Bandada de estorninos. Foto de Søren Solkær

 

A finales de 2021 llegó a las librerías (se posó en ellas habría que decir si hablamos con propiedad) el libro Mirad las aves del cielo de Stanislaw Lubieński (Varsovia, 1983), premio literario Nike 2017: el más prestigioso de los que se conceden en Polonia, otorgado por el público lector. A España ha llegado de la mano de VOLCANO, una editorial joven, especializada en literatura vinculada con la naturaleza, cuya traducción es obra de la profesora y escritora Amelia Serraller, autora, entre otros, de un ensayo sobre Kapuscinski —del cual, el libro recoge un poema sobre la lavandera cascadeña— y gran conocedora de la literatura polaca.

Lubieński nos va introduciendo, poco a poco, a través de 11 piezas, en su ecosistema particular con una prosa de alto nivel y frescura poética: «Ni las bandadas de miles y miles de estorninos que se congregan al atardecer llenando el silencio vespertino de ansia y estrépito», y consigue, de este modo, inocular al lector/a, no sé si deliberadamente o por azar, esa pasión suya que le llegó de niño emulando al primo Michaš con unos prismáticos soviéticos.

Mirad las aves del cielo atrapa desde el inicio por su lenguaje descriptivo, creando con sus palabras imágenes nítidas y coloridas, como las ilustraciones de pájaros de Lars Jonsson o, en la visita al museo del pintor Józef Chelmoński —donde «nunca hay pájaros elegidos al azar»—, con el fondo musical  de un nocturno de Chopin, los cuadros retratan al azor; el avetoro; la gallineta; el avefría; la avutarda y las Perdices en la nieve, su obra más conocida, en la que «la línea del horizonte se pierde en las nubes grises, casi fundiéndose con el color del cielo».

La narración también seduce porque los capítulos contienen una mezcla, en dosis justas, de ensayo, relato, memoria y compromiso. Stanislaw Lubieński es, al mismo tiempo, un erudito observador de aves y un activista defensor de la naturaleza.

 

De izquierda a derecha, ejemplar juvenil, macho y hembra de paloma migratoria americana ‘Ectopistes migratorius’ dibujados por Louis Agassiz. Crédito: New York State Museum

 

Estremece el relato que hace sobre Martha, la última paloma migratoria muerta en cautiverio, en 1914, a la edad de 29 años; una especie que a primeros del siglo XIX era el ave más numerosa del planeta. Unos años antes lo había hecho la ultima paloma migratoria salvaje, a manos de un niño armado con un rifle de aire comprimido. Después, fue disecada. Un claro ejemplo de la capacidad destructiva del ser humano.

Destaca, además, el amplio anecdotario cinematográfico que despliega Lubieński. Así, por ejemplo, nos revela un Ian Fleming —gran avistador de pájaros—, encontrando inspiración en un volumen clásico de la ornitología, y bautizando con el nombre de su creador al agente secreto más célebre del cine: James Bond. Asimismo, otras películas dejan su impronta en los relatos de Mirad las aves del cielo: Kes, de Ken Loach, con el niño que busca redimirse de un mañana sin expectativas, gracias a un cernícalo; el hombre de Alcatraz, con el presidiario Burt Lancaster «rescatado» por un gorrión que cae accidentalmente en el patio del penal y transforma la rutina; y la afamada Los pájaros de Alfred Hitchcock.

El escritor polaco siente una profunda admiración por John Alec Baker, autor de El peregrino; «nos hace oler los sonidos» dice en el capítulo El hombre que se convirtió en halcón: «nunca pensé que fuera posible escribir sobre la naturaleza de esa manera». Y ese es, precisamente, el pensamiento que sobreviene leyendo este libro, no en vano, fue merecedor del premio Nike, según decíamos al inicio de esta reseña; un premio que ganaron, una década antes, el periodista Kapuściński y la poeta y nobel de literatura Szymborska, lo que sin duda nos da una medida bastante precisa de lo resuelta que es su narrativa.

Tras la lectura de Mirad las aves del cielo, después de frecuentes consultas en el atlas para hacerse una idea aproximada de la geografía descrita, después de ver en las láminas de alguna enciclopedia la imagen corpórea de las aves que revolotean en sus páginas, ya se puede conjugar con más o menos acierto el verbo “pajarear”, esperando, eso sí, no descender a los abismos de eso que el profesor Peter Cashwell definía como un trastorno compulsivo: «una de esas cosas que no puedes decidir, algo a lo que no te puedes sustraer».  

Colibrí en el proceso de polinización

 

La migración de las aves es para Lubieński «la mayor maravilla de la naturaleza. La historia de cada migración puede presentarse como una epopeya heroica», y nos expone la odisea del pájaro arañero o el colibrí, con sus tres gramos de peso, cruzando el golfo de México, o el gran charrán ártico, recorriendo setenta mil kilómetros desde Groenlandia hasta la Antártida en busca «del día infinito».

Lubieński es coautor de una serie documental que se adentra en el fenómeno de las migraciones humanas en Polonia, a veces, tan análogas a las de las aves.

Seguramente, al finalizar la lectura de esta obra, habremos aprendido a amar su naturaleza y comportamiento. Un mundo de emociones inéditas desplegará sus alas tras la experiencia de cualquier avistamiento. «Nunca permanecerás indiferente frente a la brillante belleza de los primeros estorninos de la primavera. Siempre te detendrás al oír un canto desconocido. Y nunca dejarás de observar».

 

 

 

 

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