viladrich que “contempla amorosamente todas las cosas”, una cometa, unas golondrinas y un sol de purpurina. Y sobre la mesa de trabajo una pistola “browning”. Para Vinardell cada una de estas cosas u objetos:
“tiene un sentido íntimo, y se relaciona con el mundo exterior de tal manera, que es un mundo en miniatura.”
Por poner solo dos ejemplos: cuando se refiere al cirio multicolor, “cuajado de flores de cera”, Vinardell comenta que:
“pregona el arte sutil de los cereros madrileños.”
y a los polichinelas, estos:
“reposan en un rincón apacible para recrearse con el dulce recuerdo de las risas infantiles que provocaron con sus juegos.”.
A causa de este animismo objetual, Vinardell considera que el despacho de Gómez de la Serna es:
“un templo o capilla que él se ha levantado a sí mismo, y los exvotos que se ofrece los va colgando en las paredes.”
Con ser interesantes estas consideraciones (de las primeras que conocemos sobre el despacho ramoniano), la idea más sugestiva que lanza el escritor catalán es cuando señala que todo eso que ha descrito es:
“el fruto exquisito de la austera locura de un cubista”. [las negritas son mías].
Como ya he señalado en otro lugar, Santiago Vinardell alude al describir el despacho de Ramón a una triple identidad; la del coleccionismo, la del museo y el cubismo:
“El pequeño museo no es, como alguien podría suponer, un capricho de coleccionista.”
Pero lo que es más pertinente y acertado es la relación que establece de aquel con el cubismo. Dejaremos aparte, por el momento, lo de la locura. Ver (o asemejar) el despacho de Ramón con y como un cuadro cubista me parece muy acertado en tanto en cuanto el cubismo fue un sistema pictórico basado principal y mayoritariamente en la plasmación analítica de los objetos. Y la vertiente tanto literaria como acumulativa de Ramón tiene mucho de percepción cubista basada en un juego constante entre la semejanza y desemejanza de las cosas. No debe olvidarse que para Ramón el cubismo fue una verdadera revelación estética. Quizá su libro dedicado al Rastro provenga de este mismo interés.
El tercer apartado está dedicado a Pombo y a la tertulia fundada por Ramón. Comienza señalando que:
“Hablar de Ramón Gómez de la Serna y no referirse al “antiguo café y botillería de Pombo” sería un descuido imperdonable”
y alaba la naturaleza de este café y su tertulia que califica de “café normal”:
“donde se congregan semanalmente unos cuantos hombres jóvenes con fé y emoción. No se ha hecho para ellos la tertulia banal de cada día en esos cafés llenos de luz y de espejos, mundanos y estridentes, marco obligado de todas las exhibiciones.”
A estas consideraciones le siguen en formato de entrevista dos preguntas formuladas al escritor. La primera referida al por qué de sus preferencias por ese café que ha calificado previamente de “normal”. Ramón le contesta con una frase cortante:
“Nos hemos abierto esta cueva en la tierra para huir de la hediondez del ambiente. En estos tiempos de chanchullería sentimos la necesidad imperiosa de recluirnos (…) y encerrados en estas paredes, decoradas prudentemente, vivimos una vida de renunciamiento.”
No parece, sabiendo lo que sabemos de aquella tertulia, que Pombo fuese precisamente un ámbito de renuncias y reclusiones. Quizá esta respuesta de Ramón obedecía a marcar hacia afuera una forma de posicionamiento propio respecto del mundo de las tertulias del momento. A Vinardell le choca lo de la renuncia e insiste, como insiste Ramón en su contestación:
“Sentimos la voluptuosidad de tener que renunciar en una época en que predominan los “saurios”. No queremos contaminarnos. Anhelamos salvar nuestra credulidad en el arte, esta credulidad que nos haría perder el arte imitativo que hoy impera y lo llena todo.”
De “catacumbas cristianas” califica Vinardell la reunión de Pombo y a sus componentes de:
“una juventud estudiosa (…) que trabaja en silencio preparando el advenimiento de los nuevos tiempos”.
