La editorial argentina De Parado pertenece a ese grupo cada vez más numeroso de pequeñas empresas culturales que sobreviven gracias a la comunicación directa con los lectores especializados a través de las redes sociales y al sesgo de especialización de las obras publicadas. Y es en esta editorial donde han visto la luz dos de las novelas breves de Blas Matamoro, escritor, periodista y crítico musical, que se estrena en este sello con los títulos La canción del pobre Juan, inédita desde 1988, y Las tres carabelas, publicada originariamente en 1984. Ambas obras se caracterizan por realizar un peculiar recorrido por la ciudad de Buenos Aires, telón de fondo para experiencias sexuales de inicio y madurez, y también escenario sobre el que actúan la locura y la recuperación de la memoria, “como la misma melodía de dos canciones distintas”.
Autor de numerosos artículos y libros de ensayo (La ciudad del tango, Oligarquía y literatura, Saber y literatura, Por el camino de Proust, Genio y figura de Victoria Ocampo, Rubén Darío, Puesto fronterizo y Lógica de la dispersión o de un saber melancólico), Blas Matamoro es asimismo un prolífico creador de ficciones. Da cuenta de ello una variada obra narrativa compuesta por Hijos de ciego, Viaje prohibido, Nieblas, Ambos mundos, Malos ejemplos y El pasadizo, entre otros. El autor porteño vive en Madrid desde 1976, donde ha sido corresponsal de los diarios argentinos La Opinión y La Razón y de la revista mexicana Vuelta, bajo la dirección de Octavio Paz. Entre 1996 y 2007 dirigió la revista Cuadernos Hispanoamericanos y actualmente colabora como crítico literario y musical en diversos medios.

Blas Matamoro
Las Tres Carabelas y La canción del pobre Juan parecen dialogar entre sí, como los cantes de ida y vuelta. Una fue publicada en 1984 y reeditada en 2019, la otra fue escrita en 1988 y acaba de aparecer ahora mismo, a finales de este confuso 2020. Aunque las historias y el tiempo en que se ubica cada relato son distintos, ambas tienen como centro de la narración a la Argentina con sus vaivenes políticos, sociales y culturales que generan debate entre los personajes. La constante indagación en el complejo entramado del país donde nació y se formó, aunque ya no viva allí desde hace más de cuarenta años, ¿constituye una de sus obsesiones?
En un orden literario, lo que llamamos temas –esto lo dilucidó Octavio Paz hace muchos años– son obsesiones, o sea asuntos insistentes e irresolubles. De este modo, todo escritor escribe siempre el mismo libro. Hay casos olímpicos –Juan Rulfo, Tomasi di Lampedusa, Proust, Rimbaud, Baudelaire – que se concentran en un libro por cada género. Otros son tan hábiles que disimulan su monotonía de fondo, su colección de obsesiones. Finalmente, los peores las muestran.
Ambos relatos están muy apoyados en el diálogo. ¿A qué se debe esta técnica empleada, facilita el avance de la narración, permite decir de forma directa, sin la interferencia de la voz narrativa, ciertas cosas que de otra manera resultarían complicadas de expresar?
En Las tres carabelas no hay apenas diálogos. En la otra, sí. Todo depende del tipo de narrador que sea. En una está más ensimismado y en la otra más documentado ante sí mismo. En una, sólo escucha su propia voz. En la otra, escucha a terceros. También influye la calidad de la narración. En la primera, hay una rememoración que acaba. En la segunda, hay una historia que se interrumpe, que podría haber acabado antes o seguir un rato más. Los libros, como dice Valéry, no se terminan, sino que se abandonan.
En Las tres carabelas se advierte la presencia de las vicisitudes que sufre el país sudamericano. Se habla sobre la repetición de la historia y los problemas que acarrean el autoritarismo y una economía asfixiante. ¿Por qué resulta tan difícil salir de ese lugar?
No sabría contestar con autoridad. Es materia de historiadores y de políticos. Sin duda, hay circunstancias históricas que condicionan la capacidad de cambio o la ética de la repetición en distintas sociedades.
También se dice que existe una marcada manía de no querer ser argentino. ¿A qué se aspira o qué es lo que se quiere disimular?
Supongo que se refiere a sujetos que tratan de no ser reconocidos como argentinos. En esos casos, habría que ver cómo lo disimulan, qué otra identidad adoptan y, en consecuencia, saber por qué lo hacen. A mí no me gustan que me vean como argentino sabelotodo, prepotente y pluscuamperfecto. Sí que me vean como argentino educado, cuidadoso de los modales y arregladito en cuanto a la vestimenta.
En la novela, los jóvenes hablan y, sobre todo, discuten, usan ese tipo de réplica “aguijón” que también empleó Julio Cortázar en muchos de sus cuentos y en su novela Rayuela, cuando se reúne el Club de la Serpiente. ¿Es un modo típico de allá conversar así o fue algo propio de una época, los sesenta, los setenta?
Hay una cultura argentina que consiste en entender todo lo que el sujeto no puede hacer. Supongo que el psicoanálisis, al volverse convención de tertulia, ha contribuido a eso. También cierta impotencia histórica, cierto paisaje histórico pantanoso, de agua temporal que no fluye. El río inmóvil de Mallea, un escritor que apenas se leía entonces y no sé si hoy tampoco.

