Contamos desde 2017 con traducción al español, aunque con el título de “Una librería en Berlín”, sobre el que luego se hará alguna puntualización.
Empecemos con algunos datos biográficos de la autora, la tal Sra. Frenkel. Nació con el nombre de Frymeta Idesa cuando Polonia no era un Estado independiente y, como tantos de sus compatriotas (piénsese en Chopin o en Marie Curie), fue a París a buscar mejor fortuna. Pero en 1921, ya casada (con Simon Raichenstein, también judío), se instaló en Berlín, donde abrió -en el número 39 de la Passauer Strasse, donde hoy están los grandes almacenes KaDeWe- una librería francesa, “La Maison du Livre”. El Berlín de Weimar, para entendernos. El de “El café sobre el volcán”, para decirlo con las palabras de Francisco Uzcanga Meinecke.
El volcán acabó estallando, como se sabe, en enero de 1933 y el marido tuvo que salir por piernas con destino a Francia. Pero ella optó por permanecer al frente del negocio hasta que, en julio de 1939, la situación se le hizo insostenible. Primero se quedó unos meses en París pero tras la ocupación, en diciembre del mismo 1940, se escapó a Niza, alojándose en el Hotel la Roseraie y luego en una covachuela en la peluquería Marius. Intenta pasar a Suiza -entre tanto, la Gestapo francesa la había confiscado su baúl- y a la segunda, en julio de 1943, lo consigue. Es entonces cuando redacta el libro. Y poco más se sabe de ella, salvo que después de la guerra probablemente volvió a Niza, donde viviría en el anonimato 30 años más, hasta 1975.
¿Qué decir del contenido? De la librería francesa de Berlín sólo se habla en las primeras páginas, lo que lleva a preguntarse por las razones de haberse elegido en español ese título (que no fue, se insiste, el que le puso la autora). Tal vez se haya querido aprovechar la ola de éxitos de ese género en sí mismo que son los libros que versan sobre los lugares donde se venden libros. Todos tenemos en la cabeza a “84, Charing Cross Road” (Helene Hanff), “La librería” (Penélope Fitzgerald), “El librero de Kabul” (Asne Selerstad) o, con todos los matices, “Mendel el de los libros” (Stefan Zweig). Lástima que aún no se haya encontrado un autor para ”Mollat” en Burdeos o, por supuesto, “Rafael Alberti”, en Madrid, con los inolvidados Jesús Leguina y José María Calleja casi compartiendo protagonismo con Lola Larumbe.
En realidad, si entre tanto trajín de la autora -París, Berlín, Niza, Ginebra, …- hay que elegir un lugar como centro de la acción es la capital de la Costa Azul y, en ella, el Hotel La Roseraie. Debe decirse que no se trata de un establecimiento de lujo al modo del Negresco, pero sí -y es que sigue existiendo- representa que los paisanos llaman un hotel de charme, al modo de lo que, por ejemplo, es el Hotel des Lices en Saint-Tropez o La Maison Douce en Saint-Martin- en-Ré. Sitios para sentirse como en casa cuando se trata de pasar más de un fin de semana. Algo así, por cierto, debía ser, mientras existió, la pensión Bougnol-Quintana de Collioure, donde el recuerdo de Antonio Machado sigue tan vivo. El libro, más que “Una librería en Berlín”, se habría podido llamar “Un hotel en Niza”.

François Frenkel
Pero, aunque en la descripción de los huéspedes de ese establecimiento la autora se recrea planta por planta -un verdadero estudio psicológico-, el libro no cuenta las exquisiteces de ese tipo de lugares, sino que relata justo lo contrario, auténticas tragedias. Se habla mucho en el texto de los espeluznantes campos de concentración que había en Francia, como el de Gurs en la costa atlántica o el de Saint-Julien en el mediterráneo. Y sobre todo se retrata muy bien la insufrible atmósfera de la ocupación: policías corruptos, economía de mercados negros, delaciones permanentes de unos vecinos a otros y en general lo más mezquino y sórdido de la condición humana. El averno se lo imagina uno así.
Nos creíamos que eran Modiano con sus novelas y Castillo con sus ensayos los primeros que habían sabido describirlo y ahora hemos constatado que en 1945 tuvieron una precursora. Una mujer, precisamente.
Y ya es la tercera vez que, en los últimos 15 años, eso sucede. Se recordará en primer lugar “La suite francesa”, de Irene Nemirovsky, escrito en 1942 -antes de que su autora muriese en Auschwitz- pero del que sólo tuvimos noticia en 2004. Y también, por supuesto, el Diario que entre 1942 y 1944 llevó Helene Berr, igualmente exterminada, aunque ahora en Bergen-Balsen y con apenas 24 años. Hubo que esperar hasta 2008 para la publicación.
El libro de Frenkel contiene, al igual que los dos que se acaban de citar, la historia de un verdadero horror. Para leerlos hay que encontrarse con un ánimo especial, casi en estado de trance: sólo así se pueden ir interiorizando tantas emociones. Y es que debe uno sentirse concienciado para ver con toda nitidez el contraste de lo peor y lo mejor de la humanidad: esto último, con escasez, porque ya se sabe que los héroes -los resistentes- no abundan. Superado ese escollo inicial, lo cierto es que la lectura resulta interesante a más no poder. Un verdadero librazo.
El telón de fondo es, por supuesto, una ideología, el antisemitismo. El de la sociedad francesa de aquella época -el affaire Dreyfuss lo había sacado a la superficie-, que constituyó el terreno abonado que se encontraron los ocupantes. Pero ese asunto -un capítulo de eso que en 1940 se llama la historia de las mentalidades y en concreto del lado oscuro de las mentalidades- debe quedar para otra ocasión.