Si no en silencio, la clave de Pombo fue desde luego lo nuevo, expresado ya desde el título de su artículo “Mi visita al hombre nuevo”.
El siguiente apartado del artículo lo rótula el periodista como “Confesiones” y no tiene gran interés en sí mismo, salvo que nos cuenta que tras su paso por Pombo un sábado fue a visitar a Ramón en su casa siguiendo, así lo subraya, el consejo de Goethe de que “este es el único medio de conocer a los hombres”, y que César González Ruano sintetizaría en la frase: “Déjame ver tu cuarto y te diré quién eres”. A este apartado le sigue el titulado “Diarios y revistas” en donde se aborda la faceta periodística de Ramón, una conversación, ante todo, de “periodista a periodista”. El periodismo es para Ramón en ese momento:
“la más infernal de las confusiones. (…) En el ambiente del periodismo todo se corrompe.”
Y con respecto a las revistas su opinión no es menos tajante:
“¡Las revistas! Es que rehuyo la complicidad que supone colaborar en esos objetos de bazar formados por aluvión, que únicamente tienden a halagar los gustos de la plebe. Son revistas fabricadas para satisfacer la cordura vacía de un público banal, plácido e indeciso, que las ojea antes de la siesta. (…) Los que medran son los críticos rancios. Las revistas amparan los tópicos, las prudencias, las generalidades, las antiguallas, todo esto, que hace que el público no evolucione. Son el parapeto desde donde unos plebeyos cortesanos intentan agredir a los renovadores y a los íntegros.”
Ambas contestaciones recuerdan afirmaciones vertidas por Ramón en su lejana conferencia en el Ateneo de Madrid y recogida en Prometeo “El concepto de la nueva literatura” (1909) así como parte de lo dicho en la Primera proclama de Pombo (1915). No obstante no deja de ser curioso dichos comentarios a propósito del periodismo y las revistas en un escritor que escribió en numerosísimos periódicos e infinitas revistas a lo largo de su vida y cuya obra no se entiende sin esa participación.
A estas contestaciones le sigue el epígrafe “El teatro”, que, según Ramón en ese momento es:
“un simple pasatiempo. Yo no puedo resignarme a que el teatro esté mediatizado por el público. Me entristece y me carga que sea así.”
Al contestar a la pregunta de Vinardell qué debiera ser el teatro, explicita que es:
El sitio indicado para que el alma se desnudase y para que unas relaciones más sinceras y más entrañables surgiesen entre todos.
Definición del teatro que se anticipa a los experimentos teatrales del último Lorca en los años 30. Cabe recordar aquí asimismo que Gaspar Gómez de la Serna en su biografía Ramón (Obra y vida) (1963) comenta que:
“la producción dramática ramoniana fue una erupción violenta de la edad juvenil (…) una supuración de densos humores ideológicos, lingüísticos, estéticos y poéticos del genio de un intelectual que rompe a escribir a solas consigo mismo”.
En el siguiente apartado, “Los libros”, Ramón se explaya sobre los editores, de los que no tiene en ese momento muy buena opinión, y reflexiona sobre su “género” preferido. Ramón –subraya Vinardell– nos da a leer este párrafo suyo que define muy bien sus preferencias y valoración de cómo entiende él su estética:
“El libro inclasificable, el libro violento, el libro ultravertebrado, el libro cambiante y explorador, el libro libre en que se libertase el libro del libro, en que las fórmulas se desenlazasen al fin, los libros que aquí no han comenzado a publicarse, porque lo que quizá parezcan de ser de esta clase o se creen obligados a tomar el uniforme filosófico o hablan de una literatura antigua, indecisa y elocuente, o resultan como capítulos sueltos y lentos de novelas inacabadas. Aquí no se ha pasado ningún límite”.
