«Según cuenta la historia, un antiguo propietario del Black Horse, en Rathbone Place, se emborrachó hasta caer literalmente muerto.

El Black Horse era un sombrío pub victoriano, como correspondía a la imagen de coches fúnebres implícita en su nombre, con un estrecho pasillo revestido de azulejos que conducía a los diferentes bares, divididos a su vez por tabiques de cristal esmerilado y con grabados de relieve, incluido un bar para damas (NO SE ADMITEN CABALLEROS) en el cual ancianas señoras vestidas de un negro polvoriento brindaban con oporto y limón por sus esposos fallecidos sentados en altos sillones de cuero también negro.

La atmósfera lúgubre había afectado tanto al último propietario, que se propuso suicidarse bebiendo sin parar durante tres días y tres noches, con las puertas cerradas, y cuando por fin la policía las derribó se encontró con el cadáver en el piso del salón, rodeado de botellas vacías. En la historia nunca se dijo la cantidad exacta que había consumido, ni qué tipo de alcohol contenían las botellas.

El Black Horse era el primer pub que uno encontraba al entrar en Rathbone Place desde Oxford Street, aunque, en general, era el último que se visitaba. A la derecha, sobre la curva de empedrado de Gresse Street, se erigía el Bricklayers Arms, mejor conocido como el Descanso de Los ladrones, porque n una ocasión una banda de ladrones había entrado a robar, había pasado la noche en el lugar y había dejado como prueba más botellas vacías que el propietario del Black Horse; pero los ladrones no murieron y, dicho sea de paso, tampoco los atraparon.

The Burglars era un pub tranquilo, útil para las reuniones de negocio o llevar una chica a la que uno no conocía demasiado bien, a diferencia del Marquess of Granby, el peor de Rathbone Place, que en aquella época era donde ocurría la mayoría de las peleas, a pesar de los esfuerzos del dueño, un expolicía, por mantener el orden público y controlar los altercados.

Gigantescos soldados de la Guardia Real concurrían allí en busca de homosexuales para pegarles y robarles, y como no los encontraban, se peleaban entre ellos; una tarde de verano, a plena luz del día, varios hombres mataron salvajamente a otro afuera del pub, mientras una muchedumbre se agolpaba en la calle para mirar. La multitud solo se dispersó con la llegada de un escuadrón de policías de la cercana comisaría de George Street y, para ese entonces, los asesinos ya se habían escapado en el auto de un tercero. (Al entrar en el Wheatsheaf poco después del incidente, me sorprendió encontrarlo vacío, salvo por una prostituta conocida como Hermana Ann, que imperturbable me dijo:

Ay, querido, todos se fueron a ver como mataban a patadas a ese tipo afuera del Marquess”, y añadió que el ruido de los golpes había sido una cosa espantosa).»

Este capítulo se encuentra en el libro Noches en Fitzrovia, publicado en español por la editorial La Bestia Equilátera https://bit.ly/33tA451 y que recoge una serie de textos de las Collected Memoirs, (The Weeping and the Laughter, The Rites of Spring y Memoir of the Forties) de Julian Maclaren-Ross (1912-1964).

MacLaren-Ross nos cuenta su infancia en Francia y escenas de la vida bohemia y literaria del Londres de la Segunda Guerra Mundial y años posteriores. El escritor tuvo una infancia extraña y feliz, con niñera belga incluida y fascinación por las marionetas. Fue la madre, que le leía libros de aventuras a su hijo sin darle a conocer el final, la que despertó su vocación literaria para saber como terminaban las historias.

 

Julian Maclaren-Ross

 

En la segunda parte, la vida cotidiana y nocturna en tiempos de guerra y posguerra se cuela junto a vicisitudes literarias como la entrevista con el editor Jonathan Cape o Graham Greene, el trabajo como guionista con Dylan Thomas,  borracheras y su amistad con el artista Peter Brooke.  Sentido del humor y lucidez acompañan los sinsabores de la vida literaria. En las correrías nocturnas, alcohol y speed.

Irónico, mordaz, escéptico, de lectura ágil, sus páginas son como aguafuertes brumosos que reflejan personajes y escenas entrevistos durante una fuerte resaca en una mañana de niebla espesa. Dicen que mantuvo el tipo sin rencores ni venganzas mientras desperdiciaba  su talento detrás de la barra.

La Bestia Equilátera ha editado también una novela suya, Veneno de tarántula  y un libro de cuentos, Tostadas de jabón, muy bien traducidos todos ellos por María Martoccia.