Si los comisarios Hércules Poirot y Jules Maigret se hubiesen conocido por algún asunto profesional, aunque fuese en las páginas de sus respectivos autores,Agatha Christie y Georges Simenon, se hubieran entendido bien pues tenían algunas cosas en común aparte de su profesión y vivir en la misma época. Ambos personajes literarios reinaron en la novela negra europea durante casi toda la primera mitad del siglo pasado. Solo en la segunda parte empezaron a despuntar otros autores y personajes que, al calor de unos tiempos distintos, cambiaron el final de la novela negra europea con su eterna adivinanza: ¿Quién es el autor del crimen?

En Francia la novela negra empieza a renovarse en los años sesenta de la mano del izquierdismo más radical (véase el caso de Jean-Patrick Manchette) pasado por el turmix del hard-boiled norteamericano. En Gran Bretaña, Agatha Christie es la reina de la que sólo disiente cierta novela de corte intelectual en el que lo negro es una simple coartada. Los hijos de Poirot y Maigret se hacen notar por alguna afición obsesiva y aún mantienen la lucha contra el crimen en un perímetro de buenas maneras. Serán los psicópatas y los maniacos los que frecuentarán las comisarías mientras el policía se convertirá en un psiquiatra de maneras expeditivas.

Robin William Arthur Cook (1931-1994), que firmó sus novelas como Derek Raymond, fue el responsable de dinamitar los cimientos del edificio construido por Agatha Christie. Personaje curioso que debería figurar en la amplia lista de extravagantes de las letras británicas, Cook fue un novelista que abjuró de sus orígenes aristocráticos y todo lo que ello comportaba, empezando por Eton, para abrazar una vida cuanto menos irregular. Conoció los círculos de la delincuencia londinense de los años cincuenta del siglo pasado lo que le llevó a ser detenido por estafa, con interrogatorio policial de 16 horas incluido. Para cambiar de aires, se estableció en el París de los existencialistas.

 

 

 

Dedicado a diversos tráficos, desde la pornografía a las obras de arte, visitó nuestro país durante la dictadura de Franco y cuenta la leyenda que fue detenido por algún comentario que no sentó bien. En la vida de Derek, como en la de todo personaje real, es difícil distinguir lo verdadero de lo falso, pues lo único que se conserva de él, aparte de sus novelas, son testimonios contradictorios, quejas de familiares y fotos suyas que desde luego no invitan a la tranquilidad, aunque sólo sea por su delgadez extrema, el cigarrillo permanente, la sonrisa de quien tiene sus vicios domesticados, y la boina negra.

Con este bagaje está claro que a diferencia de muchos cultivadores del género negro, Derek Raymond sabía de lo que hablaba. Literariamente, tras un comienzo con una serie de novelas que estaban bien, y que sin ser negras incluían cierto retrato de costumbres, desapareció de la escena durante un larga temporada. Cuando reapareció, había otro Robin Cook que triunfaba y que publicaba best sellers de historias médicas. Entonces nuestro hombre decidió firmar sus libros como Derek Raymond mientras se volcaba de lleno en la construcción de un personaje que fue protagonista de su serie de cuatro novelas negras denominadas «La fábrica», o sede central de la policía.

Es aquí donde la figura de Derek cobra interés para los aficionados a este género porque, de algún modo, parte de Chandler para llegar a otro lugar desconocido en esa década (años ochenta del siglo pasado) y que tiene como característica la extrema crueldad del psicópata de turno que no es mas que una imagen del mal que se ha adueñado de este mundo, mientras el héroe no es tan bueno como los de la abuela Agatha, aunque está dispuesto a llegar hasta el final cueste lo que cueste. Y cuesta mucho moverse en un mundo triste y gris donde buenos y malos se confunden y la violencia reina en las calles de un Londres barriobajero en el que reina el thatcherismo del que Derek sabe captar el lenguaje y el colorido.

 

Raymond Derek

 

Digamos de entrada que a Raymond Derek se le va la mano en excesos de crueldad bien contados pero demasiado puntillistas. Sin embargo, lo adorna con una elegancia made in Chandler envuelta en papel de regalo del existencialismo francés de toda la vida (tal vez por eso sea un autor mas amado en Francia que en el Reino Unido). Claro está que detrás de las novelas de Derek con su imagen de beatnik tuneado, se respira la libertad de quien no debe rendir cuentas a ningún mercado porque son otros tiempos y, además, Raymond Derek, ha sido capaz de vivir por encima de las reglas de su clase y tiempo.

Cuando leemos sobre ese detective sin nombre que pertenece a una brigada de la policía inglesa dedicada a desentrañar los asesinatos más sórdidos que ocurren en la ciudad, vemos que Derek oscila entre el hard-boiled norteamericano y el ensayo existencialista. Asimismo, el paisaje lo conforma el estado mental de su héroe que vive en la mas completa soledad. Por eso lo podemos emparentar con los héroes románticos del cineasta francés Jean Pierre Melville, esos policías que tenían algo de samuráis por su destino y forma de moverse entre gente que, sin saberlo, ya estaban muertos.

De las dos novelas aparecidas en español, sin duda la mejor es “Murió con los ojos abiertos”. La otra es “El diablo vuelve a casa”. Sin embargo es “Yo fui Dora Suárez”, el asesinato de una prostituta con sida muerta de una forma horrible, es la que hizo más ruido. Esta novela nos recuerda en más y mejor a “La dalia negra” de James Ellroy. En todas ellas el narrador sin nombre, es el policía que se lleva mal con su jefe, ha rechazado un ascenso y su mujer está internada en un manicomio. Lo que hay de común en estas tres novelas  es la corriente de identificación que se produce entre el investigador y el asesinado.

Narrativamente, ello es posible gracias a las grabaciones o diarios que dejan las íctimas y que nos permite conocerlos mejor y a nuestro investigador identificarse con ellos. En “Murió con los ojos abiertos”, la novela mas lograda es intención y desarrollo, el ojo de Raymond Derek por el detalle es muy bueno lo mismo de su oído para los diálogos y que hacen mas llevadero un ambiente opresivo y depresivo en lugares de mala muerte. Aquí, como en las otras novelas, no hay preguntas-respuestas típicas de las novelas de misterio,  y mientras seguimos la investigación y el sinsentido de nuestros pensamientos y deseos, no encontramos la salida de emergencia.

 

 

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