En el contexto histórico en que se produce esta entrevista, el de la Primera Guerra Mundial y el de un contexto nacional poco halagüeño, con el inicio de crisis de la Restauración, no podía faltar en esta singular entrevista con Ramón una alusión a “La política y la guerra”, penúltimo de los apartados que trata Vinardell. Lo primero que manifiesta Ramón sobre el panorama español es su “desengaño de toda política”, en cuyas coordenadas observa:
“concreción del chanchullerismo imperante que da pauta a todas las marrullerías”.
Para ilustrar con ejemplos esta opinión, Vinardell transcribe de nuevo unos párrafos de un escrito de Ramón que comienza así:
“Parece que en este gran valle de las Hurdes, que es toda España, se ha cuajado la sangre y el espíritu, y no corre ningún viento y todo es más ingente y más fiero, y una pesadez creada por la complicidad de todos lo ha malogrado todo”.
Siguen una referencia a Larra y a la frase que se atribuye a Cánovas (recogida también por Galdós en el Episodio nacional dedicado al político) cuando se redactaba el 1º artículo de la Constitución de 1876:
“Son españoles… ¡los que no han podido ser otra cosa”.
La metáfora España, valle de las Hurdes (casi podríamos decir que es una greguería sobre nuestro país en aquel momento histórico) define mediante una imagen precisa el estado de la cuestión, y me hace pensar que esta frase podría ser un antecedente del documental realizado años después por Buñuel, Las Hurdes, tierra sin pan (1923). Sobre la guerra, Vinardell, reproduce una extensa cita de la que entresaco estas líneas:
“La guerra ha descubierto las más bajas pasiones en todos lados, y aquí algo así como el afán de una tiranía brutal, algo como el bajo gusto de golpear y de ser golpeado, como el deseo de una sumisión indigna unido al deseo de una ciega y atropellada turbulencia; la peor bravuconería mezclada al peor miedo, la peor ferocidad mezclada a la peor lógica”.
Por el sentido de la cita pareciera que Ramón adopta una postura equidistante sobre el conflicto bélico, aunque Ioana Zlotescu ha recordado que “algo no señalado por la crítica, pero muy significativo en cuanto a la visión coherente sobre lo que a la libertad y el coraje de opinar atañe, fue los artículos contundentemente contrarios a la guerra y en pro de los aliados, publicados durante la Primera Guerra Mundial en La Tribuna” (Ioana Zlotescu, “Ramón Gómez de la Serna”. Diccionario Biográfico Español). Aunque la especialista no indica cuántos fueron esos artículos, Ramón publicó entre el 14 de abril y el 27 octubre de 1915 bajo el título genérico de “La Guerra. Diario del lector”, 17 artículos y diez entre el 29 de octubre y el 25 de noviembre de 1918, de estos últimos, los nueve primeros bajo la denominación genérica de “Andanzas” más un título específico. En el último, publicado días después del armisticio, titulado “Confesión”, Ramón llama la atención sobre el hecho de que estos artículos los escribió aquí [en Madrid], aunque varios de ellos aparecen firmados en Suiza:
“He vuelto de Suiza sigilosamente, y como mis artículos, por más que son como son, no habrían llegado a España enviados desde allí, me propuse escribirlos desde aquí. Ya había escrito algunos cuando leí la noticia del armisticio. Me di prisa a escribir algunos más, ¿pero cómo escribirlos todos? ¿Cómo hablar del ruido del cañón que había oído en Basilea, cuando el cañón ha enmudecido más absolutamente que nunca? ¡Mis artículos más interesante han muerto. Ya, ni suponiendo un gran retraso del correo, podía hacer referencia al cañón, porque nada sería más impopular y más desagradable. ¿Pero cómo no hacer una referencia a ciertas cosas del viaje?” (Ramón Gómez de la Serna. “Confesión”, La Tribuna, 25 de noviembre de 1918, núm. 2575, pg. 6).
