Siegfried Unseld

Podemos pensar, con el psicoanalista alemán Alexander Mitscherlich, que «la responsabilidad de una vida aceptable para el ser humano residirá en [saber] despertar, junto a la pasión por el perfeccionamiento de los objetos, la pasión por el autoconocimiento». Y el editor Siegfried Unseld estimaba, apasionadamente, que ese proceso autocognoscitivo podría realizarse a través de la literatura. Quién sabe si sólo a través de ella, más concretamente del objeto libro que la difunde. Sin embargo, para que la literatura sea tangible de veras y establezca puentes transitables entre los autores y los receptores de las obras, es necesaria una figura como la del editor, capaz de dar con esas creaciones –incluso animar a escribirlas– y distribuirlas entre los lectores, al tiempo que consigue que esta empresa sea viable en un mundo articulado en torno al dinero. Esto lo explicita Unseld, pero también se lee entre líneas, en un libro en el que relata su experiencia profesional en primera persona y también la historia social de la literatura de finales del siglo XIX y parte del XX: El autor y su editor. Es este el segundo título que Taurus ha recuperado en su nueva colección Clásicos radicales, cuyo objetivo es rescatar algunos de los libros más emblemáticos del sello. Con obras de Walter Benjamin, Karl Kraus, Oscar Wilde, Mircea Eliade y Georges Bataille, la serie acerca de nuevo al lector libros cuya disponibilidad llevaba largo tiempo reclamando, hitos de disciplinas como la filosofía, la historia, la sociología o la antropología, que ofrecieron ya en su momento una aproximación original y necesaria sobre cuestiones que hoy se confirman universales y más allá de épocas.

Las palabras de Unseld vienen prologadas doblemente por Jorge Herralde: con un texto titulado Un rodeo para llegar a un autor (Para Siegfried Unseld en su 75º aniversario), publicado con la primera aparición del libro en España, en 1999, y otro con motivo de esta reedición. En ambos, el fundador de la editorial Anagrama refiere la relevancia internacional de la alemana Suhrkamp, que Unseld, tras varios años de trabajo en ella, pasó a dirigir tras la muerte de su creador. Pero también aborda Herralde, especialmente en el segundo prólogo, eso que llamábamos la historia social de la literatura, ese singular ámbito de las relaciones personales y profesionales entre autor y editor. Y destaca algunas citas del libro que bien podrían comprenderse como abreviado manual de principios editoriales; algunos ejemplos: «Obligar al público a aceptar nuevos valores, que no desea, es la misión más importante y hermosa del editor», de Samuel Fischer; «Recuerde que todo autor, incluso el más joven, como personalidad creadora se halla por encima de nosotros», de Peter Suhrkamp; o declaraciones como las del propio Siegfried Unseld: «Yo no publico libros sino autores», «Esta es, pues, la tarea del editor: animar, desatar energías» o «Quiero hacer libros que tengan consecuencias». El catálogo de Suhrkamp cuenta, en efecto, con obras de absoluta repercusión en la historia de la literatura del siglo XX, en cuya visibilidad fue precisamente parte necesaria. Es el caso, entre otras, de las escritas por Hermann Hesse, Bertolt Brecht, Rainer Maria Rilke y Robert Walser. En torno a estos cuatro nombres y su historia, Unseld relata el entusiasmo del editor que encuentra el tesoro, pero también todas las dificultades que trae consigo la publicación, tanto técnicas como principalmente humanas. A cada uno dedica un largo capítulo inicialmente concebido como conferencia para universidades.

Unseld y el escritor Thomas Bernhard

Otorgándole a estas piezas un interés y un color muy atractivos, cabe afirmar que quizá lo mejor del libro es su primera parte, esta sí un ensayo que Unseld concibe como declaración de intenciones y suerte de decálogo de Las tareas del editor literario: «Es a la vez una toma de posición definitiva y una crónica de mis pensamientos acerca de mi profesión», confesó él mismo. Esta aproximación, decantada durante años, desentraña la posición social del editor y su conflicto de funciones, de «casi imposible resolución», según Dieter E. Zimmer, y que ya señalábamos al principio: el editor tiene que producir y vender «la sagrada mercancía libro», en palabras de Brecht. Unseld añade que el editor «ha de conjugar el espíritu con el negocio para que el que escribe literatura pueda vivir y el que la edita pueda seguir haciéndolo». Así sea. El tono de Siegfried Unseld es propio de ese tópico cada vez menos habitual, el editor de raza: curioso, firme, paciente. Tan transparente que nos perdemos con gusto en las anécdotas que narra y asimilamos sus formadísimas opiniones como necesarias. Se libera aquí, no lo pasemos por alto, de una de las estrecheces propias del oficio, la discreción, desvelando detalles y sombras de algunos autores y saldando cuentas históricas.

Pero entre tanto bueno, El autor y su editor tiene un incordio constante en sus páginas, al menos en las de esta reedición, no tan cuidada como cabría esperar. El lector se encuentra a cada paso con erratas y con un gran número de citas y títulos que, si bien es pertinente que aparezcan en su formulación original (aunque solamente lo hace en algunos casos, lejos de la unificación formal), más se agradecería que aparecieran traducidos. Quien no sepa inglés, francés, alemán y en algún caso latín tendrá que conformarse con reconocer su musicalidad. A pesar de esto, leer a Siegfried Unseld se impone como radicalmente recomendable, y ahora, de nuevo, podemos hacerlo.

 

 

https://www.amazon.es/El-autor-editor-Clásicos-Radicales/dp/8430619712/ref=as_sl_pc_qf_sp_asin_til?tag=linoal17-21&linkCode=w00&linkId=8de80311fc93e101c6e09fab4c594ee0&creativeASIN=8430619712