Octavio Paz
El 22 de mayo de 1988, Francisco Umbral, un escritor de los tiempos de la transición que sufrió lo que alguien ha llamado «megalomanía del vituperio», firmó en El País un artículo rastrero contra Octavio Paz acusándolo de estar a sueldo del imperialismo norteamericano. Tres días más tarde, Juan Malpartida denunció en una carta al director la vileza de las calumnias vertidas por el entonces televisivo e influyente columnista desafiándole a demostrarlas, cosa que no hizo. Creo que este fue el primer texto de Malpartida sobre el poeta mexicano. De entonces a acá han sido muchas las ocasiones en que se ha ocupado de él. «Octavio Paz, un camino de convergencias», título del volumen que acaba de publicar la editorial Fórcola, es probablemente la culminación de dicha dedicación a la obra de quien fue su maestro y, a pesar de los cuarenta y dos años que los separaban, amigo.
Aunque el libro -un conjunto de ensayos publicados entre 1992 y 2014- exalta la memoria de Paz, no es en absoluto un homenaje venerativo, al estilo de las hagiografías escolásticas, ni un apático recorrido por sus obras, como suele acostumbrarse en el mundo académico. Si hubiera que describirlo de forma general con una fórmula podría decirse que se trata de la continuación por otros medios del diálogo entre un autor y un lector cordialmente unidos a los que la muerte, siempre tan inoportuna, separó abruptamente. Claro que: ¿acaso muere del todo un hombre cuyo pensamiento sigue iluminando el presente?
Esta condición de texto vivo, de conversación que prosigue a pesar de la ausencia física de uno de los interlocutores, explica que no haya sido proyectado con la intención pedagógica de abarcar la totalidad de la producción de Paz. Malpartida prefiere recorrerla a placer, de aquí a allá, a fin de ir descubriendo en sus entresijos y recovecos el alma del autor. Desplazándose como un navegante familiarizado con las estrellas (las cuestiones estelares de los poemas y los ensayos de Paz son la soledad, el amor, el deseo, el tiempo, la poesía …), logra que, poco a poco, vayamos comprendiendo la naturaleza del proyecto poético e intelectual del mexicano.

Juan Malpartida
El procedimiento del que se sirve no puede ser más idóneo y eficaz. Consciente de que la biografía de los poetas está en sus obras, trata de desarmarlas haciendo en sentido contrario el camino recorrido presumiblemente por Paz. Este comentó en alguna ocasión que como escritor lo único que había hecho a lo largo de su vida fue volver una y otra vez al punto de partida, pero que en ese proceso de profundización constante el resultado había sido también un constante alejamiento, algo parecido a lo que nos ocurre cuando trazamos en el papel o la arena la figura de una espiral.
Rehacer el camino trazado a fuerza de revisiones por un hombre de la categoría de Paz no es tarea fácil, aunque, como descubrirá el lector que se deje guiar por Malpartida, el esfuerzo vale la pena. A mí no me sorprende, desde luego, que evoque con nostalgia una anécdota ocurrida al poco de empezar a tratarse. Cierto día, entusiasmado con los logros de cierto escritor vinculado a la tradición esotérica que parecía haber llegado de golpe a conclusiones muy parecidas a las de un famoso filósofo, Malpartida expresó con vehemencia juvenil su asombro ante Paz. Este, con la circunspección de un bodhisattva (esos sabios hindúes que renuncian temporalmente al nirvana para ayudar a los otros hombres), se limitó a hacer este comentario: «para mí son importantes los caminos». La lección no cayó en saco roto. Este libro lo demuestra.
Pero: ¿cuáles son los caminos que en él se recorren? Bastaría en principio con atenernos al índice y enumerar los temas tratados en sus nueve capítulos para disponer de una respuesta. Quizá el lector de esta reseña lo agradecería, aunque en realidad no lo necesita para nada, pues tratándose de un ensayo sobre un poeta y pensador que nació con la Gran Guerra y murió poco después de hundirse el Imperio soviético, imaginará sin duda que aquí ha de haber por fuerza reflexiones acerca de los grandes asuntos de la época: el vacío metafísico ligado a la muerte de Dios, la soledad del hombre contemporáneo, la consagración de la historia y las consecuencias derivadas de la eclosión de los totalitarismos, etc. Paz escribió muchos libros y si es un autor de relevancia mundial es porque comprendió muy bien que si nuestra época es una época crítica es porque carecemos de soluciones, algo que nos obliga a repensarlo todo de nuevo. No obstante, enumerar de pasada los asuntos que Malpartida recorre con la morosidad de quien aprendió de joven que los caminos importan, representaría en cierto sentido una traición al espíritu del libro, pues lo que a la postre aprende uno leyéndolo es que los caminos del poeta fueron, en rigor, un solo camino, esa espiral a la que antes aludimos.

Octavio Paz y su mujer Marie Jo, en el centro de la foto con diversos escritores e intelectuales mexicanos. Foto de El Universal
Poeta?, ¿sólo poeta? Malpartida cree que no. También filósofo. Claro que ser filósofo, tal y como él lo entiende, no significa ninguna de las cosas que suelen asociarse con la filosofía. Paz no fue un profesor encadenado a una jerga, ni un intelectual comprometido con una ideología, ni un especialista ajeno a cualquier tema que rebasara los confines de su especialidad. La referencia aquí es Ortega, al que en algún pasaje del libro se le llama su maestro. Estamos hablando, pues, de la filosofía como una forma de orientarse en la vida. Se explica así que la alternativa que Paz propone a la tiranía tecnológica y el fracaso de las ideologías, eso que ahora se conoce como crisis de la modernidad, no sea otra ideología mejor, sino el arte, la música, la poesía, es decir, respuestas que son una pluralidad de respuestas que jamás aspiran a ser definitivas.
Pero: ¿es posible ser filósofo y reivindicar lo poético, la presencia en vez de la idea?, ¿acaso quien busca la sabiduría puede permanecer ahí, en el ámbito donde anidan el mito, la fe ciega, la represión o la alienación? Paz está convencido de que sí. El secreto es no confundir la filosofía con el absolutismo de la razón, el camino que tomó Hegel y condujo de la mano del marxismo a las abominaciones totalitarias del pasado siglo.
Ahora bien: ¿cuál es la filosofía de Paz? Su poesía, una poesía que, al igual que un imán, aspira a recoger los elementos dispersos de una añorada unidad previa, ese big bang inicial que parece estar detrás de todas las cosas: el universo, la vida y la historia. Los hombres somos lo que somos por obra del lenguaje, y este no refleja ni constituye nada fijo, sino que consiste en un permanente y continuo inventarse y recrearse que va produciendo constelaciones de sentido. La poesía, en el modo en que la concibe Paz, es decir, como arte de la analogía, da a los «signos en rotación» el único sentido que en realidad pueden tener: el sentido de lo efímero, la perfección de lo finito. Esto puede parecer poco si se compara con las utópicas promesas de la ideología o las riquezas envenenadas de la industria y el mercado, pero Paz estaba convencido de que basta para «hacer de la poesía el verdadero espacio social». Malpartida no lo niega. A fin de cuentas ese es el fin del camino, el extremo de la espiral invertida.