Vinardell concluye su artículo con el apartado “Final” en el que confiesa: “haber dado nada más que una ligera idea de la interesante personalidad del joven escritor”. Alaba la entrega de Ramón a su labor y resalta su cualidad de “trabajador infatigable” y enumera algunos de sus libros, aunque termina con una referencia a su pesimismo: “el actual pesimismo de este joven –pesimismo tan justificado como se quiera– ha de pasar indefectiblemente”. “Confiemos –remata– en aquella ilusión que, según el maestro, asalta al hombre de treinta años, de influir según su vocación en el medio que le rodea, no se hará esperar”. ¿La referencia al maestro es genérica o se alude a Ortega y Gasset?
Como ya hemos señalado el artículo de Vinardell va ilustrado con una fotografía de un ángulo del despacho de Ramón por VIDAL, una de las primeras fotografías sobre este espacio personal que he estudiado en mi libro Los despachos de Ramón Gómez de la Serna. Un museo portátil “monstruoso (2014). Este corresponde a su habitación en el domicilio paterno de la calle de la Puebla donde vivió entre 1903 y 1920. “Fot. VIDAL” corresponde al fotógrafo José Vidal Gabarró (1869-1935) nacido en Barcelona que vino a Madrid contratado por el “diario madrileño La Tribuna. En la capital fundó su agencia FOTO VIDAL que colaboraba con muchos diarios y revistas nacionales y extranjeras” (http://www.sbhac.net/Republica/Prensa/Fotografos/Nacionales/FotoVidal/FotoVidal.htm).
En la fotografía, con no muy buena resolución, se aprecia claramente en el testero del fondo el novedoso retrato de Ramón por Diego Rivera, pintado en 1915, que formó parte de la exposición Los pintores íntegros en donde Ramón dio a conocer por primera vez en Madrid el cubismo, cuadro que escandalizó al público. Es interesante que aparezca nuevamente este cuadro en la prensa –semejante formalmente a los retratos de Jesús T. Acevedo, El arquitecto o Retrato de Martín Luis Guzmán, de 1915 también– porque renovaría en buena parte aquel momento en los lectores conservadores del periódico; algunos exvotos; varios bustos de ¿Julio Antonio?; un espejo, el dibujo de los contertulios de Pombo que encabeza la Primera Proclama de Pombo, libros, una mesa con una lámpara, una virgen, varios muñecos y mobiliario. La configuración y ordenación del espacio y los objetos no alcanza todavía aquí el carácter abigarrado que fue adquiriendo a lo largo de los años la decoración del despacho ramoniano. Todavía se aprecia una clara ortogonalidad en la disposición de los objetos que Ramón mantendría, por ejemplo, en la configuración de sus posteriores biombos. Solo la presencia del espejo inclinado abre en el espacio una cierta sensación barroca tan evidente en sus despachos posteriores al reflejar en él la materialidad de las cosas. Vidal publicó en La Tribuna muchas fotografías relativas a actos culturales, como exposiciones y homenajes, entre ellas, a cuatro columnas, la del “Banquete en honor del laureado artista Gutiérrez Solana, celebrado anoche en POMBO”, el 6 de enero de 1921, que ilustra el suelto “Festejo en Pombo” que da noticia del acto con un listado amplio de asistentes, más de los que aparecen en la fotografía.
***
El 5 de septiembre de 1918, Luis Gil Fillol, crítico de arte del periódico, publica a tres columnas un interesantísimo artículo sobre nuestro escritor, “Arte y Letras. Ramón” (La Tribuna, 5 de septiembre de 1918, núm. 2494, pg. 7) ilustrado con una fotografía de Ramón –(la misma que ya había aparecido en el diario el 9 de agosto, en primera página, con motivo de la aparición de sus libros, Pombo y Muestrario)–, una reproducción de la carta de la baraja que representa a la sota de copas, un recuadro con la anotación numérica 1,95 y un pequeño dibujito de mano de Ramón representando un árbol (a la manera genealógica) con hojas que llevan inscritas en su interior sus apellidos, “GOMEZ”, “SERNA”… Destacando también en la composición tipográfica del artículo la palabra RAMÓN del título, insertada también a modo de apartado. Como en el anterior artículo de Vinardell, Gil Fillol diferencia los apartados con titulillos como “Las Greguerías”, “Las imitaciones”, “Ramón”, “La Fecundidad” y, por último, “La ingenuidad”. El conjunto, sin duda, destaca tipográficamente para los stándares de este periódico, y me inclino a pensar que su configuración fue idea del propio Ramón.
