Mariano Peyrou comienza Oídos que no ven con una anécdota: una alumna de su clase de Historia del Jazz le comenta que el bebop le parece una música “demasiado intelectual”. Yo era uno de los alumnos de esas clases de Mariano y si bien no recuerdo esa anécdota en concreto, sí que tengo en la memoria sus sesiones como algunas de las más profundas, divertidas, inspiradoras y decisivas de mi formación. No solo durante los cuatro años de mis estudios musicales superiores, sino de todas las que he recibido a lo largo de mi formación académica. Si hay un profesor que ha configurado mi actual mirada como intérprete y compositor hacia la creación y la apreciación estética de la música es él. Hay preguntas que me acompañan desde que lo conocí y que me han llevado a tomar numerosas decisiones artísticas, creativas y profesionales que me han convertido en quien soy.

Años después de la última clase que compartimos y a pesar de que algunas de las ideas que aparecen representadas en el texto ya las conocía (el oculto carácter conservador de géneros como el punk, la dicotomía entre lo dionisíaco y lo apolíneo en la Historia de la Música, la importancia del timbre frente a otras cualidades como la armonía o la melodía en las músicas populares de la segunda mitad del siglo XX y XXI, las características de las músicas africanas que han influido en esos mismos géneros o la necesidad de dotarle de un espacio propio a la Ana Torroja que todos llevamos dentro), este texto ha vuelto a hacerme reflexionar, aprender y, sobre todo, cuestionarme a mí mismo.

Dice Mariano que la magia aspira a producir efectos en lo real y la música lo consigue. La literatura tiene también esa capacidad. Creo que un texto alcanza un nivel de importancia decisiva cuando es capaz de modificar la realidad a través de un cambio profundo en quienes lo leen. Oídos que no ven dispone de ese potencial. Puede hacer que los músicos de distintos estilos y escuelas evolucionen en su forma de entender el arte pero, sin duda, su mayor poder es el de cambiar la forma que cualquier persona tenga de escuchar música. Oídos que no ven puede convertirlo en un oyente más abierto y una persona más libre. Ese es su verdadero objetivo.

 

Mariano Peyrou

 

La labor de Mariano durante el ensayo es la de desmontar el mito de que existen músicas “intelectuales” y que, además, ese sea un aspecto negativo que pueda achacarse a estas. El libro apoya esta tesis en multitud de anécdotas, ejemplos, citas y una carga humorística que lo recorre como lo hacía en sus clases y en el resto de su producción literaria. Algo que no le resta profundidad sino que, por el contrario, nos pone en contacto con verdades que se nos revelan así inequívocas.

Las referencias a compositores e intérpretes que van desde Beethoven a Johnny Rotten, de Stockhausen a Paco de Lucía, de Coltrane a Beyoncé nos indican que este no es un texto para un público musical concreto. Y es que eso es precisamente lo que Mariano pretende: romper con esas categorías que nos impiden escuchar la música con los oídos. Pues somos nosotros como oyentes y no los creadores y mucho menos sus obras, los que le aportamos al sonido ese sesgo presuntamente “intelectual” y el resto de etiquetas cuadriculadas a las que nos aferramos para tratar de controlar un mundo que quizá sentimos inabarcable.

Entender cómo estos autores miran a su trabajo nos da algunas pistas de lo equivocadas que etiquetas como esa pueden estar. Si bien personalmente tiendo a desconfiar de lo que cualquier autor dice sobre sus obras, la acumulación de tantas evidencias en creadores tan diversos nos permite acercarnos a ellos y entender cómo las músicas más supuestamente elevadas pueden partir de los objetivos más pedestres, mientras que las que consideramos menos intelectuales, ya sea por su género, por su época o por la cultura de la que proceden, tienen muchas veces unas normas y unas metas mucho más estrictas, complejas y elevadas.

 

Foto de Steve Schapiro

 

El oyente que se acerque a este texto sin prejuicios ampliará su horizonte musical y el que lo haga con ellos, si no los termina de eliminar, se verá obligado a replanteárselos. Es en este sentido especialmente útil la recomendación que el autor hace antes del arranque y que Taurus ha facilitado mediante una lista de reproducción de Spotify y un código QR: escuchar a medida que se lee las referencias musicales a las que alude el ensayo. Si el texto no mereciera la pena, solo el acceso a estas casi nueve horas de excelente música lo haría.

A pesar de lo que pueda parecer si atendemos a los argumentos de quienes hablan de esa intelectualización de ciertas músicas y a los que Mariano desmiente, la casi interminable carrera musical (unos quince años de formación académica a los que cada profesional debe sumar tantos de práctica individual diaria como decida mantenerse en activo) no es una actividad especialmente reflexiva. De hecho, la mayor parte de la formación está centrada en el “oficio”. Lo que Mariano llamaría en el libro “artesanía”. Son mínimos los espacios en los que los músicos reflexionan verdadera y libremente sobre lo que hacen, sobre el sentido artístico y estético de su práctica y sus creaciones. Esto les lleva, en muchos casos, a tomar decisiones marcadas por la intuición, en el mejor de los casos, o en el peor, por la moda, ya sea esta la del público general o la de la tribu a la que cada uno aspire a pertenecer. Las clases de Mariano fueron para mí uno de esos espacios y este libro vuelve a serlo. 

Nosotros, igual que esos oyentes que hablan con desdén de “música intelectual” o de “música para músicos”, también tenemos un largo camino por recorrer para liberarnos de nuestras propias cadenas, para intentar acercarnos a esa utopía que Mariano propone. Algo tan aparentemente sencillo como aprender a escuchar con los oídos. Una utopía que, más que un horizonte al que llegar, es un camino que recorrer y en el que crecer a uno y otro lado del escenario. Este texto es un buen paso avanzar en ese camino.

 

 

 

 

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