Ya casi todos vamos sabiendo qué es eso del lunes más triste del año, pero tenemos sin bautizar otra de las desdichas del calendario laboral: el mes de febrero. Fue en el último, el de 2018, cuando el diario El País publicó un cuestionario respondido por Byung-Chul Han (Seúl, Corea del Sur, 1959), que iluminó a más de un lector e inundó las redes. En él, el filósofo surcoreano explicitaba algunas de las cuestiones más cotidianas y alienantes de nuestras vidas, encabezadas por un titular demoledor: «Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose». Parece entonces que habitamos un continuo Blue Monday, esa etiqueta con la que comenzábamos y de la que se empezó a hablar en 2005 basándose, como suele, en variables que hacen del asunto algo serio, casi científico: siendo el tercer lunes de enero, se debe, según parece, a una combinación terrible entre el clima propio de ese tiempo, el desajuste entre el salario y las deudas, el tiempo transcurrido desde Navidad y la lejanía de próximos festivos, así como el ya para entonces patente fracaso en los propósitos de Año Nuevo. Poca sorpresa produce saber que el término fue acuñado por una agencia de publicidad que pretendía sacarle rédito económico a ese lunes negro. ¿De qué manera? Utilizándolo como momento clave para ofertar la reserva de viajes vacacionales a esos seres agotados (o consumidores con la guardia baja, como se prefiera), un paréntesis de recomposición que les devuelva, de nuevo enérgicos, al redil laboral.
Byung-Chul Han lo ha llamado La sociedad del cansancio y da así título a un éxito editorial –todo lo exitoso que puede considerarse un libro de filosofía que ha vendido miles de ejemplares internacionalmente y ha llegado a su segunda edición hace unos meses en España–. La colección Pensamiento Herder, dirigida por Manuel Cruz, ha sido la encargada de editar en castellano este libro del que ahora ofrece una ampliación de dos capítulos: «La sociedad del burnout» y «El tiempo sublime», que vienen a completar una serie de ensayos breves en los que el autor da forma a ese cansancio, a sus causas, desarrollo y normalización.
La sociedad del cansancio es una sociedad del rendimiento, opuesta en varios sentidos a la sociedad disciplinaria de la que hablara Foucault. Frente a la prohibición, el mandato y la ley que se imponían en ella, en nuestra sociedad se impone un podio de proyectos, iniciativas y motivación. Un arsenal de términos positivos que desdibujan la línea divisoria entre el poder y el deber. De hecho, esa posibilidad de alcanzar objetivos, de superarse en el ámbito profesional, muta de manera directa en la obligación de hacerlo. Lo sabemos, se atrapan más moscas con miel que a cañonazos, y en la era de la positividad absoluta, «el sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia», sin perder por ello un ápice de disciplina. Consecuencia de todo esto es la división de las personas en dos tipos principales: exitosos o fracasados. Y de ese fracaso casi inevitable, al modo de Sísifo, surge la depresión.

Byung-Chul Han
Han hace especial hincapié a lo largo de estos textos en las patologías mayoritariamente padecidas en las sociedades de comienzos del presente siglo, y así aparece de manera detallada en el capítulo-ensayo La violencia neuronal. No son otras que la ya citada depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO). La clave de estos males es asimismo el punto fuerte de la teoría de Han, sobre el que vuelve en varias ocasiones: «No son enfermedades sino infecciones, no son infartos ocasionados por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad(…) El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo (…) voluntariamente, sin coacción externa». Una suerte de selección motivacional por la que nada es imposible y, de serlo, nos lanza a la cuneta.
Además del diagnóstico, el filósofo ofrece algunas alternativas sanatorias. Una de ellas, y muy creativa (aunque no sea esta su finalidad) es el aburrimiento: «Quien se aburra de caminar y no tolere el hastío deambulará inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad. Pero, en cambio, quien posea una mayor tolerancia para el aburrimiento reconocerá, después de un rato, que quizás andar, como tal, lo aburre. De este modo, se animará a inventar un movimiento completamente nuevo». La vita contemplativa quizá sí es entonces el progreso. Y también está la rabia, posible motor para interrumpir un estado de cosas y permitir la llegada de otro más amable. En definitiva, no por más activos resultamos ser más libres.
Así que puede ser cierto, hay lunes más tristes que otros. Pero mientras nos aburrimos un poco, por salud y preferiblemente en horario de oficina, recordemos también lo que decía aquella pancarta en una manisfestación: «You don’t hate mondays, you hate capitalism».