Comienza Gil Fillol el artículo recordando al lector el alto número de libros publicados por Ramón, cifrándolos en cuarenta (si bien aquí el crítico debió de cuantificar en un mismo bloque tanto libros como artículos):
“algunos de un tamaño gigantesco y en tipo imperceptible (…) para aprovechar mejor el espacio”.
recurso que él asemeja a los números de las:
“fórmulas químicas, que ocupan junto a las iniciales un huequecito inverosímil” .
reproduciendo a continuación la fórmula del ácido sulfúrico y la copa “aposentada en un ángulo de la figura” de la sota de la baraja. La conclusión de todo ello es que, a pesar de tan voluminosos libros:
“a Ramón le sobran cuartillas escritas”. No hemos conocido –apostilla Fillol– escritor más prolífico, ni cerebro más fértil, ni propagandista más empedernido. No por eso en los libros de Ramón faltan ideas. Hay abundantes, vigorosas y extensas ideas…”.
El segundo apartado está dedicado a “Las Greguerías” y es quizá donde Gil Fillol vierte la valoración más sugerente de su artículo sobre este peculiar género literario ramoniano al vincular su fecundidad volcánica, en erupción ininterrumpida, con:
“la predilección constante que siente por este género de las greguerías, especie de cubismo literario, donde no se fijan, ni se coordinan, ni se compadecen las cosas, sino que se van amontonando febrilmente, según salen del corazón o de la cabeza”.
Me parece muy interesante lo apuntado por Fillol en este sentido y viene a coincidir con Vinardell en esto del cubismo cuando este comparaba, como hemos leído más arriba, el despacho ramoniano con la “locura de un cubista”. Pero Fillol va más allá pues ahonda más en ese dispositivo formal cuando desarrolla la siguiente comparación:
“los cubistas han pretendido justificar su nuevo arte diciendo que todo aquello que está en movimiento no se puede amoldar a la estática de los puntos de vista determinados, según hacen los demás pintores por un lado solo. La copa de agua –han venido a decir–, para dar la sensación de que es redonda y lisa, debe de reproducirse en toda su superficie, y con todas sus luces, y reflejando todas las cercanías. No hay, pues, exageración en la manera literaria de Gómez de la Serna. Las ideas tienen también varias caras, y una dinámica ininterrumpida que les impide estarse quietas, servilmente sometidas al pensamiento o a la disciplina de las organizaciones gramaticales. Ramón coge una idea y la pone delante de nuestros ojos, como el pintor cubista el vaso de agua o como el prestidigitador cuando enseña el cucurucho de donde van a salir los relojes convertidos en pañuelos de seda: de frente, de costado, de revés, cara arriba, invertido y azotado por la varita mágica (…). Pues Ramón hace eso, sacudir las ideas, voltearlas, pasearlas muy cerca de los espectadores, para que comprueben su solidez y se devanen los sesos averiguando el refugio de los pañuelos de seda que entraron en el cucurucho siendo relojes. Pero estos juegos de manos, con ser ya difíciles, son, además, muy peligrosos cuando faltan la destreza y la seguridad. Los imitadores inconscientes de Ramón Gómez de la Serna suelen descubrir el engaño taimadamente escondido en los tropos y licencias retóricas, como los prestidigitadores inhábiles lo llevan mal oculto en los faldones del frac”.
Acerca del cubismo y de su profusa representación de objetos es interesante traer aquí a colación unas palabras que Ramón dedicaría a esto en su artículo “picassismo”, incluido en Ismos (1931):
“Los objetos se prefieren unos a otros, tienen leyes propias, se agrupan, no según una ilusión óptica, sino según sus cualidades plásticas y sus analogías (…). Los cubistas prescindieron de las apariencias divertidas de las cosas, y como torneros geómetras crearon el objeto según un concepto más absoluto”.
