Kim Philby
Un espía entre amigos, el libro del periodista londinense Ben Macintyre cuenta la historia de Kim Philby, el compatriota que trabajó para los servicios de inteligencia británicos desde los años treinta del siglo pasado hasta la guerra fría, pero que hacía doble juego a favor de los rusos, y que al ser descubierto huyó a Moscú en 1963.
Esta historia, que se ha contado muchas veces, en manos de este autor tiene una perspectiva nueva, al intentar entender cómo la traición de Philby no fue descubierta hasta 1962, pese a las muchas sospechas que existían acerca de él como «el tercer hombre» del círculo de agentes dobles de la Universidad de Cambridge, y descubierto públicamente once años atrás tras la deserción a Moscú, en 1951, de Donald Mclean y Guy Burgess.
De la lectura del libro se saca la conclusión que ello fue posible gracias a los numerosos amigos que creyeron en la inocencia de Philby hasta el final y le defendieron incluso cuando las evidencias le cercaban. Precisamente su íntimo amigo, Nicholas Elliott, sirve de contrapunto en este libro apasionante que nos habla también de la amistad.
Nicholas Elliott
Elliot pertenecía a la misma tribu elitista que Philby, y también trabajaba para el servicio de espionaje inglés. Ambos formaban parte de la clase social que acampaba cerca de las alturas y gozaba de una amplia red de complicidades porque controlaban muchos lugares de la administración británica. Algunos de ellos, como fue el caso de Kim Philby, fueron seducidos por esa fe terrenal que representó el comunismo en el siglo pasado, aunque también debió contar en su conversión, entre otros motivos, ese punto de excentricidad que tanto gusta a los británicos, pues las vidas del círculo de los espías de Cambridge fueron un corolario de excesos bastante opuestos a lo que preconizaba la estricta moral comunista.
Traicionar no es fácil. Requiere imaginación, habilidad y es arriesgado, factores que Philby ahogaba con la bebida, lo que le condujo al final de su carrera a estar alcoholizado. Aunque pudo retirarse, siguió hasta el fin porque el riesgo le proporcionaba el mismo placer que ofrece al jugador la mesa de juego o a otras personas la infidelidad, una forma de traición mas corriente y menos peligrosa si se ejerce en ambientes civilizados donde el único peligro consiste en ser sorprendido en la cama con el cuerpo del delito.
Lo que es evidente es que la traición genera rechazo y desprecio, pues implica quebrantar una lealtad construida en el tiempo con alguna otra persona, trabajo o comunidad y, por eso, al descubrirla, causa una mezcla de dolor, incredulidad y desconcierto mientras el mundo que nos rodea nos parece un poco más mezquino al comprobar que no conviene fiarse alegremente de “cualquiera”, aunque le conozcamos desde hace tiempo.
Ben Macintyre
En el caso de Philby, que fue condecorado por Franco durante la Guerra Civil española, a la que asistió como corresponsal de un diario de derechas, pese a que ya trabajaba para los soviéticos, mientras hubo un enemigo común durante la Segunda Guerra Mundial, el nazismo, el camino de la traición fue en paralelo al compromiso con su país.
Luego, durante la guerra fría, Philby y compañía se encontraron en la trinchera opuesta y siguieron fieles a Moscú, lo que pagó con su vida gente que trabajaba para Occidente detrás del telón de acero, aparte los importantes secretos transmitidos a los soviéticos. Para colmo, Philby llegó a convertirse en el enlace del MI6 con la CIA en Washington.
Resulta curioso que también un jefe de la CIA fue amigo íntimo de Philby. Se llamaba James Jesus Angleton, tenía aficiones poéticas y estaba obsesionado con los topos soviéticos sin darse cuenta de que cenaba una vez a la semana con el más importante de ellos: Kim Philby. Philby y Angleton bebían hasta la extenuación mientras se confiaban secretos de su trabajo que, a la postre, no resultaban tan secretos, porque el inglés los transmitía a los rusos.
Kim Philby y su última mujer
Todo ello nos lleva a pensar que Philby, que estuvo casado varias veces y fue infiel a todas sus mujeres menos a la última, debía de ser un personaje bastante seductor, pues incluso el biógrafo del novelista Graham Greene, Norman Sherry, apunta que este habría dejado el servicio de espionaje inglés con tal de no tener que delatar a Philby al intuir que su amigo trabajaba para los rusos.
Sin embargo, la traición es un concepto ambiguo, que puede ser interpretado de acuerdo con diferentes puntos de vista y cuya condena siempre la imparte quien ha sido traicionado. Para los rusos Philly fue un héroe al que dedicaron un sello conmemorativo cuando falleció en Moscú en 1988. Siempre cabe la doble interpretación, como ocurrió en el asesinato de César, en el que muchos autores, Leopardi sin ir más lejos, vieron en Bruto y Casio a los libertadores y en César al traidor y tirano.
En 1962 ya había suficientes pruebas de la traición de Philby, de manera que incluso Elliott se convenció de que era un agente doble. Insistió en que se le permitiese ser él quien se enfrentase a Philby, destinado en Beirut, para obtener su confesión y entender las razones de su amigo. Todo ello ocurrirá alrededor de una taza de té, en perfecto estilo británico, mientras el sol de Beirut iluminaba un duelo sicológico en el que se guardaron las formas. Hay una confesión parcial por parte de Philby, y Elliot, en lugar de ordenar su detención, le cuenta a su amigo que se marcha unos días a África antes de seguir el interrogatorio. Entonces Philby se pone en contacto con sus responsables rusos, que, sin perder un instante, se lo llevan a Rusia en un buque mercante. De este modo, Macintyre pone sobre el tapete la cuestión de si la huida de Philby fue consentida por los servicios secretos ingleses que prefirieron que desertase en lugar de juzgarle y de que saliese a la luz todo el daño hecho gracias a sus numerosas e importantes amistades.
Todas las personas decentes empiezan en los servicios secretos, yo incluido, dijo el ex secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger al presidente ruso, Vladímir Putin, según contó el propio jefe del Kremlin el año pasado, que también comenzó en los servicios de espionaje rusos. Lo que está menos claro es cómo terminan.
Lápida de Kim Philby en el cementerio de Kuntsevo, en Moscú.
Un espía entre amigos
Ben Macintyre
Epílogo de John Le Carré. Traducción de David Paradela. 
Crítica. Barcelona, 2015. 480 páginas, 22,90 €. Ebook