Foto de Alexy Trofimov

 

“Cuando desperté ya no existía la librería del viejo Fedak y donde antes estuvo el Metropol había ahora un banco. Todo lo que conocíamos empezó a desaparecer de un día para otro”. Y Detrás del hielo es la narración de esta desaparición, es la historia de un mundo de ayer derrotado por unos ideales que nunca pudieron llevarse a cabo.

Como dice su autor, Marcos Ordóñez, Detrás del hielo es la historia “de una generación arrasada”, una generación que el autor sitúa en los años sesenta en una república inexistente, la República de Moira, que, en su inexistencia, se universaliza, multiplicándose así los referentes que tras ella el lector puede encontrar. La República de Moira puede ser la España de finales de los sesenta, cuando todo estaba por hacer, pero también el Chile previo a Pinochet, la Argentina anterior a la dictadura militar o una república del Este, cuando se soñaba con una libertad que, los años, pronto desmintieron.

Aunque son los años sesenta -así lo indican las referencias culturales que llenan las páginas de la novela y que contextualizan el espíritu cultural y político de la generación retratada- y sus protagonistas remiten al espíritu de protesta que se vivía en el París del 68, única ciudad “real” dentro de la narración, lo narrado trasciende no sólo a nivel geográfico, sino también a nivel temporal: la historia de la “generación arrasada” de Ordóñez termina convirtiéndose en la historia de violencia que comparte todo el siglo XX, una historia donde a las ilusiones perdidas en la violencia y la represión le sigue la necesidad del recuerdo, que, si bien no borra el cinismo fruto de la experiencia vivida, devuelve el protagonismo a los vencidos por una historia que nunca debió ser tal.

Publicada en 2006, Detrás del hielo ha sido recuperada por la editorial de Barcelona, Libros del Asteroide, que desde el 2015 ha ido rescatando la obra narrativa del crítico teatral y magistral narrador, Marcos Ordóñez. En Detrás del hielo, considerada como la mejor novela de Ordóñez, si bien no habría que olvidar su extraordinaria novela de corte autobiográfico Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph), el lector se reencuentra con el Ordóñez de Comedias con fantasmas y Telón de fondo, no sólo por las referencias teatrales y cinematográficas presentes en la novela, sino por el papel central que ocupa el teatro, entendido como espacio de construcción de un relato colectivo, pero también espacio de proyección de los ideales políticos que no encuentran todavía –o nunca encontrarán- su realización práctica. El teatro, además, es para Klara, protagonista de la novela y aspirante a actriz, espacio compensatorio ante una realidad hostil y los textos teatrales, como también el cine y la literatura, -la cultura- se convierten en vías de emancipación ante la creciente censura e imposición de un pensamiento único.

 

Marcos Ordoñez

 

Klara es la narradora de la historia que se cuenta en Detrás del hielo y que ella volverá a escribir en el libro, cuya escritura se anuncia en las últimas páginas: “Hará unos meses comencé a juntar notas y recuerdos para escribir nuestra historia. Mi nueva voz está aquí”, cuenta la joven que, tras un exilio en París, ha regresado a su país, donde trabaja en recuperación de los testimonios que vivieron los años de guerra y represión, esos años que convirtieron en una generación perdida a la generación de Klara. “Mi nueva voz está aquí”, afirma Klara, ese aquí remite a las notas, pero también al libro que el lector tiene en sus manos. Escrito en pasado, desde el recuerdo reconstruido, Detrás del hielo no es solo la historia narrada por Klara, sino el libro que ella misma escribe. Así lo indican las primeras líneas: “Mi nombre es Klara Liboch. Esta no es mi historia, es nuestra historia. La historia de los tres: Jan Bielski, Klara Liboch, Oskar Klein”.

De la misma manera que la construcción de un país inexistente sirve a Ordóñez para universalizar la experiencia narrada, la voz de Klara funciona como voz colectiva en un doble plano: en un primer plano, la historia de Klara es la historia de Jan y de Oskar, mientras que en un segundo plano la historia de Klara es la historia de toda aquella generación arrasada que ella representa. A través de la voz de la narradora no sólo se cuenta la historia de amor entre los tres jóvenes –imposible no ver tras este trío, la historia de Jules et Jim, narrada por Henri-Pierre Rochelle y popularizada a través del cine por François Truffaut-, sino que cuenta la historia de un grupo de jóvenes comprometidos con su tiempo, jóvenes que se posicionan e intervienen, desde la cultura y la política, para cambiar el giro de su país, abocado no sólo a un conflicto armado, sino a un estado represivo que no admite oposición alguna: “La vida seguía, seguía… Tanta gente colaboró… Médicos, funcionarios…. Aprendieron a torturar. A disfrutar de aquel nuevo poder. Dale a alguien un par de cables eléctricos y un cuerpo atado. Sus rostros eran siempre el mismo. ¿Quién podría identificarles? No llevaban gafas oscuras. No estaban aislados del mundo. Los centros de detención no eran cárceles alejadas, ni horribles mazmorras subterráneas. Eran garajes ‘habitados’, otra nueva palabra, fábricas en barrios populosos, viejos edificios de oficinas en el centro. La gente pasaba por delante de esos lugares todos los días”. Un engranaje de control y represión perfecto. El miedo y la indiferencia como excusa o forma de supervivencia. El silencio como ley absoluta, un silencio que perdurará más allá de la represión, porque nadie quiere recordar, porque nadie quiere hablar de todos aquellos que “desaparecieron”, que un día dejaron de pasear por las calles, se escondieron en apartamentos y no volvieron nunca a ser vistos. Klara es la superviviente de aquella generación y, por ello, la que asume el papel de narrar aquello que los otros silencian.

Detrás del hielo es una novela sobre la necesidad de la memoria y sobre el arte -el teatro, el cine, la literatura- como instrumento subversivo en contra del silencio y del relato impuesto. Detrás del hielo nos apela como individuos y, a la vez, como pertenecientes a una generación, nos apela como responsables de rescatar y conservar los testimonios de una historia que todavía muchos prefieren silenciar e, incluso, negar. Y nos apela también como “dreamers”, como los definió Bertolucci, soñadores de un mundo que puede ser diferente. Detrás del hielo es un homenaje a esas “generaciones arrasadas” por la violencia, el absolutismo y la represión, pero al mismo tiempo es un canto a esas generaciones futuras para que, siendo conscientes del pasado, no se vuelvan a repetir esos mismos errores. Para que, en palabras de Klara, sea posible “comenzar a cantar con mi nueva voz”.