Jesús Pardo de Santayana. Foto de Canessa

 

Jesús Pardo ya no tendrá problemas para almacenar algún libro más de los 25.000 volúmenes que tenía amurallados en la última casa donde vivió con su mujer, en la madrileña Plaza de Oriente. Fallecido el pasado viernes a los 93 años, este lector voraz escribió una de las mejores memorias publicadas en la segunda mitad del siglo XX en España, Autorretrato sin retoques (Anagrama, 1996). O lo que no es poco, las más sinceras.

La franqueza bien entendida como cualquier otra virtud o vicio, debe comenzar a practicarse con uno mismo. No vale hablar de la familia y el prójimo desde la barrera si se trata de sincerarse con el lector y consigo mismo. Por eso resulta tan difícil escribir libros de memorias en países como el nuestro donde lo confesional choca con el compadreo, el qué dirán y las cien obstáculos de todo tipo.

En el primer volumen de sus memorias, Pardo dispara no para hacer un ejercicio de tiro al blanco, sino situándose él mismo como objetivo suicida. Del Sardinero, barrio costeño de Santander, la ciudad de su infancia donde no nació (lo fue en la próxima Torrelavega), al Madrid literario de mitad del siglo XX, previo desclasamiento, para llegar a Londres y regresar a Madrid en 1974. (Pardo fue un londinense de adopción, ciudad en la que vivió veinte años como corresponsal de prensa y donde se casó con una inglesa de la que luego se separó).

Conversar con Jesús Pardo era una ejercicio saludable lo mismo que hacer running todas las mañanas o jugar al tenis una vez a la semana. La conversación tomaba altura enseguida y al igual que un vuelo sin motor, planeaba por civilizaciones antiguas y modernas, usos y costumbres de los humanos, incluidas extrañas tribus africanas gracias a su domino del bantú, entre otras quince lenguas más que dominaba. Una vez aterrizado, quedaba la adrenalina de haber volado con un ultraligero alrededor del mundo en distintas épocas.

En el 2012 lo entrevistamos en esta página, entonces recién nacida, con motivo de la aparición del tercer volumen de sus memorias, Borrón y cuenta vieja (RBA). Reproducimos la entrevista porque sigue vigente y es nuestro pequeño homenaje a un buen escritor que circuló por la vida a contramano y con un libro debajo de un brazo.

El otro sujetaba el que estaba leyendo en ese momento.

 

 

¿Cómo ve ahora a ese joven que en 1951 marchó a Londres como corresponsal del diario Pueblo y que César González Ruano en su diario definió como un jóven de 23 años «estiraditos y terriblemente afectados que en el trato gana y se hace simpático»?

Yo no sé cómo se le ve ahora. Yo le veo igual de estirado que entonces, solo que ahora sólo lo está por fuera. Por dentro le noto mas bien encogido. Y en cuanto a afectado, pienso que he dejado de serlo porque no me hace falta ya: ahora, he prescindido de la afectación,  substituyéndola con algo parecido a autenticidad.

Por cierto, dice que le hizo el encargo de averiguar si estaba en Londres el Conde Antonio de Burnay, ¿lo averiguó?

No tengo el menor recuerdo de eso, de modo que la respuesta ha de ser negativa.

Y ya que hablamos de Londres, ciudad en la que usted vivió largos años y conoce bien, ¿que le enseñó Inglaterra a un joven español que venía de un país bajo el franquismo?

Pues me enseñó una cosa la mar de sencilla: que, en principio y en fin, nadie es infalible, por muchos discursos que eche y muchos desfiles que presida, y que a gente como Franco and Co., el mejor favor que se les puede hacer es enviarles al psiquiatra con la camisa de fuerza bien abotonada.

¿A que se debe que habiendo nacido en 1927, su primera novela fuese publicada en 1981?

Pues a que hasta entonces no conseguí ponerme de acuerdo sobre lo que yo tenía que decir, y en cuanto lo encontré puse manos a la obra. Así y todo, mi primera novela me costó dos o tres intentos, antes de afianzarme bien en ella. Y ahora que ya he terminado cuanto me quedaba por decir, estoy viéndome muy apurado para seguir diciendo cosas.


