
Simone de Beauvoir
Hubo un tiempo en el que la celebración de las efemérides literarias se limitaba a los centenarios. Pero ese ritmo ya no funciona hoy que habitamos el calendario con la costumbre de recordar fechas con detalle casi barroco. La percepción de los años se acelera y pormenoriza, y parece que late entonces un horror vacui temporal que nos sitúa en una encrucijada de conmemoraciones. Lejos de la contrariedad, quizá es esta una manera eficaz de mantener firme la presencia de la genealogía.
De entre todas, las cifras sin aristas son las más rememorables. Por eso esta última semana hemos rescatado colectivamente a Simone de Beauvoir, muy presente en lecturas y pantallas. El motivo, el 110º aniversario de su nacimiento: «Nací a las cuatro de la mañana el nueve de enero de 1908, en un cuarto con muebles barnizados de blanco que daba al boulevard Raspail», tal como relata ella misma al inicio de uno de sus mejores libros.
Al margen de su formación filosófica y el desarrollo de una teoría, el existencialismo, estrictamente relacionada con la tradición del pensamiento occidental, ha sido la versatilidad de la escritura de De Beauvoir la que mantiene vivo su legado literario –así, destacan en lo narrativo sus novelas La invitada, Los mandarines (ganadora esta última del Premio Goncourt) o el libro de relatos La mujer rota–. Sin embargo, su figura se reivindica y toma relieve con más énfasis desde el compromiso feminista, especialmente en un momento en el que los debates pasan por uno de los puntos más álgidos y fructíferos en el ámbito internacional. La contribución fundacional de la autora al movimiento cristalizó en el ensayo El segundo sexo, casi tan leído como citado desde su publicación en 1949.

Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir
Pero la no ficción de Simone de Beauvoir está lejos de reducirse a sus ensayos. Memorias de una joven formal es el título del libro que apuntábamos y una de sus primeras indagaciones en las memorias, género que trabajó con dedicación hasta el final de su vida. Las más de quinientas páginas que integran el volumen suponen una aproximación honesta a la época y al contexto de su infancia y primera juventud, o lo que en este caso resulta equivalente: al encuentro de una infancia singularmente lúcida con el mundo de principios del siglo pasado. Encontramos entonces, a través de una prosa impecable, el primer descubrimiento de los otros (su amistad con Zaza), la necesidad de aprobación de los adultos, el destello de la religión y también su desencanto, el interés por la lectura gracias a los libros de la familia (Daudet, Maupassant, Prévost, Lemaitre…), la inevitable y dolorosa conciencia del cuerpo («Frente a mi padre, yo me consideraba un espíritu puro: me horrorizó que él me considerara de pronto como un organismo»), una tremenda curiosidad, la intensidad del primer amor con Jacques y una temprana y desmedida ambición por apropiarse del entorno: «Prefería poseer el universo y no un rostro».
En la búsqueda de la identidad que llevó a cabo en esos años, y tal como lo cuenta desde la relectura de la madurez, Simone de Beauvoir encontró en los libros y en la filosofía una vía de conocimiento que le permitió disiparse de las máscaras con las que hasta entonces se había identificado. En La Sorbona compartió inquietudes y clases con Maurice Merleau-Ponty y Claude Lévi-Strauss, pero también con Jean-Paul Sartre. Este, al inicio de la que sería una relación sentimental vitalicia, al poco tiempo de conocerla escribió en su cuaderno, en grandes letras, «BEAUVOIR = BEAVER», a lo que añadió: «Es usted un castor. Los castores andan en manada y tienen espíritu constructivo». Ese apodo cariñoso la acompañaría hasta la muerte de Sartre en 1980.
La vida de Simone de Beauvoir podría ser una hermosa historia que se volvería verdadera a medida que se la fuese contando. Así lo creía ella. Y la literatura, finalmente, le ha permitido cumplir ese deseo: «Me asegura una inmortalidad que compensa la eternidad perdida; ya no hay dios para quererme, pero yo estaré en millones de corazones. Escribiendo una obra alimentada por mi historia me crearé yo misma de nuevo y justificaré mi existencia».
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