En la portada de “Whiskas, satisfayer y lexatin”, el libro de la articulista y escritora Esperanza Ruiz, aparece entrecomillado un párrafo sobre el objeto de caza de algunos de los ensayos que contiene el volumen, y que la autora define como “el joven adulto posmoderno”. No vamos a negar que los disparos suelen dar en el blanco, aunque también es cierto que este “monstruo generacional” es una diana fácil si se atreve uno a bajar a la jungla y cazarlo.

Definido como el resultado de “una mezcla de la doxa sistémica, aplicaciones para ligar y entrega de comida basura a domicilio en tiempo récord”, afectado por “la falsa liberación sexual que esclaviza a golpe de pulgar, los antidepresivos, la intolerancia al sacrificio y a la frustración, el arrinconamiento de la verdad y su sustitución por valores diseñados a medida”, este elemento da mucho juego.

Pero huir del costumbrismo y la sátira fácil exige partir de una idea del mundo clara y saber cual es el envite. Esperanza Ruiz, que dejó la adolescencia en los años noventa, parece tenerlo y apuesta por un conservadurismo con el que podemos estar en desacuerdo en diversas cuestiones, pero que la autora defiende bien y, lo que es mas importante para un lector, divierte y cuenta con acierto lo que se trae entre manos.

Por eso se disfruta leyendo estos ensayos que pueden tratar de la serie televisiva “Sexo en Nueva York” en la que se critica “una concepción del mundo superficial y petarda a la que no le interesa ir más allá del show, de proponer a Carrie Bradshaw como modelo hasta que presenten a la siguiente, en una oligofrénica búsqueda del perfecto consumidor”.

 

 

Para Esperanza Ruiz, la generación que ha sufrido “terriblemente la mediocridad de nuestro tiempo es la nacida entre 1968 y 1983”. Ella los emparenta con los épsilon de la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz “porque están destinados a hacer una tarea muy desagradable sin saberlo: sacrificarse con una sonrisa en el altar de todas las estupideces, lugares comunes, paleterías e infinitas modas que propone el tigre que cabalgamos”.

Sería larga la lista de debilidades de los épsilon que expone Esperanza Ruiz, que reparte palos en todas las direcciones,  y cuya mayor culpa es haber sido padres de los millennials.

Una critica que abarca también asuntos de estilo, como el titulado “Los hombres y los pantalones cachuli”. Confieso mi ignorancia pese a que dichos pantalones los usan mis correligionarios temporales: los sexagenarios. Según Esperanza Ruiz toman su nombre del exalcalde de Marbella Julián Muñoz, y vienen a ser pantalones vaqueros que “tienen un tiro enorme, suficiente para esconder una sonda binaria con su bolsa de recogida 24h o unos Lindor para pérdidas. No ciñen el trasero, por supuesto, el camal es desorbitado y, como rasgo inconfundible, rodean el torso por encima del ombligo”.

Fauna y flora no le falta a la autora porque la dictadura de lo políticamente correcto está rozando la imbecilidad y devolver el nombre al adjetivo siempre se agradece. No todo son cuestiones generacionales que también salen a relucir el escritor francés Albert Cohen, o una faceta desconocida del camaleón Sartre, entre otros asuntos e incluso tres cuentos.

 

Esperanza Ruiz

 

Apetece menos cuando  desciende al terreno de lo muy concreto o elogia a algún político, aunque es justo reconocer que no suele dejar títere con cabeza, que mejor es derrapar y rozar la valla que aburrirse en una interminable línea recta de alabanzas.

En resumen, Esperanza Ruiz se alimenta del estallido de las convulsiones sociales de los años 60 surgidas de la evolución del capitalismo. Es lo que el filósofo Peter Sloterdijk, resumió con la brillante sentencia de que “todos los caminos del 68 conducen en último término al supermercado”. Y como en cualquier supermercado que se precie la variedad de la oferta es múltiple lo mismo que los estilos de vida que nacen del 68, aunque el fondo es común a todos (el consumo) y lo único que varía son las adicciones y tendencias personales (mercancías).

En Whiskas, Satisfyer y lexatin hay una añoranza de cierta religiosidad de raigambre católica que nada tiene que ver con la espiritualidad al uso de estos tiempos. Y es que como sostiene la filosofa eslovena Renata Salecl: “Fiódor Dostoyevski escribió que sí no hay Dios, todo está permitido, pero el sicoanalista francés Jacques Lacan le dio la vuelta a esta frase: si no hay Dios, ya nada está permitido. Esto significa que la pérdida de la creencia en una autoridad que pueda prohibirnos determinadas acciones no nos abre de par en par las puertas de la libertad, sino que contribuye a la creación de nuevos límites”. Tal vez los que se pone el joven adulto posmoderno.

 

 

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