Aunque escritor tardío cuenta, sin embargo, con una amplia obra, ¿cuál cree que es la que es la más lograda y por qué?

Para mí, mi mejor obra es mi tetralogía autobiográfica y mi trilogía idem. Lo demás será todo lo bueno o malo que se quiera, y tendrá cuantos altibajos se quiera, pero pienso que no es, estrictamente, imprescindible: al menos para mí.

 

 

Tiene un sistema de trabajo determinado, alguna manía en particular ¿o cada libro exige el suyo?

Mi único método de trabajo es escribir constantemente y a todas horas, aunque no muy seguido, más bien a largos tirones. Para mí escribir es una necesidad, sin cuyo ejercicio pienso que me moriría de aburrimiento.

¿Se documenta o escribe sin apenas guión previo?

Documentación únicamente para los libros de tipo histórico, para los demás me refugio en mi propia memoria, que es óptima, y, aun así, ha sido causa de dos o tres gazapos, menos mal que de menor cuantía, y fechas más que nada.

¿Qué pretende cuando escribe una novela?

Pues, justo eso: escribir una novela.

A que da más importancia, ¿a la trama, los personajes o el ambiente?

La trama se va haciendo sobre la marcha a partir de unas ideas muy generales, y los personajes surgen como consecuencia de lo que voy escribiendo y lo que mi inteligencia o mi memoria me aporta, y en cuanto al ambiente, suele ser híbrido: realidad e invención, lo mejor conjuntadas que me sea posible.

Usted ha escrito tres libros de memorias, Autorretrato sin retoques (Anagrama), Memorias de memoria (Anagrama) y Borrón y cuenta vieja (RBA) que, extrañamente, no falsean sus vivencias como suele ser habitual en la literatura española. ¿Atrevimiento, locura o ajuste de cuentas?

Ninguna de ambas cosas, es simple convicción de que las memorias o no se escriben o han de ser justo eso: memorias. Contar cuanto la memoria me brinde como realidad, aunque la realidad, estrictamente, no es accesible al ser humano, pero hay que acercarse a ella lo más posible. Es cómico que uno de mis mayores detractores haya sido Umbral, autor de mil quinientos tomos de memorias completamente falsificadas.

¿Por qué las memorias  que se han escrito en España, sobretodo durante y después del inmediato franquismo son tan mentirosas con la más elemental verdad histórica?

Yo veo dos razones: un resto muy residual del miedo inquisitorial al ancestro judío o a las veleidades ateas, y los siete siglos de reconquista que nos han dado una obsesión confesional: la verdad sólo es para Dios, al resto del mundo es lícito, y aconsejable, mentirle.

¿Cual es el verdadero valor de unas memorias, la sinceridad  o el recuerdo fiel?

Yo creo que el verdadero mérito de unas memorias es doble: que estén bien escritas y construidas y que se acerquen a la verdad cuanto la memoria humana puede, que no es mucho.

¿A qué se debe el miedo del español a contar la verdad?

A que le echen de sus enchufes o le metan en la carcel o, peor, que se rían de él. A mi no me inquietó ninguna de esas cosas. Nadie me obligaba a escribir memorias, fui yo quien quiso hacerlo, ergo: hacerlas bien, y mnemónicamente.

¿Qué es para usted la memoria en la literatura?

Una necesidad absolutamente imprescindible. Tanto para usarla como para evitarla.

Usted que fue durante largos años periodista y corresponsal de prensa, qué puede decir de esta profesión que ha tratado en novelas suyas como Bajas esferas, altos fondos y Ramas secas del pasado.

El periodismo me enseñó una sola cosa: nunca digas en cien palabras lo que puedes decir en una.

 

 

¿Es difícil saber tantas lenguas? ¿Nos puede enumerar todas las que sabe?. ¿Está estudiando alguna ahora?

