Escena de ‘El odio’ de Mathieu Kassovitz

Los salvajes es una tetralogía escrita por el francés Sabri Louatah ( Saint Étienne, 1983) de padres cabileños argelinos, cuyo primer tomo Una boda francesa apareció en 2012 y que fue saludado por crítica y público, como se dice, con entusiasmo denodado.

El libro fue escrito a raiz de la lectura que el joven Louatah hizo de Los endemoniados, de Dostoievski, en la que dice inspirarse aunque mi parecer muy personal y basado en la intuición me dice que Louatah está más cerca de la visión nihilista de series de televisión como The Wire que del escritor ruso, algo que supongo casi evidente para aquellos que lean este primer tomo que acaba de aparecer en España publicado por Literatura Random House y traducido felizmente por Joan Riambau que ha sabido trasladar a un castellano más que legible el especial lenguaje de los jóvenes argelinos que se expresan en un patois muy particular con multitud de expresiones árabes y cabileñas que casi hacen realidad aquel término que para patois empleaban en la Enciclopédie de 1778: “El patois es un lenguaje corrompido que se habla en las provincias… No se habla lengua más que en la capital”.

Pura mística ilustrada que, sin embargo, prefigura no sólo la actitud abiertamente centralista de cierto jacobinismo sino, algo mucho más grave, el deseo de apartar de la limpia mirada higiénica de los ilustrados cualquier atisbo que sonara a contaminación siquiera acústica. De esos contaminados trata esta novela y lo realiza de manera espléndida. Ya digo, fenómeno editorial en Francia y refrendada por su publicación en Estados Unidos. Hay que decir que Louatah, que es un escritor joven y como tal, muy bien dotado para los retos actuales, es prácticamente bilingüe con el idioma inglés y vive actualmente en los Estados Unidos. Introduciéndose en el mercado anglosajón y avalado por su éxito en Francia, el porvenir de Louatah poco tiene que ver con lo que nos cuentan sus personajes de Saint Étienne, una ciudad industrial y deprimida cerca de Lyon y cuyos problemas, en Francia Saint Étienne es algo así como mentar el Bronx en Nueva York, se agravan fomentados por una leyenda de miseria, delincuencia y maltratos familiares.

Los salvajes. Una boda francesa,  apareció cuando Louatah contaba 29 años y en ella es capaz de mezclar en feliz resolución, es decir, con cierta coherencia una ópera de Mozart, canciones del cantante y poeta bereber Lounis Ait Menguellet y los acordes rockeros de Bruce Springsteen. A los 29 años Louatah quiso hacer quizá unos Los endemoniados de ahora y le salido algo más acorde con los Rougon- Macquart, esa saga publicada en 20 tomos de Émile Zola y que pretendía ser el retrato de una familia a lo largo de cinco generaciones en el Segundo Imperio.

Foto de Gilles Elie Cohen

La narración se desarrolla en dos paisajes, el de las viviendas de protección oficial de Saint Étienne y ciertos hoteles parisinos y en el se alternan multitud de voces, que van desde la del travesti rumano Zoran, a un funcionario de la ENA, un conductor de autobuses  o al de Krim, un chaval de la cabilia que se pasa el día fumando porros, peleándose con todo aquel que parezca blanco francés, es decir, lo que llaman rojo, blanco y azul, y dándole a Facebook para buscar ligues y, de paso, espiar a su hermana, entrenar el tiro al blanco con una pistola prestada e involucrarse en un oscuro atentado contra Nicolas Sarkozy, Sarko, personaje odiado hasta el paroxismo por ese paisanaje, sobre todo porque un cabilés se presenta a candidato frente a Sarkozy y tiene todas las de ganar, Idder Chaouch, primer candidato árabe a la presidencia francesa.

Dicho así parecería la contrapartida a las provocativas soflamas de Michel Houellebecq previniendo de que en poco tiempo Francia tendría un presidente de origen magrebí. Y en cierta manera lo es, salvo que deberíamos entender que ambos, Houellebecq y Louatah, participan del ejemplo de la muy alargada sombra de Louis Ferdinand Céline que retomó el lenguaje y el tono casi olvidado en Francia de un Rabelais, elevó a suprema categoría literaria un lenguaje sin cabida en la alta cultura y cuyo carácter provocador no le iba a la zaga con cierto histrionismo mezclado con una cuidada premeditación propagandística.

Pero igual que Céline no previó las consecuencias que para su obra iba a tener la II Guerra Mundial, Houellebecq no se ajusta a los tiempos actuales de modo idóneo y se le nota que, a pesar de su tono provocativo, está deseando entrar en el pabellón de hombres ilustres de la historia de la literatura francesa, aunque sea en el apartado del Infierno.

Foto de Gilles Elie Cohen

Louatah es escritor poco dado a la farsa sin piedad. Al contrario, es escritor que se encariña con sus personajes hasta el punto de parecer falto de sinceridad ante el panorama desolador que en realidad nos cuenta. El resultado es justo el contrario: la farsa a lo Houellebecq no termina de calar en el inconsciente colectivo, el humanismo que se quiere nihilista malgré lui de Louatah es el idóneo para conectar con el modo que tiene el público de hoy de sentir y padecer. De ahí su éxito.

Una boda francesa se desarrolla a lo largo de un día. Se nos describe al clan Nerouche con la excusa de una boda entre el novio del clan, cabileño, y una chica originaria de Orán. Las descripciones de las diferencias entre el modo de percibir de la Cabilia y los árabes está narrado con enorme gracia e inteligencia pero lo destacable en esta novela y ello se produce con menos frecuencia que el deseado, es que los personajes, la mayoría jóvenes, están casi todo el día utilizando el móvil, se cuelan en Facebook y hacen de este instrumento un objeto de ritmo narrativo que Louatah convierte en necesario para la literatura porque si se quiere uno inmiscuir en la vida de hoy hay que tener en cuenta primordialmente este fenómeno, que en cierto sentido, parece decirnos Louatah, está ya tan clavado en nuestro modo de actuar que corresponde en cierta manera al ritmo de los cigarrillos fumados en los thriller norteamericanos de los años cuarenta y cincuenta: ¿Dónde colocar de no ser así los repetidos y maravillosos gestos de una Lauren Bacall encendiendo cigarrillo tras cigarrillo? No digo con esto que Louatah haya conseguido que los móviles sean objetos glamurosos pero sí necesarios en toda narración que se precie de describir el mundo de hoy.

Cierto. Pero existen otras consideraciones que Louatah cumple a la perfección. De ahí que crea que este primer tomo de Los salvajes sea una gran novela. Un regalo para los tiempos que corren.

 

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