Acerquémonos a un buró canterano-inglés del siglo XVIII, aunque para el caso nos valga igual un bargueño alemán de la misma centuria, un secreter abattant Biedermeier con tabernáculo, un gran bureau francés del siglo XIX con tapa de piano de doble acción o un buró secreter danés del siglo XIX. Este buró canterano es de la época de Jorge III de madera de caoba cubana y el interior es de roble, si no no sería inglés, y la tapa de escribanía es de cuero verde, como para recordarnos el color de la campiña. Esta tapa de escribanía tiene varios cajones y compartimentos de varios tamaños, entre ellos el compartimento central que se puede remover y en la parte trasera lleva a  varios compartimentos secretos, lo que es condición indispensable en este tipo de muebles: que poseen de posibilidad de albergar objetos que por una razón u otra se ocultan al ojo  acusador del común de los mortales, a la sociedad con sus dimes y diretes, sus juicios y prejuicios, sus tabúes y sus licencias… Estos gabinetes suelen alojar todo tipo de cosas, desde el retrato de la amada que nos es negada hasta cartas de claro contenido político, desde el más revolucionario al más reaccionario y a veces ni siquiera eso. Pero con ser subyugador que imaginemos lo que podían contener estos compartimentos, no son nada comparados con esos en forma de libro que hacen frente al tapete verde cuando está abierto y dispuesto a  acoger los útiles de escribir. Son dos cajones verticales que simulan cantos de libros y que, es obligado, su contenido no podía estar alejado de este objeto, vehículo principal de la cultura y de cuya producción por parte de una determinada persona, trata este artículo.

Solemos imaginar que estos cajones esconden transgresiones de lo prohibido cuando no es obligado: puede esconder algo tan privado que no queremos presentarlo en sociedad, por lo menos no demasiado: puede contener, por ejemplo, una joya pero esa joya no tiene que ser necesariamente una piedra pulida sino algo que se considera una joya, es decir, algo precioso que debe tener un tamaño pequeño aunque no diminuto y que se distingue de otras por el amor con que fue concebida y realizada. Y como estos dos cajones secretos se nos presentan en forma de cantos de libros estamos obligados a imaginar que contienen algo precioso referido al mundo de los libros.

Y es ahora cuando podemos imaginar un tesoro que se corresponda con esa idea de lo precioso. Y es ahora cuando quiero creer que me he encontrado, por azar, y no miento porque por azar me encontré con la existencia de esta editorial, es ahora cuando, a abrir los cantos de los libros que ocultan el secreto me topo con unos libros, no muchos, unos seis, que digo,  exactamente seis, que supusieron para mí el encanto especial de aquello que es digno de ser hallado en un gabinete secreto. Seis libros exquisitamente editados por un sello que se denomina Trapisonda, es decir, según confesión de Pablo Martínez de Pisón, su hacedor, porque esa aventura fue un embrollo desde el comienzo, es decir, un conflicto del que no se sabe cómo salir, y con sus propias palabras, bellas y sinceras, bellas por sinceras, se metió en ese laberinto por un aliento vital “entre quijotesco y narcisista”, que es lo que corresponde a un editor con todas las de la ley.

 

Martínez de Pisón ama la literatura centroeuropea, las rarezas y lo insólito, no se si por este orden. En 2002 puso librería de viejo junto a su mujer, Sonia Malvido, en Jerez. Pasaron unos años y de tasar libros de otros quiso tasar los suyos propios y  creó una editorial: Libros de Trapisonda nació en 2016. Un día quiso publicar literatura polaca y entre varios eslavistas, escogió el nombre de Amelia Serraller Calvo con vistas a asesoramiento y traducción. Después de arduas conversaciones, que suponemos gratas e interesantes, llenas de estímulos, dieron con el nombre de un escritor polaco ciertamente excelso, Jósef Wittlin. Todo se concatenó: Amelia conocía a Liz Wittlin, que para mayor fortuna vivía en Madrid y resultaba que Juan Manuel Bonet era amigo de Liz. Que escribió el prólogo al primer libro del embrollo Trapisonda, Orfeo en el infierno del siglo XX. En la presentación del libro andaba por allí Fernando Castillo, amigo de Juan Manuel Bonet, que pronto se hizo amigo de Martínez de Pisón y le animó sugiriéndoles ideas, reseñando algún libro del sello y prologando Panorama del hampa, de Blaise Cendrars, libro que si seguimos la estela de Borges, podríamos decir que es “modianesco”. Luego, porque aquí el azar juega en terreno propicio, Martínez de Pisón conoció al traductor del rumano, Joaquín Garrigós, que le ofreció los relatos inéditos de Max Blecher, La ciudad de los condenados y otros relatos, y que fueron debidamente publicados en la mejor traducción habida hasta la fecha.

 

 

Como a todos nos habitan nuestros fantasmas siento predilección por un libro, Consejos a un joven poeta, escrito por el bardo de Dorset y perteneciente a  una familia que se movía entre la extravagancia, la locura, el éxtasis y el genio, Llewelyn Powys, de cuyo hermano, John, había leído hace años Petruchka y la bailarina, un Diario extraño, sádico, masoquista, donde se reflejaba en toda su extensión aquella opinión de Virginia Woolf en sus Diarios cuando anota el terrible sufrimiento, el desgarro existencial, que asoló a la familia, en especial a Llewelyn Powys. Este librito posee el don de que hizo gala Rainer Maria Rilke cuando escribió Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, otra joya que perdió la oportunidad de pertenecer  a la cofradía de los libros ocultos en estancias secretas precisamente por su fama.  

Pablo Martínez de Pisón va a publicar próximamente Jéroboam y la Sirène. Pequeñas memorias de un editor, con prólogo de Juan Bonilla y motivo de que escribamos estas líneas sobre su aventura editorial que creo no está lo suficientemente valorada en lo que vale. Valga, pues, la aparición de este libro como excusa para dejar constancia de un equipo editorial formado por su principal responsable,  a quién ya nos hemos referido con elogio, y por Sonia Malvido, que es correctora y está consiguiendo lo que parecía imposible en el mundo editorial, que no se escape una sola errata, amén de la participación de Virginia Maza, traductora de alemán y responsable de las correcciones de estilo y ortotipográficas además de Juanjo Oller Milimbo, que es el maravilloso culpable de esas portadas que lo menos que se puede decir es que son magníficas.

 

Además de la excusa de la próxima aparición del libro citado creo llegado el momento de sacar estos libros del gabinete secreto y colocarlos en la escribanía verde, un verde de césped británico, muy diferente de la gema verde de Irlanda, para que el público los vea y aprecie en su esplendor. Así sea.

 

 

 

 

 

 

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