Saber es mucho decir: leer, más bien. Yo llegué a leer quince: cinco sin diccionario, las demás con diccionario. Todas las latinas, incluso el rumano, todas las´escandinavas, incluso el islandés clásico, el alemán a medias, el húngaro con mucho dccionario, etc. Ahora he aprendido bastante bien el suahili y estoy con el egipcio jeroglífico. Las demás: menos el rumano y el sueco, estoy olvidándolas dulcemente, y excepto las inolvidables: francés, italiano, sueco, provenzal antiguo y griego moderno y neotestamentario, que sigo cultivamente asiduamente; las demás me las llevaré a la tumba, para pasmo de mis gusanos.

¿A qué atribuye su reciente conversión al catolicismo?

Al miedo a lo que pueda haber al otro lado de la muerte, y el miedo se transformó rápidamente en devoción. Infinitud e inmensidad se conjuntan en la evidencia de que tiene que haber un motor.

Su relación con los libros es mas de tipo fetichista, como coleccionista, ¿o por el placer de aprender y descubrir lo que no conoce?

Todo eso y más: en la casona sardinerina de mi niñez había cuatro bibliotecas, y uno de los acicates, aunque no el principal, de tener una buena biblioteca, como la mía, es poder mostrarla a los amigos.

¿Cuántos libros tiene en su biblioteca y cuantos ha leído?

Unos venticinco mil libros, y habré leído algo más de un tercio.

¿Ha leído los episodios nacionales de Benito Pérez Galdós?

Estoy releyéndolos ahora.

 De paso, ¿puede explicarnos qué diferencia literaria hay entre Cecil Roberts y Roy Campbell?

Cecil Roberts era mousse de chocolat, Roy  Campbel era roastbeef crudo.

¿Prefiere Baroja o Valle Inclán?

A Baroja, con mucho.

¿Pound o Dante?

Por ahí se andan: a Dante, sin duda.

Y entre los que conoció, literariamente, ¿le parece mejor escritor Cela o González Ruano? Y como modelo de vida ¿cuál le resulta más atrabiliaria?

Ruano más auténtico y maduro; Cela es mejor escribidor que escritor, y su sentido del humor siguió siendo infantil hasta el último día de su vida. Ambos muy atentos al que dirán, y Ruano mucho más vulnerable.

De todos los libros que ha escrito, ¿de cuál se siente más satisfecho?

Probablemente «Ahora es Preciso Morir».

¿Qué está escribiendo ahora?

Un libro de cuentos y otro de poemas, y a punto de rehacer una novela, la última que escribiré, que me quedó muy mal terminada.

 

 

http://todostuslibros.com

 

Jesús Pardo (Torrelavega, 1927), diplomado en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid en 1952, fue corresponsal en Londres de los diarios «Pueblo» y «Madrid», corresponsal volante de la revista «Cambio 16», redactor de la Agencia EFE y delegado de la misma en Ginebra y Copenhague, así como fundador y director de «Historia 16».

Desde 1987 se dedicó exclusivamente a escribir sus libros, colaborar en prensa y participar en simposios y ciclos de conferencias. Traductor de más de 200 libros de 15 idiomas, en 1994 recibió el Premio Nacional de Traducción de Finlandia.

Entre sus múltiples obras, se encuentran las novelas «Ahora es preciso morir» (1980), «Cantidades discretas» (1984), «Yo, Marco Elio Trajano» (1991), «Eclipses» (1993), «Aureliano» (2001) o Rojo Perla (2014).; los ensayos históricos «Conversaciones con Transilvania» (1988), «Zapatos para el pie izquierdo» (1998), «Las preguntas que movieron el mundo» (1999) y «Las damas del franquismo» (2000); los libros de poemas «Faz en las fauces del tiempo» (1982), «Antología final» (1997) y «Gradus ad mortem» (2003); el libro de cuentos «Cincuenta historias de repente» (2003), de viajes «Bucarest» (1991) y los volúmenes de memorias «Autorretrato sin retoques» (1999) y «Memorias de memoria» (2001), Borrón y cuenta vieja (2009).