Dice Pascal Quignard en uno de sus Pequeños tratados (Sexto Piso, 2016): «El término libro no puede definirse. Objeto sin esencia. Pequeña construcción que no es universal». A continuación, dedica cien páginas a hacerlo –a definirlo– de manera aparentemente indirecta. Por eso no es estar en desacuerdo con él afirmar que el libro y su historia nos atrapan con especial fuerza en los últimos tiempos. Así El infinito en un junco (Siruela, 2019), de Irene Vallejo, que con sus más de veinte ediciones en solo un año confirma el interés del público lector por su elemento. Así también, ahora, El libro expandido. Variaciones, materialidad y experimentos, de Amaranth Borsuk.
Publicado en 2018 por el MIT Press de Massachusetts, Ediciones Ampersand ha traído en 2020 a nuestro idioma este libro sobre el libro. Su autora –académica y artista de este ámbito– plantea al inicio del ensayo que su «objetivo (…) es reunir varias perspectivas sobre el libro que arrojen luz sobre una larga vida de transformación». Y aunque la historia del libro está muy presente en este ensayo, no es el propósito de Borsuk hacer solo un repaso exhaustivo por ella, sino llegar a una posición en la que hacer frente de manera cabal a los peligros a los que se expone como objeto, que parecen no ser tantos o no tan graves. Este miedo por el fin del libro, como ella misma señala, fue profesado por Théophile Gautier cuando en el siglo XIX auguró que los periódicos burgueses lo matarían, y nos acompaña desde entonces con constantes y siempre puntuales anuncios de su fin. «En lugar de llorar su muerte o de crear una dicotomía entre el libro impreso y los medios digitales, esta guía señala continuidades, posiciona al libro como una tecnología cambiante y subraya el modo en que a los artistas de los siglos XX y XXI nos ha empujado a repensarlo y definirlo». Lo que le interesa a Borsuk es el futuro del libro, sea en la forma que sea, y parece que esa es la razón que la lleva a recuperar su historia.
El libro expandido analiza la vida del libro en cuatro bloques: como objeto –cuando su materialidad se iba conformando al contenido antes de llegar ¿definitivamente? al códice–, como contenido –a partir de la imprenta–, como idea –el libro de artista– y como interfaz –el libro en la pantalla–.
Durante las primeras páginas, Borsuk hace un rápido pero minucioso recorrido por el desarrollo del libro como ente material, y relata y explica las condiciones que permitieron la evolución desde la tablilla de arcilla hasta el códice. Se detiene también en algunas excepciones, como el singular quipu sudamericano, un caso especial y aislado. En este capítulo, la autora insiste en la importancia de la cercanía de los materiales para cada cultura –dado que se empezó a escribir con lo que se tenía más a mano para llevar nota de cuestiones casi siempre burocráticas y comerciales–, así como en el hecho de que esta evolución no consistió en el paso súbito de uno a otro tipo de formato, sino que estos convivieron con naturalidad durante un tiempo. Del mismo modo, vuelve varias veces sobre la idea de que el mundo árabe fue el detonante de los cambios y avances en los métodos de lectura que finalmente llegaron a Occidente.
Borsuk nos pone en la pista de curiosidades como los libros de cintura, muy populares entre los peregrinos de la Edad Media y «cuya cubierta de cuero blando sobrepasaba las tapas y permitía que pudiera enlazarse al cinturón para consultas rápidas». O también el cordiforme, un libro «en forma de corazón (…) que se usaba para libros de horas, colecciones de baladas y volúmenes de canciones de amor, que aprovechaba la apertura simétrica del códice para que la forma se adaptara a su contenido: la devoción».
Pero es más adelante donde percibimos nítidamente una faceta fundamental de la autora, al detenerse en el libro de artista, desde Blake y Mallarmé como sus legítimos progenitores hasta Ulises Carrión y sus polémicas. Si algo comparten todos estos objetos artísticos es «el juego espacio-temporal, la animación, la recombinación de estructuras, lo efímero, el silencio y la interactividad». Amaranth Borsuk cree firmemente que «el análisis de los libros de artista nos ayuda a comprender la relación entre los libros digitales contemporáneos y las formas» anteriores, que explora en este volumen. La idea es que el sentido de un texto no es fijo, sino que se adapta a cada acceso al libro y depende de este. Así, los libros son siempre «una negociación, una performance, un evento».
Partiendo de la noción del libro como secuencia de espacios propuesta por Carrión, Borsuk entiende el libro de artista como realidad virtual y también como espacio cinematográfico, básico por ello para pensar el libro digital. Y es así como se expande este mismo volumen, en su apertura a las nuevas formas a partir de otras obras aparentemente marginales, inteligentes y arriesgadas.
Termina El libro expandido con los propósitos alcanzados: mostrar que los libros surgen en el momento de su recepción, en el encuentro de los dos cuerpos, el del lector y el del libro en cualquiera de sus formas. Y también, como cierre perfecto para el futuro, con una cita de Edmond Jabès: «Entonces, lo que está más allá del libro sigue siendo el libro». Sea.