Acaba de ser publicado el Viaje a Oxiana, de Robert Byron, el texto capital de uno de los escritores de viajes más emblemáticos del siglo XX, por Confluencias, la editorial que poco a poco ha ido publicando la obra de este autor hasta el punto de constituir una colección dedicada en exclusiva a él. Se encuentran allí títulos como Europa en el parabrisas; Rusia; Tibet; Grecia, viaje al monte Athos, su primer libro importante y donde Byron descubre una de sus pasiones, el arte bizantino, que coloca en una trascendencia superior al arte greco latino, de cuya exégesis había quedado harto en Eton y Oxford; así como El legado bizantino; Historia de una amistad y El nacimiento de la pintura occidental. La traducción ha sido realizada por Antonio Puigrós y la edición ha estado a cargo de Giulia Gallini, que es responsable asimismo de una introducción al texto de Byron, que se acompaña de un prólogo de Bruce Chatwin, quien no oculta la enorme admiración que sentía por su figura y legado y llega a llamarle genio y que se siente fascinado por los desplantes habituales en él, odiaba a Rembrandt a Shakespeare, del que decía que escribía obras que sólo podían salir de la cabeza de un tendero. Valga una cita para describir ese estado de animosidad de El legado bizantino: “ La existencia de Santa Sofía es atmosférica; la de San Pedro es abrumadora y amenazadoramente sustancial. Una es la iglesia de Dios; la otra es el salón de sus representantes. Una está consagrada a la realidad, la otra a la ilusión. De hecho, Santa Sofía es grandiosa; San Pedro es grandiosa y trágicamente perversa”. El libro se acompaña de una selección de textos tomados de la correspondencia de Robert con su hermana Mibble, a quien en carta fechada el día de Navidad de 1933 le confiesa el plan del viaje: “ Si consiguiera quedarme hasta la primavera puedo escribir un libro sobre monumentos persas que tendré un valor permanente,si no, mi libro será sólo un libro de viajes, uno bastante bueno, quizá, pero no es lo que me gustaría. También tengo la intención de regresar a casa con una de teatro terminada”. Sin embargo, debemos dejar constancia, en aquello de las fascinaciones que producía este personaje, de lo escrito por Paul Fusell en Abroad : british literary travelling into the wars; “seguramente no era exagerado decir que lo que Ulises es para la novela de entreguerras y The Waste Land lo es para la poesía, Viaje a Oxiana lo sea para la literatura de viajes”. Ahí queda.
No soy especialista en literatura de viajes y tengo la impresión de que hoy cualquier guía Lonely Planet o cualquier Guide du Routard ofrece al turista más información respecto a los monumentos que ver en una zona determinada que lo que ofrecía Byron pero si leemos a Marco Polo, a Clavijo,a Ibn Batuta o a Robert Byron, y si me apuran, al mismo Bruce Chatwin, no es precisamente por ello sino porque son escritores cuyo género es el viaje y no hay Lonely Planet o Guide du Routard que pueda suplir la sensación de iniciación de visitar otros mundos, otras formas de contemplar la realidad, es decir, de interpretar nuestra propia manera de estar en ella y poco a poco ir retirando los velos de Maya que leerlos. Sólo, así, nos es dado compartir la emoción de Byron cuando descubre la Mezquita de los Viernes en Shiraz o la decoración en ladrillo del Mil i Shark en Radkam o sentir cierta sorpresa cuando nos habla con cierto desprecio de los Budas de Bamiyan: “Los temas sugieren que las ideas persas, indias, chinas y helenísticas coincidieron todas en Bamiyan… pero los frutos que dio no son placenteros”, por no hablar de lo que dice de los Budas gigantes: “Lo que repele en su negación de la estética, esa falta de orgullo que desprende su mole fláccida y monstruosa” ¿ Habría que advertirle a Byron de lo evidente, que precisamente los Budas carecen de orgullo?
Byron es un descubridor de mundos y el arte musulmán en sus orígenes y peculiaridades que florece en Persia y en Afganistán, en la zona del Turquestán donde se halla el río Oxus si no creación suya sí lo es en parte en su interpretación de las cualidades que lo distinguen de otras maneras y resoluciones del arte islámico. Nacido en 1905 en Wiltshire de una familia de clase media alta. Educado en Eton y Oxford, comenzó a viajar para saber a qué se dedicaría, y de paso descansar de su madre y hermana, a quienes debía querer mucho y echarse a andar por el ancho mundo oriental en compañía de su amigo Christopher Sykes y todo ello en los fascinantes y convulsos años treinta,a los que pertenece en cuerpo y alma, tanto que murió en 1941 cuando un submarino alemán torpedeó el carguero en que iba Byron rumbo a Oriente Medio, como si se hubiera percatado que el mundo que surgiría después de la guerra ya no sería el suyo.