El siguiente apartado es consecuencia directa del anterior y con él Gil Fillol aborda la originalidad ramoniana en el parágrafo titulado “Las imitaciones”:
“Ramón –escribe Fillol– es único e inconfundible. Por eso le llamamos Ramón”.
Fillol ejemplifica con los carteles de los precios que usan los comerciantes que subrayan y dan más importancia a la unidad que a la fracción. Y lo ejemplifica con una ilustración, en un recuadro, a gran tamaño tipográfico del dígito 1,95. Y del mismo modo que los comerciantes utilizan ese recurso gráfico, Ramón lo emplea en las cubiertas de sus libros con:
“un Ramón muy grande y un Gómez de y un Serna muy pequeñitos: Ramón Gómez de la Serna, porque sabe que en ese Ramón está solo él, y no es como el Gómez y el Serna, que se heredan obligatoriamente, protocolariamente tradicionalmente y tienen que pasar a la fuerza (…) de padres a hijos, repitiéndose por todas las ramas del árbol genealógico con la misma frondosidad y monotonía que las hojas se reparten por las ramas de otros árboles. Y es que para cultivar el moderno género de las greguerías hace falta adornarse de cualidades precisas. (…). Y tal es así, que el estilo de las greguerías de Gómez de la Sera es un estilo familiar, claro, puro, sin adornos, reñido algunas veces hasta con la sintaxis académica, porque así, desobedeciendo las severas y rutinarias reglas para ordenación de las palabras, obedece mejor a su temperamento rebelde, independiente y exclusivo. ¡Bueno fuera que un explorador liberal como Ramón hubiese de sujetarse a principios tan reaccionarios como esos de la Analogía y la Sintaxis, verdaderas esposas y grillos de los escritores”.
Unido a todo esto, Gil Fillol destaca a continuación como un rasgo propiamente ramoniano, “La Fecundidad”:
“Es –escribe– un caso extraordinario de fertilidad (…). En él se dan las cosechas con una abundancia peregrina. (…). Tan ubérrimo es este hombre, que da lugar a veces a la confusión. Las ideas, sin tiempo de recorrer el ciclo natural, apenas nacidas (…) echan a andar, atropellándose inseguras y trémulas. (…). Un libro de Gómez de la Serna que se titula “El Rastro” es una magnífica advertencia de estas confusiones. También lo es el más reciente, “Pombo”. En uno, evocando los puestos de la Ribera de Curtidores, aparecen las ideas más dispersas amontonadas y juntas, tal que si fueran esos mismos objetos varios y multiformes que se juntan y amontonan ante las puertas de aquellos bazares. En el otro discurre el autor sobre las cosas más extrañas e incongruentes, como trasluciendo la divergencia de juicios que a diario cruzan por cada mesa del café. He aquí –concluye Fillol en este epígrafe– el arte moderno de este fogoso literato, convirtiendo en aciertos lo que nos parecía francamente desacertado en otros escritores”.
El último apartado del artículo de Gil Fillol versa sobre “La ingenuidad”, correlato inexcusable de todo cuanto ha dicho antes:
“Y más que todo eso, más que la novedad y la fecundidad y la observación y la justeza y la independencia de estilo, es admirable en Gómez de la Serna la constancia. Por ser constante es siempre igual, sin repetirse, sin hacerse amanerado, sin parecerse siquiera de unos libros a otros. (…). Es constante, porque es firme, resuelto, seguro. Y siendo todo eso siempre, en cada hoja de sus libros y en cada línea de sus artículos, quiere decirse también que es ingenuo. ¡Ingenuo, sincero, espontáneo! ¿No son estas –concluye Gil Fillol– las mejores garantías de la buena literatura?”.
