Desde antiguo se sabe que los contrarios sólo existen gracias a su oposición. En la naturaleza, por ejemplo, la luz o la oscuridad libradas a sí mismas se neutralizan, resultan invisibles y sólo pueden percibirse con nitidez en el antagonismo del claroscuro. Algo parecido sucede en el ámbito de la cultura con la dualidad de lo bueno y lo malo, cuyos términos únicamente cobran sentido y entidad en el contraste de uno con el otro. Quizás por eso, Heráclito concluyó que en este mundo la guerra es la madre de todas las cosas. Sin embargo, es posible que en esa lucha constante los opuestos no terminen por devorarse y exterminarse entre sí, sino que se alíen sin perder la rivalidad que les da su propio carácter individual, si bien esto sólo podría ocurrir en medio de una batalla figurada, puramente lúdica y simbólica, como es el arte. Las obras que resultasen de tal colaboración serían el producto de un sujeto colectivo y expresarían la síntesis tensa entre distintas formas de contemplar la vida, poniendo al descubierto la contradicción misma en que vive la sociedad actual. Precisamente, ésta es la propuesta que exhibe la Fundación Louis Vuitton hasta el próximo 28 de agosto en ese barco varado que es el edificio de Frank Gehry en París. Se trata de la exposición Jean-Michel Basquiat x Andy Warhol, à quatre mains, donde se muestran más de 160 pinturas y fotografías que estos artistas realizaron en un trabajo conjunto de diálogo generacional, que duró dos años y en el que también participó el neoexpresionista Francesco Clemente.

Hijo de emigrantes eslovacos, Andy Warhol nació en 1928 en Pittsburgh, una ciudad por entonces muy conservadora, donde era habitual la segregación y la homofobia. Allí estudió artes gráficas y, al terminar, se mudó a New York, donde pronto alcanzó el éxito como ilustrador profesional y publicista. La fama mundial le llegó en el campo de las artes plásticas por ser uno de los fundadores del pop art, que incursionó también en el cine underground de contenido obsceno y la literatura de vanguardia. Es sabido que su aspecto físico y la fragilidad proveniente de enfermedades infantiles lo avergonzaban haciéndolo un hombre extremadamente tímido, poco elocuente y que, por temor a enfrentarse con la sociedad, se definió siempre como asexual sin reconocer nunca su homosexualidad. En cambio, fue capaz de canalizar tales debilidades a través de su ingenio publicista y, gracias a ello, convertirse en un icono de sí mismo. Así, se refugió tras una desaliñada peluca blanca y, con la cara maquillada parecida a una máscara, se expuso ante el público ocultando su persona, disfrazado de personaje salido de una caricatura, igual que cualquier otro objeto de consumo. Su hábil relación con los medios de comunicación le permitió convertirse en gurú de la modernidad y actuar como enlace en la vida nocturna de la farándula entre artistas e intelectuales, así como entre aristócratas, celebridades de Hollywood (fueran cantantes, actores, modelos) o simplemente entre homosexuales, bohemios y pintorescos personajes urbanos. Obsesionado por la popularidad, acuñó la conocida frase: “En el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos”, vaticinando la aparición de la sociedad del espectáculo con el apogeo de la prensa amarilla, las fake news, los reality shows y las redes sociales. Su obra, basada en la reproducción en serie, es una parodia de la producción industrial y, en efecto, llamó a su atelier “La fábrica”. A pesar de que también se interesó en temas catastróficos (cruentos accidentes de coche, suicidios o sillas eléctricas), su mirada límpida ni juzga ni es subjetiva. No critica, sólo refleja objetivamente la realidad mientras rodea los bienes de consumo (las latas de sopa Campbell o de Coca-cola), así como los ídolos de masas (desde Mao, Marilyn Monroe a Elvis Presley) con una aureola sacra, que hace de las marcas de uso cotidiano fetiches en un mercado mistificado. En ese sentido, Warhol es uno más de los devotos sacerdotes de la religión capitalista.

 

 

El lenguaje visual de Basquiat, en cambio, representa en sí mismo una denuncia contra el capitalismo porque maneja técnicas de grafiti, con las cuales se transmite de manera espontánea la vehemencia y la ferocidad del arte urbano. Nacida de los bajos fondos, de las zonas periféricas o deprimidas de las grandes ciudades, donde se acumulan los marginados y se entrecruzan múltiples influencias culturales, su pintura se caracteriza por pinceladas gestuales, agresividad temática y cromática, el uso de símbolos étnicos, dibujos ingenuos de trazo sencillo, ironía o humor descarnado en las improvisadas leyendas tachadas y corregidas más de una vez en inglés o español, recursos que irradian un mensaje lleno de dramatismo. Warhol conoció a Jean-Michel Basquiat a principios de los 80, cuando su período más creativo ya se había agotado. Ahora hacía serigrafías, de modo que el movimiento de artistas callejeros lo llenó de la energía de un nuevo mundo pictórico, negro y latino, que se abría paso y lo consideraba como su maestro e ídolo. Sus latas de sopa decoraban los vagones del metro matizadas por otros brochazos y, entusiasmado, decidió apoyarlos y ser su mentor. Basquiat, un chico de Brooklyn treinta años más joven que él, hijo de un empresario haitiano venido a menos y de una artista plástica puertorriqueña, quien lo llevaba a museos y lo familiarizó desde pequeño con la pintura, era, sin duda, el más talentoso, un verdadero genio, quien ya se había hecho una cierta reputación pintando edificios del Bajo Manhattan con un compañero suyo del colegio secundario, el grafitero Al Díaz, bajo la firma común de SAMO, acrónimo de SAMe Old shit. Las frases con las que cubrió las paredes del barrio neoyorkino se nutrían de una ideología antisistema, antirreligiosa y antipolítica, eran contraculturales y anarquistas, pura poesía anclada en el cemento con un fuerte contenido filosófico, aunque fuera ilegal:

“como si el opresor nunca fuera niño, como si la heroína nunca fuera flor”

“SAMO, para quienes toleramos simplemente la civilización”

“SAMO como alternativa a la alimentación de plástico”

“SAMO pone fin al lavado de cerebro religioso, la política de la nada y la falsa filosofía”.