Vale decir ese Reino Unido que aún tenía poder financiero, Imperio y prestigio comercial a pesar de que ahí estaban los Estados Unidos y la sombra de Alemania siempre presente, amenazadora para sus intereses, un Reino Unido convulso a pesar de esa parafernalia imperial, una metrópoli que aún podía hablar de Dominios y Colonias y donde la literatura en torno a ese poder imperial sustentado en la Armada lograba con éxito enmascarar la necesidad de cambio que convulsionaba de vez en cuando el país y que tuvo en la huelga general de 1926 su peculiar sentido británico de la Revolución que en Europa continental se estaba cobrando un buen número de víctimas. En fin, ese Reino Unido que describió con acierto el Evelyn Waugh de Retorno a Brideshead, esos años que fueron rehabilitados por los happy few de los años del camp en lo que tenía de adoración de una estética surgida del art deco y que es hoy día consuelo para algunos que viven de una inventada nostalgia precisamente por no haber vivido esos años.

Gonbad-e Qabus. Foto de Robert Byron
Las cualidades literarias de Robert Byron son algo más que notables, son extraordinarias y hay momentos en el libro deslumbrantes en las descripciones, de un dominio de la visión impresionista sobresaliente, sobre todo cuando tiene que sumergir al lector en la idea que quiera tenga en mente a la hora de describirle un monumento o un atardecer en una pradera llena de amapolas o de barro debido a la crecida de los ríos o la porquería que come en un caravasar alejado de la mirada de Alá o las exquisiteces con que se regala en la Legación Americana de algunas ciudades donde se le acoge y espera. Pero esas enormes virtudes son en gran parte herederas fieles de su tiempo, al igual que los defectos. Giulia Gallini señala estos en la actitud hacia los lugareños y el sentido de apropiación de su patrimonio. Lo del patrimonio es cierto en la medida que así lo sentimos nosotros y abría que preguntarle a Gallini si los campesinos afganos tenían la misma sensación de robo que nos podría ocurrir a nosotros si algunas naciones millonarias creyeran que la Alhambra, por poner un caso, es patrimonio tanto suyo como nuestro y que se sentirían obigadas a intervenir en caso de que ese patrimonio, ahora llamado mundial, se sintiera amenazado por nuestro descuido o desidia. De igual forma, Gallini reprocha a Byron que trate con cierto desprecio a los lugareños y sugiera que los iraníes y afganos modernos no estaban a la altura de sus antepasados pero se le olvida que probablemente no trataba mejor en sus apreciaciones a los criados ingleses e incluso a veces es bastante crítico con la política de su país en la India y Afganistán…
Otro de los reproches que se le hacen es que el libro, que está escrito al modo de unas notas tomadas in situ fueron elaboradas en Inglaterra, en el despacho de su casa durante tres años en que tardó la redacción del libro, en 1937. Añado, menos mal, porque de otra manera el libro no estaría escrito con tal perfección, no estaría tan elaborado y eso se nota en algunos lapsus que le acontecen al escribir. Así, dice que está leyendo A la busca del tiempo perdido, de Proust, libro notable, dice, y que por eso percibe que le está cambiando su estilo en esa parte del libro donde se refiere al Turquestán pues sucede que la cosa está escrita de tal manera que parece que está leyendo a Proust en una tienda, perdido en las montañas mientras a su alrededor los ríos crecidos se llevan dromedarios, caballos, camiones y desde luego eso es un descuido porque nadie se cree que leyera al escritor francés en esa tesitura y menos que lo tuviera a mano.
Pero, ¿y si fuera justo lo contrario, que Byron pusiera esa nota para que el lector ingenuo se apercibiera de que lo estaba elaborando en su casa de Inglaterra, al modo de dejar una pista, dentro de ese juego que creo le va como anillo al dedo?
Plantearnos las cosas así nos hablan ya bien a las claras de la importancia del libro que nos traemos entre manos y si bien creemos exagerado que Viaje a Oxiana sea el Ulises o el Waste Land del género de viajes es sencillamente porque no tenemos elementos de comparación para poner en el mismo baremo a Joyce y Eliot por un lado y Byron por el otro… a no ser que con ello queramos decir solamente que es un libro muy importante hasta el punto de constituirse como canon del género en la literatura de viajes del siglo XX.
El libro es sencillamente delicioso y la verdad es quer no nos extraña que Chatwin lo tuviera en el Olimpo. Le va como anillo al dedo.
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