GIANFRANCO
DE TURRIS

Du Zhenjun. Día nacional,
2010

Hablar de Ray Bradbury significa pensar inmediatamente en sus dos obras
maestras, Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1953),
aunque el escritor, muerto en el 2012 en Los Ángeles a los casi 92
años (que habría cumplido el 22 de agosto), ha tenido una carrera literaria
larga, de más de setenta años (tras haber empezado en 1941 a la edad de 21
años, con Weird Tales), durante la que publicó historias de todo género,
y no sólo de ese tipo de ciencia ficción particular que en su tiempo se definió
como «humanista».  

Sin embargo, todas ellas con el añadido de su toque
personal, su estilo único, sugestivo, a partir de adjetivos singulares que sin
darse cuenta envuelven al lector.

Con él desapareció uno de los últimos
representantes de la gran y única «edad de oro de la ciencia
ficción.» Son muy pocos los que lo saben, pero en los últimos años vivía
en una silla de ruedas, aunque continuó escribiendo con regularidad, aunque con
la ayuda de una tercera persona: todas las mañanas, durante tres horas, dictaba
por teléfono a su hija Alejandra, porque ya no podía usar su vieja máquina de
escribir debido a que tenía el brazo inutilizado.
Alejandro Marco Pietá, Irene García-Inés Aguado. Fotografía de maniquíes 2010

En su
momento, en los años cincuenta-setenta del siglo pasado, lo que sorprendió de
Bradbury fue la visión melancólica y trágica del destino del hombre
contemporáneo y futuro, prisionero de la masificación total, del desarraigo del
yo individual y de su personalidad, súcubo de la masificación de la vida,
entendiendo con esto no sólo los artefactos mecánicos y robotizados, sino
también la virtualidad que en América ya se estaba imponiendo a mitad del siglo
pasado, mientras que en cambio, nosotros sólo nos daríamos cuenta a partir de
los años ochenta con la multiplicidad de los canales de televisión. Por ello no
tenemos que maravillarnos si el escritor, en sus últimas intervenciones
públicas, haya criticado los aparatos electrónicos que han invadido nuestra
vida y la condicionan. «Tenemos demasiados teléfonos móviles, demasiado
internet. Tenemos que liberarnos de esas máquinas» dijo en una entrevista
por su nonagésimo cumpleaños al periódico Los Angeles Times. ¿Por qué
maravillarse como hizo alguno? Es la lógica consecuencia de las críticas a las
«máquinas», aunque sean de otro tipo y que Bradbury ha hecho en todas
sus obras y especialmente en Fahrenheit 451: también están los teléfonos
celulares, Ipod, Ipad, lectores electrónicos, smartphone, lo son y
producen consecuencias. De los chats y Facebook, dijo: «¿Por qué tanto
esfuerzo para hablar con un idiota con quien no nos gustaría que estuviera en
nuestra casa»?. Su cruzada contra la ignorancia arranca desde los inicios
de su carrera. En definitiva, un precursor de algunas de las críticas que hoy son
moneda corriente.
Antonio Barroso. Declaración canina, 2011
Todo está en esa obra maestra y
antiutopica que es Fahrenheit 451. Un libro que es la exaltación del
hombre y de la verdadera cultura del hombre, la que ha sido transmitida por los
libros y no por las ficciones virtuales de la televisión. Ya en 1951-53
Bradbury imaginaba pantallas gigantes como paredes y la vida falsa que
transmitían a través de lo que ahora se llaman sitcom y siguen durante
décadas, como si se tratara de una realidad paralela a la del espectador, o reality
show
donde la gente corriente se convierte en protagonista activa (asunto
este de muchos de sus trágicas historias como La séptima víctima). Es en contra
de la pandemia televisiva que el escritor arremete en defensa de otro tipo de
cultura que esta intentaba sumergir o anular. Él no tenía en el punto de mira
al senador McCarthy o una específica dictadura para-fascista, como querían dar
a entender cierta crítica «comprometida» aquí en Italia. Fue el mismo
autor, para decepción de algunos aficionados, quien lo confirmó: en 2007, en
otra entrevista concedida al diario Los Angeles Times, dijo que su
famosa novela no podía ser interpretada como una crítica a la censura o
específicamente contra el senador McCarthy, sino más bien una crítica en contra
de la televisión y el tipo de (in)cultura que transmite. En resumen, Bradbury
ha estado siempre en contra de la pseudoinformación, la pseudovida, los pseudos
hechos, lo que Dorfles ha apodado «leyendas urbanas», y que ahora es
normal en todos los canales de televisión y webs del mundo, especialmente en Italia.

En
otra entrevista dijo: «Los libros y las bibliotecas son de verdad una
parte muy importante de mi vida, por lo que la idea de escribir Fahrenheit 451,
fue algo natural. Soy una persona que nació para vivir en las
bibliotecas». Profunda desesperación, entonces, para sus lectores que
quieren verlo con lentillas ideológicas progresistas: no hay motivación
política y/o ideología detrás de su famosa novela, que fue manipulada en esta
dirección durante décadas, aunque, leyendo bien lo que Bradbury escribió,
resulta imposible comprender. Tanto es así que, a menudo, en los Estados
Unidos, Bradbury se enfadaba cuando alguien quería explicar las intenciones de
lo que había escrito. Bradbury siempre ha sido un defensor de la cultura humanista y nos dio una
cienciaficción de este tipo con verdaderas obras de arte…
Ray Bradbury

Gianfranco de Turris (1944) es un periodista, ensayista y escritor italiano, especializado en la literatura fantástica y ciencia ficción.