Por entonces Basquiat carecía de hogar y dormía en bancos públicos, sobreviviendo con la venta de droga, postales, camisetas y carteles pintados a mano. Era autodidacta, pero estaba bien formado, por lo que muchas de sus obras contenían referencias a la historia del arte y alcanzaron gran éxito en exposiciones europeas. Además, fue novio de Madonna cuando él era mucho más conocido que ella. Murió por una sobredosis de heroína un año después de Warhol, a la edad de 28, y actualmente sus cuadros están entre los más cotizados del arte norteamericano del siglo XX.

 

 

El encuentro oficial entre ambos pintores se produjo gracias a la presentación del galerista suizo Bruno Bischofberger, quien les propuso trabajar juntos. Basquiat tomó entonces una foto de los dos y de regreso a su casa realizó el legendario retrato Dos cabezas, que inmediatamente regaló a Warhol, estando aún la pintura fresca. En un principio la colaboración fue compartida con Clemente, pero, después de hacer 15 cuadros, se redujo a ellos dos, dada su profunda fascinación mutua. Trabajaban de forma independiente y cada uno mantenía su propio estilo en momentos sucesivos, recordando al método del “cadáver exquisito” utilizado por los poetas surrealistas franceses. El primero en intervenir era siempre Warhol y luego venía Basquiat, quien no sólo dibujaba, pintaba o escribía en espacios vacíos, sino que tachaba o enmendaba lo anterior, y así alternativamente, hasta que el cuadro se consideraba concluido. Comenzaron con telas de pequeñas dimensiones, como en la serie del cangrejo, y terminaron haciendo algunos de los lienzos más grandes que se hayan ejecutado jamás, como el maravilloso Afrikan masks. El resultado era sorprendentemente movilizador y contestario. Se estaba reconociendo el valor estético del grafiti al traerlo a la galería de arte, a la vez que la obra de Warhol adquiría una nueva dimensión porque se censuraban, vituperaban o tapaban los principales símbolos del sistema representados por él. La combinación servía para mostrar lo que ya había dicho Sartre, que la negación nunca es abstracta, sino que supone un fondo determinado de afirmación al cual se le opone. La crítica era radical y, por tanto, filosófica. Apuntaba a la alienación, el sufrimiento y la injusticia que impone el capitalismo, es decir, a la monetización de la vida en un mercado donde todo tiene un precio, al consumismo y la publicidad abrumadores, a la manipulación de los medios de comunicación, al dominio de los demás en beneficio propio, a la violencia de Estado, al racismo, a la proliferación de la técnica y la comida basura, a la política de bloques, la carrera espacial o la explotación de los países pobres por los ricos. A las figuras mitificadas por Warhol como el Gato Félix, estrella del cine mudo americano, o las marcas de General Electric, Zenith, Paramount, Basquiat agregaba una simbología compleja, reproduciendo la cabeza de Ronald Reagan, calaveras con indicaciones de peligro o veneno, máscaras africanas, leyendas modificadas -cuando no suprimidas- y palabras con las cuales sustituía objetos, como es el caso de los ojos, en cuyo lugar escribía “eye”, realizando una deconstrucción de la imagen y desvelando que su función es, igual que en el lenguaje hablado o escrito, la de difundir una idea, si bien de modo encubierto. En el cuadro donde aparece el signo del dólar, por ejemplo, se pasea la serpiente desenrollada de la bandera de Gadsden anunciando “no me pises” en señal de rebeldía y libertarismo. En Olympic rings, un lienzo realizado justo tras los juegos olímpicos de Los Ángeles boicoteados por los países del Este, se encuentra una cabeza negra que recuerda la victoria de Jesse Owens delante de Hitler en las Olimpíadas del 36. En la instalación Ten punching bags, donde se reproduce el rostro del Cristo de la Última cena recreada por Warhol en diez sacos de boxeo con leyendas que reclaman un juicio para el reo, aparece un torso negro sin brazos, que ha de interpretarse como una protesta reivindicativa del joven artista Michael Stewart, quien murió víctima de la violencia policial al ser arrestado por pintar grafitis. Se trata de una obra peculiar, no exhibida públicamente en vida de los autores, y que en este heterogéneo y brillante conjunto artístico refleja una característica que, a veces ha pasado desapercibida: la profunda religiosidad de ambos. Además, la serie de la Última cena ya era en sí misma emblemática y muchos creyeron ver en ella una alusión a la epidemia de SIDA que diezmó el ambiente homosexual y provocó su discriminación a principios de los 80. Este significado pasó también a la nueva obra común, de modo que la experiencia de colaboración constituyó un enriquecimiento mutuo en cuanto a temas y técnicas. De hecho, sirvió para que Warhol volviera a la pintura tras años de no dedicarse a ello, mientras que Basquiat incorporó y perfeccionó el uso de la serigrafía, para ser llevado por su amigo al primer nivel de la plástica mundial.

 

Puedes comprarlo aquí

 

 

 

Mapa

DIRECCIÓN
Bois de Boulogne – 8 avenue du Mahatma Gandhi
75116 Paris
TRANSPORTE
Fondation L. Vuitton