Foto de Naco López
¿Era así el núcleo intelectual que usted frecuentaba y en el que se mueven sus personajes?
Siempre hay rememoraciones cuando se va a un pasado vivido y convivido. En todo caso, son cosas que le ocurren a cada personaje. En La canción del pobre Juan, el narrador Juan Aguilar es un escritor y se le supone mayor elocuencia que a los demás, mayor capacidad de hablarles y hacerlos hablar. Sólo sabemos de lo ocurrido por lo que él cuenta.
Volviendo a Las tres carabelas, a los años en los que transcurre la acción, ¿había en aquella época una épica de la revolución?
En ciertos sectores juveniles, sí. Fue evidente en las guerrillas. Venían de la izquierda nacional guevarista o foquista como el ERP, de disidentes del comunismo como las FAR o el nacionalismo católico activista como los Montoneros. Los modelos podían ser Cuba, Argelia, Vietnam o la China maoísta. Influyeron las ideologías tercermundistas y se armaban trilogías tan pintorescas como Perón-De Gaulle-Mao. Ni Moscú ni Nueva York, sino una tercera vía. Lo mismo pasó con el fascismo: ni Moscú (comunismo bolchevique) ni Ginebra (Liga de las Naciones burguesas), sino Roma (Mussolini).
A usted se lo conoce como ensayista y pensador, lo avala una larga trayectoria con numerosas obras publicadas. ¿Cómo fue la transición del ensayo a la narrativa y qué diferencia estos modos de escritura?
No lo veo como una transición. Nunca me pongo a escribir diciéndome que tiene que salir una novela, un ensayo o un libreto de ópera con cinco actos, coros y ballet. Más bien tiendo a un discurso híbrido que se haga lugar conforme a sus necesidades. Al narrar, suelo meter reflexiones y, al ensayar, narraciones. No es difícil que me den ataques de lirismo, que debo refrenar porque no sé escribir poemas.
Hacia el final de su nouvelle Las Tres carabelas hay un cambio de receptor. Se dice: “Ahora pienso que nunca te he hablado de esta gente”. La voz en primera persona del relato se vuelve más íntima y se revela que la historia está dirigida especialmente a alguien, un posible oyente que, tal vez, ignora el privilegio que se le otorga. ¿Se hace necesario tener un interlocutor para exorcizar los fantasmas del pasado?
Siempre hay un interlocutor fantasmático de la escritura, que es el lector. Cuando se hacen bien las cosas, el redactor debe tener la suficiente esquizoidia como para leer lo escrito como algo ajeno. Pasar a la segunda persona sin mencionar a quién se refiere, abre perspectivas. Siempre imagino a mis lectores, dando por supuesto que existan, muy activos, muy imaginativos, muy meticones o meteretes entre los intersticios que todo texto tiene. Un texto sin intersticios no merece ser leído.
En esta novela usted narra de manera sucinta tres etapas de la vida: niñez, adolescencia y juventud, pero no se trata solamente de un relato de formación al uso, ya que narra la iniciación del protagonista en la homosexualidad. ¿Cuáles serían para usted algunas de las novelas que tocan este tema, merecen ser leídas y forman parte de la literatura universal?
Para contestar adecuadamente debería ser un comparatista y haber estudiado todas las literaturas del mundo. En general, puedo decir que, en las culturas politeístas o paganas, la sexualidad no es objeto de clasificaciones. Así, la relación amorosa entre dos varones aparece ya en el mito de Gilgamés y Enkidu, entre los babilonios. Se filtra de rondón en la Biblia con Jonatán y David. Ahí, en un contexto semítico, el sexo es malo salvo para la procreación. El rey Saúl lo echa de la mesa a su hijo Jonatán porque se ha liado con David, un pastor indigno de ser la pareja de su hijo Jonatán, que es un príncipe. Entre los griegos, Aquiles y Patroclo, Orestes y Pílades, Zeus y Ganímedes, los muchachos platónicos y sus maestros, son corrientes. Hasta hay poemas de amor de Safo a sus amigas. El monoteísmo semítico es todo lo contrario y así hay el retrato del homosexual culposo y maldito, como en Proust, el gamberro santificado en Genet o el miembro de una minoría exquisita como en Gide. Ahora se trata de ver que un vínculo de amor entre dos individuos del mismo sexo tiene las mismas virtudes, dicha y desdichas que las habidas entre un hombre y una mujer.
En esta obra, la educación sentimental-sexual, el deseo, van unidos a la fascinación que despiertan las lecturas, entre otras, un poema de Paul Verlaine. ¿La literatura contamina?
Contaminar es intoxicar o enfermar. No me parece que la literatura sea más contaminante o sanadora como lo son el tabaco, el alcohol, la polución atmosférica o la medicina.
Lleva más años en España que los vividos en su país. ¿Se siente adscrito a una tradición literaria?
A unas cuantas, seleccionadas y combinadas por mí, como hace cualquier lector. La tradición no es algo que se impone, sino que se elige. Así lo han explicado T.S. Eliot y Borges. No sabría identificar ninguna. Más bien dejo la tarea a los estudiosos.
Blas Matamoro. Las tres carabelas. Editorial De Parado. Buenos Aires, 2019.
Blas Matamoro. La canción del pobre Juan. Editorial De Parado. Buenos Aires, 2020.
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