Como he escrito en otro lugar, este artículo que Gil Fillol dedicó a Ramón es uno de los que mejor están compuestos, sino el mejor, desde un punto de vista tipográfico de los que se publicaron sobre Ramón en La Tribuna, incluidos los suyos propios. La viñeta que representa el escueto y esquemático árbol genealógico del escritor es casi seguro de la mano de Ramón. Pero no se trata, a mi juicio, tanto de una “ilustración” del escritor con voluntad de mostrar su capacidad gráfica, que luego sería habitual en él, como de un “inserto” al mismo nivel que las restantes ilustraciones y de la tipografía que ilustran este artículo con el objeto de aclarar la personalidad del escritor.
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El cuarto artículo, “El Libro. Obras teatrales de Ramón Gómez de la Serna”, publicado en La Tribuna el 3 de marzo de 1921, núm. 3.302, pg. 9, ilustrado con el retrato de Ramón (detalle) del cuadro de José Gutiérrez Solana, La Tertulia del café de Pombo se debe a José Castellón. Consta de dos partes claramente diferenciadas. La primera, la más extensa, versa grosso modo sobre el binomio arte/vida y cómo esta dualidad toma cuerpo en su personalidad y en su obra. Trascribiré ampliamente los párrafos de esta primera parte porque creo que nos dan algunas claves sustantivas de su obra: originalidad, inquietud, hondura, familiaridad y amor por las cosas, emoción, mirada ansiosa y amor la vida.
La segunda parte del artículo, más concreta, da fe de la edición del libro ramoniano que da pie al mismo y apunta algunas características de su teatro. Comienza Castellón con una pregunta generalista:
“¿Qué tiene la obra de este extraordinario Ramón Gómez de la Serna, que atrae con un hechizo poderoso?”.
Sin duda la base de ello es para Castellón, como para los anteriores articulistas, la originalidad del escritor:
“Todos cuantos se acercan a examinar la personalidad del original escritor quedan sugestionados de una manera tan honda que no pueden escapar a su influencia. Encanta, embruja, tiene poder de hechicería”.
José Castellón también ve en la greguería el dispositivo instrumental de su literatura:
“Cuantos han escrito acerca de Ramón no pudieron resistirse a la greguería, no pudieron examinar la obra de este interesantísimo escritor, sin emplear ese elemento de emoción gráfica que vive en todas las páginas del autor de “Morbideces”. Todos los críticos que se han encarado con la obra de Gómez de la Serna lo han hecho por medio de la greguería.”.
Sin embargo, José Castellón considera que ese acercamiento a su obra es altamente restrictivo pues condena al escritor a la esfera exclusiva del humor:
“Es un hombre de humor y como tal lo tratan (…). De esta manera, empleando este bisturí, jamás podrá lograrse poner a descubierto su sustancialidad. Porque Gómez de la Serna, que tiene una apariencia ingenua, un semblante de niño, es, por dentro, un espíritu en “carne viva”. Toda esa infantilidad, ese aspecto cándido, esa carencia de pasiones que parece desprenderse de su obra, tiene un fondo lo más inquieto, lo más vivo de anhelo, los más preocupado, lo más vibrante, lo más encendido en llamas de pasión que puede imaginarse. (…). Nos llega a parecer que solo se preocupa de jugar, de jugar sin descanso, utilizando para su recreo todas las cosas y sin poner en ellas nada propio, nada íntimo. Abre la tapa de la gran caja del mundo, saca a puñadas las cosas que encierra, las echa al aire tal que bolas de cristal, se entretiene con ellas como se divertía Oscar Wilde con las paradojas… y luego las vuelve a arrojar al cajón, enciende la pipa y se aleja como si todo le fuera indiferente. Se engañan cuantos le cree así. Ramón Gómez de la Serna ni es ni mucho menos un individuo que pasa por la vida de puntillas para hacer la más leve marca en su arena, sino que pisa fuerte y se va hundiendo hasta el tuétano mismo de todo. Ese tono de jugueteo que emplea es precisamente la más acusada expresión de su sentimiento ante la vida. Lo trata todo con familiaridad, porque sabe que es así como todo se descubre. (…). En el fondo