Aproveché estas vacaciones para visitar a la familia y amigos, un itinerario armado minuciosamente con antelación que me sirvió para sacarle jugo a una semana completa. El tour empezó en Ranchos, el pueblo que me acogió por más de una década, visité parte de la familia, tuve un cumpleaños lo cual estuve de festejos y mucha comida alta en lípidos, exquisita pero contraproducente para mi obesidad, más de diez kilos que me podría donar.

Hice primera parada en San Miguel Monte, había consultado los horarios de Línea Expreso por internet y salió con retraso. Bajé con una sube prestada por miedo a no conseguir una para mí. La última vez que había viajado a lo profundo del conurbano tenias que tener un monedero con kilos de monedas para las maquinitas expendedoras de boletos, que también por entonces eran difíciles de conseguir. Ascendí al colectivo, coloqué la tarjeta sobre la maquina y enseguida me tomó el boleto.

Detrás mío subieron un par de sujetos que olían a pescado y a etílico, habían estado de pesca lo cual subieron con las típicas cañas de pesca y muchos bolsos, al subir todos se sentaron atrás, apenas arrancó el colectivo se durmieron y no se los sintió en absoluto. El micro dio varias vueltas, entró a todos los pueblos, y salió a Ruta tres varias veces. El paisaje era campo y alguna que otra casita de pueblos fantasmas. Hice parada en Cañuelas para cargar la Sube y volver a sacar otro boleto hasta el próximo destino, bajé y volví a subir en menos de cinco minutos, la boletería estaba vacía y no tuve demoras. $100 imaginé que serian suficientes para viajar a un par de lugares que serian parte de mi estadía.

Conmigo viajó una señora muy amorosa que me dio charla bastante tiempo. Al rato subió otra mujer, en un pueblo chico todos se conocen y se saben los horarios de los micros, esta era amiga de esta otra y traía un perro escondido en el bolso, el can asomaba la cabeza, parecía amaestrado no ladró ni una sola vez, el pichico revoleaba los ojos para todos lados pero jamás emitió sonido que alertasen su presencia. Yo vine parada observando todo aquello fuera del bus que para mí era novedad, ambas hablaban de películas y de libros lo cual me llamó la atención.

Al bajar en Las perdices me esperaba mi cuñada, la reconocí por la patente del vehículo; la gente se delata con cierta información en internet que muchas veces pasa por alto. Pasé una tarde muy amena con mi cuñada, mi hermano y mis sobrinas. Se ofrecieron alcanzarme hasta un barrio de González Catan. En el camino Mónica, mi prima me escribe diciéndome que está yendo a la casa de la madre, ella llegó antes que yo. Tomamos no sé cuantas pavas de mate y hablamos de todo. A la noche mi tía amasó pizzas.

El sábado mi prima y yo fuimos a Recoleta temprano, las calles estaban vacías, los bondies a las 09:00 estaban sin pasajeros, nos sentamos juntas. El paisaje que veía por la ventanilla no coincidía con que había visto años atrás, las estaciones de MetroBus cambiaban todo y más allá de ideologías políticas entre Macri, Mongo o Cristina La Matanza había transitado un cambio que facilitaría la vida a quienes quisieron enterarse, porque antes: mucho más de veinte años atrás a las dos de la tarde te calcinabas esperando un colectivo, los días de lluvia te empapabas porque no existía ninguna garita de resguardo, y muchas de las calles que alguna vez caminé hasta llegar a la ruta para tomar un colectivo, te embarrabas hasta la cabeza.

Me encantan como son las estaciones de metrobus tienen asientos, letreros, indicaciones de otras estaciones y letreros en braille. Me dio nostalgia ver todo aquello diferente y modernizado un aire de barrios viejos y esa extraña entremezcla de lo actual. Llegando a San justo el colectivo se llenó de gente y en la calle hacia una insoportable sensación térmica de más de 30º C. Dentro del bondi 24º C. Una mujer de treinta y pico se desmayó, igual hacia demasiado calor, había humedad y el colectivo hasta la manija, el aire viciado todo esto fue el combo perfecto para qué a cualquiera le bajara la presión y cayera redondo. Una enfermera que viajaba entre nosotros se quedó con ella. El conductor del vehículo desvió el recorrido para escaparse el embotellamiento advirtiendo que bajásemos en Av. Arieta ya que se dirigiría hasta el Policlínico, algunos pasajeros malhumorados e insensibles bajaron y subieron a otro colectivo que venía atrás; muchos como yo nos quedamos sin problema.

 

En el trayecto al hospital la mujer convaleciente se desmayó repetidas veces, al llegar al hospital un paramédico y un enfermero bajaron a la mujer descompuesta tan rápido como les fue posible y la ingresaron directamente a la guardia del sanatorio en silla de ruedas. El conductor del colectivo verificó que su pasajera ya estaba en buenas manos y retomó su ruta. Nosotras bajamos en Liniers, a eso de las once de la mañana ya se notaba más gente por todas partes, cruzamos la avenida, el paso a nivel del tren y subimos a otro colectivo que nos dejaría en la puerta. Llegando a Recoleta ya hacía un calor de muerte, por suerte donde descendimos había edificios altos y estaba fresco. Una hora después llego una amiga que estábamos esperando para almorzar, el patio de comidas era vidriado y desde allí se veían las cúpulas de las bóvedas del afamado cementerio. Juntas paseamos por varios lugares y recorrimos el cementerio emblemático de Buenos Aires.

