Herbert List
Tiempo atrás existía lo que se llamaba “cine de autor”. Bajo esta categoría se encontraban directores que rehuían del cine comercial o de encargo, y que construían su “obra”, título a título. Gente como el sueco Ingmar Bergman, el francés Jean Luc Godard, el italiano Michelangelo Antonioni o el griego Theo Angelopoulus … por citar algunos nombres. Con el paso de los años, este género se desplazó hacia realizadores de Latinoamérica y Asia, y la lista de directores se alargó hasta el presente.
En el cine de autor hay de todo. Obras maestras, normales y malas donde el drama se desliza plano a plano con una lentitud que resulta casi de cine experimental. En resumen, un coñazo. Pero la velocidad del cine odierno tiene una desventaja frente al cine autor. Pasa rápido y una película sustituye a la otra. Apenas se graba en tu memoria. En cambio, el cine de autor se quedaba en el recuerdo aunque solo fuese porque estabas deseando que la interminable travesía de la pareja protagonista a través de una planicie nevada acabase de una vez.
Lo mismo que en el cine ocurre en la literatura. Lo que conocemos como literatura de autor va desapareciendo sustituida por ficciones que nos atornillan a la página por su intriga. En algún modo, la literatura de autor se ha deslizado hacia la autoficción. Sin ser exactamente lo mismo, guardan cierto parecido esencial. Ficción y realidad se funden con la vida vivida o recreada. O sea, la literatura de autor y la del yo se construyen con el mismo material pero se diferencian por el carácter más biográfico de la autoficción. Pero como en cualquier obra, el resultado final se sustenta en la calidad. Cuando no logra superar el listón se vuelve repetitiva y manierista.
Harold Brodkey murió de sida en 1996 contraído por relaciones homosexuales mantenidas antes de su matrimonio, como él mismo contó en Esta salvaje oscuridad. La historia de mi muerte. (Anagrama, 2001. Traducción de Marcelo Cohen). Brodkey podría ser el arquetipo de los practicantes de la literatura de autor que ambiciona emparentarse con los grandes genios de las letras. Que en su caso era Marcel Proust y no lo consiguió. Lo mismo que sus contemporáneos Norman Mailer, John Updike y Philip Roth, narcisistas con testosterona, formaba parte del poderoso mundo de la cultura neoyorquina y era de origen judío.
Brodkey tenía una personalidad complicada como lo describe en sus memorias James Salter sin entrar demasiado en materia. Según otros testimonios era un narcisista exagerado que veía en los demás un pálido reflejo de él mismo. Su vida amatoria tuvo algún episodio mayúsculo, como un asunto amoroso con Marilyn Monroe en el que no parece que estuvo a la altura de las circunstancias. Algo comprensible porque no debió serle fácil mantener la serenidad y concentrarse con semejante personaje.
Brodkey siempre despertó grandes expectativas. Colaboraba en el New Yorker, y tras un buen libro de relatos publicado en 1954, Primer amor y otros pesares, (Anagrama, 1989. Traducción de Enrique Murillo) fue señalado como el Proust americano. Cuando en los años sesenta firmó un contrato para escribir una novela, se rumoreó que sería una recuperación proustiana del pasado.

Harold Brodkey. Foto de Richard Avedon
Dueño de una portentosa introspección, ya que como él dijo “mis protagonistas son la voz de mi madre y la de mi niñez” tardó veintisiete años en publicar El alma fugitiva que vio la luz en 1991. (Anagrama, 1994. Traducción de Damián Alou). Cierto es que ello era posible en una época en el que la industria editorial hacia su agosto. Brodkey renegoció varias veces el contrato y recibió varios adelantos. Durante los años anteriores a la publicación salieron a la luz algunas partes y Brodkey levantó grandes esperanzas y ataques, pues su carácter no le hacía especialmente simpático.
Cuando se pudo leer completa, junto a páginas admirables, había una excesiva reconstrucción de detalles menores. Este monumental tomo de casi mil páginas está dividido en doce partes. A su vez subdivididas en capítulos titulados. La prosa mantiene una corriente de conciencia y autoanálisis admirable.
Para la literatura de autor, todo lo que se nos cuenta es importante. Desde el punto de vista de quien lo escribe. Con Brodkey leemos evocaciones y disgresiones infinitas. A través de su alter ego, Wiley Silenowitz, nos cuenta su historia desde que fue adoptado por familiares directos hasta que tenía 26 años. Los saltos hacia atrás y hacia delante en el tiempo se suceden y las primeras 200 páginas rememoran la infancia del narrador vista a través de los ojos de un niño. Después sigue su historia con su hermanastra, once años mayor que Wilie. Una chica perturbada, agresiva y celosa, pero también fascinante.
Wilie se convertirá en un escritor de éxito. La relación que mantiene con una amante da lugar a una escena erótica de numerosas páginas. Después regresa hacia atrás. El joven de catorce años se siente atraído por un primo gay rico con el que hace un largo viaje en tren lleno de diálogos y pensamientos. Entonces volvemos hacia delante y en unas páginas de gran calidad literaria, rememora la muerte de la madre y el intento de Wilie de ligar con una amiga de su hermanastra. Casi todos los personajes son familiares lo que sirve para sacar a la luz la personalidad del protagonista.
La crítica no fue benévola. El número de páginas juega en su contra y no logra mantenerse a flote siempre, dijeron. Es un work in progress que hubiera necesitado un lapsus de tiempo más para dejarla y retomarla para la necesaria poda, opinaron otros. Pero es algo distinto a lo que hacían los demás. Alguien lo definió como una apología de la masturbación. Y desde luego las más de sesenta páginas dedicadas a un orgasmo nos permiten recordarlo a lo largo del tiempo, una vez leído el libro. Es la literatura de autor. La que permanece a lo largo del tiempo por algo que recordamos no con exactitud pero si con la suficiente fuerza para ir al estante y volver a leer lo que quedó en nuestra memoria. Como la magdalena de Proust.
(La leyenda afirma que Brodkey pasó gran parte de su vida encerrado en un apartamento con interiores cubiertos de corcho, como el dormitorio de Proust, para aislarse del exterior cuando escribía.)
https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/el-alma-fugitiva/9788433906519/PN_300