Gómez de la Serna es un apasionado, un sentimental. Todo le interesa y en todo pone una emoción inaudita. (…). Cuanto los demás echan a un lado, él se apresura a echarlo en un saco de “trapero” y luego lo esparce, lo revuelve y halla cosas maravillosas. (…). Todo en él son ojos que contemplan ansiosamente y corazón que se estremece lacerado en amor infinito a la vida. Es un exaltador de la vida. Nada hay falto de alma para este singular observador. Lo más material, las cosas sin vida –una alusión sin duda a su libro El Rastro–, cobran al conjuro de su varita de virtud una vida milagrosa; se animan y florece en ellas el más hondo sentido espiritual. (…). Toda esta importancia aún de lo más trivial, lo consigue por medio de la pasión a la vida. Es el gustador de la vida por excelencia. Nada le pasará inadvertido, no desperdiciará nada. (…) Ramón Gómez de la Serna vive intensamente y lo vive todo. (…). En estos tiempos puede remedar al santo de Asís. A todo profesa un afecto fraternal. (…) este joven tiene el muestrario de todo. En su poder se hallan los planos del museo del mundo. (…) Y sabe orientarse y recorrer el laberinto que forman las personas y las cosas. Por eso quizá pueda parecer la maravilla de su obra genial un poco rara, acaso extravagante. Pero no es así. (…) Lo raro es precisamente vivir con los ojos vendados. Gómez de la Serna los tiene abiertos de par en par, como esas ventanas por las que entran todos los ruidos y toda la luz”.
A manera de síntesis de cuánto ha señalado Castellón hasta aquí, termina con una referencia al Café de Pombo en los siguientes términos:
“Desde detrás de la mesa del café de Pombo, ve desfilar la vida y lo anota y lo escudriña todo. Su posición frente a la vida es tal como aparece en este retrato, pintado por Solana: alzado, arrogante, teniendo apresado el libro de Pombo como aprisiona el café de Pombo, por donde tantas personas y tantas cosas pasan, con ruido unos, en silencio otros, dejando varios algo escrito en el agua tranquila de los espejos, teniendo todos su significado y una emoción altísima (…). El espectáculo maravilloso del mundo, con todo cuanto contiene y con toda su diversidad, tal es la obra formidable de Ramón”.
El segundo apartado, da noticia de la publicación por la Editorial América
“que dirige Blanco Fombona (…) de las obras teatrales de Ramón que escribió en sus albores, cuando publicaba aquella revista de grata memoria, “Prometeo”.
El volumen contiene “El drama del palacio deshabitado”, “El lunático”, “La utopía” y “La corona de hierro”, que a juicio de Castellón son:
“interesantes por lo sugestivas y ricas de emoción y originalidad. Pero no es el teatro corriente al uso”
y concluye su artículo preguntándose si
¿se estrenarán alguna vez estas obras teatrales de Ramón? (…)
a lo que él mismo se responde:
“Sospechamos que no. Es teatro para leer. El autor no puede desprenderse de su condición, de sus facultades poderosísimas de escritor y se desborda y rompe con ese sentido apretado y sintético que debe presidir la obra teatral. Y Gómez de la Serna es un independiente y no querrá; pero si quisiera, sería un dramaturgo considerable a poco que se ajustara a la técnica de la escena”.
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Estos cuatro artículos son un buen ejemplo de la temprana recepción de la figura y la obra de Ramón en el contexto del periodismo y en particular en un periódico como La Tribuna, en el que él colaboró entre 1912 y 1922 publicando cientos de artículos. Cuatro artículos escritos por “compañeros” del medio a los que vemos reseñados, excepto Avendaño, en las páginas que Ramón dedicó al Café de Pombo en sus dos libros, especialmente a Santiago Vinardell, “escritor de vocación” al que dedicó una breve semblanza en Pombo (1918):
“Vinardell, con sus lentes de oro muy ajustados a las cuencas del ojo, lentes de forma antigua, forma de lentes heredados como se hereda el reloj de oro de los abuelos, se sienta entre nosotros como el buen catalán en las buenas Cortes de Cádiz”
y del que reproduce un fragmento de una carta y un breve apunte.