Me pregunté porque nunca se nos había ocurrido venir a este lugar si es fascinante, y el cementerio de Recoleta tiene un sinfín de historias y leyendas urbanas, personajes que vivieron su vida fugazmente y atípica, aquí muchas de las tumbas saqueadas por delincuentes son noticia corriente en los noticieros, el bronce y lo lujoso de sus adornos, las esculturas, los cerrojos todos están envueltos de leyendas. El cementerio se colma de turistas de bolsillos gordos de todas partes del mundo, algunos dirán simplemente es un cementerio, mientras otros como yo y quienes lo han visitado dirán que sus ornamentos, cerrojos, rejas, esculturas son una maravilla, por lo que hay que visitarlo para presenciar tanta arte e historia. La tarde terminó fuera de este lugar con refrigerios, helados y algunas compritas en el shopping.

Después Mónica y yo nos volvimos juntas, ella para González Catán y yo para Ciudad Evita mientras que mi amiga se volvió por la otra punta opuesta, las tres nos fuimos antes que anocheciera. Al llegar a Ramos Mejía mi teléfono se estaba quedando sin batería, Mónica me prestó el de ella para avisar a mi tía que estaba llegando y que me esperara en el lugar acordado. Mónica siguió viaje unos kilómetros más, yo bajé. Y así fue, al bajar del colectivo crucé la calle y los pocos segundos y justo antes que cayera el sol pasaron a buscarme en un auto, fue como una acción, un hechizo que se rompería a una hora determinada, como cenicienta. Pasé la noche en Ciudad Evita, la ciudad donde el cielo se sonroja en verano y pasan de cerca los aviones para el aeropuerto, donde los vecinos escuchan cumbia con el volumen a todo lo que da.

Al día siguiente pasé por mi bolso que había dejado en González Catán como Paula la piba de la canción de Joaquin Sabina y de ahí nos fuimos todos a ver a la abuela, la vieja que no anda muy bien, le llegó la vejez y sus achaques y la finalidad de este viaje era para verla a ella también y pasar una tarde con ella…la casa era chica así que decidimos irnos a otro lado para estar más cómodos, después llegaron otros miembros de la familia y así transcurrió la tarde entre risas, asado, tragos alcohólicos, mates y la pelopincho, fue una de esas tardes perfectas extraídas de películas americanas que añoras y que aunque seas atea rezas para que nunca lleguen a su fin… pero llegó y me fui con mi hermana a su casa, donde también compartimos y disfrutamos días muy hogareños y tranquilos.

 

 

El lunes por la tarde viste a Adriana, mi prima que con ella siempre compartimos mates y anécdotas del año del ñaupa y nos reímos y lloramos y volvemos a reír siempre con las mismos recuerdos, con los mismos absurdos, de cómo se sorteó su suerte y la mía y la de todos los que nunca se fueron y decidieron quedarse ahí con sus raíces…ellos dicen que yo tuve suerte y yo digo que ellos tuvieron la suerte de quedarse ahí con los suyos , que yo me fui y perdí mucho y ellos se quedaron y ganaron y perdieron también, y la vida es así se gana y se pierde y es un constante de decisiones. A veces intento pensar que hubiese pasado si no me hubiese ido de mi barrio de callecitas de tierras y terrenos baldíos. Qué pibe del barrio se hubiese casado conmigo, cuántos hijos habría tenido…¿quién sabe ?

El martes con Adriana y una amiga más nos fuimos al cementerio a llevar flores a un amigo al que todos quisimos mucho y se fue de manera muy repentina, tenía pensado visitarlo pero llegué tarde o tal vez él decidió irse antes. Al día siguiente después de almorzar mi hermana y yo fuimos a Laferrere a pasear, ver vidrieras, caminar, y terminamos tomando helado en un negocio de comidas rápidas, y volvimos en un viaje que fue toda una aventura: tomamos un auto que para donde los colectivos oficiales, éste te hace un recorrido por solo ocho pesos y va directo sin tanto firulete, va parando en diferentes direcciones y va levantando gente, cuando sube un pasajero vas haciendo lugar y la puerta apenas se cierra, quedamos todos como sardinas, el auto va a duras apenas se nota que el motor hace fuerza y el chofer escucha reggaeton de una radio local, fuma y todo transcurre con normalidad y atrás somos tres y adelante otros tres incluido el que conduce, cosas que si te las cuentan no las crees, tenes que vivirla para saber que fue verdad.

El jueves fue mi último día y trascurrió de una manera muy efímera en Nuñez, visite una amiga y compartimos unos ricos mates amargos y unas facturas de una panadería de ahí cerca, en un momento escuchamos gritos, nos asomamos a la ventana, vimos desde un decimo piso como una grupo de personas discutían, esto es moneda corriente aquí decía ella, al ratito llego un móvil policial. La otra amiga estaba viniendo en camino prácticamente no la pude disfrutar porque ya me iba y no quería perder mi boleto. Asi que hice unas tres paradas en el Metropolitano hasta Retiro en el trayecto subió Louis con su guitarra eléctrica que hacia covers al estilo Lenny Kravitz y Jimi Hendrix la gente estaba contenta y lo disfrutaba, después se unió otro y ambos improvisaron un tema más.

Bajé a las 21:05 mas o menos, estaba preocupada y ansiosa, la estación estaba llena de gente, intenté salir rápidamente del tumulto. Al salir a la calle practicante corrí una maratón hasta la entrada de la Terminal de Ómnibus. La escalera mecánica no funcionaba, me cargué los bolsos al lomo. Fue el recorrido más largo que hice en mi vida. Por suerte llegué a horario, mi micro aún no había llegado a la plataforma. El hombre que también viajaba en el mismo micro que yo me contaba la semana fatal que había tenido mientras yo intentaba recobrar el aire pero disimulaba. Media hora más tarde ya estaba en mi asiento número 15 al lado de la ventanilla camino de vuelta a casa.