
Agatha Christie
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A más de 40 años de su muerte, es sorprendente el interés que existe por la vida y la obra de Agatha Christie. En parte, quizá sea porque ambas encierran enigmas que aún perduran, como su famosa desaparición en plena crisis matrimonial, de la que nunca quiso contar nada.
No es ningún misterio, sin embargo, que la obra de la autora más famosa de todos los tiempos continúa traspasando barreras culturales y geográficas, y sus libros y adaptaciones audiovisuales están en todo el mundo. Pero su vida personal permaneció durante mucho tiempo borrosa, aunque no le faltara el reconocimiento público, culminado en 1971, cuando con 85 años recibió el título de Dama Comendadora de la Orden del Imperio Británico.
Agatha era un espíritu victoriano que no sentía mucho apego por el mundo moderno. Una mujer razonablemente satisfecha de sí misma y de su trabajo, con infancia feliz incluida. Amaba las casas y los paisajes más que a la gente, y escribió de lo que conocía: la clase media alta inglesa. Hubiera sido esnobismo estúpido por su parte adentrarse en otros ambientes más “sociales” que le eran ajenos, dado su manifiesto desdén por la política organizada y las ideologías. De carácter complejo y tímido, reacia a mostrarse y confiarse a los demás, Agatha Christie dejó también en la sombra la mecánica de su proceso creativo, en parte desvelada cuando aparecieron los Cuadernos Secretos, descubiertos y ordenados por el archivero y experto “christiólogo” irlandés John Curran.
La aparición de estos textos manuscritos en forma de libro, que incluyen dos relatos inéditos de Poirot, suponen una aportación importante para los aficionados a la novela policiaca clásica y, por supuesto, a todos los “fans” de la escritora. Curran los descubrió gracias a la amistad con Mathew Prichard, nieto de Agatha, quien le permitió bucear muchas horas en el archivo privado de la escritora. Todo estaba en un enorme cajón hallado en una pequeña habitación contigua al dormitorio de Christie, en la residencia veraniega de Greenway. Una mansión cerca del río Dart enclavada en la campiña inglesa, que hoy pertenece al Patrimonio Nacional y ha sido reconvertida en museo dedicado a la Dama del Crimen por antonomasia. Allí apareció el material ahora publicado, de gran interés crítico para los interesados en seguir los vericuetos de la mente más fecunda de la novela-enigma policiaca. Son 73 cuadernos y libretas bien conservados, la mayoría destinados al uso escolar, muchos rellenos de notas domésticas, sin relación con asuntos literarios, y en los que nada se dice sobre las dos novelas más famosas de la señora Christie: Asesinato en el Oriente Express y El asesinato de Roger Ackroyd.

Agatha Christie con su marido, Max Mallowan
Curran llevó a cabo una exploración a fondo del intrincado laboratorio de ideas de la escritora. Desde el primer chispazo creador hasta la elaboración de tramas y el tanteo de soluciones a los casos criminales planteados. Los cuadernos ponen de manifiesto la falta de egolatría y método de Agatha. Le servían de agenda y dietario y demuestran que su inspiración era volátil, rozaba lo caótico y surgía de la realidad próxima cotidiana. Con letra nerviosa y a menudo ilegible, garabateaba rápido en estos borradores que utilizaba como recordatorio. En ellos dejaba el rastro de sus ideas a la hora de esbozar tramas, argumentos y personajes.
Agatha Christie carece de herederos de su talla, tanto por la ciclópea magnitud de novelas, cuentos y obras de teatro que dejó escritos como por el cambio de perspectiva y la evolución del género policiaco a partir de la novela negra. Además de tener millones de lectores, sigue publicándose con regularidad porque-como señala el escritor británico Julian Symons-, a pesar de los trucos y la hojarasca de muchos de sus relatos, acierta en dos objetivos fundamentales: saber contar una historia y crear un misterio.
Con El último caso Styles, publicado en 1920, Agatha inaugura la Edad de Oro de la ficción criminal que abarca el período de entreguerras. Ese apogeo de la novela-enigma detectivesca no era algo casual y obedecía a razones sólidas. Se trataba de una forma de escapismo popular para una generación destinada a ser carne de cañón, condenada a la tragedia de dos guerras mundiales. Suponía la evasión urgente y casi necesaria para millones de personas torturadas por el recuerdo del horror de las trincheras y la miseria del desempleo. Christie cumplió ese papel, y lo hizo con una combinación inigualada de legibilidad, trama elaborada y eficiencia productiva. Aunque sólo fuera por eso, mal que les pese a algunos puristas, siempre tendrá un lugar de honor entre los iconos de la escritura contemporánea.

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